Capítulo 1.
La mujer mantiene
fuertemente sujetas sus manos en los asideros de madera del pesado
arado al tiempo que lucha contra la larga falda de su vestido que se
enreda entre sus piernas a cada paso .
El viento del
suroeste se deja notar en la fría tarde de invierno y consigue que
escapen algunos mechones de su cabello que mantiene sujeto con un
pañuelo negro atado en la parte superior de su cabeza.
Por fortuna para
ella, el invierno ha sido generoso en lluvias y la tierra se
encuentra bastante humedecida ahorrándole el molesto polvo que
ocasiona el arado cuando esa misma tierra está hambrienta de agua.
Llega al final del
surco y su mirada se dirige hasta el sol, bien visible ante la
ausencia de nubes y que en aproximadamente media hora desaparecerá
por el horizonte.
Da por concluida
la jornada y desprende el pesado arado de la grupa del animal. El
relincho de la mula castaña consigue arrancarle una sonrisa y le
propina unos cariñosos golpes en uno de sus flancos.
Después busca en
el abrigo de una pequeña mata el zurrón que contenía su comida
para la jornada y lo cuelga de su hombro junto al pequeño cántaro
con agua. Sujeta a la mula por la brida y emprenden juntas el camino
de regreso a casa antes de ser sorprendidas por la oscuridad de la
noche.
Dedica una última
mirada al pedazo de tierra para hacer sus cálculos y llega a la
conclusión de que todavía necesitará el día siguiente para dejar
arado el campo en toda su extensión. El tiempo apremia y es
conveniente comenzar la siembra cuanto antes.
El camino por el
que van es abrupto y sinuoso, los alcornoques y las encinas dan paso
poco más tarde a los extensos jarales y las zarzas que amenazan con
estrechar más todavía el camino de por si tasado para permitir el
paso de un animal y una persona.
Salen por fin a la
llanura abandonando la sierra y a la luz incierta del atardecer puede
observar la columna de humo que le indica la proximidad del hogar.
La Piedra Alta se
alza orgullosa entre alcornoques y encinas, los enormes cañaverales
que flanquean el pequeño riachuelo también son visibles desde la
distancia y acelera el paso animando con una palmada a la mula que
imprime de inmediato más rapidez a su paso cansino.
Ya en plena
llanura enfila un camino más ancho y cuidado, totalmente alisado y
flanqueado por árboles frutales, restos de jara y matas pequeñas de
encina. Un kilómetro antes de llegar a la casa de piedra y a unos
metros del camino se sitúa una modesta casa de adobe cuya chimenea
lanza el humo en línea recta hasta el cielo.
Deja la brida de
la mula y golpea la vieja puerta de madera esperando pacientemente
que se abra. Tardan unos minutos en hacerlo y cuando lo hacen lo
primero que ve son los ojos azules del hombre encorvado sobre si
mismo y que ha menguado más de dos cuartas en su estatura original.
-¿Ya terminaste,
Julia?.
-Sí, me voy para
casa, ¿qué tal te has encontrado, Maximiliano?.
-Como siempre, ha
soplado hoy el ábrego con ganas, ¿verdad?.
-Sí, menos mal
que la tierra está húmeda y no ha levantado ventisca, me voy , no
quiero llegar de noche.
Abre el zurrón
que lleva colgado al hombro y extrae un pedazo de pan con un trozo de
tocino en su interior acercándolo hasta el hombre que mueve pesaroso
la cabeza en un gesto de negación.
-!Vamos,
Maximiliano, cógelo¡.
-Trabajas todo el
día como un animal y compartes conmigo tu comida, no es justo.
-Yo soy joven y
estoy fuerte, cena y descansa.
Se despide de él
presionando su brazo enjuto en el que ya no queda casi rastro del
hombre fuerte y vigoroso que conoció. Su antaño formidable fuerza
es ahora una extrema debilidad y sus brazos son puro hueso y piel.
Pincha en COMENTARIOS para continuar leyendo el resto del relato.