lunes, 15 de octubre de 2012

Viento ábrego







Capítulo 1.
La mujer mantiene fuertemente sujetas sus manos en los asideros de madera del pesado arado al tiempo que lucha contra la larga falda de su vestido que se enreda entre sus piernas a cada paso .
El viento del suroeste se deja notar en la fría tarde de invierno y consigue que escapen algunos mechones de su cabello que mantiene sujeto con un pañuelo negro atado en la parte superior de su cabeza.
Por fortuna para ella, el invierno ha sido generoso en lluvias y la tierra se encuentra bastante humedecida ahorrándole el molesto polvo que ocasiona el arado cuando esa misma tierra está hambrienta de agua.
Llega al final del surco y su mirada se dirige hasta el sol, bien visible ante la ausencia de nubes y que en aproximadamente media hora desaparecerá por el horizonte.
Da por concluida la jornada y desprende el pesado arado de la grupa del animal. El relincho de la mula castaña consigue arrancarle una sonrisa y le propina unos cariñosos golpes en uno de sus flancos.
Después busca en el abrigo de una pequeña mata el zurrón que contenía su comida para la jornada y lo cuelga de su hombro junto al pequeño cántaro con agua. Sujeta a la mula por la brida y emprenden juntas el camino de regreso a casa antes de ser sorprendidas por la oscuridad de la noche.
Dedica una última mirada al pedazo de tierra para hacer sus cálculos y llega a la conclusión de que todavía necesitará el día siguiente para dejar arado el campo en toda su extensión. El tiempo apremia y es conveniente comenzar la siembra cuanto antes.
El camino por el que van es abrupto y sinuoso, los alcornoques y las encinas dan paso poco más tarde a los extensos jarales y las zarzas que amenazan con estrechar más todavía el camino de por si tasado para permitir el paso de un animal y una persona.
Salen por fin a la llanura abandonando la sierra y a la luz incierta del atardecer puede observar la columna de humo que le indica la proximidad del hogar.
La Piedra Alta se alza orgullosa entre alcornoques y encinas, los enormes cañaverales que flanquean el pequeño riachuelo también son visibles desde la distancia y acelera el paso animando con una palmada a la mula que imprime de inmediato más rapidez a su paso cansino.
Ya en plena llanura enfila un camino más ancho y cuidado, totalmente alisado y flanqueado por árboles frutales, restos de jara y matas pequeñas de encina. Un kilómetro antes de llegar a la casa de piedra y a unos metros del camino se sitúa una modesta casa de adobe cuya chimenea lanza el humo en línea recta hasta el cielo.
Deja la brida de la mula y golpea la vieja puerta de madera esperando pacientemente que se abra. Tardan unos minutos en hacerlo y cuando lo hacen lo primero que ve son los ojos azules del hombre encorvado sobre si mismo y que ha menguado más de dos cuartas en su estatura original.
-¿Ya terminaste, Julia?.
-Sí, me voy para casa, ¿qué tal te has encontrado, Maximiliano?.
-Como siempre, ha soplado hoy el ábrego con ganas, ¿verdad?.
-Sí, menos mal que la tierra está húmeda y no ha levantado ventisca, me voy , no quiero llegar de noche.
Abre el zurrón que lleva colgado al hombro y extrae un pedazo de pan con un trozo de tocino en su interior acercándolo hasta el hombre que mueve pesaroso la cabeza en un gesto de negación.
-!Vamos, Maximiliano, cógelo¡.
-Trabajas todo el día como un animal y compartes conmigo tu comida, no es justo.
-Yo soy joven y estoy fuerte, cena y descansa.
Se despide de él presionando su brazo enjuto en el que ya no queda casi rastro del hombre fuerte y vigoroso que conoció. Su antaño formidable fuerza es ahora una extrema debilidad y sus brazos son puro hueso y piel.

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200 comentarios:

  1. Capítulo 2.
    El hombre espera en la puerta hasta casi perder de vista a la muchacha. Sus ojos a los que en su día nada se le escapaba tienen ahora dificultades para ver a lo lejos y maldice por enésima vez la enfermedad que casi acaba con él a pesar de no haber cumplido todavía los setenta años.
    Sin embargo y a pesar de sus dificultades visuales agudizadas en los los últimos tiempos, si puede reconocer a lo lejos la silueta majestuosa de La Casa Pedralta.
    El frío seco entumece sus manos y lo obliga a resguardarse en el interior de la casa de adobe. Sentado frente al fuego da buena cuenta de la generosa porción de pan que Julia le ha entregado y se deleita saboreando el tocino de la reciente matanza.
    Antes era él quien se encargaba de sacrificar los cerdos que algunos años podían ser hasta cuatro o cinco los animales que durante casi todo el año habían engordado para tal fin.
    Este año y ya van varios, tan sólo consiguieron dos lechones a los que a duras penas consiguieron sacar adelante a base de bellotas disputadas a los hambrientos campesinos que en muchos casos sólo contaban con ese alimento para subsistir.
    Nunca antes sintió la mordedura del hambre en sus carnes y ahora a su decadencia física tiene que añadir la escasa alimentación que consigue muchas veces gracias a la generosidad de las muchachas que se quitaban el bocado de su boca para llevárselo a él a escondidas.
    Contaba con unos escasos diez años de edad cuando llegó a esta tierra a la que tanto ha llegado a amar. Sus padres eran jornaleros temporales que recorrían toda Andalucía recolectando aceituna y llegaban al final de la cosecha hasta Ciudad Real puesto que aquí la recolecta de la aceituna se retrasaba más que en las provincias andaluzas por el clima más frío que retrasaba la maduración del fruto hasta casi principios de Marzo si la cosecha era abundante.
    Corría por aquel entonces el año 1838 y don Perfecto Hidalgo Hervás se fijó en el nervioso chaval que se subía a las ramas más altas de los olivos trabajando sin descanso pese a su corta edad.
    Era Maximiliano el segundo de siete hermanos y ya era consciente de la necesidad de ayudar a sus padres para alimentar a la numerosa prole que cada dos años más o menos se veía aumentada por la llegada de un nuevo miembro.
    No hicieron ascos sus padres a la propuesta del terrateniente para que el segundo de sus hijos se quedara a trabajar en la hacienda de forma permanente a cambio de comida y una pequeña cantidad de dinero que les sería entregada a final de año si el chaval cumplía con su cometido.
    Ya sabía don Perfecto que sería así, tenía un ojo clínico para detectar a los buenos trabajadores y el nervio desplegado por el niño ya le daba una idea de lo que sería en la edad adulta.
    Así fue como el pequeño desharrapado se separó de su familia para nunca más volver a formar parte de ella.
    La Pedralta era una finca con una extensión de unas mil doscientas hectáreas y con un terreno que abarcaba toda la orografía imaginable. La mayor parte del terreno era llano aunque salpicado de gran cantidad de piedras que daban nombre a la propiedad.
    Por ese motivo no era raro encontrar numerosos montículos de piedra perfectamente construidos que los lugareños llamaban majanos y que servían como refugio a los incontables conejos que se reproducían a una velocidad endiablada y paliaban el hambre de grandes y pequeños durante gran parte del año.
    El niño Maximiliano fue a parar a las cuadras de la casa donde compartiría espacio con las mulas y camastro con otro pequeño mozo de una edad parecida a la suya al que apodaban el flaco, un niño delgado y vivaracho cuyo flequillo parecía una visera porque siempre lo llevaba disparado y lleno de remolinos que lo convertían en ingobernable.
    El otro pequeño se llamaba Eleuterio y los dos niños se convirtieron durante los años siguientes en inseparables compañeros de fatigas y penalidades.
    Ya trabajaba en la casa un joven criada que se llamaba Engracia y que tomó bajo su cuidado a los dos rapaces que le producían una enorme ternura a pesar de sus innumerables quejas.

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  2. Capi 3.
    Engracia a pesar de haber cumplido recientemente los dieciocho años parecía tener muchos más y desde los once años llevaba al servicio de la familia como criada para todo.
    Esta muchacha lo mismo sirve para un roto que para un descosido solía decir doña Juana la madre de don Perfecto. La mujer ya de edad avanzada apenas podía valerse por sí misma y era la joven Engracia la que también se ocupaba de su cuidado amén de otras muchas tareas de la casa.
    Por ese motivo no tenía tiempo casi nunca de pararse a descansar y solía mirar socarronamente a los dos nuevos trabajadores moviendo la cabeza divertida.
    “¿Ha visto doña Juana los mozos que se ha agenciado don Perfecto?”
    “Hacen más bulto sus nombres que ellos mismos, arreglados estamos”
    Doña Juana asentía divertida a los jocosos comentarios de la irreverente Engracia que no se mordía la lengua ante nada ni ante nadie. Infatigable trabajadora, honrada y leal, la muchacha suponía para la mujer postrada en la silla un soplo de aire fresco.
    Y su muerte supuso para ella el primer golpe duro que la vida le dio. Porque por primera vez en su corta vida alguien le había ofrecido algo de ese afecto que nunca recibió anteriormente.
    Abandonada al nacer, su vida se limitó a peregrinar de hospicio en hospicio hasta que a los once años la rescató doña Juana que buscaba una chica jovencita para que entrara a trabajar a su servicio y al mismo tiempo poder moldearla a su gusto.
    Y así sucedió en los siguientes años, solo que se encontró con el inconveniente de que la niña del hospicio tenía su propio carácter y no permitía que la mangonera nadie por mucha señora que fuese.
    Aun así aprendió todo lo que sabía de manos de una doña Juana que se veía reflejada en la niña inquieta y nerviosa que no paraba quieta un sólo instante. La enseñó a cocinar, a repasar y remendar la ropa y sobre todo a mantener la casa más limpia que la patena como le gustaba decir.
    Doña Juana era viuda desde muy joven y sólo le dio tiempo a traer al mundo a su hijo Perfecto cosa que lamentaba profundamente porque le gustaban mucho los niños pero que tuvo que aceptar como algo irremediable.
    Cuando Engracia llegó a la casa no tardó mucho tiempo en enterarse de los entresijos que se cocían entre esas cuatro paredes. La vieja criada que en realidad ya estaba la pobre para que la sirvieran a ella la puso al tanto de todo lo que debía saber, y sobre todo de lo que debía callar.
    Don Perfecto se había casado unos años antes con una señorita muy fina de la capital y fruto de ese matrimonio era el pequeño Bosco que ahora no se encontraba en la casa al hallarse estudiando en un internado de los monjes capuchinos en Ciudad Real pero que regresaba en junio a La Pedralta hasta casi finales de septiembre.
    La inocente pregunta de la niña al interesarse por el paradero de la madre le valió el primer pescozón de la vieja criada.
    No vuelvas a mentar nunca más a esa harpía en esta casa le dijo, no si quieres quedarte trabajando aquí.
    La pequeña Engracia no volvió a preguntar más sobre eso pero poco a poco fue atando cabos y sus oídos siempre alerta fueron captando poco a poco retazos de conversaciones sueltas entre doña Juana y su hijo.
    A eso se unieron las maldiciones de la vieja criada cuando aireaban la habitación principal que al parecer había pertenecido al joven matrimonio. Esas maldiciones subían de tono especialmente al abrir los armarios y encontrarse con los elegantes vestidos y tocados que al parecer en su precipitada marcha no le dio tiempo a llevarse con ella.
    A los seis meses de llegar a la casa ya estaba al corriente de lo sucedido sin necesidad de preguntar a nadie.
    La esposa de don Perfecto llegó recién casada a La Pedralta, nueve meses más tarde alumbró al pequeño Bosco y seis meses después abandonó la casa dejando allí casi todas sus pertenencias incluido al niño que quedó al cuidado de su abuela y de la mujer que lo había amamantado desde su nacimiento.

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  3. Capi 4.
    Atiza los rescoldos de la lumbre Maximiliano al tiempo que se pregunta el porqué de ese regreso al pasado. Posiblemente sea como dice Engracia la cercanía de la muerte que los vuelve más sentimentales y al olvidar los acontecimientos recientes, retornan una y otra vez a su lejana juventud.
    Al mediodía precisamente ha recibido la visita de la vieja criada. Cada dos días se pasa por la casa de adobe a pesar de las regañinas que recibe por parte del hombre al que tanto duele verla todavía activa a sus años.
    De nada sirven sus argumentos conminándola a guardar un merecido descanso tras toda una vida trabajando sin respiro. Su respuesta siempre es la misma “Los dos han trabajado por igual y ahora que él está enfermo no permitirá que también esté abandonado”
    Mira la pequeña botella de cristal con el vino añejo en su interior y sonríe al recordar cómo la sacó de su refajo al tiempo que le dirigía un guiño cómplice.
    -Bébetelo todo, Maxi, el vino refuerza la sangre.
    -No deberías haberlo hecho Engracia, te buscarás un problema con doña Luz.
    -No le tengo miedo a esa zorra engreída y menos a estas alturas.
    El hombre no replica a su exabrupto y observa con sorpresa el nuevo envoltorio que aparece ante sus ojos como por ensalmo. Engracia desenvuelve el papel de estraza y le muestra orgullosa el reluciente trozo de tocino salado y una cuña bastante generosa de queso curado.
    -Guárdalo en la alacena y te lo vas comiendo despacio, no sé cuándo pueda traerte comida de nuevo, también conseguí un poco de pan aunque está mas duro que una piedra.
    -No debiste....las muchachas también me traen lo que pueden.
    -Es su obligación ¿quién les ha dado de comer todos estos años?
    -Son jóvenes y necesitan alimentarse para poder trabajar en buenas condiciones.
    -Mañana coceremos pan, todavía nos queda algo de harina, para la próxima quincena ya veremos qué hacer.
    Maximiliano se aventuró a acompañarla unos metros cuando abandonó la casa. Los últimos cuatro meses permaneció postrado en la cama y apenas lleva dos semanas caminando unos metros cada día sin perder el equilibrio.
    Un velo de tristeza empaña sus ojos al constatar los estragos que el paso de los años ha ocasionado en la mujer dura como el pedernal. Aun así todavía sus pasos son firmes aunque mucho más lentos que en el pasado.
    Sigue ocupándose de la casa con mano de hierro, mantiene la despensa cerrada bajo siete llaves sobre todo en los últimos tiempos en que la comida ha escaseado y conserva el respeto reverencial de todas las Hidalgo, desde la mayor, hasta la más pequeña de ellas.
    Lamenta los choques que de manera continuada mantiene con doña Luz y a los que siempre trató de poner remedio mediando entre ellas.
    “No te molestes Maxi, entre esta haragana pretenciosa y yo, jamás puede haber entendimiento de ninguna clase “
    Y así ha sido durante gran parte de su vida. La muerte de doña Josefina hundió a Engracia en la más absoluta oscuridad y acrecentó el odio visceral que ya sentía anteriormente por su hermana Luz.
    Odio que trataba de ocultar ante doña Josefina para no verla sufrir pero que a la muerte de ésta salió a la superficie como un torrente de agua incontrolado.
    Él muchas veces la tachaba de injusta porque ella no era responsable de la muerte de su hermana. Trataba de hacerla entrar en razón por el bien de todos los habitantes de la casa, especialmente por las niñas que por aquel entonces aún eran pequeñas sobre todo Mariana que contaba con cinco años de edad.
    Cuando llegó doña Luz a La Pedralta unos días antes de alumbrar su hermana Josefina a la mayor de sus hijas. Los aires de superioridad que se gastaba la hermana de la señora les parecieron hasta divertidos. Fue pasado el tiempo y en vista de que no pensaba marcharse cuando el divertimento pasó a convertirse en otra cosa bien diferente.

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  4. Capi 4.
    Don Bosco había permanecido estudiando fuera de allí hasta los veinticuatro años. En principio parecía que su vida la realizaría lejos de la finca familiar dedicado exclusivamente al oficio para el que se había preparado.
    Tras largos años de estudio quemándose las pestañas entre tanto libro como le reprochaba cariñosamente Engracia. Don Bosco permanecía en Ciudad Real la mayor parte del año atendiendo sus múltiples obligaciones como Registrador de la Propiedad.
    No sentía el joven la tierra de igual forma que lo hacía su padre y para él La Pedralta no significaba su principal fuente de sustento. Le gustaba ir a pasar unos días porque era su casa pero era un hombre más de ciudad que de campo.
    Era don Bosco un hombre de una exquisita educación y una gran sensibilidad. Interminables eran las discusiones que mantenía con su padre sobre las condiciones de trabajo de los empleados de la finca en las que siempre conminaba a su progenitor para que introdujese mejoras en esas condiciones y se les diera un trato más humano.
    No era don Perfecto un ogro ni nada que se le pareciera pero la educación recibida por parte de su madre y las condiciones más duras en las que le tocó vivir hicieron de él un hombre duro. Dureza acentuada por el abandono de su mujer y que le convirtió en un amargado que volcaba todas sus energías en el trabajo.
    Escuchaba a su hijo sabiendo en el fondo que le asistía la razón y admirando su extraordinaria bondad. Desde que murió su madre él era la única familia que tenía y amaba a su hijo con una fuerza tal que a veces le producía temor.
    Corría el año 1862 cuando un eufórico Bosco les anunció durante la tradicional cena de Noche Buena que pensaba contraer matrimonio la próxima primavera con una señorita de buena familia a la que llevaba cortejando un tiempo y que finalmente había consentido en ser su esposa.
    Los asistentes a la cena se le quedaron mirando con una mezcla de incredulidad y regocijo encabezados por su padre.
    Hacía ya muchos años que se sentaban todos a la mesa en esa fecha tan señalada a iniciativa de don Bosco. Se negaba el joven a cenar solo con su padre esa noche desde el fallecimiento de su abuela y así fue como se unieron a ellos Maximiliano y Eleuterio que ya eran dos hombres hechos y derechos y que eran los únicos junto a Engracia que trabajaban y vivían en La Pedralta de forma permanente.
    Engracia se paró en seco al escuchar sus palabras con la fuente de barro en sus manos conteniendo el exquisito asado de Noche Buena. Se recuperó de la impresión y siguió sirviendo los platos aunque no le pasó desapercibida la mirada que le dirigió don Perfecto.
    -¿Y quién es ella, hijo?
    -Se llama Josefina Covaleda Frías y pertenece a una respetable familia de Ciudad Real, espero que a la pedida de mano tenga a bien acompañarme, padre.
    -Por supuesto hijo mío, cuenta con ello.
    Nada más se habló del tema durante la cena y el silencio pareció instalarse sobre ese particular sin que nadie osara formular la más mínima pregunta.
    Fue algo más tarde cuando don Bosco, Maximiliano y Eleuterio salieron a la fría noche de diciembre como hacían todas las Noches Buenas armados con sus zambombas y desgañitándose cantando villancicos cuando don Perfecto al fin se dignó hablar.
    -Deja eso Engracia, siéntate aquí conmigo.
    Ella se secó las manos en su inseparable delantal a regañadientes y tomó asiento junto a don Perfecto en la gran mesa de madera rústica que ya había despejado por completo al término de la cena.
    -¿No tienes nada que decir sobre lo de Bosco?.
    -¿Qué puedo decir.....? Desear que tenga suerte, nada más.
    -Tengo miedo por él, Engracia,a veces sueño que la historia se repite.
    -No tiene porqué, se merece como poco una persona a su lado tan buena como lo es él.

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  5. Capi 6.
    Efectivamente, la prometida de Bosco pertenecía a una de esas familias de rancio abolengo a las que pareciera que había que rendir honores por el simple hecho de aspirar a la mano de una de sus hijas.
    Ante el empeño de Bosco y don Perfecto para que los acompañase a Ciudad Real el día de la pedida de mano. Engracia no tuvo más remedio que rebuscar en los armarios para ver si encontraba alguna prenda un poco decente con la que ir vestida.
    Finalmente encontró un vestido que perteneció a doña Juana y que no era otro que el vestido que mandó que le confeccionaran con motivo de la boda de don Perfecto.
    Era el único de color que tenía la señora en su guardarropa ya que durante casi toda su vida vistió de negro en calidad de viuda. Pero el día de la boda de su único hijo lució un precioso vestido en color gris acero encargado al taller de la mejor modista de Ciudad Real con unos ribetes de cristal tallado en el escote y el borde de las mangas que le daban vistosidad a la prenda.
    Cuando esa misma noche se presentó ante don Perfecto con el vestido en sus manos y con la idea de recabar su opinión respecto al hecho de tomarlo prestado. Don Perfecto lo reconoció de inmediato y no pudo reprimir la risa al ver la cara de circunstancias de Engracia.
    -Verá.....he pensado que ya que se han empeñado en que les acompañe “que no sé qué pinto yo allí”......
    -Formas parte de nuestra familia Engracia ¿te parece poco todo lo que haces por nosotros?
    -Simplemente cumplo con mi obligación don Perfecto.
    -No...haces mucho más y tanto mi hijo como yo queremos que estés a nuestro lado.
    -¿Y cómo piensan presentarme ante gente tan fina?
    -Tú eres la gobernanta de esta casa y como tal asistirás a la pedida de mano y a la boda.
    Ante la imposibilidad de eludir el compromiso y comprendiendo que ellos dos se sentirían muy solos. Engracia le preguntó si le parecía bien que se ajustase el vestido de su madre para ese día antes de que se lo comiera la polilla.
    Su contestación fue la de siempre, lo que ella decidiera le parecería a él bien y no tardó en ponerse manos a la obra aprovechando las noches en las que la tranquilidad reinaba en la casa para a la luz del candil ir quitando los pequeños cristalitos de los bordes e ir depositándolos uno a uno en un pequeño recipiente de loza.
    El vestido le quedaba ancho porque doña Juana era una mujer de gran corpulencia y al menos un palmo más alta que ella. Los adornos tampoco le parecían apropiados para una mujer humilde como ella y guardó un trocito de tela para hacerle un encargo a Bosco aprovechando su próxima visita a la casa.
    Quiero que me busques en alguna mercería cuatro palmos de cinta de raso en el mismo color que esta tela que te voy a dar le dijo al flamante Registrador de la Propiedad que la miraba como si se hubiera vuelto loca.
    -Pero..Engracia, eso es cosa de mujeres ¿cómo quieres que vaya yo a hacerte ese encargo?
    -Escúchame jovencito, he perdido la cuenta de los mocos que te he limpiado a lo largo de mi vida, no creo que te metan en la cárcel por cumplir un encargo como este.
    Argumentos que lo convencieron como todos los que ella le presentaba desde siempre. A pesar de ser tan sólo cuatro años mayor que él,a veces la sentía como si fuese su madre y se veía incapaz de llevarle la contraría.
    A la semana siguiente regresó con el encargo y le mostró orgulloso la bonita cinta de raso que consiguió no sin pasar ciertos sofocos por lo poco habitual que era ver a un hombre cumpliendo menesteres propios de mujeres.
    Pero allí estaba el encargo que no tardó mucho tiempo en adornar el escote y las mangas del vestido en el mismo lugar donde antes lucían los llamativos cristalitos.
    Ante el espejo de la habitación principal, Engracia se miraba una y otra vez incrédula por el resultado de más de una semana de trabajo. El vestido le quedaba como un guante y resaltaba su bonito cuerpo que ella mantenía siempre oculto.

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  6. Capi 7.
    Pero hoy esa figura que apenas se dejaba vislumbrar bajo sus ropas oscuras y holgadas se había convertido al enfundarse el vestido de doña Juana en una figura armoniosa, de líneas depuradas y perfectamente delimitadas.
    El arreglo del vestido también consistió en quitar vuelo a la amplia falda para hacerla más discreta y el resultado satisfactorio que le devuelve el espejo refleja bien a las claras que ha conseguido su objetivo.
    Busca en uno de los baúles alguna prenda para poner sobre sus hombros ya que la boda será a finales de primavera y el tiempo puede jugarles una mala pasada. A veces casi hasta finales de Mayo suele sorprenderles algunas de las inesperadas tormentas tan habituales por aquellos lares y que traen acarreado un frío muy parecido al del invierno.
    Encuentra un chal de seda negra adamascada que don Perfecto le trajo como recuerdo de su viaje de novios a París y que doña Juana nunca usó no fuera a traerle mal fario como gustaba decir por si lo había elegido la que fue su nuera.
    Lo pone sobre sus hombros y comprueba que el resultado es de su agrado. Ese día pedirá a Gertrudis que la peine con uno de esos moños que tan bien se le dan a la muchacha y ruega mentalmente para que todo transcurra bien y a la mayor brevedad a ser posible.
    Se desprende del elegante vestido y lo coloca cuidadosamente sobre la cama de la habitación principal junto al chal al que más tarde dará un repaso con la plancha de hierro.
    También se quita las botas que Bosco le trajo unas semanas antes y no puede evitar sonreír al pensar en el rato que debió pasar buscando unos zapatos de mujer del número treinta y cinco.
    Eran unos zapatos negros abotinados con unos cuatro centímetros de tacón y que le llegaban más arriba del tobillo donde se abrochaban con tres botones en uno de los lados.
    El día que Bosco le preguntó si ya tenía preparada su ropa, Engracia lo tranquilizó asegurándole que se quedaría boquiabierto cuando la viera tan elegante aunque tenía un pequeño problema.
    -¿Qué problema es ese, Engracia?.
    -Verás...no tengo zapatos, he estado probándome algunos de doña Juana pero en uno de ellos puedo meter yo los dos pies.
    Consiguió arrancarle la risa y al mismo tiempo escandalizarlo por si le daba por presentarse con unos zapatos que fuese perdiendo al caminar.
    -Deberías acompañarme a Ciudad Real, allí puedes comprar todo lo que necesites, te lo regalo yo.
    -¿Ir a la capital?, ni lo sueñes.
    -Pero mujer...necesitas calzado.
    -Cómprame tú unos en alguna zapatería y asunto arreglado.
    Ni se molestó en poner ningún tipo de objeción a su propuesta ya que tenía la certeza de discutir en balde y se limitó a visitar varias zapaterías hasta encontrar los botines que le parecieron más bonitos y que por cierto hicieron que se iluminara su mirada cuando los vio.
    Pocas cosas conseguían conmoverla y los bienes materiales la dejaban indiferente. Pero al probarse los botines y abrocharlos ciñendo sus tobillos, sus ojos le dedicaron una mirada llena de gratitud.
    Comenzó a caminar por la enorme cocina que hacía las veces de comedor y aunque al principio los tacones le daban inseguridad, pronto les cogió el tranquillo y el contoneo de su cuerpo y su pose afectada provocaron una incontenible hilaridad en el joven Bosco.
    Hilaridad que se contagió a don Perfecto que en ese momento hacía su entrada y se encontró con el espectáculo.
    -¡Dios mío! Pareces otra Engracia.
    La mujer se paró en seco y decidió poner punto y final a la exhibición abandonando la estancia con un fingido ataque de amor propio aunque a su espalda las risas continuaron cada vez más fuertes.
    Y por fin llegó el día de la boda que contrariamente a las previsiones catastróficas de Engracia, amaneció radiante y luminoso como preludio de felicidad para el nuevo matrimonio.
    La ceremonia fue oficiada por dos sacerdotes en la catedral y a ella asistieron una ristra de hombres y mujeres perfectamente emperifolladas que la dejaron con la boca abierta.

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  7. Capi 8.
    Tras la ceremonia religiosa se trasladaron junto al nuevo matrimonio todos los invitados a la boda. El convite se celebró en los jardines de la casa familiar de los padres de ellas y la observadora Engracia llegó a dos conclusiones inapelables.
    La primera fue que mucha ceremonia, mucha pompa y boato, pero perras, pocas.
    La segunda y más importante fue la buena impresión que le causó la esposa de Bosco. Un ángel rubio llena de ternura y bondad que al igual que le sucedía a él, no podían ocultar la dulzura que llevaban en su interior.
    La familia le gustó entre poco y nada. La madre y las tías eran unas remilgadas de mucho cuidado, sensación acrecentada cuando el día anterior a la boda y antes de la cena previa a la pedida de mano. Doña Luisa Frías le indicó a Engracia que en su calidad de empleada debería cenar en la cocina como correspondía.
    No permitió ni a don Perfecto ni a Bosco que expresaran ningún tipo de protesta y se dirigió a cenar a la vieja cocina de la casa que aunque habían tratado de hacer un lavado de cara en los días previos a la boda, se notaba claramente que conoció tiempos mejores.
    No participó con las demás criadas del servicio de la cena en el comedor principal y permaneció cenando en silencio en la cocina teniendo buen cuidado de no mancharse su flamante vestido gris y admirando todavía deslumbrada sus preciosos botines de tacón.
    Al término de la pedida de mano se dirigió junto a don Perfecto y Bosco hasta la casa que tres años antes había adquirido para su hijo en pleno centro de la ciudad.
    Era un edificio de sólida piedra gris repartida en dos plantas con grandes ventanales a la calle y allí sería donde el nuevo matrimonio comenzaría su vida en común.
    Sabía Engracia que tanto el padre como el hijo estaban tremendamente avergonzados con el comportamiento de doña Luisa y la incomodidad se reflejaba claramente en sus rostros y en su comportamiento.
    Se sientan los tres en el espacioso comedor y permanecen en silencio durante unos interminables minutos interrumpidos por don Perfecto que se levanta y se dirige hasta el mueble donde su hijo tiene los licores.
    -Vamos a brindar nosotros con una copita de vino dulce, ¿te apetece Engracia?
    Ella asiente con la cabeza y lamenta la desagradable situación creada durante la cena y que sabe el daño que ha causado, sobre todo a Bosco.
    Conociéndolo como lo conoce, sabe que está molesto y al mismo tiempo con una gran impotencia ¿qué hacer en una situación semejante?
    -Lo siento mucho Engracia, esta noche me he sentido profundamente avergonzado por la actitud de mi suegra, espero que me perdones.
    -Yo nada tengo que perdonarte a ti, es más, no tienes porqué avergonzarte de algo a lo que tú eres ajeno.
    -No lo somos Engracia, ni Bosco ni yo debimos permitir que se te tratase de la forma en que lo hicieron.
    Engracia mira sorpendida a don Perfecto que en ese momento se acerca con una copa de delicado cristal tallado con un ribete dorado que lanza destellos en todas direcciones. Pone la copa en su mano y la llena hasta la mitad.
    -Bébelo, no ha estado bien nuestro comportamiento, de ninguna manera lo ha sido.
    -¿Hubiera preferido enfrentarse a la señora un día antes de la boda?
    -No hablo de enfrentamiento, pero me callé de manera cobarde y tú no mereces eso.
    -Soy una simple criada don Perfecto, no lo olvide.
    Bosco también acepta la copa que le ofrece su padre y bebe en silencio meditando sobre lo que quiere preguntar a la fiel criada. Tampoco él está de acuerdo con el comportamiento de su suegra pero esperará hasta después de la boda para tomar junto a Josefina las riendas de sus vidas.
    -¿Qué te ha parecido la familia de mi futura esposa, Engracia? y quiero la verdad.
    -La verdad......¿qué verdad?

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  8. Capi 9.
    -La verdad Engracia, la impresión que te han causado.
    Don Perfecto la observa expectante a la espera de que se pronuncie y aunque él ya tiene una opinión formada no quiere interferir en la de ella.
    Más de veinte años en su casa a donde llego siendo prácticamente una niña han hecho que sienta por ella un afecto fraternal. Pero más allá de eso sabe perfectamente la fidelidad que les guarda y tiene muy en cuenta su opinión casi siempre acertada.
    Por ese motivo escucha sin parpadear su exposición en la que no hay lugar para el disimulo. Es lo que realmente ha percibido y sentido, lo que sale por su boca.
    “En primer lugar quiero decir que me extraña que pidas mi opinión, Bosco. Sabes perfectamente que no soy mujer que adorne las cosas y puedo resultar sangrante.
    Pero una vez que quieres que te diga lo que pienso, pues ahí va. Pueden tener apellidos ilustres, pertenecer a la alta sociedad y todas esas cosas que al parecer son tan importantes en el círculo en el que se mueve esta gente.
    Todo eso puede ser cierto pero la realidad es otra bien distinta. No tienen dónde caerse muertos y tratan de disimularlo desesperadamente.
    No tienen dinero, tan sólo tienen esa casona que en realidad amenaza ruina y nada más. Se sienten superiores a ti pero se guardarán muy mucho de hacértelo ver. A tu padre lo consideran un destripaterrones que no está a la altura de sus altas expectativas pero que tiene algo que ellos necesitan, dinero.
    No quiero meter cizaña, nada más lejos de mi intención, Bosco. Pero una vez dicho esto, también te digo que una vez casado te desvincules de esas sanguijuelas.
    La señorita Josefina me ha causado una impresión magnífica, creo que seréis muy felices.
    El silencio parece hacerse más denso entre los tres cuando Engracia termina su exposición. Sin embargo saben que ha dado en el clavo en todas cada una de sus opiniones.
    Sospechó Bosco que su futura familia política no tenía más que fachada cuando le pidió a Josefina poder hablar con sus padres para que autorizasen su boda. Las exigencias de su madre le parecieron desproporcionadas y pudo comprobar que el padre era tan sólo un convidado de piedra en aquella casa.
    Viejo y enfermo. Don Fernando Covaleda se limitaba a asentir a las proposiciones de su esposa que cada vez le parecían más indignantes al pretendiente que asistía atónito a las pretensiones económicas de la buena señora.
    Más de una vez estuvo tentado durante el transcurso de la conversación de levantarse y abandonar la reunión cortando por lo sano una situación que le parecía surrealista totalmente.
    Doña Luisa Frías enumeró durante largo rato las condiciones que debía cumplir si quería convertirse en su yerno.
    En primer lugar exigió que el novio debía hacerse cargo de todos los gastos, absolutamente todos los gastos que acarrease la celebración del matrimonio.
    Por supuesto también sería él quien tendría que procurar el hogar familiar totalmente equipado con las condiciones a las que su hija estaba acostumbrada.
    Finalmente solicitó que se hiciese cargo del gasto del ajuar de la novia que sería encargado a una prestigiosa firma de la capital.
    No le gustó en absoluto la forma en que se conducía la madre de su prometida y comprendió que si quería casarse con Josefina tendría que hacer frente a un importante desembolso económico.
    Sólo el amor que le tenía a la dulce joven impidió que abandonase la reunión en la que una pretenciosa mujer venida a menos le exigía el cumplimiento de algo que por lógica le correspondería a ellos.
    Quince días antes de la boda le llegó la factura del ajuar de su prometida y casi se cae de la silla a causa de la impresión recibida.


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  9. CAPI 10.
    La factura incluía ropa de cama y de baño de la mejor calidad. Ropa interior femenina, enaguas y camisones.
    Tres vestidos de verano y tres de invierno. Zapatos y bolsos, sombreros y tocados junto al vestido de novia de Josefina.
    En otro apartado venían dos vestidos de ceremonia para doña Luisa, el traje de padrino de don Fernando y otros tres vestidos acompañados de sus respectivos tocados y zapatos para la señorita Luz, hermana de Josefina.
    El importe de la factura sobrepasaba con mucho el presupuesto de Bosco y lo sumió en una difícil situación. Tuvo la impresión de haber sido atracado y lo que era más grave, se habían burlado de él tomándolo por un completo imbécil.
    Comprobó que Josefina era ajena a las sucias maniobras de su madre y tomó la decisión de seguir adelante con el compromiso que había adquirido con ella.
    Se sinceró con su padre al que no le quedó más remedio que acudir para que saliese en su auxilio y hacer frente a los desorbitados gastos. Se mostró avergonzado y por primera vez en su vida sintió la mordedura del rencor y la cólera.
    Encontró comprensión en don Perfecto que hubiera dado la vida por su hijo aunque sin perder de vista que su pobre muchacho había puesto el huevo en la cesta equivocada como le gustaba decir a su difunta madre.
    Entre los dos liquidaron la cuenta con la casa de modas y al mirarse después de haber hecho el desembolso, no pudieron por menos que romper a reír aunque en el fondo se sintieran como dos auténticos primos.
    Todo eso lo ignoraba Engracia ya que Bosco tenía la seguridad que de haberse enterado antes hubiera sido capaz de desbaratar la boda.
    Tanto trabajar en condiciones duras, luchando contra las condiciones adversas de los fenómenos meteorológicos y enterrados prácticamente en la tierra que les da su sustento para que viniera una señorona y les pegara el sablazo de su vida haciendo que desapareciesen todos sus ahorros.
    Llegan los dos al acuerdo de ocultarle esta circunstancia a la fiel criada aunque si le dieron la razón cuando la noche antes de la boda les expuso en toda su crudeza lo que ella opinaba y que ellos ya sabían de antemano.
    La invitación posterior a la ceremonia religiosa si contó con la presencia de Engracia entre los invitados. Seguro ya Bosco de que nada podía impedir la nueva situación derivada al contraer matrimonio con Josefina, se enfrentó a doña Luisa por primera vez.
    Lo abordó de manera discreta haciendo un aparte con él en un apartado rincón del jardín y cuidándose mucho de que el resto de invitados los escuchasen.
    -Perdóneme Bosco...pero esa criada de ustedes se ha negado a abandonar la invitación cuando así se lo he requerido.
    -Me tendrá que perdonar usted a mí doña Luisa, Engracia se limita a cumplir mis recomendaciones.
    -¿Qué recomendaciones son esas?
    -Muy sencillas, yo le pedí encarecidamente que permaneciera aquí como la invitada que es.
    -Esto es humillante, no saben dar su lugar a la servidumbre y me discúlpara pero en mi casa mando yo.
    -Y en mi vida lo hago yo, señora.
    -Es usted un grosero al que no pienso tolerar una sola impertinencia más.
    -¿Y qué piensa hacer....acaso va a comunicar a sus distinguidos invitados que no pueden hacer frente ni siquiera al convite de la boda de su hija?.
    El modo cortante en el que su flamante yerno se dirige a ella y la severa mirada de advertencia que éste le lanza rebosado ya con creces el vaso de su paciencia, consiguen lo que parecía imposible.
    Doña Luisa Frías se retira de su lado con la cabeza alta en señal de dignidad luciendo el carísimo vestido de seda rosa que él se vio obligado a pagar.

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  10. Capi 11.
    Una secreta alegría inundó internamente a la humilde Engracia al contemplar la defensa que de su persona hizo Bosco frente a doña Luisa. Toda su vida dedicada a ellos bien merecía esa defensa aunque se tratase de una simple sirvienta.
    No se inmutó cuando la señora pasó a su lado dedicándole una mirada venenosa y despectiva, al contrario, se afanó en probar los deliciosos aperitivos servidos por el mejor restaurador de la ciudad e incluso se atrevió con un vino espumoso que le sabía a gloria y que al parecer procedía del mismísimo París.
    Por un día logró convertirse en la princesa que nunca fue, ni sería. Sujetando con su mano la pequeña cola de su vestido gris paseó altiva tratando de mantener el equilibrio sobre sus flamantes tacones al tiempo que departía con algunos invitados que ignoraban totalmente su condición de criada.
    Los recién casados comenzaron su nueva vida en la casa de Ciudad Real pero todos los fines de semana sin excepción se trasladaban a La pedralta para disfrutar de sus hermosas vistas y la tranquilidad que se respiraba en todos y cada uno de los rincones de la enorme propiedad.
    En esos primeros meses descubrió Engracia a la mujer que era Josefina, cierto que era muy joven y esa juventud se reflejaba en muchos de sus actos.
    Sin embargo la nueva señora era dulce y compasiva. Se preocupaba especialmente por don Perfecto que por entonces comenzó a sufrir los primeros síntomas de la enfermedad que le llevaría un año más tarde a la muerte.
    Por Engracia sentía un respeto y un afecto que conmovieron profundamente a la criada ganándose inmediatamente su cariño incondicional.
    No se explicaba la joven señora de dónde sacaba la energía para llevar una casa tan grande. Tenerlo todo a punto a cualquier hora del día, preparar la comida para ellos y para los mozos que trabajaban allí de forma permanente y nunca un gesto de cansancio o de hastío.
    Engracia por su parte podía comprobar la felicidad permanente del joven matrimonio y sus miradas cómplices que no podían disimular por mucho que lo intentasen.
    Felicidad tan sólo ensombrecida por la enfermedad de don Perfecto, el hombre fuerte y trabajador que siempre habían conocido languidecía lentamente ante sus ojos sin que pudieran hacer nada por evitarlo.
    Cuatro meses después de la boda, Josefina descubrió que estaba embarazada y buscó a Engracia para comunicarle una noticia que ni siquiera había confiado a su propio marido.
    A sus padres y a su hermana tampoco les había hecho partícipes de la buena nueva. La relaciones con ellos se habían enfriado de manera notable a raíz de su boda sin que ella supiera muy bien a qué era debido.
    Comprobó horrorizada que su madre detestaba a su marido, así se lo había hecho notar en las escasas ocasiones en las que se dignó visitarla en su nueva casa y siempre la visita era por un motivo muy concreto, solicitarle dinero.
    Las primeras veces accedió a darle ese dinero sin contar con la aprobación de Bosco. Lo hizo a escondidas hasta que fue descubierta por su marido y la bronca fue monumental entre ellos.
    Comprobar por parte de Bosco que su suegra presionaba a su mujer para sacarle dinero y que ésta a
    su vez se lo ocultaba a él para evitar conflictos fue el detonante de la primera discusión entre el reciente matrimonio.
    Supo la cándida Josefina esa noche que su marido también podía sacar su fuerte carácter en un momento dado. Cuando le preguntó el destino del dinero que faltaba en la caja de gastos de la casa y su mujer se limitó a bajar la cabeza claramente avergonzada, entonces surgió la chispa que encendió la llama de la discusión.
    -¿Ha venido tu madre a pedirte dinero?
    -Sí....no te enfades Bosco, por favor.....
    -¿Por qué no me lo comunicaste?
    -No se...me dio vergüenza.

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  11. Capi 12.
    A pesar de mostrarle una furia que desconocía hasta ese momento en su marido. Josefina escuchó los reproches de Bosco sin levantar en ningún momento la cabeza.
    Era joven e ignoraba muchas cosas de la vida, por supuesto que tampoco tenía conocimiento alguno de las maniobras de su madre respecto a la forma en que consiguió su ajuar y realizar una boda que no estaba al alcance de sus posibilidades económicas.
    La joven Josefina no era desconocedora de la precaria situación que se vivía en su casa. Los vestidos, tanto de Luz como los que ella vestía eran casi todos heredados de sus primas.
    Las criadas no duraban al servicio de la casa más de un mes cuando comprendían que no solo no cobrarían su sueldo sino que pasaban más hambre que en sus propios hogares.
    Los bienes heredados por sus padres habían sido vendidos unos tras otros para mantener el buen nombre de la familia hasta perderlo absolutamente todo.
    Doña Luisa últimamente pedía ayuda a sus hermanas que ya estaban hartas de engañar a sus esposos y una de ellas se ganó una soberana paliza de su marido cuando descubrió que le sisaba dinero a sus espaldas.
    A pesar de ser dos jóvenes casaderas de buena presencia y prestigiosa familia. Tanto Luz, la mayor, como Josefina la más , no tenían pretendientes a la puerta de su casa esperando a solicitar su mano.
    Era una ciudad pequeña, de provincias, y todo se sabía de una manera o de otrahasta ser del dominio público la situación de ruina en la que se encontraban los Covaleda- Frías.
    Por lo tanto los planes de doña Luisa que fantaseaba con casar a sus hijas con herederos de grandes fortunas que los sacara de la situación en la que se hallaban inmersos fueron fracasando, uno tras otro.
    Enterada de las pretensiones de don Bosco Hidalgo respecto a su hija más joven. Doña Luisa se encargó de recabar información con todas las armas a su alcance.
    Se puso al corriente de los antecedentes familiares y sobre todo de la cuantía de su fortuna. No era la familia con la que ella había soñado y tampoco eran ricos a la altura de sus expectativas.
    Tenían una gran finca dedicada a fines agrícolas y ganaderos que les permitía vivir holgadamente pero sin grandes dispendios.
    Tampoco el origen de su familia era de su agrado. Se remontaba a mediados del siglo pasado cuando un jornalero bastante emprendedor contrajo matrimonio con una viuda ya algo madura que a su muerte le dejó en herencia la propiedad de La Pedralta.
    Ese hombre era el bisabuelo de su futuro yerno y si esperaba encontrar lustre en sus antepasados se encontró con la cruda realidad.
    Pero ella sabía que no encontraría a nadie mejor para su hija y consintió con la esperanza de que deslumbrado por emparentar con semejante familia, sería una arcilla fácilmente moldeable en sus manos.
    Se equivocó totalmente. Bosco Hidalgo no tenía nada de tonto y superada la primera cornada que su suegra le asestó a traición, las demás se las vio venir y se preparó para burlarlas.
    No quiso herir más a su mujer en el fragor de la discusión y le evitó los detalles más sórdidos respecto al comportamiento de su madre. Estaba convencido del egoísmo de su suegra y prefirió poner distancia entre ellos.
    De momento ordenó a Josefina que se trasladase a vivir al campo aprovechando el buen tiempo. El verano estaba siendo muy caluroso y sería más llevadero en la finca.
    Ella no puso objeción alguna. Estaba totalmente enamorada de su marido y tenía la plena convicción de que al final su madre conseguiría meterla en un lío.
    Y la vida cotidiana en La Pedralta se le antojó como una aventura maravillosa. Los deliciosos y abundantes guisos de Engracia le hicieron temer por su figura, pero por otra parte aprendió a disfrutar de algunos alimentos que hacía años que no pasaban por la mesa de la casa familiar de los Covaleda.

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  12. Capi 13.
    Una tarde de finales del mes de julio recibió Bosco en su despacho la furibunda visita de su suegra.
    Hacía ya más de un mes que Josefina se había trasladado a vivir al campo y ante la ausencia de noticias desde que pasó a despedirse de ellos, la buena señora decidió ir a pedir explicaciones al marido de su hija.
    No se había olvidado todavía de la encerrona de que fue objeto por parte de la mujer que ahora tiene frente a él con la misma arrogancia que mostró el día que la conoció.
    Si en ese momento se aprovechó de su buena fe, ahora el caso es totalmente distinto. Ya sabe con quién está tratando, conoce el percal que diría Engracia y lo que es más importante, no le debe nada y así se lo piensa decir.
    -Sé que hemos tenido nuestras diferencias señor Hidalgo..pero creo que es hora de hablar claramente, hace ya más de un mes que no he tenido noticias de mi hija.
    -¿No fue a despedirse de ustedes? Tengo entendido que así lo hizo.
    -Lo hizo, sí, pero no es esa la cuestión, Josefina no está acostumbrada a vivir en ese ambiente en el que usted la está obligando a hacerlo.
    -Perdóneme señora, yo no la obligo a nada que ella no quiera, en el campo está perfectamente.
    -Insisto, mi hija está habituada a otro tipo de vida, más digamos ….refinado.
    -No me haga reír doña Luisa, los dos sabemos cual es el problema.
    El rubor hace acto de presencia en el rostro de la mujer, un leve sonrojo que le da muestra de la desesperación en que se halla inmersa.
    -Seamos claros señora ¿qué quiere?
    -Quiero ver a mi hija, eso quiero.
    -¿Y qué se lo impide?, las puertas de mi casa están abiertas.
    -Tendría que desplazarme para poder hacerlo.
    -La finca se encuentra bastante cerca, no creo que sea ese el problema.
    Se da por vencida ya que sabe perfectamente que a su yerno no le va a sacar un real. Tampoco quiere a pesar de su desesperada situación arrastrarse por el suelo y darle el gusto de mostrarle sus miserias que son muchas.
    Lo considera poca cosa, el hijo de un zafio terrateniente que trabaja codo con codo junto a sus jornaleros arañando la tierra.
    Abandona el despacho ignorando que será la última vez que se encuentren frente a frente.
    Nunca se dignó visitar el lugar en el que su hija se encontraba viviendo, primero por indicación de su marido y más tarde por voluntad propia.
    Habló con su marido y juntos llegaron a la conclusión de la imposibilidad de conservar la gran casa familiar, no podían hacer frente a los gastos que ocasionaba y muchos días no tenían nada que echarse a la boca.
    Se pusieron en contacto con una de las hermanas de don Fernando que era la superiora de una orden religiosa en Córdoba y cedieron la casa a la orden a cambio de vivir en el convento hasta sus últimos días.
    La señorita Luz, heredera del carácter fuerte y orgulloso de su madre fue acogida por una de sus tías a cambio de hacerle compañía. Los pretendientes brillaban por su ausencia y la espera se le hacía insoportable.
    Tenía la impresión de estar malgastando inútilmente su juventud y veía marchitarse su frescura y su belleza al lado de su gruñona e impertinente tía que la trataba como si fuera una criada.
    Contaba los días y las horas fantaseando con un príncipe azul que nunca llegaba y en su interior comenzó a anidar un rencor que envenenaba sus noches convirtiéndolas en un rosario de reproches, quejas y lamentos.
    En los primeros días de febrero del año siguiente y en medio de una intensa nevada. Josefina alumbró a su primera hija ayudada por una nerviosa pero resuelta Engracia que recibió en sus manos a la criatura y que desde el primer momento al estrecharla contra su pecho supo que la querría como si hubiese nacido de su propio vientre.

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  13. Capi 14.
    Unos días antes había llegado a la casa la señorita Luz con el pretexto de estar al lado de su hermana en el momento del alumbramiento. En el transcurso de los meses anteriores se había dedicado a enviarle misivas a Josefina en las que la ponía al corriente del infierno que estaba viviendo en casa de su tía.
    Se quejaba la joven del trato discriminatorio que según su criterio recibía injustamente por parte de la hermana de su madre y lo sola que se sentía lejos de sus padres y de su única hermana.
    Josefina no podía por menos que sentir cierta lástima por su hermana mayor y una noche le comunicó a Bosco su deseo de que estuviese a su lado cuando la criatura naciese.
    No pudo negarse a su petición y aceptó el envío de una invitación para que la hermana de su mujer pasara una temporada con ellos.
    La señorita Luz llegó a La Pedralta el día primero de febrero cuando los primeros copos de una inminente nevada comenzaban a caer sobre las tierras recién sembradas. El frío era intenso y los días cortos y oscuros, algo que la impresionó vivamente provocándole la sensación de llegar a un lugar inhóspito y triste.
    Llegó en un coche tirado por dos caballos que alquiló en la ciudad y en tanto el conductor del coche se encargaba de bajar los numerosos baúles que traía consigo. Ella susurró al oído de su hermana que por favor le prestase el dinero para pagar lo acordado al hombre que la había llevado hasta allí.
    Había abandonado la casa de su tía entre interminables reproches y enumerando las incontables ofensas de que había sido objeto según ella, de manera totalmente injusta.
    Tenía la firme intención de no volver a poner un pie en esa casa y no le importó volar todos los puentes a su espalda.
    Ahora ya tenía un nuevo hogar que en justicia creía que le correspondía y pensaba que su hermana no tendría el valor necesario para ponerla de patitas en la calle, no tenía más amparo que el que ella pudiese ofrecerle y la conocía lo suficiente para saber que jamás le haría algo semejante.
    Todo lo que poseía en su vida lo llevaba en los pesados baúles que Maximiliano y Eleuterio se encargaron de subir a la planta superior de la casa seguidos de cerca por ella que les indicaba que tuviesen cuidado con sus pertenencias.
    Las primeras quejas vinieron por el hecho de ser desterrada a la planta de arriba. En la planta baja se encontraban los dormitorios de don Perfecto junto al de Bosco y Josefina.
    En la planta alta contaban con cuatro dormitorios amplios y soleados además del pequeño cuarto de Engracia, una habitación que era más bien una buhardilla y que ocupaba desde que llegó a la casa hacía ya más de veinte años.
    El hecho de compartir espacio con el servicio le resultó a la recién llegada un insulto a su condición de hermana de la señora de la casa y no tardó comunicárselo Josefina que en esos momentos trataba de acomodarse en un sillón de madera bastante molesta ya ante la inminencia del parto.
    -Hermana...no es por molestar, nada más lejos de mi intención pero no considero apropiado compartir la planta de arriba con la servidumbre.
    Josefina guardó silencio ante la insensibilidad de su hermana y sin ánimo ni ganas de discutir con ella. Una carta de su tía días antes de la llegada de Luz ya le advertía de las exigencias que se gastaba y la ponía sobre aviso para que evitase en lo posible los roces con su marido que no tenía dudas de que se producirían en cuanto ella pusiera un pie en su casa.
    Ella se había sentido en la obligación moral de acogerla en su casa dada la precaria situación en la que se hallaba. No había recibido a cambio nada más que ingratitud y la prevenía para que estuviese alerta y no permitiese que su presencia perjudicase la relación con su marido.
    A pesar de no encontrarse demasiado bien y no tener ganas de discutir. La siempre dulce Josefina no pudo por menos que replicar a su hermana ante la sarta de insensateces que salían por su boca.
    -Luz, Engracia es un miembro más de esta familia, te agradecería que de ahora en adelante la trates con deferencia y respeto.

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  14. 15.
    Calló ante la recomendación de su hermana pero su actitud fue siempre la misma. Tenía la señorita Luz muy arraigada la idea inculcada por su madre de pertenecer a una clase superior, muy alejada de la clase media y por supuesto muy por encima de las clases humildes.
    Sospechó desde el principio que la vida rural le supondría un verdadero suplicio pero comenzó a verlo como un mal menor.
    No le gustaba el campo, ni las maneras toscas de los que se desenvolvían en ese medio. Tonta no era e intentó por todos los medios a su alcance de agradar a su cuñado que era en definitiva quien le daría de comer.
    Con Engracia pronto pudo comprobar que no era una sirvienta al uso. La encontraba desabrida y tomándose unas atribuciones que en modo alguno le correspondían.
    El mismo día de su llegada ya supo que con la criada no le valdrían sus caprichos de niña mimada y pudo comprobarlo en primera persona al llamarla a voces para que subiese a su habitación.
    Engracia hizo su entrada en el cuarto atropelladamente al tiempo que secaba sus manos en el delantal que siempre llevaba puesto. La vio de pie frente a los baúles amontonados en un rincón y sumamente nerviosa.
    -¿Quería algo?
    -Pues sí, vaya sacando la ropa de los baúles y la coloca con mucho cuidado en el armario.
    -¿Está usted manca, señorita?
    -¿Perdón?
    -Le preguntaba que si hay algo que le impide hacerlo usted misma, señorita.
    -¡Pero cómo se atreve! Usted limítese a cumplir mis órdenes.
    -Tendrá que disculparme pero yo no recibo órdenes más que de los señores, buenos días.
    La dejó plantada en medio de la habitación con la cara pálida y desencajada y continuó con sus labores habituales en la cocina donde estaba preparando la comida ayudada por Gertrudis.
    La muchacha la escuchó maldecir por lo bajo aunque no le llamó especialmente la atención puesto que era algo habitual en ella.
    Sin ,embargo, esa mañana estaba más enfadada que de costumbre y la joven no pudo por menos que intentar averiguar el motivo que la tenía en ese estado.
    -¿Te pasa algo Engracia?
    -¿A mí..qué había de pasarme?
    -No sé, parece que estés molesta, más molesta de lo normal, quiero decir.
    La indirecta de la muchacha consigue arrancarle una de sus raras sonrisas. La tiene con ella desde que era casi una niña y se entienden a la perfección con sólo una mirada.
    -Pues mira, sí, estoy que se me llevan los demonios.
    -¡Vaya novedad!
    -No te burles mocosa ¿sabes para qué me llamaba esa grulla emperifollada?
    -¿Para qué?
    -Y que le desocupara los baúles y colocase toda su ropa con mucho cuidado en los armarios.
    -¿Ahora?.
    -Sí, eso pretendía.
    -¿Qué le has dicho?.
    -Pues lo que merece, que yo recibo órdenes únicamente de los señores y que tiene poco que hacer, que los vaya desocupando ella.
    -Pero Engracia...irá con el cuento a don Bosco.
    -Que vaya, verás como no lo hace, me apuesto lo que quieras.
    -Al final seré yo la que tenga que hacerlo, como siempre.
    -Ni hablar, tú recibes órdenes mías y si te requiere ya sabes lo que tienes que decirle, que hable conmigo.
    A pesar de su juventud, Gertrudis sospecha que la llegada de la hermana de doña Josefina supondrá un inconveniente para todos ellos.

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  15. 16.
    La llegada al mundo de la pequeña Julia supuso una alegría para todos los habitantes de La Pedralta. Don Perfecto que estaba seriamente enfermo y llevaba todo el invierno recluido en la casa pareció recuperar el ánimo al mirar embelesado a su primera nieta.
    Era una niña rubia de piel sonrosada y muy rolliza. Lamentaba su abuelo que doña Juana no viviera para conocerla aunque al mismo tiempo tenía la certeza de que tampoco él viviría lo suficiente para verla crecer.
    Con la llegada del buen tiempo mediado ya el mes de junio. Cuando el campo mostraba su cara más viva y el verde era el color predominante les dijo adiós don Perfecto sentado en su sillón al lado de la pequeña cuna de madera donde la niña Julia descansaba plácidamente.
    Tanto Bosco como Josefina despidieron entre lágrimas a don Perfecto Hidalgo Hervás y cerraron una etapa de sus vidas para enfrentar el futuro que se les presentaba incierto sin la presencia protectora del padre.
    Engracia volvió a vestirse de luto al igual que ya lo hiciera cuando falleció doña Juana. Sin familia propia y sin más referente afectivo que el que ellos habían significado para ella, la criada tuvo la sensación de haber perdido a su propio padre puesto que así lo consideraba.
    Pero la vida debía continuar y la presencia de Julia fue un acicate para todos ellos. El caluroso verano les obligaba en sus días más tórridos a buscar la sombra de las grandes encinas y los alcornoques en busca de una ligera brisa que les aliviara de los rigores propios de esa época del año.
    El pequeño riachuelo casi sin agua a esas alturas del año por la ausencia de lluvias no les permitía refrescarse en su cauce pero si podían meter las piernas hasta la altura de las rodillas y embadurnarse con el fresco barro que al parecer ayudaba mucho a la circulación de la sangre.
    En agosto ya contaba Julia con siete meses y a Engracia le encantaba mojarla a la orilla del riachuelo tumbada en una sábana que extendía en la hierba y donde la pequeña movía incesantemente sus piernecitas y pronunciaba sus primeros gorgoritos.
    Solía acompañarlas por las tardes Maximiliano aprovechando el descenso de actividad en las tareas del campo. Le costaba creer a Engracia el mimo con el que trataba a la pequeña y el infinito cuidado con el que al principio la cogía entre sus brazos como temiendo hacerle algún tipo de daño.
    Miedo que fue desapareciendo conforme la pequeña se mantenía erguida cuando la sentaban en el suelo y Maximiliano perdió su temor inicial para terminar por lanzarla al aire y recogerla entre sus brazos arrancándole una risita contagiosa.
    Especialmente gracioso le resultaba ver a la niña entre las grandes manos de Maximiliano. El pequeño escuálido que llegó a La Pedralta en una campaña de recogida de aceituna y se quedó definitivamente, poco o nada tiene que ver con el hombre que es en la actualidad.
    El niño llegó a la adolescencia espigado y muy delgado. El trabajo era duro y muy sacrificado pero por fortuna nunca les faltó una despensa bien surtida y las abundantes comidas que por deseo expreso de don Perfecto preparaba Engracia para todos los trabajadores.
    Siempre lo sintió como al hermano pequeño que nunca tuvo. Sufrió con él cuando estaba enfermo y se desvivió por atender todas sus necesidades.
    A cambio, él se mataba a trabajar como si de sus propias tierras se tratara y llegaba extenuado al final de las largas jornadas tratando siempre de sacar el mejor fruto posible a la tierra.
    Ahora era un hombre de veintisiete años y en la plenitud de su vida. Con una fuerza descomunal pero con un apetito aparejado a su fuerza física.
    También se había convertido en un hombre muy guapo. Su pelo negro ensortijado y unos ojos azules que le daban viveza a su rostro hacían de él un apetecible partido para cualquier joven casadera.
    No parecían ser esas sus intenciones.
    Al contrario que su inseparable compañero Eleuterio que ya se había casado con una joven llamada María y acababan de tener a su primera hija, una preciosa criatura llamada María Antonia.

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  16. Capi 17.
    Pero Maximiliano procuraba evitar en lo posible su asistencia a las numerosas fiestas que con motivo de los santos patronales se celebraban en los pueblos de los alrededores.
    A pesar del ánimo de Engracia para que asistiera a los bailes y juegos que con motivo de dichas fiestas se organizaban y la insistencia de su amigo Eleuterio para que lo acompañase. El único traje que tenía junto a su camisa blanca casi siempre se quedaba preparado en la silla donde Engracia lo dejaba perfectamente colocado para que se lo pusiera.
    Prefería recorrer la finca armado con su pequeña escopeta y dar caza a algún conejo que inexorablemente terminaba en la cazuela a la hora de la cena.
    Desde que Eleuterio se casó, acusó mucho más la soledad que nunca lo abandonaba del todo. Soledad que terminó por engullirlo cuando el compañero de infancia le comunicó que abandonaba el campo para buscar junto a su mujer y su hija la esperanza de una vida mejor en la capital.
    La llegada de la pequeña Julia pareció sacarlo de la profunda tristeza en la que se movía últimamente.
    Sus risas y sus primeros pasos lo mantenían embelesado siguiendo sus movimientos y siempre pendiente del pequeño ser que había venido a revolucionar sus previsibles vidas.
    Pero él sabía que algo había cambiado en esa previsible y monótona vida cuando la vio a ella por primera vez.
    La señorita Luz consiguió lo que nunca hubiera creído que nadie lograría. Llegar a su escéptico corazón y acelerar sus latidos con su sola presencia.
    Su cabeza siempre erguida e impecablemente peinada con un moño alto del que surgían tirabuzones perfectamente dibujados que descansaban en sus hombros realzando su esbelto cuello.
    Su rostro de rasgos perfectos y sus hermosos ojos del color de la miel de las incontables colmenas diseminadas por la propiedad. Su cuerpo armonioso y altivo con la turgencia propia de la juventud.
    Todo ello consiguió que Maximiliano se enamorase por primera y única vez en su vida y que junto a su soledad interior experimentase desde ese momento la herida del desamor.
    Porque la señorita Luz mantenía su actitud distante con todo aquel que no considerase de su misma condición social y a Maximiliano lo consideraba poco menos que a un burro de carga.
    Engracia pronto se percató de la admiración que sentía por la señorita y durante meses observó su comportamiento totalmente servil cuando de ella se trataba.
    Algo que acentuó el odio visceral que ya sentía hacía la hermana de la señora y la obligó a tomar cartas en el asunto.
    Un duro enfrentamiento con la señorita Luz a raíz de las quejas de ésta a su hermana por el según ella trato inaceptable que la criada le mostraba, casi consigue que Engracia abandonase La Pedralta unos meses atrás.
    Doña Josefina la mandó llamar y le expresó su deseo de que en lo sucesivo evitase situaciones desagradables con su hermana y pusiera algo de su parte para que no volviera a suceder nada parecido.
    Engracia consideró injustas las palabras de la señora y en un arranque de ira preparo sus escasas pertenencias en dos viejas maletas de doña Juana y se dispuso a abandonar la casa sin despedirse de nadie.
    Enfiló el camino que conducía a la salida de la finca en dirección al pueblo más cercano manteniendo los ahorros de toda su vida envueltos en un pañuelo que acomodó en el interior de su pecho y abandonó La Pedralta sin volver la cabeza una sola vez.
    Maximiliano se encontraba arando cuando vio su inconfundible silueta cargando las dos maletas y una alarma sonó en su cabeza de forma inmediata.
    Dejó el par de mulas descansando y corrió a su encuentro campo a través hasta conseguir alcanzarla con un hilo de respiración por el esfuerzo realizado.
    -¿Dónde demonios crees que vas, Engracia?.
    -Me marcho, no soporto a esa víbora relamida ni un segundo más.

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  17. 18.
    -¿Ha pasado algo?
    -Lo que tenía que pasar, le ha ido con el cuento a doña Josefina y me he cargado yo el muerto.
    -Creo que le tienes demasiada ojeriza Engracia, no puedes disimularlo.
    -Te gusta esa mujer ¿verdad?
    La cara de Maximiliano se torna de un rojo violento y de su boca no acierta a salir palabra alguna mientras retuerce sus manos con la mirada baja en dirección al suelo.
    -Mal asunto muchacho, ni en un millón de años se fijará en ti esa mala pécora.
    Él trata de desviar su atención maldiciéndose en su interior por ser tan trasparente para ella. Mujer inteligente y observadora que no deja pasar ni una.
    -Estás loca Engracia ¿cómo me va a gustar la señorita Luz?
    -En el corazón no se manda Maximiliano, pero recuerda lo que te estoy diciendo y nunca olvides mis palabras, esa zorra altanera destrozará tu vida.
    -Puedes estar tranquila en ese aspecto, ni siquiera reparará en mí ni para hacerme daño.
    -Te lo hará, conozco a las de su calaña.
    -No te vayas Engracia, La Pedralta sin ti no será lo mismo.
    -Estoy cansada, buscaré trabajo en otra parte.
    No consigue hacerla cambiar de opinión y la ve impotente reanudar la marcha con su vida en dos viejas maletas. El bajo de su vestido manchado por el polvo del camino es lo último que queda reflejado en sus pupilas húmedas por la emoción.
    Esa misma tarde cuando sale de las cuadras tras echar de comer a las mulas y se lava en una de las pilas de piedra puede ver el coche de don Bosco en la puerta de la casa todavía con los dos caballos enganchados.
    Permanece durante toda la semana en Ciudad Real y los viernes regresa a La Pedralta para volver de nuevo el lunes a reanudar el trabajo en su despacho.
    De nada han servido las presiones de la señorita Luz a su hermana para volver a vivir en la casa de la ciudad. Su cuñado prefiere la vida tranquila del campo para su mujer y su hija.
    Se dirige hasta la entrada de la casa para preguntar a don Bosco si desengancha los caballos cuando la voz furibunda le llega con total nitidez.
    Enterado de la marcha de Engracia, el hielo en su voz ha dejado paralizadas tanto a su mujer como a su cuñada. Ambas lo miran sin atreverse a replicarle y agradecen la llegada de Maximiliano en ese preciso momento.
    -¿Tú sabes algo de Engracia, Maximiliano?
    -Sí, se marchó esta mañana.
    -¿Cómo que se marchó...a dónde?
    -Me imagino que a los Estesos.
    -¿Y tú lo has permitido?
    -No pude evitarlo, ya conoce lo terca que es.
    -¿Ha pasado algo entre vosotras, Josefina?
    Ante el silencio de la señora es el propio Maximiliano el que se ve en la obligación de sacar la cara por Engracia. Ni la mirada suplicante de la señorita Luz consigue que su boca calle la lealtad debida
    a la fiel criada.
    -Pregúntele a la señora, ella le sabrá decir mejor que yo.
    -En realidad no ha pasado nada....se enfadó por algo que le dije y ni siquiera avisó de sus intenciones, Bosco, te estoy diciendo la verdad.
    -¿Qué te dijo a ti ella, Maximiliano?
    -Me dijo que la señora la reprendió injustamente a causa de la señorita Luz y que no estaba dispuesta a ser humillada por más tiempo.
    -¡Me lo imaginaba! Ya hablaremos a mi vuelta, ven conmigo Maximiliano.
    Las hermanas los observan por la ventana subir al coche de caballos y emprender la marcha cuando ya la luz del día comienza a apagarse lentamente, ni una palabra sale de sus labios en espera de la previsible bronca que les espera.

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  18. 19
    Don Bosco y Maximiliano se dirigieron en primer lugar a la única posada del pueblo más cercano a La Pedralta. Un pueblo situado a unos ocho kilómetros y posible lugar de destino de Engracia.
    Durante todo el camino permanecieron en silencio sólo roto por las órdenes dirigidas a los caballos para que aligerasen el paso.
    Sabía Maximiliano la cólera que inundaba a don Bosco pero que había controlado con la esperanza de encontrar a Engracia y hacerla cambiar de idea respecto a su marcha de la casa.
    No concebía su hogar sin la presencia de la mujer a la que conoció cuando contaba unos siete años de edad. Tampoco se lo perdonaría su padre y su abuela donde quiera que estuvieran.
    Por eso baja con rapidez del asiento del coche nada más legar a la posada sin esperar a que lo haga su acompañante.
    No encuentra a nadie en la posada que aparece desierta y sacude con energía la campanilla de la entrada hasta que aparece una mujer enlutada que les atiende de inmediato.
    -Buenas noches Dolores.
    -Buenas noches don Bosco.
    -Buscamos a Engracia ¿está aquí por casualidad?
    No les pasa desapercibido el nerviosismo de la mujer cuando niega sin mucha convicción con la cabeza.
    Es en ese momento cuando habla Maximiliano colmada ya su paciencia e intimidando con su formidable presencia a la buena mujer que parece ir arrugándose conforme las exigencias de los dos hombres se hacen más apremiantes.
    -No sea cómplice de la terquedad de Engracia, Dolores, dígale que hemos venido a por ella.
    -Me ha prohibido que diga donde está Maximiliano.
    -Ya nos arreglaremos nosotros, usted tranquila.
    Finalmente accede y les indica el primer piso y la segunda puerta a la derecha a donde se dirigen subiendo los escalones de dos en dos.
    No contesta nadie a los insistentes golpes hasta que la mujer les lleva una llave con la que consiguen abrir la puerta pasando al interior de la modesta habitación.
    Engracia ya está metida en la cama y si le sorprende la visita no parece demostrarlo en absoluto. Se mantiene sin moverse cuando don Bosco coloca el candelabro con dos velas encendidas en la mesilla de madera.
    Tampoco hace movimiento alguno cuando la cama chirría ruidosamente al sentarse Maximiliano en uno de sus lados y don Bosco hace lo propio en el otro.
    -No seas niña Engracia, nos has dado un disgusto tremendo, vístete que nos volvemos a casa.
    -Yo no vuelvo a ningún sitio donde esté esa cuñada tuya.
    -Olvida a mi cuñada Engracia ¿va a conseguir ella separarnos después de tantos años?
    -Ya has visto que sí.
    -Tú déjame a mí, que ya le ajustaré las cuentas.
    -Eso es precisamente lo que quiero evitar Bosco, jamás propiciaría un disgusto entre la señora y tú.
    -Con la señora me arreglo yo, coge tus cosas y ven con nosotros.
    Son ya cerca de las diez cuando regresan los tres a La Pedralta en la noche estrellada de finales de mayo. Satisfechos los hombres por haber conseguido su objetivo y algo enfurruñada la mujer por haber tenido que dado su brazo a torcer.
    Se encarga Maximiliano de desenganchar los caballos y Bosco acompaña a Engracia hasta el interior. Doña Josefina y la señorita Luz permanecen sentadas en sendos sillones y se ponen en pie al hacer ellos su entrada.
    La señorita Luz hace ademán de abandonar el comedor pero la detiene la voz cortante de su cuñado que en ese momento deposita en el suelo las dos maletas.
    -¿Dónde crees que vas, Luz?
    -Me retiro Bosco, estoy cansada.
    -Siéntate y escucha con atención lo que tengo que decir, tú también Josefina, esto va por las dos.

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  19. 20 bis.
    Tampoco permite que Engracia consiga su objetivo de alcanzar la escalera como era su propósito para desaparecer del comedor y le indica una de las sillas para que tome asiento.
    Ninguna de las tres mujeres está en disposición de llevarle la contraria y esperan pacientemente sus palabras que surgen de inmediato mezcladas con la furia que todavía lo domina.
    Hombre medido y poco dado a los arranques de genio, dueño de una exquisita educación y muy gentil, siente en esos momentos que las formas pueden perderlo y respira profundamente intentando calmarse.
    Se dirige en primer lugar a su mujer que permanece cabizbaja y muy afectada desde que comprobó por la mañana que Engracia había abandonado la casa y temiéndose haber sido la causante involuntaria de su marcha.
    -¿Qué ha ocurrido hoy para que Engracia haya decidido abandonar la casa en la que ha permanecido por espacio de más de veinticinco años?
    Josefina no sabe muy bien por donde empezar intentando desesperadamente no delatar a su hermana pero al mismo tiempo no queriendo enfadarlo a él aún más.
    -No creí haber ofendido a Engracia, Bosco, simplemente traté de evitar roces entre mi hermana y ella.
    -Nunca ha habido roces en esta casa Josefina, jamás nadie había hecho las maletas por haber sido humillado.
    -Lo sé.....pero ellas dos se llevan como el perro y el gato, yo me encuentro en medio y a veces no sé cómo actuar para que una de ellas no se sienta herida.
    -Bien, agradezco tu sinceridad querida y ahora quiero que tu hermana me escuche con atención.
    -Esta es mi casa cuñada, Engracia es parte de la familia y desde que murió mi abuela es ella la encargada de todas las cuestiones domésticas.
    -Sus decisiones no se cuestionan y se respetan sin rechistar. Si crees que no puedas vivir bajo las normas que rigen en esta casa, mañana recoges tus cosas y Maximiliano te lleva a Ciudad Real, estoy seguro que tu señora tía está deseando que regreses a su lado.
    La palidez se extiende por el rostro altivo de la señorita Luz y por primera vez en su vida experimenta la descarnada dentellada de la humillación más absoluta.
    Ignora que su cuñado es conocedor de su imposibilidad de regresar a casa de su tía. Ni a casa de su tía ni a ningún otro lugar, nadie la espera, no tiene más que el cielo por techo y su tremendo orgullo que le impide rebajarse y hablar con sinceridad.
    Es el orgullo nuevamente el que habla por su boca cuando contesta a su cuñado sin detenerse a medir las consecuencias de sus palabras.
    -No puedes ponerme a la misma altura que a una simple criada, Bosco.
    -¿No puedo...ponme a prueba?
    -Soy una señorita.....la hermana de tu esposa.
    -Entonces no hay más que hablar, mañana te vas, no quiero conflictos en mi casa y por supuesto que bajo ningún concepto pretendo que te encuentres a disgusto aquí.
    La protesta de Josefina muere en sus labios casi antes de pronunciarla al ver la advertencia en la cara de su marido. Lo ven abandonar el comedor con grandes zancadas y salir al exterior para dirigirse a las cuadras con paso resuelto.
    Las tres mujeres se quedan solas con la tensión palpándose claramente en el ambiente. El gesto de la señorita Luz deja traslucir una mezcla de odio, indignación y miedo cuando le habla a su hermana.
    -No sé cómo permites a ese patán de tu marido que me hable así, Josefina.
    -¡Cállate!
    La iracunda respuesta de su hermana la deja clavada en la silla a causa de la sorpresa y el miedo regresa de nuevo a ella provocándole un intenso escalofrío que recorre todo su cuerpo.
    -No puedes hablarme así, soy tu hermana.
    -Lo eres, cierto, pero eso no te da derecho a destrozar mi vida y creo que Bosco tiene razón, en casa de la tía Enriqueta serás más feliz que aquí.

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  20. 21.
    También sabe Josefina al igual que su marido la imposibilidad de su hermana de regresar a casa de su tía. Intenta por todos los medios a su alcance que su hermana consiga superar su injustificable orgullo y la soberbia que rige todos y cada uno de sus actos.
    -¿Me estás echando de tu casa, hermana?
    -No, no lo hago Luz, sin embargo yo también quiero que encuentres tu felicidad y aquí está claro que no vas a lograrlo.
    Engracia ya ha escuchado demasiado y se cae de sueño, se levanta de la silla y les comunica que se retira a su habitación. Josefina no pone objeción y la sigue con la mirada hasta que llega con sus dos maletas al pie de las escaleras donde las deja cuidadosamente para adentrarse por el pasillo.
    Sabe que se dirige a la habitación matrimonial donde duerme la pequeña Julia ajena a los problemas de sus mayaores.
    Engracia se inclina en silencio sobre la cuna y admira el perfil confiado de la niña a la que todo el día sin ver se le antoja una eternidad.
    Pasa con cuidado dos de sus dedos por la suave mejilla y tiene el convencimiento de poder aguantar muchas cosas tan sólo por estar cerca de ella.
    Sube después las escaleras con una maleta en cada mano y con la mirada de las dos mujeres clavada en su espalda hasta que desaparece de su vista.
    No ha desaparecido el nerviosismo de la señorita Luz que mira implorante a su hermana para captar su atención.
    -No me eches de aquí Josefina, sabes que no tengo donde ir.
    -No seas melodramática hermana, a ti te gusta la capital y en casa de la tía puedes disfrutar de una vida que es más de tu agrado.
    -No puedo volver allí.....
    -¿Por qué no puedes?
    -A ti te puedo decir la verdad Josefina, me trataban como a una advenediza.
    -Nunca aprenderás la lección, ahora no tenemos nada, Luz, nuestros padres recluidos en un convento a expensas de la caridad de las religiosas.
    -Tú, sin amparo de nadie que no sea el mío y causando problemas entre Bosco y yo ¿piensas que así podre ayudarte?
    -Es tu obligación Josefina.
    -Conseguirás que nos eche a la calle a las dos y escúchame con atención, no permitiré que mi familia se derrumbe por tu culpa.
    -La culpa la tiene esa criada con ínfulas de señora.
    -Ella no tiene culpa de nada, lleva aquí toda su vida y te puedo asegurar que entre Engracia y tú, Bosco la elegirá a ella y a ti te pondrá de patitas en la calle, reflexiona sobre lo ocurrido y piensa en lo que puedes perder, buenas noches, Luz.
    No le da opción a réplica y abandona la estancia con una decisión firme ya tomada. Velará por su felicidad y la seguridad de su hija dejando de lado las veleidades de su hermana.
    Luz continua en su asiento observando las evoluciones de la llama de la vela que tiene frente a ella y haciendo un recorrido por su vida pasada y el negro futuro que tiene por delante. Tiene la seguridad de que su cuñado la detesta.
    La maldita criada la desprecia porque ha tenido oportunidad de comprobarlo en infinidad de ocasiones e inexplicablemente es apoyada por su cuñado de manera incondicional.
    Y ha podido ver que si alguien sobra en la casa es ella por lo que si no se anda con cuidado terminará en el arroyo inexorablemente.
    Decide marcharse a la cama ella también justo cuando hace su entrada Bosco acompañado de Maximiliano.
    Los dos parecen ignorarla y su cuñado invita a Maximiliano a sentarse mientras sirve dos copas de vino dulce para saborearlo a la luz de las velas.

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  21. 22.
    El silencio en la casa es absoluto cuando al fin se quedan solos y los dos hombres cruzan sus miradas con complicidad como recordando sus ya lejanos tiempos de la infancia. Eran dos niños cuando se encontraron por vez primera y el tiempo transcurrido no ha conseguido hacerles olvidar.
    Al contrario, en su memoria permanecen indelebles los juegos y los baños en el río en los veranos en los que su cauce lo permitía.
    Sigue presentes en ellos la imagen de doña Juana sentada en su enorme silla de madera en el porche de la casa observándolos jugar en las calurosas tardes de verano y la sombra siempre fiel de Engracia a su lado pendiente siempre de sus necesidades.
    Pasado y presente siempre entrelazado como un nudo irrompible en sus corazones. La ausencia de don Perfecto todavía les hace daño y hoy han podido comprobar la imposibilidad de perder también a Engracia.
    Maximiliano bebe los vientos por la señorita Luz, una extraña fuerza lo obliga a estar cerca de ella a la menor oportunidad y al menos tener la posibilidad de contemplarla. Sin embargo, esa atracción no puede eclipsar su afecto por Engracia y tiene muy claro que en caso de verse obligado a elegir entre una de ellas, su lugar siempre estaría al lado de la criada.
    Extiende sus largas piernas al tiempo que apura el delicioso líquido de su copa y cierra los ojos por un momento. No ha estado presente en la charla que don Bosco ha mantenido con las mujeres de la casa pero sabe que ha debido ser una conversación tensa por el enfado que arrastraba al llegar a las cuadras para ayudarle con los caballos.
    -Maximiliano...... Maximiliano ¿estás dormido?
    -No, simplemente he cerrado los ojos un momento, es tarde y ya debería estar en la cama.
    -Tienes razón, vete a descansar y mañana hablamos.
    -¿Quería decirme algo en particular?.
    -No, puede esperar, no te preocupes.
    -Vamos, dígame lo que quiera que sea.
    -Verás...aunque no te lo creas pienso mucho en el futuro, en la muerte....en lo que está por venir.
    -¿A qué viene esto ahora?
    -Yo me entiendo, cuando he llegado esta tarde y Engracia no estaba en casa he tenido la sensación angustiosa de que algo malo iba a ocurrir.
    -Esos son cuentos de viejas, Bosco, parece mentira en un hombre ilustrado como usted.
    -No te burles, al palpito hay que escucharlo decía mi abuela ¿no te acuerdas?
    -Sí, me acuerdo perfectamente.
    -Bien, pues hoy he tenido un mal presagio que inevitablemente me ha hecho recordarla.
    -Está bien recordar pero no podemos dejarnos llevar por la angustia.
    -Si algo me ocurriese, si mi destino fuese desgraciado.....tú te harías cargo de mi familia y de La Pedralta ¿verdad?
    -Estoy comenzando a ponerme nervioso, no sé a qué viene esta conversación.
    -Tenemos que estar preparados para lo que el destino nos tenga preparado, por eso te lo digo Maximiliano.
    -Yo no pienso en eso, la verdad, somos jóvenes y no nos faltan las fuerzas para trabajar ni el sustento ¿a qué pensar en esas cosas?.
    -No has contestado a mi pregunta ¿te harías cargo de los míos?
    -La duda ofende, claro que lo haría pero no me gusta escucharlo hablar así, tiene una mujer muy buena y una niña sana y feliz. Le aseguro que ya es mucho más de lo que tienen otros.
    -Lo sé, posiblemente tengas razón, no me hagas mucho caso.
    Maximiliano da por concluida la velada y abandona el cómodo sillón dándole las buenas noches al tiempo que mueve pesaroso la cabeza. No le gusta verlo tan melancólico y cree que piensa en exceso en lo que está por venir pero no ha llegado todavía.
    Bosco lo acompaña hasta la salida y le da una palmada en la espalda antes de que emprenda su marcha hasta la pequeña casa de adobe que hace ya algún tiempo se convirtió en su hogar.

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  22. 23.
    Han pasado ya muchos años de aquella noche y Maximiliano comprende ahora cuanta razón albergaban las palabras de Bosco.
    El destino se encargó de hacerlas realidad de una forma dolorosa y cruel dando un giro dramático a las vidas de todos ellos.
    La normalidad pareció regresar de nuevo a La Pedralta y la convivencia entre Engracia y la señorita Luz se convirtió en un ignorarse mutuamente con algún enfrentamiento esporádico y soterrado entre ellas pero nunca en presencia de doña Josefina y por supuesto, en ausencia siempre de don Bosco.
    Por supuesto que no atendió a la recomendación de su hermana y su cuñado para regresar a la ciudad donde nadie la esperaba y nadie la echaba de menos.
    Por tanto, se tragó su orgullo e intentó adaptarse a las condiciones que le ofrecía un lugar que le resultaba inhóspito pero que al mismo tiempo le permitía mantener cubiertas sus necesidades básicas.
    Contaba dos años Julia cuando llegaron al mundo las mellizas Josefina y Pilar convirtiendo la casa en un auténtico manicomio acentuado con el nacimiento un año más tarde de una cuarta niña que recibió el nombre de Beatriz.
    En la búsqueda del ansiado niño se encontraron dos años más tarde con la última de las niñas Hidalgo. Mariana nació nueve meses antes de la tragedia que sacudió La Pedralta un viernes del mes de enero envolviendo a todos ellos en una especie de velo negro que nunca consiguió desaparecer del todo.
    Era costumbre de Bosco regresar los viernes a la finca a la hora de la comida y ese día le esperaban como siempre sin sospechar las horas de angustia que vivirían más tarde.
    En vista de su tardanza y sin caer en el alarmismo. Josefina y Engracia dieron de comer a las cuatro niñas mayores pensando que algún asunto de última hora sería el causante de su retraso.
    A las cuatro de la tarde llegó uno de los caballos del coche de Bosco a los alrededores de la casa con las bridas rotas y totalmente desbocado.
    La alarma fue inmediata en Engracia que supo en ese preciso momento que algo malo había sucedido. Buscó desesperada a Maximiliano que estaba inmerso en la siembra de la cebada a unos tres kilómetros de la casa y que al verla llegar demudada experimentó una sacudida premonitoria.
    -¿Qué ocurre?
    -El caballo.....
    -¿Qué caballo? Tranquilízate Engracia.
    -Uno de los caballos del coche de Bosco.... ha llegado desbocado y con las bridas rotas.
    No necesita más explicaciones y se desprende del gran cesto de esparto que lleva colgado a su hombro con la simiente de la siembra. El cesto cae al suelo derramando su contenido en la tierra recién arada y ambos emprenden una loca carrera en dirección a la casa.
    Maximiliano intenta tranquilizar al caballo hasta que consigue que el animal permita que inspeccione su boca observando sangre en ella debido a sus desesperados intentos por desprenderse de sus ataduras.
    No dice nada ante la cara expectante de doña Josefina que refleja una gran preocupación y se lleva el caballo a las cuadras. Minutos más tarde sale a lomos de otro de los caballos cabalgando a toda velocidad por el mismo caminopor el que debería haber regresado Bosco.
    Casi una hora más tarde pudieron ver a la escasa luz que quedaba del día invernal la silueta del hombre montado en el caballo. Su paso es lento y no es hasta casi llegar a la puerta misma de la casa que pueden comprobar que no viene solo.
    Atravesado en la parte delantera del caballo está colocado un cuerpo inmóvil que él lleva sujeto con una de sus manos. El grito lacerante de doña Josefina parece taladrar su cabeza y hacerlo volver a la realidad.
    Baja del caballo y sujeta entre sus brazos el cadáver de don Bosco que apenas conserva ya vestigio alguno de calor a causa de las bajas temperaturas y con el en sus brazos se dirige en silencio hasta la puerta de entrada .

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  23. 24.
    No quiere recordar más. La herida que la muerte de don Bosco provocó en su corazón nunca terminó de cicatrizar del todo y los días y las noches que se sucedieron a su desgraciada muerte todavía permanecen frescas en su mente como si hubieran ocurrido hacía ya más de veinte años.
    Sin embargo Maximiliano si gusta de recrearse en los años previos a su fallecimiento. Las cinco niñas crecían felices y sanas bajo los atentos cuidados de su madre y de Engracia.
    La señorita Luz siempre mantenía las distancias con casi todos y tan sólo la pequeña Beatriz lograba captar su atención.
    La advertencia de su cuñado amenazando con llevarla de nuevo a Ciudad Real si persistía en su actitud respecto a Engracia pareció surtir efecto y se mantenía en un discreto segundo plano que se rompió en mil pedazos cuando conoció a Don Rafael Caballero Rodas.
    Los Caballero eran linderos de los Hidalgo y ambas fincas tenían una extensión similar aunque la de los Hidalgo era más rica en agua. Algo que había provocado ciertos roces en el pasado entre los anteriores propietarios.
    Pero Bosco había sabido convivir con el genio algo vivo de don Rafael, quien tenía fama de furibundo y no muy dado a reflexionar las cosas antes de llevarlas a cabo.
    No era El Tejar la principal fuente de sus ingresos y por tanto las diferencias con los Hidalgo respecto al reparto del agua se mantenía en un ligero tira y afloja.
    Don Rafael era un hombre de unos cuarenta y cinco años y con un porte distinguido que había hecho estragos en su juventud entre las jóvenes casaderas de la comarca. Mujeriego impenitente y poco dado a mantener la fidelidad debida a su esposa.
    Doña Rosalía Mesada sabía perfectamente de las andanzas de su marido y sin embargo las toleraba porque durante toda su vida había estado ciegamente enamorada de él. Amor en cierta manera correspondido por don Rafael que jamás se había planteado la posibilidad de abandonar a su esposa y madre de sus dos hijos.
    Le era infiel de manera descarada pero su hogar era sagrado para él. Sus aventuras siempre las mantenía lejos de su casa y nunca eran relaciones que perdurasen en el tiempo ni que dejasen huella en su corazón.
    También la delicada salud de doña Rosalía le obligaba a ser más precavido y discreto. Una dolencia cardíaca limitaba mucho su vida diaria y él tenía buen cuidado de no ocasionarle ningún disgusto.
    No permanecían en El Tejar todo el tiempo que a don Rafael le gustaría por esa misma circunstancia
    al necesitar su mujer una constante vigilancia médica que sólo podía obtener en Ciudad Real.
    Allí tenía la consulta su médico de toda la vida y muchas veces ni siquiera acompañaba a su marido cuando este pasaba unos días en la finca.
    La atención a sus dos hijos también era necesaria a pesar de ser estos mayorcitos. El mayor de ellos ya tenía diecinueve años y se preparaba para ser sacerdote en el futuro con el consiguiente disgusto para su padre que no desistía en su empeño para hacerle cambiar de idea.
    Hombre descreído y escéptico respecto a la religión en contraposición con las profundas creencias religiosas de su esposa.
    Pero nada pudo hacer a pesar de su empeño en hacerle cambiar de opinión y el dulce y tranquilo Valentín continuó en el seminario haciendo oídos sordos a las quejas de su padre que muchas veces se convertían en improperios.
    Volvió entonces sus ojos don Rafael hacía el casi adolescente Rafaelito que a sus catorce años se veía claramente que heredaría el porte distinguido de su padre.
    Rafaelito era un chico moreno y de grandes ojos oscuros con una mirada penetrante impropia de su corta edad. Era espigado y delgado con unas piernas largas que auguraban que superaría la estatura elevada de su padre.
    Muy estudioso y responsable, se convirtió en la esperanza de su padre para ponerse al frente de los lucrativos negocios familiares cuando alcanzara la mayoría de edad.
    Era por ellos que permanecía doña Rosalía en la cómoda casa de la capital y no acompañaba a su marido en sus frecuentes visitas al campo.

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  24. 25.
    Don Rafael visitaba la casa de los Hidalgo en algunas ocasiones para tratar con Bosco asuntos relacionados con las tierras. No cejaba en su empeño para que éste le vendiera unos terrenos que unían ambas propiedades y que le podían reportar el agua que escaseaba en sus fructíferas tierras.
    Fructíferas por ser de mejor calidad que las de La Pedralta pero menos rentables por la falta de agua.
    La oferta era tentadora e incrementada a cada año que pasaba. Un dinero que en realidad no le hacía falta y por ese motivo declinaba su ofrecimiento una y otra vez.
    En una de esas visitas conoció a la señorita Luz y de manera disimulada comenzó una especie de cortejo que ellos solos conocían. En una de las muy escasas conversaciones que mantenía con Engracia se atrevió a preguntarle por el galante vecino y su respuesta la sorprendió gratamente.
    Tuvo la suerte de que ese día tenía ganas de hablar y también la intención de mantener una relación cordial con ella para evitar sufrimientos a doña Josefina y el más mínimo disgusto a Bosco.
    También en su fuero interno debía reconocer que la señorita Luz le inspiraba cierta lástima por lo que de vulnerable tenía por su personalidad volátil y la soberbia que no le permitía ver más allá de sus narices.
    Por ese motivo le contó todo lo que quería saber acerca de sus vecinos sin dejar en ningún momento de frotar enérgicamente los muebles del comedor hasta sacarles brillo.
    Le habló de doña Rosalía, la conoció recién casada, cuando los niños eran pequeños y vivían prácticamente todo el año en El Tejar.
    Doña Juana mantenía una buena relación Con Doña Virtudes, la madre de don Rafael y se visitaban con frecuencia, visitas en las que ella acompañaba a doña Juana y recuerda especialmente los dulces que se servían en las meriendas que organizaban y cuyas recetas guarda ella como oro en paño.
    Cuando los niños crecieron se trasladaron a Ciudad Real para que pudieran cursar sus estudios y la relación se fue distanciando. También el fallecimiento de doña Juana y doña Virtudes contribuyó a ese distanciamiento.
    Luego enfermó doña Rosalía y la había visto desde entonces en contadas ocasiones. Se enteró de la situación económica tan boyante con la que contaban y en su cabeza comenzó a sucederse una serie de entelequias que terminaron por situarla como señora del Tejar a la muerte no muy lejana de su actual señora.
    Nadie en La Pedralta llegó a sospechar durante ese verano que los largos paseos de la señorita Luz y que duraban horas no eran debidos a una repentina admiración por el paisaje que ahora de repente había descubierto.
    Las tres niñas daban un trabajo ingente y tanto su madre como Engracia se repartían las tareas para atenderlas. Por ese motivo quizá no se percataron de lo que ella se traía entre manos con sus entradas y salidas durante todo ese cálido verano.
    La señorita Luz cayó rendida a los galanteos de un experto don Rafael que se encaprichó de la juventud y la ambición que intuyó en ella de inmediato.
    Creyó equivocadamente que se ocuparía de ella y ya se veía viviendo en una bonita casa con comodidades y servicio, ejerciendo de señora que es para lo que había nacido.
    Entre los brazos del hombre que le enseñó lo que un hombre y una mujer podían hacer en la cama, en esos mismos brazos comenzó a fantasear con el día en el que al fin abandonaría la casa de su hermana dejando a todos muy claro todas las humillaciones que había tenido que soportar.
    Con esa esperanza transcurrió todo el verano con encuentros furtivos e intensos siempre a espaldas de todos los que los conocían y con el engaño que toda infidelidad conlleva.
    Apenas comenzado el otoño cuando los días eran más cortos y el frío hacía su aparición, la señorita Luz supo que estaba embarazada y el alborozo se instaló en todo su ser. Hacía ya casi un mes que no había vuelto a ver a su amante pero eso no le preocupaba porque albergaba en su seno a su hijo y eso era garantía más que suficiente.

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  25. 26.
    Garantía rota en mil pedazos cuando recibieron esa tarde la noticia por boca de un impresionado Bosco. Llegó cabizbajo a la casa para pasar el fin de semana con su familia, algo extraño dado que siempre traía una amplia sonrisa en su cara nada más parar el coche frente a la puerta.
    Esa tarde sin embargo su gesto era sombrío y su mujer sospechó nada más verle que algo malo había sucedido.
    La pequeña Julia entró a saludar a su padre en brazos de Engracia en tanto las mellizas dormían en dos capazos contiguos. La señorita Luz apenas levantó los ojos del bordado que ocupaba sus manos cuando él hizo su entrada en el espacioso comedor.
    Cogió de brazos de Engracia a la pequeña que ya contaba dos años y se asomó a los capazos donde las dos diminutas criaturas dormían tranquilamente.
    El parto se había adelantado y las niñas pesaron apenas dos kilos al nacer. Al principio pensaron que no sobrevivirían dado su tamaño y su fragilidad pero se equivocaron de plano.
    A Julia la amantó su madre sin ningún problema pero con las mellizas apenas tenía leche para una de ellas. Engracia no se lo pensó dos veces y mandó a Maximiliano enganchar uno de los carros y le pidió que la acercara hasta el pueblo.
    Estuvo haciendo averiguaciones acerca de alguna parturienta reciente que hubiera perdido a su hijo y tuvo suerte porque la dueña de la posada la encaminó hasta la casa de una sobrina suya cuya hija había tenido un niño muerto dos noches antes.
    Lo habían mantenido callado porque la muchacha era soltera y ya que la criatura llegó al mundo sin vida, pues no era cosa de andar pregonándolo.
    La chica era bastante joven y rolliza, se la veía saludable y sobre todo poseía unos pechos que parecieran que iban a hacerle estallar el vestido en cualquier momento.
    La puso al tanto del nacimiento de las dos mellizas algo prematuras y le propuso ayudar a su madre para amamantarlas.
    Ni ella, ni su familia lo pensó un instante y dos horas más tarde regresaban con ella y sus pocas pertenencias a La Pedralta. Maximiliano la acomodó en la parte trasera del carro y el camino de regreso lo realizó con sumo cuidado por el poco tiempo transcurrido desde el parto y sorteando todos los baches y piedras del camino.
    El alivio fue general en la casa cuando llegó el ama de cría y las dos hambrientas pequeñas se aferraron con desesperación a su pecho. Su leche era abundante y sin duda de muy buena calidad puesto que ninguna de las dos quiso saber ya nada del pecho de su madre y comenzaron a ganar peso de manera sorprendente.
    Cierto era que Engracia se ocupa de procurarle a la muchacha una alimentación abundante y rica. Los pucheros hervían al fuego durante horas con el condimento indispensable y siempre con una gallina en su interior, que según su criterio era lo que mejor caldo hacía.
    También le obligaba beber un vaso de vino con cada comida ante las reticencias de Josefina que pensaba que no era adecuado. Reticencias siempre expresadas de manera delicada por la señora que había aprendido a confiar ciegamente en la criada en todo lo referente al hogar y sobre todo al cuidado de sus hijas.
    Habían cumplido cinco meses y no habían enfermado ni una sola vez en este tiempo.
    Bosco se retiró de los capazos y se sentó al lado de Josefina con Julia sobre sus rodillas. Tres criaturas tan pequeñas en tan poco tiempo le habían hecho madurar a pasos agigantados y la preocupación no lo abandonaba en ningún momento del día.
    -Pareces cansado, Bosco ¿mucho trabajo esta semana?.
    -Lo normal...
    -No sé, parece que algo te preocupe.
    -Anoche sucedió algo que me ha mantenido aturdido todo el día.
    -No me asustes, ¿qué ocurrió?.
    -Asaltaron de madrugada a Rafael Caballero.
    -¿Lo hirieron?

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  26. 27.
    -Lo mataron..... Josefina.
    -¿Cómo que lo mataron?
    -Así mismo como te lo estoy contando, le robaron el reloj y el dinero dejándolo malherido en la calle, cuando llegaron a socorrerlo ya era tarde.
    El aro de madera del bordado de Luz al caer al suelo les recuerda que no están solos. La intensa palidez de su cuñada al escuchar la noticia hace que entregue la niña a su madre y corra justo a tiempo de evitar que su cuerpo aterrice contra el piso.
    Tendida sobre su cama a donde la llevó Bosco ayudado por Engracia. La señorita Luz recupera poco a poco la conciencia y observa la infinita ternura con la que Engracia refresca sus sienes pasando un suave trozo de tela húmeda por su tersa piel.
    El nudo en su garganta no le permite articular palabra pero si puede alargar su mano aferrando la muñeca de la criada que se la queda mirando sorprendida.
    -Gracias....Engracia....
    -Tranquila, ha sido un desvanecimiento por la impresión, nada más.
    Cierra los ojos y se abandona a la semiinconsciencia que es lo único que puede ayudarla en este momento dramático. Ninguno de sus planes le ha salido nunca bien y ahora que se las prometía tan felices a la espera de un hijo que le resolviera su vida, se encuentra con que este hijo se la hundirá para siempre.
    -Engracia....
    -Estoy aquí, dígame.
    -Llame a mi hermana por favor, necesito hablar con ella.
    -No se preocupe, me marcho y le aviso para que suba.
    -No, quédese usted también, quiero hablar con las dos....por favor.
    Ha tomado la decisión, por primera vez en su vida ha encontrado las fuerzas suficientes para afrontar una realidad que no tiene otra salida que decir la verdad.
    Flaquean sus fuerzas durante unos segundos al ver a las dos mujeres a su lado en la cama mirándola con preocupación pero decide afrontar las cosas de una vez por todas.
    -¿Os preguntaréis qué es lo que me ha pasado?
    -Has sufrido un desmayo, Luz, no seas trágica.
    -No, no es un simple desmayo Josefina, es algo más....
    -¿Estás enferma?
    La alarma en su voz le provoca una sacudida involuntaria, la ansiedad en la cara de Engracia consigue al fin que que escupa las palabras que le queman en la boca.
    -No estoy enferma, estoy embarazada.
    -¡Qué estás embaraza¡ No bromees con esas cosas.
    -Estoy hablando completamente en serio hermana, estoy esperando un hijo.
    -¿Quién es el padre?
    -Era....murió anoche.
    -¡Estás loca...!
    -No....su padre era don Rafael.
    -¿Te has estado viendo con un hombre casado?
    -Sí, nos hemos estado viendo.
    -¿En qué estabas pensando Luz? Es un hombre casado y con su mujer enferma, con unos hijos, definitivamente has perdido el juicio.....
    -Puede ser ¿me echarás de tu casa?
    -¡Cállate! Acompáñeme Engracia.
    Las ve salir del cuarto apresuradamente y tiene la sensación de haberse quitado una gran losa de encima. Ahora debe esperar el más que previsible escándalo que formará su cuñado cuando le comuniquen la noticia.

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  27. 28.
    Josefina puso a Bosco al corriente del embarazo de su hermana y le comunicó el nombre del padre de la criatura en un intento desesperado porque su marido no tomara represalias contra Luz.
    Si pensó que su marido pondría el grito en el cielo, se equivocó de plano al verlo reaccionar con completa normalidad.
    Le preocupó tanta calma y le preguntó si estaba al corriente de las relaciones clandestinas entre su hermana y don Rafael.
    Su respuesta fue una negación seguida de una apostilla que la dejó francamente sorprendida. No tenía conocimiento de sus encuentros pero no le extrañaba nada, eran, tal para cual.
    Esa confesión en boca de su marido le dio idea de la opinión que tenía sobre su hermana y aunque se sintió herida, no se atrevió a contradecirlo.
    El poco juicio que había demostrado quedaba patente en toda su crudeza. Una vida joven destrozada y que dejaría su reputación por los suelos.
    -¿Sabes lo que haría si no fuese injusto para él?
    -¿Qué harías?
    -Le pediría a Maximiliano que se casara con ella.
    -¿Te has vuelto loco?.
    -No, todavía no he llegado a tanto, querida.
    -Deja a Maximiliano fuera de esto.
    -Tu hermana le gusta, sé que no sería un sacrificio para él.
    -Nadie puede disponer en los sentimientos de los demás y ella se enamoró del hombre equivocado.
    -¿Sé enamoró? Tu hermana no sabe lo que significa ese sentimiento.
    -Tenemos que pensar algo, Bosco, es una situación muy delicada.
    -¿Qué dice ella?
    -No dice nada, su máxima preocupación es que la eches de casa.
    -Bien, creo que tenemos que pensar una solución y he pensado en una que creo sería la mejor de todas.
    Guarda silencio durante unos segundos interminables al tiempo que observa el paisaje asomado a la ventana. Las grandes encinas y los viejos alcornoques parecen devolverlo a la realidad y analiza la situación desde un punto de vista lo más práctico posible.
    Una mujer soltera y embarazada de un hombre casado que acaba de fallecer no es un panorama alentador. Lo de Maximiliano lo ha dicho de manera jocosa aunque sabe que el fiel trabajador arrastra el ala de manera escandalosa cada vez que mira a su cuñada.
    Jamás permitiría que una mujer como ella lo hiciese infeliz, no se merece semejante castigo un hombre bueno y leal como él.
    -Dile a Engracia que venga...por favor.
    No discute su encargo y se encamina hasta una sala contigua a su dormitorio que es donde pasan la mayor parte del tiempo cuidando de las tres niñas.
    Engracia tiene en sus brazos a una de las mellizas mientras la joven Ernestina amamanta a la otra. La pequeña Julia juega en el suelo con un pequeño caballo de madera que Maximiliano esculpió para ella.
    Al verla pasar, su mirada busca ansiosamente su rostro intentando adivinar el resultado de su conversación con Bosco.
    -Acompáñeme Engracia, mi marido quiere hablar con nosotras.
    Entrega la melliza a su madre y recibe en sus brazos a la otra que se ha quedado dormida en los brazos de su ama de cría totalmente saciada su hambre.
    Josefina le entrega la niña a Ernestina para que la alimente y Engracia deposita a la otra pequeña en su capazo arropándola cuidadosamente.
    Después salen las dos en dirección al comedor donde las espera Bosco con el semblante totalmente relajado y tranquilo.
    Las invita a sentarse frente a él sin pasarle desapercibido su patente nerviosismo.

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  28. 29.
    No esperaba Engracia una respuesta tan tranquila y sosegada por parte de Bosco. Al igual que sucede con ella, la hermana de su mujer no es santo de su devoción y así lo ha podido constatar durante el tiempo que lleva viviendo con ellos.
    Sin embargo, esa animadversión que la señorita Luz les provoca no puede más que los sentimientos nobles que ambos albergan en su interior.
    La situación es muy difícil y Engracia no tiene la menor idea del modo en que puedan solventarla. Es cuando comienza a exponerles sus planes cuando las dos mujeres lanzan a la vez un suspiro de alivio.
    Ha pensado que la mejor solución sería que la criatura pasara al nacer a ocupar el cuarto lugar después de las mellizas. Ser el cuarto de los hijos de los Hidalgo le ahorraría muchos sufrimientos al ser que está por venir al mundo.
    Nadie fuera de ellos tendría porqué enterarse, la reputación de la madre quedaría a salvo y la criatura no tendría que cargar con el estigma de ser hija de madre soltera.
    Tanto Engracia como Josefina piensan que es la mejor solución que podían haber encontrado y abandonan el comedor para subir a comunicarle el acuerdo a la señorita Luz que permanece en la cama en una especie de duerme vela producto del desmayo reciente.
    Le sorprende las caras radiante de las dos mujeres que se inclinan sobre ella y duda de estar consciente.
    Pero lo está, la voz de su hermana le llega suave y queda como acostumbra, sin subir nunca el tono ni siquiera cuando reprende a la pequeña Julia.
    La pone al corriente de la decisión de su marido y espera expectante la respuesta de su hermana que no tarda en llegar al asentir afirmativamente con la cabeza al tiempo que se relaja sobre la almohada como si un gran peso se le hubiera quitado de encima.
    Bosco, al terminar de hablar con ellas se encaminó hasta las cuadras donde Maximiliano se afanaba por sacar el estiércol para mantener el suelo limpio.
    Lo sacaba en grandes espuertas que vaciaba a un lado de las cuadras para una vez fermentado utilizarlo de abono para las tierras.
    Bosco lo observaba en su incesante ir y venir apoyado sobre uno de los pesebres y comprendió que no estaba muy locuaz esa tarde.
    -¿Te ayudo con la paja para los animales?
    -No, se ensuciará la ropa, ya lo hago yo.
    -Anoche murió don Rafael Caballero, lo asaltaron unos malhechores.
    Maximiliano se quedó inmóvil con el montón de paja en sus manos y por un segundo no acertó a moverse del sitio. Reaccionó momentos después y continuó con su labor de llenar los pesebres con la paja para más tarde repartir unos cestos de cebada.
    En las cuadras tenían seis mulas y tres caballos, tanto animal necesitaba de una atención permanente y daban un trabajo enorme.
    -¿No dices nada?
    -¿Qué tendría que decir?
    -No sé, mostrar tu consternación por ejemplo.
    -No me alegro de lo que le ha pasado Bosco, no le deso ningún mal a nadie.
    -¿Tú sabías que andaba en amores con mi cuñada?
    Su pregunta consigue ponerlo nervioso y una sonrisa traviesa se forma en la boca de Bosco al verlo perder la compostura de la que siempre hace gala.
    -No has contestado a mi pregunta.
    -No me gusta meterme en la vida de nadie, allá cada uno con sus asuntos.
    -Perfecto, pues ahora nos encontramos con una boca más que alimentar. Te comunico que mi estricta cuñada está embarazada y como puedes comprender dada la situación...al padre de la criatura no podremos exigirle responsabilidades.

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  29. 30.
    La confesión lo deja desconcertado por lo que tiene de directa. Termina de repartir la cebada en los distintos compartimentos y da unas palmadas cariñosas a una de las mulas en el anca.
    -La Argentina hoy se ha cansado demasiado, la dejaré descansando y mañana me llevaré a la Escogida.
    -No estábamos hablando de las mulas, Maximiliano.
    -Lo que me ha dicho no tiene nada que ver conmigo.
    -Bien,hemos decidido que después de nacer la criatura será inscrita como hijo mía y de Josefina, es lo mejor para los dos, sobre todo para la criatura.
    -¿A la señorita Luz le parece bien?
    -No tiene otra salida.
    -Sí la tiene.....
    -¿La tiene?
    -Yo puedo darle mi apellido, hacerme responsable.
    -Eso es una locura, haré como que no lo he escuchado.
    -¿Ni para eso valgo?
    Su expresión doliente consigue que algo en el interior de Bosco se rebele. El hombre bueno y fiel que es Maximiliano no merece este sufrimiento que ahora refleja claramente.
    -No es eso lo que quería decir, tú vales mucho más que un apellido y te puedo asegurar que mi cuñada no lo merece.
    -Algo que debería decir ella ¿no le parece?
    Se da Bosco por vencido, dejar que Maximiliano se desengañe por sí mismo era algo que quería evitar a toda costa. Pero comprende que no puede hacer nada más por evitarlo y le da su bendición.
    -Está bien, no seré yo el que te niegue la posibilidad de intentarlo, adelante.
    Abandona las cuadras sin pronunciar una palabra más y se dirige a la casa comprobando que está anocheciendo y las velas ya alumbran el interior.
    Maximiliano siente en su interior una determinación desconocida y también se marcha de las cuadras dejando a los animales atendidos. Se encamina hasta la casa de adobe que él mismo se encargó de restaurar para convertirla en su hogar con la ayuda de Engracia que le cosió hasta unas pequeñas cortinas para todas las ventanas.
    Se compone de una habitación central con una chimenea y a ambos lados de la misma dos pequeñas alacenas con cristales donde guarda los útiles para comer y los víveres que mejor se mantienen.
    Un dormitorio con una pequeña cama y una cómoda de madera junto a una silla donde suele colocar la ropa.
    Se lava escrupulosamente en el interior de la pequeña cocina y se viste con la ropa que tiene en mejor estado.
    Ya es noche cerrada cuando accede al interior de la casa donde Engracia prepara la mesa para la cena en el comedor y al verlo llegar tan aseado no puede por menos que dirigirle una mirada interrogadora.
    -¿Se celebra algo?
    Lo ve ponerse colorado y cosa extraña en él, algo incómodo en su presencia. Abandona el comedor y se sienta en la gran mesa de madera de la cocina.
    Engracia regresa y le pone en silencio un plato vacio que enseguida llena con los restos del estofado del medio día. También le pone un gran trozo de pan y hace además de llenarle un vaso de vino.
    -No me pongas vino, Engracia.
    -¡Te encuentras bien?
    -Sí, ¿no han cenado los señores?
    -No,lo harán enseguida, Bosco está repasando unos papeles y doña Josefina ayudando a Ernestina para alimentar a las mellizas.
    -¿Y la señorita Luz?

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  30. 31.
    -Está en su habitación, hoy no se ha sentido bien y no ha comido nada en todo el día, ahora le subiré un caldo bien caliente.
    -Me ha contado Bosco que han matado a don Rafael.
    -Pues sí, mala suerte ha tenido el hombre.
    -También me ha puesto al corriente de lo que le pasa a la señorita Luz.
    El tono de sus palabras activa de inmediato la alarma en su cabeza. Observa de nuevo su cabello rizado perfectamente peinado y la camisa y el pantalón que nunca hasta ahora se había puesto en un día de diario.
    El temblor de sus manos es tan notorio que debe dejar la loza de nuevo en su lugar por temor a romperla. El afecto que le tiene parece obligarla a advertirle sobre el camino equivocado que piensa tomar pero la prudencia se impone y sella sus labios.
    Es ya un hombre adulto y que tiene derecho a tomar sus propias decisiones sin que nadie interfiera en ellas, aún en el caso de equivocarse gravemente como está haciendo ahora.
    Si le sorprende el repentino silencio de Engracia no parece darse por aludido, simplemente se limita a terminar su cena y rechaza la manzana que ella le ofrece como postre.
    Después cruza la gran cocina en dirección a la entrada y sube lentamente la escalera que conduce al piso superior con los ojos de Engracia clavados en su espalda.
    Duda unos cuantos segundos antes de golpear la puerta cerrada y cuando finalmente consigue reunir las fuerzas necesarias para hacerlo, una voz débil que apenas escucha le invita a pasar.
    La señorita Luz se encuentra recostada en la cama sobre unas almohadas y a la luz de las velas parece que se acentúe su palidez.
    Su hermoso cabello sin recogidos que lo sujeten aparece desparramado y libre sobre las blancas almohadas provocando un vuelco en el corazón enamorado de Maximiliano.
    Su rostro fino y perfecto con toda la tersura de la juventud lo mira a su vez como no entendiendo su presencia en la habitación.
    -¿Querías algo , Maximiliano?
    Su voz ligeramente estridente y sin atisbo alguno de modestia no lo sorprende por estar acostumbrado a escucharla desde que llegó a sus vidas.
    -Verá...señorita Luz, me....me dijeron que estaba indispuesta y quería saber cómo se encontraba.
    -Estoy mejor, gracias por tu interés.
    -Yo....yo quería decirle que me pongo a su disposición para lo que necesite.
    -Te lo agradezco Maximiliano y ahora si no te importa me gustaría descansar.
    -También quería ofrecerme ….ofrecerme para darle mis apellidos al niño y a usted si fuera necesario....
    La señorita Luz permanece muda en la cama sin salir de su asombro ante lo que considera una grave ofensa por parte del hombre que permanece inmóvil a los pies de la cama y su boca parece escupir veneno cuando al fin puede reaccionar.
    -¿Me estás ofreciendo matrimonio a mí?
    -¿A mí que soy una señorita me estás ofreciendo tu sucio apellido? ¿Cómo te atreves?
    Sal inmediatamente de mi cuarto ¡Vamos!
    -Yo sólo quiero ayudarla...
    -No necesito tu ayuda, prefiero morirme de asco.
    La lividez cadavérica se adueña de la cara de Maximiliano y la humillación llega a su fin con el sonido de la puerta al abrirse dando paso a Engracia con una bandeja en las manos conteniendo un tazón de humeante caldo.
    Lanza una mirada de soslayo al hombre paralizado en medio de la habitación y lo conmina a marcharse sin perder la calma en ningún momento.
    -Vete ya a casa Maximiliano, es tarde y mañana madrugas.
    -¿Sabe lo que me ha pedido este patán?

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  31. 32.
    -No, no lo sé pero seguro que usted me lo va a decir.
    -Pretende nada más y nada menos que poner su apellido a mi disposición, creerá que soy una de esas bestias con las que acostumbra a tratar.
    -¡Vaya! Mal quedan las bestias en esa comparación.
    -¿Qué insinúa?.
    -No insinúo, afirmo que en la comparación entre usted y las bestias, las bestias pierden claramente.
    -Me está insultando gravemente Engracia, quiero que vengan de inmediato mi hermana y mi cuñado.
    -Ellos están ocupados con sus hijas y no creo que dejen esa obligación para escucharla a usted.
    -¡Fuera los dos de mi habitación......fuera!
    Engracia se muerde la lengua en un intento desesperado por empezar a suturar la herida que sabe con total seguridad que se ha abierto en el corazón de Maximiliano.
    -Vamos, vete a casa Maximiliano.
    -Yo solo quería ayudarla...
    -No te arrastres más, no lo merece y tu apellido es demasiado valioso para esta cualquiera.
    Ya lo soltó, la ira la ciega de tal forma que le impide razonar y al fin vuelca todo su odio que durante mucho tiempo intentó mantener a raya para evitar roces y disgustos.
    Sin embargo el dolor de Maximiliano ha despertado de nuevo ese sentimiento que tanto le costó dominar.
    -¿Me está diciendo que soy una cualquiera?
    -Sí, una cualquiera desagradecida e ingrata, no se merece ni el pan que se come en esta casa y mucho menos que un hombre como Maximiliano se ofrezca para cargar con semejante castigo.
    -Esto lo sabrá mi hermana, aténgase a las consecuencias, los dos tendrán que dar explicaciones.
    -Tenemos dos manos para trabajar y a cualquier lugar que vayamos podremos ganarnos el pan, no es necesario que hable usted con doña Josefina, ya me encargaré de hacerlo yo.
    Consigue sacar a Maximiliano de la habitación y por primera vez en su vida puede darse cuenta de la derrota que carga sobre su espalda.
    La decepción en sus francos ojos claros le duele en lo más profundo de su ser y decide acompañarlo de regreso a su casa. No quiere dejarlo solo en esta noche en que ha podido experimentar la mordedura de la humillación en sus propias carnes.
    En un hombre noble como él es más difícil de entender ciertos comportamientos humanos que producen dolor a sus semejantes.
    Bajan juntos las escaleras y ven a Bosco y a doña Josefina que han preferido no subir al escuchar los gritos provenientes del piso superior.
    -Voy a acompañar a Maximiliano a casa, la cena está en la cocina doña Josefina.
    -Si no te importa preferiría acompañarlo yo, Engracia.
    Lo considera durante un breve momento y llega a la conclusión de que será la mejor opción sobre todo para Maximiliano, ella, lo único que puede ocasionarle es más daño en este momento.
    Desde la puerta misma los ven marchar uno junto a otro y doña Josefina pone su mano en el antebrazo de Engracia presionando suavemente.
    -¿Que ha pasado con mi hermana? Se escuchaban sus gritos en toda la casa.
    -Perdóneme, su hermana me desquicia hasta el punto de llevarme a insultarla.
    -¿Por qué gritaba de esa manera?.
    -Maximiliano se ofreció para darle una salida honrosa a la delicada situación que se le ha planteado y ella lo ha despreciado y humillado de una forma cruel.
    -Esta chica no tiene arreglo, no sé que hacer con ella, Engracia.
    -Me ha dolido tanto lo que le ha dicho a Maximiliano, a un hombre tan bueno......
    -No le hagan caso por favor, intentaremos hacer frente a esta situación de la mejor manera posible.
    -¿Piensa que no habrá problemas con la criatura cuando nazca?
    -Teniéndonos a nosotros como padres, desde luego que ninguno, tenga la seguridad.

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  32. 33.
    La apacible noche parece un remanso de paz a la luz de la luna llena que alumbra los pasos apresurados de Maximiliano. Bosco trata de acompasar su paso al del hombre que parece caminar de manera mecánica inmerso en sus propios pensamientos y algo molesto por el empeño que puso en acompañarlo a pesar de su negativa.
    La humillación todavía la siente como una quemazón en su amor propio llegando incluso a hacerle sentir ridículo.
    Pensó equivocadamente que su buena voluntad no sería pisoteada de la forma en la que la señorita Luz lo hizo. Simplemente pensó que sería una salida decorosa a la delicada situación que se le había planteado.
    Pero lo rechazó de plano sin ahorrarle tan siquiera la vergüenza de ser ninguneado. Aligera el paso hasta llegar a la casa de adobe y se vuelve hasta el hombre que lo sigue en silencio.
    -Regrese a la casa, ya ve que he llegado en perfecto estado, no tiene nada de qué preocuparse.
    -Traté de evitarte este disgusto, Maximiliano, conozco perfectamente a mi cuñada y me esperaba una reacción así.
    -Posiblemente tenga razón, he encontrado lo que he buscado y a nadie debo culpar que no sea a mí mismo.
    Bosco sujeta su brazo evitando que entre en la casa intentando de manera tenaz que no se quede dentro su derrota. A veces cogería del brazo a su cuñada y la pondría en la calle sin más explicaciones.
    Pero sabe el daño que eso provocaría a su mujer y no está dispuesto a pagar un precio tan alto.
    -Mi cuñada no merece que un hombre como tú ponga sus ojos en ella, no pienses en lo que ha sucedido esta noche, intenta olvidar.
    -Lo haré, despreocúpese.
    Se desprende con suavidad de la mano que sujeta su brazo y empuja lentamente la puerta de madera cerrándola tras de sí. Camina en la oscuridad hasta llegar a su cuarto y toma asiento en la cama pasando sus manos por la cara buscando el olvido.
    Se desnuda unos minutos más tarde y se tumba en el jergón clavando su mirada en la ventana entreabierta por donde puede observar el reflejo de la luna. Cierra los ojos y la imagen de ella con su pelo extendido sobre la almohada le recuerda que no es tan fácil el olvido cuando se trata de sentimientos nacidos desde el fondo del corazón.
    No volvió a dirigirle la palabra en los siete meses posteriores al enfrentamiento mantenido en su habitación aquella noche de funesto recuerdo. La veía desde lejos día tras día pudiendo comprobar como ensanchaba su cuerpo y se acentuaba su delicada belleza con el embarazo.
    Nadie en la casa hizo mención alguna al desagradable episodio y Engracia sobre todo fue la que más le ayudo a superar su amargura inicial.
    El largo invierno pasó con sus día fríos y oscuros esperando la llegada inminente de la primavera para poder dejar atrás el enclaustramiento al que los rigores de las bajas temperaturas los obligaban permaneciendo al abrigo de las gruesas paredes y muy cerca del fuego.
    Especial cuidado tenían con las tres niñas que por su corta edad eran las más proclives a contraer severos enfriamientos. A pesar de crecer sanas y fuertes, la vigilancia era constante por parte de los adultos.
    Finalizaba el mes de marzo cuando el hijo de la señorita Luz anunció su llegada una madrugada fría y lluviosa. Engracia escucho sus lamentos y acudió hasta la habitación de doña Josefina para informarle de la inminencia del parto.
    Ernestina quedó al cargo de las tres niñas y ellas dos comenzaron a calentar agua y a preparar sábanas para hacer frente a un parto que se presentó duro y largo.
    La pequeña Beatriz vino al mundo el último día de marzo cuando ya había amanecido y su llanto acalló los gritos de su madre que se habían sucedido durante toda la madrugada dejándola en un estado de extrema debilidad.

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  33. 34.
    El acuerdo tácito al que habían llegado meses atrás continuó adelante y la pequeña Beatriz fue inscrita por su padre como Beatriz Hidalgo Covaleda pasando a ocupar el cuarto lugar de las hijas nacidas en el matrimonio.
    Nunca su madre la sintió como hija, ni tan siquiera hizo el intento de alimentarla en sus primeros meses de vida y tuvo que ser la joven Ernestina la que se hiciera cargo de la alimentación de la recién nacida.
    Por fortuna, las mellizas ya no necesitaban tanto la leche materna que manaba inagotable del pecho de la nodriza y a quien Engracia seguía alimentado de forma rica y nutritiva.
    Dos años trascurrieron desde el nacimiento de Beatriz cuando vino al mundo la última de los Hidalgo. Mariana fue el intento esperanzado de sus padres para tener un hijo varón y que no se hizo realidad.
    Bosco se resignó finalmente y prometió no hacer pasar a su mujer por un nuevo parto que pusiera en riesgo su salud un tanto delicada en los últimos tiempos.
    Ya el parto de la niña le supuso una larga recuperación y la recomendación del médico al que hizo venir desde Ciudad Real para que no alumbrara más hijos.
    Julia acababa de cumplir siete años y Bosco planteó a su mujer la necesidad de trasladarse a la ciudad para que comenzara sus estudios. Pero doña Josefina no parecía muy entusiasmada con la idea de abandonar la vida sana del campo y le propuso contratar un maestro que acudiera a La Pedralta para dar clase a Julia y también a las mellizas de cinco años.
    Por mediación de unos conocidos encontró a la persona adecuada para tal cometido. Un viejo maestro que malvivía de los exiguos ingresos que sus conocimientos le procuraban y que aceptó encantado la proposición de trasladarse a un lugar donde tendría asegurada la comida diaria.
    Bosco le asignó un sueldo y el mantenimiento. Junto a Maximiliano y a otros dos jornaleros de la finca habilitaron el desván de la casa y consiguieron adecentar una habitación para el nuevo inquilino.
    Don Tasio era un hombre de unos sesenta años con aspecto amable aunque algo distraído gracias a unas gafas redondas que nunca se quitaba ya que tenía serios problemas para ver sin ellas.
    Era soltero y toda su vida la había dedicado a la enseñanza que era su mayor afán. Se mostró encantado con su habitación en el desván y comprendió que la casa estaba claramente llena de niñas y de adultos. Por tanto, agradeció la deferencia para que pudiese vivir en la casa con ellos y se puso manos a la obra a otro día de su llegada.
    Dedicaron una de las habitaciones del piso superior como aula para las tres niñas y durante gran parte de la mañana y hasta que la luz del día se lo permitía, permanecía junto a ellas enseñándoles en principio el abecedario.
    Engracia se adolecía de las pequeñas por considerar demasiado exigente al maestro y temiendo que las niñas terminaran medio ciegas a causa de tanto estudio, teniendo que necesitar gafas con gruesos cristales como le ocurría al maestro.
    Pero Bosco la tranquilizó a ese respecto, nada les pasaría en los ojos y la enseñanza era necesaria en muchos aspectos de la vida.
    En realidad le encantaba el método de enseñanza de don Tasio. Era un hombre meticuloso y riguroso y sin embargo tenía una parte tierna y un trato delicado hacía las niñas devolviéndoles el mismo respeto que les exigía a ellas.
    La rutina de estudio se instaló en la casa de lunes a viernes con dos horas más de estudio los sábados por la mañana, el resto del tiempo lo dedicaban al juego dentro de la casa cuando el tiempo no les permitía jugar al aire libre.
    Al año siguiente se les unió Beatriz y dos años más tarde lo hizo Mariana conformando una numerosa clase que hacía las delicias de don Tasio por tener bajo su mando a unas alumnas tan educadas y obedientes.

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  34. 35.
    La Pedralta se convirtió en un lugar lleno de niñas y de mujeres en una especie de matriarcado gobernado por Engracia que lo hacía con mano férrea. Bosco permanecía gran parte de la semana en Ciudad Real y don Tasio era el único varón que compartía casa con todas ellas.
    Maximiliano acudía a la hora de la cena y no se demoraba demasiado a pesar de los intentos de Engracia por entablar una conversación que lo mantuviera sentado más tiempo a la mesa. Terminado su cometido como ama de cría y como Gertudris se casó y abandonó su puesto de sirvienta en la casa. Engracia propuso a Ernestina que ocupase su lugar para ayudarla con las tareas del hogar que eran innumerables con una familia tan extensa.
    La joven aceptó encantada porque eso le permitía seguir en contacto con las niñas además de ganarse el sustento.
    También estaba Maximiliano por el que suspiraba desde el primer día que lo conoció. A pesar de ser un hombre serio y poco dado a las reuniones sociales, algo en él le hacía añorar al joven que la dejó embarazada poniendo tierra de por medio en cuanto tuvo conocimiento de dicho embarazo.
    Pero el corazón de Maximiliano se había endurecido en estos años y junto a la decepción sufrida con la señorita Luz había terminado por huir de cualquier afecto.
    Engracia era plenamente consciente de ello y no se dio por vencida. No entendía el comportamiento que se podía llegar a tener por una decepción amorosa ya que nunca experimentó ese sentimiento.
    Algo que no le preocupaba en absoluto puesto que pensaba que los enamorados cometían torpezas y protagonizaban episodios que a ella le quedaban lejos.
    Era feliz viendo crecer a las niñas y ocupándose de la intendencia de una casa en la que diariamente se sentaban a la mesa más de diez personas.
    Por fortuna para ellos nunca les faltó el alimento. Bosco ganaba un buen dinero en la capital y las cosechas de la finca también proporcionaban unos buenos emolumentos.
    Fueron años de prosperidad en los que el trigo y la cebada crecían sin problemas gracias a las lluviosas temporadas de primavera que se sucedían año tras año.
    También tenían un corral bien surtido de gallinas que parecían no hartarse de poner huevos que las niñas recogían en cantidades ingentes.
    Nunca les faltaban pollos que Engracia preparaba en pepitoria para alborozo de pequeñas y mayores, conejos y de vez en cuando y en ocasiones señaladas también contaban con algún cordero.
    Criaban cerdos que sacrificaban en diciembre y con los que hacían la matanza que les duraba casi hasta el año siguiente.
    Un rebaño de ovejas y cabras les surtía de leche con la que elaboraban quesos que consumían tiernos y los sobrantes los curaban en una cueva que había al lado de las cuadras y que mantenía también las patatas durante todo el año.
    Los inmensos campos de olivos con sus grandes cosechas de aceituna les mantenían surtidos con el dorado aceite y dedicaban una extensión considerable de tierra a modo de huerto en el que sembraban todo tipo de hortalizas.
    Por lo tanto mantenían el hambre a raya sabiéndose afortunados dada la calamidad existente y eso fue lo primero que enseñó Engracia a las niñas desde que fueron teniendo uso de razón.
    Dar gracias al señor les decía, por los alimentos que cada día disfrutamos en la mesa y que la tierra tan generosamente nos ofrece.
    Nunca comenzaban a comer sin antes dar las gracias como Engracia les había enseñado y tampoco armaban alboroto entre ellas a pesar de andar siempre con juegos y risas que cesaban de inmediato a la hora de la comida y la cena.
    Eran niñas perfectamente educadas y muy formales gracias a la vigilancia constante de don Tasio que no sólo las formaba en el plano intelectual. También les enseñaba lo que él llamaba un comportamiento ejemplar para conducirse en la vida.
    Que no era otra cosa que la compasión por sus semejantes y la igualdad entre los seres humanos.

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  35. 36.
    Era don Tasio un hombre un tanto peculiar y debido a sus opiniones, tachado por muchos de sus conocidos como lunático.
    Pero nada más alejado de la realidad, su parsimonia al expresarse no era otra cosa que un rechazo absoluto a cualquier violencia, incluso a la verbal.
    Sus enseñanzas no cayeron en saco roto con las hermanas Hidalgo que absorbían sus enseñanzas con sumo interés y de su boca aprendieron muchos conceptos humanísticos que les servirían en el futuro para asumir tiempos difíciles.
    La muerte inesperada del padre golpeó sus vidas de manera bien distinta. Gracias a su corta edad, las niñas no fueron plenamente conscientes de la tragedia que suponía perder al cabeza de familia.
    Los adultos sin embargo sí sabían lo que eso significaba y al dolor de la desaparición de la figura de don Bosco tuvieron que unir la incertidumbre que su muerte traería consigo.
    Al parecer, había tenido la mala suerte de encontrarse en su camino a unos salteadores que intentaron robarle y en su huida cayó del pescante del carro golpeándose la cabeza contra una piedra del camino.
    Todos en La Pedralta vivieron su duelo de manera parecida. Se evitaban los unos a los otros buscando la soledad que les ayudase a asimilar su desaparición.
    Doña Josefina cayó en las garras de una profunda melancolía negándose a creer que ya nunca volvería a tenerlo a su lado.
    La señorita Luz no lamentó en absoluto su muerte. Tampoco se alegró pero siguió con su vida irresponsable de siempre.
    Las niñas, un tanto ajenas al sufrimiento de los mayores continuaron con su rutina habitual dedicando gran parte del día al estudio siempre bajo la mirada vigilante de don Tasio.
    Maximiliano se volcó de lleno en el trabajo hasta llegar extenuado a la noche y después de una frugal cena retirarse al catre en el que caía rendido intentando desesperadamente no pensar.
    Pensar...ese era su problema. A pesar de tener edades similares, Bosco representaba para él un referente que ahora repentinamente había desaparecido y se encontraba totalmente perdido.
    Tan perdido como si fuese una más de las niñas y ese pensamiento le causaba dolor al recordar las palabras que Bosco pronunció unos años atrás.
    No le hizo caso en aquel momento y lo tomó casi como una de las numerosas bromas que gustaba gastarle para arrancarle una de sus escasas sonrisas.
    Confiaba en él para que se ocupase de su familia si a él llegara a sucederle algo. En él....que lloraba por los rincones como una plañidera incapaz de hacerse a la idea de su partida.
    Envidiaba la disposición de Engracia que se había puesto al frente de la casa tomando las riendas en solitario a pesar del gran dolor que sabía a ciencia cierta que asolaba su corazón.
    “Sí, le había confiado una noche poco después de la muerte de Bosco. Tengo roto el corazón, Maximiliano y mi dolor es inmenso al pensar que ya no está entre nosotros”
    Pero también me duelen estas criaturas que ahora dependen de nosotros más que nunca. Eso se lo dijo de pie frente a él que se encontraba tumbado en la cama.
    Lo buscó en su casa y no le dejó escapatoria posible porque en las semanas posteriores a la muerte de Bosco no consiguió entablar una conversación con él.
    La situación en la casa era insostenible y andaban todos como pollo sin cabeza hasta que ella dijo, basta, y asumió el mando definitivamente.
    Por ese motivo creyó necesario poner las cosas claras entre ellos y exponerle la situación tal cual era en ese momento.
    Le contó que la señora Josefina se mantenía confinada en su cuarto durante todo el día desatendiendo hasta sus obligaciones como madre. La señorita Luz continuaba con sus delirios de grandeza esperando al príncipe azul que le rindiera pleitesia y que nunca llegaba.
    Así las cosas, era necesario que alguien se hiciese cargo de llevar adelante la finca y ese alguien era él.

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  36. 37.
    Tarea que se le antojaba imposible puesto que él se ocupaba de todo lo referente a la siembra y la cosecha pero de la venta de esa misma cosecha y todo lo que afectaba al pago a los jornaleros siempre había sido cosa de Bosco.
    Su despacho en Ciudad Real como registrador de la propiedad había sido cerrado y ya no podían contar con esos ingresos. A partir de ahora dependían por entero del producto de la finca en su totalidad.
    Pareció entender la postura de Engracia y supo que esperaba de él que se pusiera al frente de todo como era deseo y voluntad expresada de viva voz por el amigo y patrono que se fue.
    Y así lo hizo, comenzó a interesarse por los aspectos que eran responsabilidad de Bosco y con la ayuda de don Tasio repasaron todos los documentos que tenía en su pequeño despacho de la casa.
    Maximiliano se defendía bastante bien leyendo y escribiendo gracias al empeño que puso Bosco en su día para convertirse en maestro tanto de él como de Eleuterio.
    En las largas noches de verano y a la luz del candil coincidiendo con sus vacaciones estivales. El joven Bosco repetía con ellos la misma conducta que tenían con él sus profesores a riesgo muchas noches de que los dos adolescentes se le quedasen dormidos sobre la mesa que les servía de pupitre.
    Pero su empeño dio sus frutos y los dos aprendieron las reglas básicas de sumar, restar y multiplicar. Después comenzó con la escritura y la lectura que a base de tesón y sucesivos años terminaron por entrar en las duras cabezas de los dos jóvenes que no entendían muy bien para qué necesitaban ellos entender de letras y números.
    Se maravilló don Tasio de la soltura con la que se manejaba Maximiliano en cuestión de cuentas y no les resultó difícil desentrañar todos los documentos referentes a la situación económica en la que se encontraban las cuentas de la familia.
    Un año pasó del fallecimiento de Bosco cuando tuvieron que acompañar a doña Josefina a la capital para asistir a la lectura del testamento de Bosco.
    No entendían para qué era necesaria su presencia junto a la señora pero atendieron a la petición de don Guillermo que era el notario que se había encargado de custodiar las últimas voluntades de su colega y amigo.
    Pronto comprendieron el motivo por el que era requerida su presencia. La herencia íntegra era legada a doña Josefina en su totalidad y la titularidad de La Pedralta le pertenecería hasta su muerte, momento en el que pasaría a las cinco hijas del matrimonio a partes iguales.
    También se incluían unas clausulas especiales en las que tanto Maximiliano como Engracia eran parte interesada.
    En el hipotético caso de fallecimiento de su esposa siendo sus hijas menores de edad. Ellos serían nombrados tutores legales y encargados de salvaguardar su patrimonio.
    Doña Josefina estuvo totalmente de acuerdo respetando la voluntad de su marido y a la firma de todos los documentos pertinentes regresaron a La Pedralta sin ni siquiera pasar por la casa de la ciudad.
    Nada parecía interesar a doña Josefina que no fuese el recuerdo siempre presente del hombre al que tanto quiso, con su marcha le dejó un vacío que ni sus hijas podían llenar y comenzó un lento deterioro físico y mental.
    Con el padre muerto y una madre ausente, las niñas Hidalgo aprendieron a desenvolverse por sí mismas bajo el atento cuidado de Engracia y el desvelo de don Tasio que se volcó totalmente en las cinco niñas para enseñarles todos sus conocimientos.
    Maximiliano tomó las riendas de la propiedad delegando el trabajo más duro en los peones que les ayudaban de manera esporádica algunos, y dos de forma continuada.
    Procuraba seguir al pie de la letra las directrices que Bosco tenía perfectamente delimitadas y puestas por escrito. Cualquier duda que le surgía de inmediato se la consultaba a don Tasio y con su nuevo cometido también comenzó a ver más a menudo a la señorita Luz que vagaba por la casa con su eterna cara de fastidio.

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  37. 38.
    Ni tan siquiera había sido invitada por su hermana para estar presente en la lectura del testamento de su marido. Por el contrario sí había solicitado la compañía de Maximiliano y Engracia para tal fin.
    Vivía en una especie de continúo desencanto ya próxima a alcanzar la treintena y comprobando que ninguno de sus sueños se había hecho realidad.
    Confinada entre aquellas cuatro paredes viendo la vida pasar a su lado pero sin poderla vivir como a ella le hubiera gustado.
    Recordaba su fallida aventura con don Rafael y pensando que el destino le jugó una mala pasada con su muerte y el desbaratamiento de todos sus planes.
    Sin embargo, a veces experimentaba el anhelo de sentirse abrazada por un hombre y sentir el calor que ese abrazo reportaba.
    La presencia cada vez más constante de Maximiliano dentro de la casa comenzó a provocarle una extraña inquietud. Le quedaba ya muy lejos en su memoria la escena lamentable de su ofrecimiento para asumir la responsabilidad de hacerse pasar por padre de la criatura que venía en camino.
    No lamentaba en absoluto haberlo rechazado, ni en un millón de años estaba dispuesta a bajar tantos escalones en su condición social.
    Supo de manera fehaciente que lo había herido con sus crueles palabras y que desde aquel momento la evitaba de manera notoria y sin ningún tipo de disimulo.
    Circunstancia que cambió con la muerte de Bosco y la necesidad que se presentó para que él se hiciera cargo de lo que antaño era responsabilidad exclusiva de su cuñado.
    Ahora y a pesar de pasar gran parte del día trabajando en el campo, no tenía más remedio que dedicarle varias tardes a la semana a las cuestiones del papeleo ayudado a veces por don Tasio al que consultaba algunas dudas aunque cada vez lo necesitaba menos.
    Se le veía un hombre avispado y muy trabajador. Era muy aseado y cuando llegaba a la casa recién lavado y con su hermoso cabello moreno ensortijado, los anhelos de la señorita Luz se fueron volviendo necesidad a cada día que pasaba.
    Fantaseaba con sus manos grandes acariciando su espalda y sospechando con absoluta seguridad que el hombre tímido y callado tenía mucho que ofrecer a una mujer.
    Ya no llevaba a cabo las labores más duras y eso se notaba mucho hasta en su forma de vestir. Obligado a viajar a la ciudad al menos dos veces al mes. Maximiliano lo hacía vestido correctamente y alguna vez le había visto alguna prenda de su cuñado ya que tenían una envergadura parecida.
    Sabía también que Engracia se ocupaba de él como si de un hermano se tratara, tenía especial cuidado sobre todo cuando partía de viaje y lo acompañaba hasta el coche con sus innumerables recomendaciones que proseguían aun cuando el coche de caballos se alejaba y le era imposible escucharla.
    Con su hermana confinada casi todo el día en su habitación, las niñas con sus larguísimas clases enclaustras con don Tasio, y Engracia y Ernestina ocupándose de las tareas domésticas que no eran pocas.
    A la señorita Luz no le quedaba más entretenimiento que el bordado y la lectura de sus numerosas novelas románticas que ya tenía manidas de releerlas una y otra vez.
    Comenzó cuando finalizaba la primavera a retomar sus paseos por el campo como ya hiciera aquel tórrido verano en que fue concebida Beatriz y las largas caminatas parecían suplir las necesidades que últimamente la asaltaban y que no sabía muy bien a qué eran debidas.
    Su mirada se volvió hacía Maximiliano que a cada día que pasaba se le antojaba un bocado más apetecible y creyendo que sería presa fácil para ella.
    El cerco se fue estrechando en un sutil juego de seducción por su parte que fue rápidamente captado por Engracia que no le quitaba el ojo de encima en ningún momento.

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  38. 39.
    No se fiaba de ella y ambas lo sabían. La convivencia era educada dentro de lo posible pero ninguna de ellas ocultaba la animadversión que la otra le provocaba.
    Pero no cesó en su vigilancia sobre la señorita Luz. A pesar de creerse superior en todos los sentidos y su trato condescendiente, ignoraba que Engracia era más lista que ella con diferencia.
    De que ésta ha ido, yo he vuelto dos veces solía contarle a una discreta Ernestina cuando estaban juntas preparando la comida en la cocina.
    La muchacha la escuchaba pacientemente pero sin querer meterse en líos. Por supuesto que la señorita Luz no era de su agrado pero no dejaba de ser la hermana de la señora y ella no tenía las agallas ni la autoridad que sí tenía Engracia en aquella casa.
    -¿Me estás escuchando?.
    -Claro que te escucho, Engracia.
    -¿Entonces?
    -¿Qué quieres que te diga?
    -Pues lo que te parece la actitud de la señorita Luz respecto a Maximiliano.
    -Yo no he notado nada, allá cada uno con sus cosas.
    Evitaba tomar partido por ninguno de ellos. De ponerse a malas con la señorita Luz la que saldría perdiendo sería ella y no le apetecía perder el trabajo y comenzar a vagar en busca de un nuevo empleo que sabía Dios a dónde la llevaría.
    Por lo tanto prefería mantenerse al margen a pesar de que no estaba ciega y adivinaba las intenciones de la señorita que antes despreció a Maximiliano y desde unos meses atrás lo buscaba de forma descarada.
    -Pues yo sí lo he notado y no quiero que le haga daño, esta mujer es una mala pécora.
    -Maximiliano ya no es un niño, imagino que sabrá defenderse solo, Engracia.
    -¡Defenderse, dice! Qué poco conoces de la vida Ernestina.
    Sus últimas palabras consiguen herirla, por desgracia ha experimentado en sus propias carnes la cara más fea de la vida y todavía está pagando las consecuencias marcada de por vida como una mujer engañada y abandonada, amén de madre frustrada.
    Parece recapacitar Engracia al observar el silencio de la muchacha y deja las verduras que estaba troceando agarrándola de la manga y obligándola a sentarse junto a ella al tiempo que se asegura de que nadie esté escuchando su conversación.
    -Perdóname Ernestina, realmente a veces mi boca parece un serón.
    -No te disculpes, cada uno tenemos que asumir las consecuencias de nuestros actos y tú has sido bastante más lista que yo.
    -No es cuestión de ser lista o tonta, yo he tenido que vivir cosas que por fortuna tú no has conocido.
    -Yo pienso lo contrario Engracia, tú no has sufrido el desengaño que sí sufrí yo.
    -¡Ay, criatura! No conocí familia alguna, el único calor que conocí fue el que doña Juana me proporcionó sacándome del hospicio en el que me abandonaron al poco de nacer.
    -Ella y su hijo don Perfecto se convirtieron en mi única familia y desde muy pequeña aprendí a defenderme sola, desconfiar de todo y de todos, comprenderás que así es muy difícil engañarme a mí.
    Su cruda sinceridad consigue conmoverla porque no es habitual que ella hable tan abiertamente de su pasado. De hecho y a pesar de llevar viviendo ya siete años en la casa a su lado, no conocía nada de sus orígenes.
    -Lo siento mucho...no tenía ni idea de esto que me cuentas.
    -No te preocupes, todo eso pasó y queda muy lejano hasta ya ni doler siquiera.
    -Me alegra oírtelo decir pero ahora te preocupa Maximiliano y pensarás que soy insensible por mantenerme al margen.
    -Simplemente considero que él es más vulnerable y estoy pendiente, no permitiré que le haga daño esta caprichosa que ahora ha vuelto sus ojos hacía él cuando antes lo despreció de manera cruel.

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  39. 40.
    Hasta don Tasio que parecía vivir en su propio mundo sin prestar mucha atención a lo que ocurría a su alrededor fuera de sus clases a las niñas y sus eternas lecturas que ocupaban gran parte de su tiempo libre pareció darse cuenta del súbito interés de la señorita Luz por Maximiliano.
    La observaba el hombre desde la distancia que sus muchos años y escasas experiencias en cuestiones de cortejo le otorgaban.
    Nunca tuvo una relación seria con mujer alguna. Ni en su ya remota juventud recordaba haber sentido el impulso irrefrenable que sí tenían sus compañeros de estudios respecto a las jóvenes de su edad.
    Su gran timidez le impedía acercarse a ellas con ningún tipo de pretensión sentimental y así fue transcurriendo su vida alimentando su intelecto y absorbiendo todo tipo de conocimientos a su alcance.
    Claro que tuvo contactos con mujeres de vida disoluta y disfrutó del placer de la carne. Pero luego del abrazo apresurado no quedaba nada más y nada más necesitaba.
    La señorita Luz le provocaba un cierto desdén por la superficialidad que adivinaba en ella. Una mujer vacía de contenido para él que tanto admiraba la inteligencia natural en las personas.
    No le ocurría lo mismo con los demás habitantes de la casa exceptuando a las niñas por las que sentía un afecto fraternal.
    Ernestina le parecía una chica algo primaria y sin más pretensiones que agradar a los que estaban a su alrededor.
    Doña Josefina se le antojaba un delicado jarrón de porcelana, educada pero excesivamente frágil.
    Otra cosa opinaba de Engracia a la que consideraba una fuerza de la naturaleza. Admiraba su capacidad de trabajo y su viveza.
    Su continúa dedicación para que la casa funcionase correctamente y la responsabilidad que tenía sobre sus hombros para que las niñas tuviesen un referente ante la ausencia irremediable de su padre y la ausencia voluntaria de la madre.
    Ella siempre estaba ahí, pendiente de todos y cada uno de los detalles que cinco niñas de corta edad necesitaban y erigiéndose muchas veces en la única autoridad que las criaturas necesitaban.
    Era permisiva con ellas en el aspecto afectivo pero muy dura en cuanto a disciplina se refería. Y a ella acudían cuando algo sucedía entre las hermanas. Cualquier pelea o discusión era rápidamente solventada en cuanto la ponían en su conocimiento.
    Admiraba ese tesón y la aparente dureza que se percibía externamente. Pero en el fondo bien sabía don Tasio que era todo fachada y el interior de la gobernanta de la casa era todo bondad.
    Le enternecía especialmente cuando por las tardes les llevaba una bandeja con rebanadas de pan tostado en el fogón de la cocina y con una generosa cantidad de miel en su superficie.
    Las colmenas de abejas también les surtían de la rica miel que Maximiliano se encargaba de recoger de los panales pertrechado en un traje que Engracia le había confeccionado a base de gruesos sacos para evitar las temidas picaduras.
    Jamás había estado tan bien alimentado el viejo maestro, los guisos de Engracia eran ricos y nutritivos gracias a la materia prima con la que por fortuna contaban.
    El pan nunca faltaba en la despensa y semanalmente cocían alrededor de treinta hogazas en el viejo horno de piedra de la casa.
    Una vez al mes se encargaba de llevar Maximiliano los sacos de trigo al molino para convertir el grano en blanca harina que luego utilizaban para amasar el pan.
    Eran años de bonanza en los que las cosechas eran abundantes y sin embargo la cantinela de Engracia siempre era la misma.
    “Yo he tenido que vivir años de sequía, años en los que las epidemias asolaban los campos destruyendo las cosechas y arruinando los cereales, siempre no serán las cosas igual y tenemos que estar preparados si esa situación se presentara de nuevo”

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  40. 41.
    Y por último estaba Maximiliano al que don Tasio profesaba un afecto sincero. Ignoraba el hombre el episodio protagonizado por él y la señorita Luz en el pasado ya que ni siquiera sospechaba el motivo por el que se pudo producir dicho episodio.
    Sólo cinco personas sabían del origen de la pequeña Beatiz. Fuera de ellos nadie más tenía conocimiento de que la verdadera madre de la niña era la señorita Luz y por supuesto que ninguno de ellos estaba dispuesto a desvelar ese secreto.
    Ahora asistía entre divertido y asombrado a los esfuerzos poco disimulados de la hermana de la señora que buscaba a Maximiliano con las excusas más pueriles que imaginarse pueda.
    Pero si creía la señorita Luz que le resultaría fácil conseguir la atención inmediata de Maximiliano, se equivocó de plano y no tardó en comprobarlo ante la poca atención que éste dedicaba a sus palabras.
    Seguía todavía en su decepcionado corazón el sentimiento que durante tantos años había sido su impenitente compañero. Amaba a la señorita desde el mismo momento en que la vio por primera vez pero algo muy dentro de él se había roto de forma irremediable y lo sabía con seguridad.
    Nunca su amor volvería a ser un sentimiento desprovisto de cualquier razonamiento. Ahora ya tenía muy claras las cosas y por supuesto que ese amor no condicionaría su vida nunca más ni le impulsaría a humillarse de nuevo.
    Aquel momento pasó y no verían los hermosos ojos de la señorita Luz su mirada llena de dolor y tremenda vergüenza, la quería,sí,pero más quería a su dignidad que era algo que no tenía precio.
    Notaba los ojos de Engracia pendientes de sus movimientos y reacciones siempre con la preocupación reflejada en ellos.
    Deseaba demostrarle que los intentos por llamar su atención serían infructuosos porque ignoraba deliberadamente a la señorita y en ningún momento llegaron a flaquear sus fuerzas.
    A pesar de sus roces intencionados, de sus acercamientos excesivos en los que su perfume le llegaba con total nitidez y embriagaba sus sentidos.
    A pesar de todo eso se mantuvo inamovible y no cedió en su firme determinación de mantenerse alejado de ella.
    Lo conseguía a duras penas ya que ella era persistente y no aceptaba su negativa haciéndose más descarada a cada momento y poniendo a prueba su resistencia.
    Cuando comprobó que esa resistencia flaqueaba tiró por la calle de en medio y durante una temporada sus viajes a la capital se hicieron más frecuentes sin dar demasiadas explicaciones pero buscando la distancia necesaria.
    Engracia sabía perfectamente de su lucha interior y en cierta forma lo compadecía por el empeño que ponía en no dejarse vencer por las arteras maniobras que últimamente desplegaba una desatada Luz que estaba herida en su enorme amor propio por la indiferencia de quien un día puso su vida a su disposición.
    El ambiente en La Pedralta se volvió espeso durante todo el verano que era la época del año en que más trabajo había.
    No pudo poner excusas Maximiliano para ausentarse dado lo necesario de su presencia para dirigir la recogida del cereal y a pesar de trabajar de sol a sol y llegar extenuado a la noche. El trabajo le ayudó a olvidarse del acoso constante al que lo sometía la que un día le hizo perder la cabeza por completo.
    Finalizada la cosecha y almacenada en los grandes graneros a salvo de las tormentas. La Pedralta lo celebró por todo lo alto a mediados de agosto y celebraron una comida para todos los jornaleros que se alargó hasta la noche.
    Maximiliano se retiró alrededor de las diez y al entrar en su casa supo con absoluta certeza que no estaría solo en la cálida noche.
    La señorita Luz se encontraba sentada en el interior de la pequeña cocina y por el brillo de su mirada supo que estaba dispuesta a todo.

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  41. 42.
    A pesar de la sorpresa que le supone encontrarla esperando en su casa. Maximiliano mantiene la calma que en otros momentos de su vida le ha faltado y se dirige a ella al tiempo que abre la ventana para que entre el fresco de la noche.
    -¿Qué hace aquí?
    Ella le responde con otra pregunta intentando romper la aparente calma de él.
    -¿Acaso no soy bienvenida?
    Se retira de la ventana evitando darle la espalda y se sienta frente a ella manteniendo su mirada en un claro desafío a quien en otro tiempo lo desarmaba tan sólo con su simple presencia.
    -Todo el que viene a mi casa es bien recibido, simplemente estoy cansado y no sé muy bien lo que pretende.
    Su sonrisa lo desconcierta ya que esperaba uno de sus habituales estallidos de cólera cuando alguien la contrariaba.
    Su actitud ahora no tiene nada que ver con la mujer que ha conocido a lo largo de estos años y algo en su mirada la hace parecer distinta, no tan distante, ni tan fría.
    -Un día pusiste a mi disposición todo lo que eras, todo lo que tenías ¿qué ha cambiado ahora?
    La sola mención a lo ocurrido entre ellos siete años antes consigue aumentar su nerviosismo y vuelve la humillación sufrida a golpearlo de nuevo como si el tiempo no hubiera trascurrido.
    -He cambiado yo, ya no soy el estúpido muchacho que se ofreció a librarla del deshonor y la vergüenza.
    Si sus palabras le provocan dolor, no lo demuestra en absoluto. Continúa con la media sonrisa en su boca admirando al hombre sentado frente a ella y que ha ganado en atractivo con los años.
    Debe rondar los treinta y cinco años si es de la misma edad que su cuñado y el trabajo no parece haberle pasado factura.
    Su piel morena es resistente a las inclemencias del tiempo y su cuerpo se mantiene atlético y fibroso como las ramas de los olivos, duras y flexibles a la vez.
    Ella en cambio se siente languidecer y a pesar de conservar intacta su belleza y su bonito cuerpo que ni el parto de su hija consiguió alterar, algo en su interior le pide a gritos emociones más fuertes que dedicar horas y horas al bordado y la lectura.
    Y ese algo lo tiene frente a ella con sus largas piernas ligeramente flexionadas y su camisa desabrochada a causa del bochorno reinante en esa época del año.
    Ya no es el estúpido muchacho de antaño le ha dicho y tiene que reconocer que así es efectivamente. Pero la vida de ermitaño que lleva no puede impedir los lógicos impulsos de la naturaleza.
    -No quiero volver al pasado, Maximiliano, aquello pasó hace mucho tiempo.
    Ahora sonríe él con una sonrisa que es prácticamente una mueca sardónica, el pasado ha salido a colación porque ella lo ha mencionado.
    -No quiere volver al pasado y sin embargo me recuerda lo que un día le propuse, le aseguro que no he sido yo quien ha sacado el asunto.
    Debe reconocer la señorita Luz que tiene razón en su observación ya que ha sido ella la que ha regresado a aquellos días de nefasto recuerdo.
    Días que ha preferido borrar de su mente para poder seguir con una vida que cada día la asfixia más y más.
    -Tienes razón, he sido yo la que ha traído el pasado pero ha sido por la diferencia que encuentro entre tu comportamiento de entonces y el de ahora ¿dime una cosa?
    Sabe que lo que le pregunta lo pondrá en una situación comprometida, parece percibirlo de forma clara al contestarle.
    -¿Qué quiere saber?
    Parece dudar un breve momento antes de hablar pero es sólo un titubeo pasajero.
    -¿Hubieras sido capaz de hacerte cargo de mí y de mi hija?

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  42. 43.
    Lo que hay de duda en la pregunta lo ofende tremendamente y en ese momento surge el amor propio del hombre tranquilo que le habla arrastrando las palabras.
    -En aquel momento lo hice sabiendo muy bien lo que quería, hoy ya pienso de otra manera y me alegro de que declinara mi ofrecimiento
    Capta de inmediato el resentimiento en su voz y no le pasa desapercibido tampoco el ligero tono jocoso que jamás antes le ha visto utilizar.
    -¿Te alegras de que te rechazara? No te entiendo.
    -Es sencillo, pienso que aquí quien realmente importa es Beatriz y la decisión que se tomó en su momento respecto a ella ha sido lo mejor para su futuro.
    La bofetada es directa y la acusa. Una bofetada en pleno rostro dejándola a ella a un lado y pensando únicamente en el bien de la niña.
    -Yo también pensé en su futuro y pensé en lo mejor para ella cuando tomé esa decisión.
    La carcajada surge inmediata en la garganta de Maximiliano y sube en intensidad ante el estupor de la señorita Luz que lo mira atónita como si se encontrara ante un hombre totalmente desconocido.
    -¿Estás dudando de mi amor por Beatriz?
    Consigue controlar su hilaridad y por primera vez en su vida habla con el corazón a pesar de saber el daño que causará en la mujer que mantiene sus ojos clavados en él y que en cierta forma no deja de provocarle lastima.
    -Usted nunca ha querido a nadie que no sea usted misma.
    No se arrepiente de las palabras pronunciadas desde el fondo de su corazón porque tiene la seguridad de que son ciertas. Tuvo la oportunidad de disfrutar de su hija a salvo de rumores malintencionados y sin embargo optó por renunciar a ella sin sacrificar nada por el camino.
    No piensa callarse algo que que durante tanto tiempo lo ha torturado y le permitió descubrir que la mujer en la que había puesto sus ojos no era merecedora de su amor limpio y sincero.
    La decepción a la que le llevó ese descubrimiento mermó en gran medida ese sentimiento convirtiéndolo en simple deseo.
    No lo conmueve el hecho de que sus ojos se aneguen de lágrimas y tiemble ligeramente su labio inferior en uno de los escasos momentos de debilidad que se ha permitido en estos años.
    Su voz tiembla imperceptiblemente cuando se dirige a él con una furia contenida en la que subyace el desencanto.
    -¿Qué futuro piensas que hubiéramos tenido juntos?
    Le habla de un hipotético futuro que ni siquiera le pasó por la mente en aquel momento. Simplemente le pareció ofensiva su propuesta y la desechó sin contemplaciones.
    -El futuro nos lo labramos nosotros, señorita.
    Es entonces cuando ella se pone en pie y Maximiliano piensa que se marchará ofendida y arrepentida por haber tenido la osadía de venir a su propia casa a hablarle de futuros que nunca se dieron y sentimientos que quedaron por el camino.
    -Nada me salió nunca bien, nunca mis sueños se hicieron realidad como si un tozudo destino me diera la espalda condenándome a la infelicidad más absoluta.
    Le habla al mismo tiempo que pasea nerviosa por el pequeño recinto. A la tenue luz del candil encendido sobre la chimenea el fino rostro le muestra todo su bello perfil y al mismo tiempo le enseña también algo que hasta ahora no había nunca sospechado.
    La soledad en su forma más cruda, y el dolor. Dolor que pensó era incapaz de experimentar y que sin embargo se refleja claramente en sus finas facciones contraídas en una mueca de desesperanza.
    Se acerca a su lado intentando sacarla del estado de absoluta enajenación en el que parece encontrarse y su mano parece quemarse al contacto con la piel de su brazo.
    La retira como picado por un escorpión y retrocede unos pasos esperando una reacción que se hace de rogar hasta que finalmente parece salir de su aturdimiento gracias al contacto de la mano de Maximiliano.

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  44. 44.
    Calor, su cuerpo ha sentido el calor de su contacto y se siente viva por fin. Ella que siempre está rodeada de un frío interior que ni siquiera el calor del fuego logra remediar.
    Pero sabe que el hombre que está frente a ella no es ya más el rendido admirador que durante años la amó en silencio.
    Ahora la cordura rige sus actos y ni siquiera ella podrá desestabilizar esa cordura cimentada sobre años de renuncias y desprecios.
    Desanda los pasos que él ha retrocedido para alejarse de su lado y su cercanía parece dar alas a su determinación. Se sitúa muy cerca de su cuerpo, tanto que sus alientos se entremezclan cuando Maximiliano le ruega que se separe de él.
    Pero no es así y la mano de ella sella sus labios pidiéndole silencio, y lo abraza. Lo abraza tan fuerte que sus cuerpos parecen fundirse en uno solo.
    Tumbado sobre el estrecho camastro. Maximiliano la observa vestirse lentamente en la penumbra de la habitación y guarda silencio.
    Su rizado cabello está totalmente húmedo y su cuerpo se encuentra relajado como nunca lo sintió. Una relajación desconocida para él que no conocía de otra cosa que no fuera trabajo duro y extenuante.
    Pero ahora experimenta otra dulce extenuación y sus labios se tuercen en una pequeña sonrisa cuando la enagua de Luz le priva de seguir admirando su cuerpo firme y perfecto.
    Nunca antes tuvo una vorágine de sensaciones que lo elevaron por encima de su propio cuerpo y pareciera abandonarlo. Nunca se abandonó al placer como esta calurosa noche en la que estuvo tan cerca del paraíso.
    Ella parece sospechar su estado de ánimo y termina de ponerse su ligero vestido granate con encajes blancos en el amplio escote. Sube un pie a la silla y se calza uno de sus botines abrochándose lentamente los cordones para después repetir la misma operación con el otro.
    Baja la falda de su vestido y lo busca en la oscuridad hasta poder ver la silueta de su cuerpo desnudo sobre el revuelto camastro y lo acompaña en su sonrisa que vislumbra a través del reflejo de la luna que se filtra por el ventanuco abierto.
    -¿Te arrepientes?
    Él tarda unos segundos en contestar a su pregunta, el arrepentimiento es la última de sus preocupaciones en ese preciso momento y la sonrisa se amplía notoriamente.
    -¿Arrepentirme...porqué había de hacerlo?
    -No sé, parecías bastante reacio a sucumbir a mis encantos.
    -¿Te he parecido falto de interés?
    Su comentario también amplia su sonrisa hasta convertirla en una risa abierta. La ha sorprendido el hombre con el que se ha encontrado esta noche por su tierna manera de hacerle el amor al principio.
    Una ternura no exenta de timidez que desapareció conforme avanzaba la noche y derivó en un devorarse mutuamente hasta caer extenuados uno en los brazos del otro.
    Se acerca hasta el camastro y se inclina sobre su cara para dejar un beso en su boca breve y apresurado.
    -Me voy, no creo que me echen de menos en la casa pero es muy tarde.
    -Espera....me visto y te acompaño.
    -No es necesario, no creo que me encuentre con nadie en el camino.
    Pero él no hace caso y alcanza su ropa que permanece tirada en el suelo. Se viste de forma rápida y salen los dos a la noche estrellada en la que se ha levantado una agradable brisa que agradecen sus acalorados cuerpos.
    Emprenden el camino inmersos en el silencio reinante pero sabiendo que algo ha cambiado entre ellos para siempre. La distancia se ha roto definitivamente y ambos lo saben.
    Unos cien metros antes de llegar a la casa de piedra, Maximiliano se despide de ella rozando apenas las puntas de sus dedos y da la vuelta para regresar a la casa de adobe.

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  45. 45.
    En el piso superior de la casa, una cortina se echó cuando la señorita Luz se dirigió a la puerta trasera con la falda recogida para evitar el molesto roce de la tela contra el suelo y cualquier ruido que delatara su presencia.
    Engracia se retiró de la ventana en la que había permanecido durante más de una hora esperando el regreso de la hermana de la señora.
    La celebración se había retrasado hasta bastante después de las diez de la noche cuando los jornaleros dieron por finalizada la fiesta y se marcharon cada uno a su lugar de destino con la euforia provocada por el vino de la tierra que había corrido generosamente durante toda la tarde.
    Le costó conseguir acostar a las niñas que parecían no estar dispuestas a renunciar a una de las pocas oportunidades que tenían para jugar con otros niños de edades parecidas a las suyas. Le seguía sorprendiendo la enorme vitalidad que tienen los niños para no estarse quietos un solo instante.
    Como siempre, la señora Josefina había permanecido durante toda la tarde recluida en su habitación y tan solo se permitió salir a saludar a los trabajadores atendiendo a los ruegos de Engracia que se lo pidió encarecidamente.
    La alarmante debilidad de doña Josefina era una fuente de constante preocupación para la gobernanta que la veía apagarse lentamente consumida por una extraña melancolía.
    A pesar de su negativa inicial, finalmente lo pensó mejor y decidió no sin realizar un gran esfuerzo que su presencia aunque testimonial, era precisa.
    Las niñas lo celebraron con entusiasmo por lo que de extraordinario tenía la presencia de su madre en un lugar tan concurrido y sus caritas de felicidad consiguieron conmover a Engracia que tenía la impresión de que hasta ellas habían dejado de ser un aliciente para sustraerse a la pena que la consumía.
    La acompañó de regreso a la casa media hora después y le agradeció el esfuerzo que sabía había supuesto para ella.
    -Me alegro mucho de que haya aceptado salir a saludar a la gente, se lo agradezco.
    Doña Josefina ocupó su sillón al lado de la ventana desde la que podía ver la llanura frente a la casa y sus ojos antaño resplandecientes miraron de frente a Engracia que permanecía de pie frente a ella.
    -El agradecimiento ha de ser mío, Engracia, de no estar usted aquí, no sé qué sería de esta casa y de mis hijas....
    Percibe claramente la amargura en sus palabras acompañadas de un llanto silencioso que no la ha abandonado desde la muerte de Bosco.
    -Es mi obligación, simple y llanamente.
    Arrecia el llanto que la obliga a inclinarse a su lado y sujeta una de sus blancas manos entre las suyas castigadas por el trabajo diario y trata de que salga de esa especie de estado catatónico en el que cayó y del que no se ha recuperado a pesar de haber pasado ya tres años del fatal accidente que se cobró la vida de su marido.
    -Tiene que tratar de superar la muerte de Bosco, sé que es difícil porque no pasa un sólo día en el que yo, no lo tenga presente...pero la vida sigue y los que quedamos aquí tenemos que afrontarla de la mejor manera posible.
    Acaricia lentamente sus manos llenas de durezas, anchas y fuertes para el trabajo pero que parecen de terciopelo cuando se trata de las niñas y de ella misma.
    -Sé perfectamente el afecto que profesaba al pobre Bosco, afecto que puedo asegurarle, él sentía por usted en la misma medida.
    -Pero algo dentro de mí me impide encarar la vida con la energía suficiente, quizá delegue en usted las tareas que me corresponden a mí en exclusiva.
    Su mirada regresa de nuevo a la ventana abierta hasta la que llegan los sonidos producidos por un viejo acordeón y ahogados por los gritos y las risas de los niños. La vida bulle a unos pocos metros de donde ella se encuentra y sin embargo no consigue encontrarle el menor sentido.

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  46. 46.
    Se incorpora Engracia y desiste de continuar con la misma cantinela de siempre. Todo cuanto dice o hace no sirve de nada y ella es una mujer práctica que no entiende mucho de las cuestiones del alma humana.
    Sólo sabe que cinco niñas necesitan que se preocupen por ellas y no está dispuesta a hacer dejación de unas funciones que siente que son cosa suya, como si las niñas hubieran nacido de su vientre una tras otra.
    Corre lentamente las cortinas de la ventana para dejar la habitación sin tanta luz y su mirada se dirige hasta el sillón donde doña Josefina mantiene reclinada la cabeza contra el respaldo con los ojos cerrados.
    Cierra la puerta a su espalda y recorre el pasillo desembocando en el recibidor de la entrada hasta donde llega atenuado todo el barullo de la fiesta.
    La celebración la realizan como siempre en uno de los graneros más espaciosos de La Pedralta que en ese momento se encuentran todos ellos rebosantes de trigo y cebada tras un largo año hasta llegar a la recogida final.
    Han dispuesto en el recinto de un gran espacio central que ya por la mañana han humedecido para evitar el polvo que los pies pueden levantar a su paso.
    Varios tableros situados a los lados y todas las sillas que han podido conseguir para la gente más mayor que prefiere asistir a la fiesta y permanecer sentados.
    Engracia y Ernestina habían estado todo el día preparando la comida que se degustaría por la tarde-noche. Tres gruesas tortillas de patatas, pimientos fritos en abundante aceite de oliva, tres pollos del corral y cuatro conejos acompañados de dientes de ajo para resaltar su sabor.
    Limonada para los más pequeños, vino para los mayores y dulces. Besos de monjas hechos con claras de huevo y almendras, rosquillas y garrapiñado para los postres.
    Todo fue arrasado con fruición por los asistentes a la fiesta que se dieron el gran festín tras un duro verano trabajando bajo el sol abrasador de la Mancha.
    Sin perder de vista a las niñas que no paran quietas un instante. Engracia permanece sentada al lado de Ernestina y comentando los pormenores de la merienda que ha resultado todo un éxito.
    Tampoco pierde de vista a Maximiliano que habla con unos y con otros sobre todo de la cosecha y el buen resultado obtenido en la campaña de ese año.
    La señorita Luz permanece a unos metros de ellas con su eterna distancia respecto a los que ella considera inferiores, tan sólo Ernestina le da conversación de vez en cuando compadeciéndose de su soledad.
    Engracia sin embargo guarda las distancias sin ninguna concesión, la considera adulta y por tanto que puede defenderse perfectamente por sí misma.
    Otra cosa son las pequeñas que si necesitan de su tutela constante. Muchas veces ha pensado en lo diferente que hubiera sido si la señorita Luz se hubiera integrado entre ellos de una forma natural y olvidando ese clasismo mal entendido sin darse cuenta de lo ridículo de su posición.
    Depende de la caridad de su hermana y vive parasitariamente a su costa sin realizar nada de provecho.
    Aun así continúa en su particular nube sin descender a la tierra y hacer frente a la realidad. No es Engracia vengativa y a veces le asalta un curioso sentimiento de compasión por una vida malgastada y carente de la mínima felicidad por quien pudo tenerlo todo.
    No se le pasa por alto la tensión existente entre ella y Maximiliano y se mantiene ojo avizor por si fuese necesaria su intervención.
    No ha terminado la fiesta cuando se acerca Maximiliano a su lado y toma asiento en la silla colindante a la suya. Le da un ligero toque con el codo y le dedica un giño de complicidad.
    -¿No te ha invitado ningún gañán a bailar?
    Su ocurrencia consigue que esboce una media sonrisa y le devuelva el codazo algo más fuerte en plenas costillas arrancándole una exclamación de fingido dolor.

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  47. 47.
    Los gestos fingidos consiguen atraer su atención y lo mira buscando sus ojos azules que siempre le han dicho la verdad comprobando que se está burlando de ella.
    -Estás exagerando Maximiliano, te gusta tomarme el pelo.
    -Pues sí, no todo es trabajar Engracia y eso es algo que tú haces siempre.
    Sus palabras le sueltan la lengua ya que sabe tan bien como ella que la situación de la casa requiere de alguien que se ponga al frente con responsabilidad.
    -¿Te imaginas lo que sería de las niñas sin nosotros....te lo imaginas?
    Nunca hablan de eso pero el hombre sabe muy bien de su preocupación constante desde que falta Bosco. Con doña Josefina sin dar señales de mejoría y la señorita Luz en su particular mundo de fantasía tan alejado de la realidad.
    Sólo ellos dos viven a ras del suelo enfrentando los problemas que surgen día a día. Engracia encargada de todo lo concerniente a la vida diaria y Maximiliano al cargo del trabajo y la contabilidad de la propiedad.
    Una propiedad que requiere de un esfuerzo enorme para que sea rentable y que depende y mucho de las manos que la dirigen para su perfecto funcionamiento.
    Aleja por un momento las preocupaciones de su cabeza y observa divertido a las niñas que corretean incansables por el granero jugando con los hijos de los jornaleros.
    Julia ha cumplido diez años y las mellizas cumplirán ocho al mes siguiente. Beatriz está próxima a cumplir los siete y Mariana a sus cuatro años es la más consentida de todas ellas y no pierde oportunidad para aprovecharse de ello.
    La ven acercarse hasta ellos con el gracioso mohín de enfado que frunce su boquita cuando algo no sale como ella había planeado. Llega hasta la silla de Engracia y se encarama a sus rodillas llamando la atención de la mujer con su mano regordeta sujetando la cara de la gobernanta para que le preste toda su atención.
    -Mis hermanas no me dejan jugar con ellas, Tata.
    Engracia le retira la mano de su cara con firmeza. Trata de hacerle entender que no siempre puede salirse con la suya aunque debe reconocer que la pequeña es su debilidad porque posiblemente es la que menos atención ha recibido de su madre.
    -¿Por qué no te dejan jugar con ellas?
    -Dicen que soy muy pequeña y siempre me estoy cayendo al suelo.
    -¡Vaya por dios! Pues quédate conmigo.
    La pequeña parece evaluar su contestación y llega a la conclusión de que aunque sus hermanas traten de darle esquinazo, le apetece más seguir jugando tras ellas que en las rodillas de Engracia. Salta de su regazo sin avisar y cruza el centro del granero a toda la velocidad que le permiten sus pequeñas piernas.
    Los dos adultos la siguen con la mirada y ninguno de los dos puede contener la risa ante el ímpetu de la niña que continúa incansable siguiendo la estela de sus hermanas mayores.
    -Creo que me voy a marchar Engracia, estoy muy cansado.
    -Es pronto, mañana tendrás tiempo para dedicarte a descansar.
    Pero ya tiene tomada la decisión, no puede permanecer más tiempo bajo la mirada escrutadora de la señorita Luz y decide retirarse a la tranquilidad que le proporciona su humilde casa.
    -Estoy cansado de verdad y tanto ruido me está provocando dolor de cabeza.
    No le insiste Engracia que comprende que tanto jaleo no es del agrado de quien permanece tanto tiempo en soledad.
    Lo ve abandonar el lugar no sin antes despedirse de unos cuantos jornaleros que tampoco consiguen que reconsidere su decisión de marcharse.
    La señorita Luz también lo sigue disimuladamente con la mirada y una sensación de vacío parece adueñarse de ella ante la ausencia física del hombre que lleva meses perturbando su sueño sin que hasta el momento haya podido encontrar una explicación a dicho sentimiento.

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  48. 48.
    Engracia comprueba alarmada que la señorita Luz sale pocos minutos después de haberlo hecho Maximiliano y el desasosiego se apodera de todo su ser. No la quiere cerca de él, teme que vuelva a hurgar en la herida que hace años le causó.
    Es posible que la herida curase con el tiempo pero quedó una cicatriz imborrable e imperecedera.
    Se pone en pie y llega hasta la salida del granero no sin cierta cautela para evitar ser vista por alguno de ellos.
    Sabe que Maximiliano no se irá a la casa sin antes pasar a echar un último vistazo a los animales en las cuadras. La señorita Luz sin embargo pasea por el camino lentamente como recreándose en la suave temperatura de la noche inminente y sujetando con una mano su vestido para evitar el roce con la tierra polvorienta.
    Desiste de continuar espiándolos a ninguno de los dos. Bastantes quebraderos de cabeza la aquejan como para hacer de niñera de dos personas adultas que a estas alturas de sus vidas ya saben muy bien lo que tienen que hacer.
    Regresa al interior para seguir vigilando a las niñas y sorprende a Ernestina echando una cabezadita sentada en su silla. El día ha sido largo y pesado y ha terminado pasando factura a la extenuada joven.
    La noche es realmente placentera e invita al paseo lejos del bullicio del antiguo granero en cuyo interior el ruido es insoportable y cuyo eco se va haciendo más y más quedo conforme se va alejando de él.
    Sus pasos se encaminan en una dirección determinada. Sudan las palmas de sus manos conforme se acerca a la pequeña vivienda de adobe que Maximiliano ocupa desde que ella llegó a la casa de su hermana y su nerviosismo aumenta al tocar a la puerta de madera con suavidad y no obtener respuesta alguna.
    Presiona con cuidado el picaporte y la puerta se abre lentamente permitiéndole el paso sin ningún problema.
    Su garganta apenas puede tragar la saliva aunque se tranquiliza al comprobar que está sola. Al parecer Maximiliano no ha llegado todavía y busca en la oscuridad un lugar donde sentarse ayudada por la claridad de la luna que se cuela por la ventana de la pequeña cocina que a la vez hace el papel de comedor para el hombre que la habita.
    El olor a limpio llega claramente hasta su exquisita nariz y una sonrisa le ilumina la cara a su pesar. Engracia se ocupa personalmente de su cuidado y mantenimiento y como es natural, nada está fuera de su lugar correspondiente gracias a su incansable actividad que despliega de la mañana a la noche sin dar en ningún momento síntomas de cansancio.
    Se pregunta cómo puede hacerlo. Solo de verla trabajar se siente agotada y aunque entre ellas la animadversión es patente desde hace años. La señorita Luz no puede evitar sentir una admiración sincera por la gobernanta.
    La admira por su fortaleza y su tesón, también por su dedicación a las niñas que es constante y maternal en todos los sentidos.
    Se cuida muy mucho de dárselo a entender pero en el fondo la necesita tanto como pueden hacerlo las niñas. Disfruta enormemente con sus deliciosos guisos y ya se ha acostumbrado a sus sabores fuertes y a las especias que suele utilizar para cocinar.
    No puede dejar de reconocer que en algún momento tuvo miedo de que no quisiera tanto a la pequeña Beatriz como a el resto de sus sobrinas.
    Tuvo miedo de que eso ocurriese por ser hija suya y por el poco aprecio que parecía tenerle. Pero ese miedo desapareció de inmediato porque Beatriz era una niña extremadamente dulce y muy buena .
    La gobernanta sabía perfectamente el carácter que tenían cada una de las niñas y trataba de proteger de manera especial a Beatriz como considerándola más débil que las demás.
    La quería sin ninguna duda, posiblemente hasta hubiera borrado de su mente que la verdadera madre era ella.

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  49. 49.
    Y piensa que lo ha olvidado puesto que jamás en estos años ha hecho mención alguna a su maternidad. Como si en cierta forma hubiera borrado de su memoria a la mujer que la alumbró el último día de marzo de hace casi siete años.
    Pero ella no ha olvidado, no ha podido olvidar que ese pequeño ser salió de sus entrañas y a cada año que pasa siente que su instinto maternal atrofiado durante años va despertando lentamente y experimentando una extraña congoja cuando piensa en lo que pudo ser y no fue.
    El sonido de unos pasos en la quietud de la noche le avisa de la llegada de Maximiliano y el ritmo de su corazón se acelera a su pesar. Hace tiempo que la sensación que le produce su cercanía se ha convertido en otra cosa que no sabe muy cómo explicar.
    Se niega a sí misma que no sea otra cosa que un deseo que crece a medida que pasa el tiempo. Tantas veces ha escuchado los reproches que se le han hecho de que es incapaz de querer o amar a nadie que al final ha terminado por creérselo.
    Pero este sentimiento es nuevo para ella y nunca antes la había asaltado de esta manera. Tiene miedo de no saber explicar su presencia en la casa, de que él la eche con cajas destempladas. Que le devuelva la humillación de que fue objeto un día por su parte y que a buen seguro permanece fresca en su mente.
    Ciertamente se sorprende al encontrarla esperando aunque su reacción es tranquila y como un tanto desganada al advertir su presencia.
    Siempre pensó que no corría sangre por sus venas y sin embargo le ha demostrado ser dueño de una gran sensibilidad en su trato con las niñas.
    En este momento desconoce lo que puede esperar de él pero se ha arriesgado tras mucho meditarlo en sus largas noches en vela haciendo un recorrido por su infructuosa vida.
    Infructuosa, porque nunca ha obtenido frutos de ellas y el único fruto que consiguió fue su hija y hasta a eso renunció.
    Le preguntó con calma la razón de su presencia y a sus respuestas contraatacó con abierta ironía y un sarcasmo que no le conocía.
    Más no pudo resistirse cuando ella se le abrazó y se encendió la mecha entre ellos hasta terminar consumidos por el mismo fuego los dos.
    Ahora desvistiéndose en su habitación recuerda sus brazos y lo mucho que le costó separarse de ellos. No puede por menos que compararlo con lo vivido con don Rafael Caballero y entonces acuden las carcajadas a su garganta provocando espasmos en su cuerpo y obligándola a tomar asiento en la cama.
    Se tapa la boca en un intento por sofocar los sonidos guturales que surgen de ella de manera espontánea y comprende al fin que no hay comparación posible.
    En esa comparación sale perdiendo claramente el padre de su hija y la figura de Maximiliano surge reforzada por su limpieza de alma y su sinceridad.
    Retira el pesado vestido e introduce el ligero camisón de hilo por su cabeza hasta que cae a la altura de sus tobillos. Camina descalza por la habitación y llega hasta la ventana de madera abriéndola de par en par.
    El escaso fresco de la noche de agosto parece refrescar su acalorado rostro y desde el alfeizar recorre lentamente el paisaje que se vislumbra desde la ventana del segundo piso.
    La noche está clara y pronto sus ojos se acostumbran al manto de oscuridad advirtiendo las siluetas de los grandes alcornoques y las gigantescas encinas que salpican la llanura de tierra roja y fértil en esta parte de la propiedad.
    No cree poder regresar ya a la ciudad. Nada la ata ni la espera en ningún lugar salvo en este en el que se encuentra ahora.
    Salvo que al crecer las niñas decidan que tienen que completar su formación en Ciudad Real como era deseo de su padre.
    Entonces quizá tengan que trasladarse a la casa que todavía mantienen allí y se vería obligada a acompañarlas.

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  50. 50.
    Se retira de la ventana y la cierra cuidadosamente tratando de no hacer ruido para evitar el fresco que entra llegada la madrugada y acaricia su cara ardiente al recordar al hombre que quedó en el estrecho camastro.
    Todavía le dura la sorpresa por su comportamiento. Si pensó encontrarse con un hombre tosco se equivocó absolutamente.
    Maximiliano es dulce en la intimidad y muy apasionado, tanto que su delicadeza se le antojó fuera de lugar por tratarla como si fuera la primera vez que ella se encontrase en esa situación.
    Piensa que no se merece tantas atenciones de su parte, ella, que le trató en su día como a un trapo viejo sin pararse a pensar si hería sus sentimientos.
    Y al parecer los hirió porque así se lo ha confesado él. Una confesión sincera en la que le ha expresado que algo dentro de él se rompió en aquel momento y no ha sido capaz de recomponerlo.
    “No dura ningún amor toda la eternidad”
    Esa frase la leyó en uno de sus preciados libros y ahora comprende lo que de verdad oculta esa frase. Lo decepcionó a él.
    Él, cuyo amor por ella estaba también lleno de admiración y que desapareció al mismo tiempo que ella escupía sus crueles palabras llenas de desprecio hacía el hombre que le tendía su mano.
    Ahora ya lo sabe, nunca ese amor volverá a ser igual y a nadie que no sea a ella misma tiene que pedir explicaciones.
    Engracia supo que entre ellos se había establecido un nuevo vínculo. Lo supo porque leía en Maximiliano como si de un libro abierto se tratara.
    Y supo que los dos se buscaban aprovechando la complicidad de la noche primero y cualquier oportunidad que se les presentara, después.
    No quiso entrar en ese ámbito tan privado de su vida que tan sólo a él le pertenecía y asistió durante años a sus encuentros furtivos.
    En la primavera de 1877, la salud de doña Josefina empeoró de forma notable a causa de una pulmonía contraída durante el invierno anterior.
    De nada sirvieron los esfuerzos de Engracia que permanecía día y noche a la cabecera de su cama aplicándole las cataplasmas que desde tiempos inmemoriales se aplicaban en esos casos y que ella aprendió a preparar de manos de doña Juana.
    Maximiliano, alarmado ante la situación cada vez más preocupante que presentaba la señora no se lo pensó dos veces .
    Buscó en la ciudad al médico que más le recomendaron y con él en el coche de caballos regresó a La Pedralta para que atendiera a la enferma.
    Pero ya era tarde para doña Josefina. Una infección generalizada impedía cualquier esperanza de recuperación y tras una semana en la que permaneció más tiempo inconsciente que en estado de lucidez les dijo adiós no sin antes encargarle a Engracia el cuidado de sus hijas.
    Por primera vez en su vida, las fuerzas de Engracia parecieron tocar fondo más aún que cuando murió su querido Bosco.
    La muerte de doña Josefina la doblegó de tal forma que durante unas semanas pareció desentenderse de todo lo concerniente a la casa y al cuidado de las niñas.
    Vagaba como alma en pena a través de los campos rebosantes de un verde intenso y buscaba el retiro que la naturaleza le ofrecía.
    Ni siquiera la actitud que ha adoptado la señorita Luz a raíz de la muerte de su hermana parece hacerla reaccionar
    Todavía no hacía ni dos días desde que doña Josefina recibiera tierra y ya estaba la señorita Luz haciéndose con las riendas de la casa y volviendo por sus fueros erigiéndose en dueña y señora.
    Aprovechó el desconcierto de Engracia ante la desaparición de su hermana y dejó claro que era a ella a quien correspondía ponerse al frente de la familia.

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  51. 51.
    Por supuesto que sintió la muerte de su hermana que aunque fuese una mujer joven hacía ya mucho tiempo que parecía haber perdido el interés por la vida.
    Antes no cabía en su cabeza la idea de ese amor enfermizo que le profesaba al recuerdo de su cuñado. No creía que se pudiese amar de esa forma a otra persona.
    Ahora sin embargo veía crecer su alarma ante los sentimientos que Maximiliano había despertado en ella.
    Una vorágine de sensaciones nunca antes experimentadas y su dependencia emocional de él. Pero a pesar de la tórrida relación que mantenían desde el verano anterior y sus encuentros cada día más apasionados, tenía la sensación de que la distancia abierta entre ellos años atrás era una grieta insalvable que se agrandaba a cada día que pasaba.
    La desaparición de su hermana era la oportunidad que llevaba años esperando para ocupar un lugar que según ella no se le había dado en ningún momento.
    Esperaba dar un giro total al funcionamiento de la casa y ocuparse personalmente de la educación de las niñas para convertirlas en auténticas señoritas que tuviesen más suerte que ella en el futuro para contraer un matrimonio ventajoso.
    Dejó que Engracia se recuperase del golpe recibido con la muerte de su hermana y que casi la derriba al igual que sucedía cuando un rayo alcanzaba algún árbol en el transcurso de las numerosas tormentas de final de verano.
    Realmente le sorprendió que una mujer como ella acusara tanto la ausencia de Josefina. Ella, que cuando murió su cuñado se erigió en el sostén de toda la familia sin dar muestra alguna de debilidad.
    La situación ahora era bien distinta, la gobernanta permanecía en su cuarto la mayor parte del día y apenas probaba bocado.
    Ni la pequeña Mariana que era su debilidad conseguía arrancarle la sonrisa que antes siempre tenía dispuesta para ella.
    Maximiliano decidió dejarla tranquila y respetar su dolor. Un dolor que raras veces había mostrado a los demás pero que ahora se había adueñado de su ánimo.
    En tanto Engracia se recluía en su habitación haciendo dejación de unas obligaciones que ella misma siempre consideró ineludibles.
    La señorita Luz comenzó a desplegar una energía desconocida para él en cuanto a temas domésticos se trataba. Las órdenes a una desbordada Ernestina se sucedían una tras otra e hicieron que al cabo de veinte días abandonara la casa sin avisar de su marcha.
    Con Engracia desaparecida y tanta cantidad de trabajo para ella sola. La muchacha dijo basta y recogió sus pertenencias para regresar al hogar paterno con la esperanza de encontrar acomodo en alguna casa de la capital.
    No soportaba a la insufrible nueva señora con sus ínfulas de princesa venida a menos y sus gritos para que todo estuviese a punto y a su propia conveniencia.
    El caos pronto se adueñó de un hogar que siempre había sido llevado con diligencia por Engracia que de pronto se había convertido en una desconocida sobre todo para Maximiliano.
    La señorita Luz pronto se encontró desbordada por la situación pero tuvo buen cuidado de hacérselo saber a la gobernanta.
    En cierta manera se siente responsable de la marcha del ama de cría y tiene miedo de enfrentarse a las explicaciones que a buen seguro se le pedirían.
    Durante esos días apenas tuvo tiempo de hablar con Maximiliano. Sabía que estaba sumamente preocupado por Engracia y andaba consternado por el estado de la mujer que siempre había sido su referente y apoyo.
    Sin ella se encontraba perdido y muchos días lo sorprendió con la mano alzada frente a la puerta de su habitación para después arrepentirse y abandonar el pasillo sin entrar a verla.
    Un mes después del entierro de doña Josefina, Maximiliano reunió las fuerzas necesarias y golpeó con energía su puerta hasta obtener permiso para entrar.

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  52. 52.
    El aspecto que presentaba le provoco un sobresalto involuntario al encontrarla sentada junto a la ventana con las manos apoyadas sobre sus piernas y la mirada un tanto perdida.
    Maximiliano venció su timidez y se acercó a su lado con una extraña congoja estrangulando su garganta.
    Nunca antes la vio tan necesitada de ayuda como la está viendo en ese momento. Descorre las cortinas para dejar que entre la luz suave de la primavera y su voz suena quebrada al principio para después alcanzar la firmeza necesaria al dirigirse a ella.
    -No puedes seguir así ¿te estás viendo Engracia?
    No parece haberlo escuchado y si lo ha hecho no da muestras de estar dispuesta a iniciar una conversación. Se mueve inquieta en la silla y sus ojos se vuelven hasta la ventana ahora sin la protección de la tela y que deslumbra sus ojos al permanecer lejos de la luz demasiado tiempo ya.
    -Sé que me escuchas, no sólo tú querías a doña Josefina y su muerte nos ha dolido por igual a los dos.
    -Si los dos nos abandonamos a ese dolor ¿qué será de las niñas que con tanta confianza dejó a tu cuidado?
    Las niñas.....el escalofrío se agudiza en su cuerpo y se envuelve con la ligera manta que cubre sus hombros.
    Mantiene sin embargo el silencio lo que obliga a Maximiliano a inclinarse a su lado y sujetar sus manos al tiempo que la obliga a fijar en él su mirada.
    -Las niñas, Engracia. Andan perdidas sin tu presencia y yo no sé qué decirles cuando me preguntan por ti.
    Finalmente parece volver la vida a su rostro y una lágrima silenciosa rueda mejilla abajo sin que haga nada por detenerla. Aprieta levemente las manos que aprisionan las suyas y un largo suspiro escapa de su boca.
    El hombre comprende que está comenzando a reaccionar y no piensa abandonar la habitación hasta no ver de vuelta a la mujer fuerte y llena de coraje que siempre ha sido.
    -Las niñas se encuentran extrañas sin tus regaños habituales. Ernestina se marchó hace ya una semana y la casa es un verdadero desastre.
    -Ernestina se ha marchado...¿por qué?
    Al fin la escucha hablar e intenta contener su alegría y mantener su tono serio y afligido esperando no perder su atención.
    -No pudo soportar a la señorita Luz y sin estar tú presente prefirió marcharse a su casa.
    La ve retirar la manta que la cubre y levantarse un tanto trabajosamente de la silla. El último mes no sólo la ha dejado destrozada anímicamente, también en el aspecto físico ha tenido la impresión de haber recibido una paliza que la ha dejado prácticamente sin fuerzas.
    A pesar de negarse a comer en los primeros días, más tarde comenzó a ingerir algo de leche y fruta que a veces le llevaba Ernestina con el ruego en sus ojos para que se alimentara.
    Ahora entiende porqué la última semana era la señorita Luz la encargada de llevarle la bandeja con la comida y esperaba pacientemente hasta que ella terminaba desganadamente de comer.
    La debilidad por una alimentación insuficiente y un periodo tan largo de inactividad le provocan un ligero mareo y se ve obligada a sentarse en la cama ante la alarmada mirada de Maximiliano que acude presuroso a su lado.
    -Tú estás enferma, mañana a primera hora iré a traer al médico para que te revise.
    Ella desestima su ofrecimiento y le indica con una palmada un lugar a su lado para que se siente.
    -Nada de médicos Maximiliano, tengo flojedad, eso es todo.
    -¿Seguro?
    -Sí, apenas he comido en este tiempo y la comida que me traía esa zorra no había manera de probarla.


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  53. 53
    -Por favor...Engracia, le preocupa tu salud.
    La carcajada surge espontánea sin poder evitarlo hasta convertirse en una risa sofocada por su propia mano al tiempo que golpea nerviosa el suelo con uno de sus pies.
    -¡Preocupada dice! A esa no le preocupa nada que no sea ella misma.
    Maximiliano calla ante su vehemente forma de decirlo y baja la cabeza un tanto avergonzado por lo que de verdad tienen sus palabras en el fondo.
    El hecho de mantener con ella una relación basada únicamente en la satisfacción de sus deseos físicos no le ha hecho perder la cabeza en ningún momento.
    Sabe perfectamente que su egoísmo no la ha abandonado en estos años y a raíz de la muerte de su hermana se ha agudizado si cabe ese egoísmo al creerse dueña y señora de La Pedralta en nombre de sus legítimas propietarias aún menores de edad.
    No ha querido advertirla del testamento de Bosco refrendado en su día por su propia hermana y le deja suelta la cuerda con la que irremisiblemente terminará por ahorcarse algún día.
    Ante su repentino silencio, Engracia trata de dar marcha atrás en sus duras palabras que sabe que no son del agrado del hombre sentado a su lado.
    -Perdóname Maxi, ya sabes que me enciendo al hablar de ella.
    -No hay nada que disculpar, lo verdaderamente importante para mí es que tú estés bien, estos días me consumía la preocupación al verte en ese estado.
    Ella tampoco se explica cómo llegó a perder la entereza de esa manera y busca una explicación que no termina de encontrar.
    En realidad, reconoce que cuantos más años pasan, más vulnerable se vuelve y recuerda uno de los tantos consejos que escuchó de boca de doña Juana.
    Desde el mismo día que llegó a la casa y quedó bajo su tutela con apenas once años recién cumplidos. Engracia se sintió querida y lo que es más importante, encontró al fin un lugar al que pertenecer, una familia y la figura materna que nunca conoció paso a ser para ella la de doña Juana.
    “Ahora eres muy joven, le decía, pero llegará un día en el que vuelvas la vista atrás y las ausencias de los seres queridos se te antojarán una carga inasumible.
    Ese día sabrás que te estás haciendo mayor y comenzarás a plantearte la vida de otra manera”
    Sabias palabras que ahora comprende en su totalidad, los años se encargan de ponernos a todos en el lugar que nos corresponde.
    Cuando murió Bosco, el corazón se le paralizó por un momento pero la figura totalmente desvalida de doña Josefina la empujó a ponerse al frente de todo y de ahí sacó las fuerzas necesarias.
    Sin embargo con la muerte de ella se sintió que ya nada quedaba de la familia que había conocido hasta entonces y su fortaleza se quebró dando paso a un estado poco menos que catatónico del que por fin había conseguido salir.
    Se vuelve hacía un silencioso Maximiano que la observa expectante y al fin una sonrisa ilumina su cara cuando lo mira de frente al tiempo que una de sus manos acaricia su mejilla con barba de varios días.
    -Ya estoy de nuevo aquí, lo peor ya pasó.
    Él sujeta la mano con la suya y la lleva hasta sus labios besando su palma inusualmente suave y sintiendo que el alborozo hace latir más deprisa su corazón.
    -Ya poco queda de aquello que fuimos Engracia ¿te has dado cuenta?.
    Ella asiente pesarosamente con la cabeza y su sonrisa se torna triste y melancólica al volver al pasado que emprendieron siendo apenas unos niños en este lugar común. A los seres que lo habitaron y formaron parte de sus vidas para luego desaparecer dejándolos con una terrible sensación de orfandad.
    -Ahora es cometido nuestro el erigirnos en cabeza de familia, nuestra es la responsabilidad de sacar adelante a estas criaturas que dependen de nosotros como en su día lo hicimos nosotros de sus antecesores.

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  54. 54.
    -Y así lo haremos Engracia, al menos hasta que puedan valerse por sí mismas.
    La energía parece regresar de nuevo al cuerpo delgado y nervioso de la gobernanta que dirige sus ojos hacía el hombre que se encuentra a su lado con la mirada franca y directa que siempre le ha conocido.
    -Lo primero de todo será enterarnos de los motivos que pueden haber llevado a Ernestina a abandonar la casa.
    -Ya te los digo yo. Con ella no he hablado porque no se encontraba en casa de sus padres el día que fui a visitarla.
    -¿Entonces?
    -Hablé con su madre y ella me explicó lo sucedido. Según le contó su hija, la señorita Luz comenzó a agobiarla y al no estar tú para contenerla....pues se vino abajo y prefirió poner tierra de por medio.
    -Mañana a primera hora iré yo para hablar con ella, la necesitamos aquí, Maximiliano.
    -Ya lo sé, también tenemos que ir el mes que viene a Ciudad Real, es importante poner en orden las indicaciones que dejaron en el testamento, tanto Bosco como doña Josefina.
    La tristeza regresa de nuevo al rostro ahora más relajado de Engracia, comprende perfectamente sus palabras pero no puede dejar de sentir que la realidad se hace presente en toda su crudeza y ella este último mes ha preferido vivir en otro mundo bien alejado de la realidad.
    -Sé que no te agrada la idea, Engracia, pero es necesario para todo lo concerniente al funcionamiento de la finca y sobre todo a los intereses de las niñas.
    -Lo entiendo, lo mejor es solucionar ese asunto cuanto antes.
    Abandona la habitación con mucha más esperanza de la que tenía al entrar en ella. La mujer fuerte que siempre ha conocido ha vuelto a brillar en los ojos de la vieja amiga y baja las escaleras con bríos renovados presa de una alegría difícil de explicar dadas las tristes circunstancias que les rodean.
    Escucha el murmullo proveniente de la improvisada aula y la voz cadenciosa de don Tasio que acalla los murmullos con su amable autoridad.
    Se forma al fin una pequeña sonrisa en sus labios y empuja la puerta del despacho dispuesto a ordenar los papeles que necesitarán para su viaje a la ciudad.
    Apenas se ha sentado cuando dos golpes en la puerta le hacen desviar su atención para encontrarse con la enlutada figura de Luz.
    En el tiempo transcurrido desde la muerte de doña Josefina apenas han cruzado unas cuantas palabras entre ellos y tampoco han estado a solas en ningún momento.
    -Buenos días ¿podemos hablar?
    Él le indica la silla frente a la mesa y retira los papeles que se disponía a leer y la observa tomar asiento sin pasarle por alto su gesto cansado y un tanto crispado.
    -Tú dirás....te advierto que tengo muchas cosas que solucionar.
    -¿Has hablado con Engracia...cómo se encuentra?
    -Está mucho mejor, creo que ya está dispuesta para ponerse al frente de la casa.
    -De eso quería hablarte Maximiliano....verás, creo que ahora que por desgracia ha fallecido mi hermana, la situación se ha tornado diferente.
    -¿Adónde quieres ir a parar?
    -Pues.....me refiero a la necesidad de establecer la jerarquía necesaria en esta casa.
    -Yo creo que esa jerarquía está perfectamente delimitada, Luz.
    -Yo no lo creo, Engracia nunca se ha plegado a mis órdenes y eso cuando mi hermana vivía y se lo permitía, era una cosa, ahora la situación es completamente distinta.
    -Pienso que nada tiene que cambiar, tu hermana confiaba en ella plenamente y así seguirá siendo.
    -No, estáis muy equivocados, la tutora de mis sobrinas y por tanto de sus bienes, me corresponde a mí en exclusiva hasta su mayoría de edad.
    -Bien, en los próximos días se procederá a la lectura del testamento de tu hermana, una vez leído ya veremos lo que ocurre.

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  55. 55.
    Le sorprende la frialdad con la que trata un tema que para ella está más que claro y lo achaca a su conversación con Engracia. Siempre vio en ellos una especie de bloque indisoluble trenzado a base de años de relación familiar más que de amistad.
    No llega a entender ciertos lazos que anteponen la lealtad hacía otra persona por encima de los intereses propios.
    Se levanta de la silla en la que ha permanecido sentada ante la falta de atención que parece mostrarle Maximiliano y se dirige hasta la puerta cambiando de opinión en el último instante.
    -Creo que sería necesario buscar una nueva criada para la casa, yo sola no puedo ocuparme de todo.
    Consigue llamar su atención y levanta la vista de los papeles fijándola en su figura erguida y desafiante que sin embargo ya no le provoca los mismos sentimientos que despertó en él un día ya muy lejano en el tiempo.
    El amor ha ido muriendo lentamente porque ella misma se ha encargado de matarlo. Queda el deseo que siempre le hizo sentir pero sin amor de por medio ya no tiene el mismo efecto sobre él.
    -Engracia se encargará de eso, no te preocupes.
    Duda durante unos segundos para al final salir cerrando a su espalda lentamente la puerta con cara de contrariedad.
    Unos ruidos en la cocina llaman su atención y al entrar se encuentra con Engracia poniendo orden en el caos en el que se ha convertido uno de los lugares de la casa que siempre han sido de su exclusiva competencia.
    La mujer delgada y de actividad incesante le ha producido siempre una especie de respeto al que no encuentra una explicación racional.
    Algo en ella le impide ejercer su autoridad e imponerse como señora de la casa que es ahora. Algo que no puede considerarse miedo pero que se le parece mucho.
    Carraspea al traspasar la puerta y Engracia se vuelve en su dirección dejando de lado el puchero de barro que llevaba en sus manos.
    -Buenos días Engracia ¿cómo se encuentra?
    -Mejor, gracias ¿dónde está Ernestina?
    El sonrojo tiñe de un rojo intenso la delicada piel del rostro de la señorita Luz y su cabeza comienza a pensar la manera de salir del embrollo en el que ella misma se ha metido sin salir demasiado perjudicada.
    -Se....se marcho hace ya más de dos semanas.
    -¿Estaba enferma?
    -No lo sé, simplemente se marchó sin dar ninguna explicación.
    -Está bien, esta tarde le diré a Maximiliano que me acerque al pueblo para hablar con ella.
    -De eso mismo he hablado con él hace unos minutos, de la conveniencia de encontrar una nueva criada.
    -¿Nueva?
    -Bueno...ella nos dejó abandonados a nuestra suerte y no me parecería oportuno que regresara de nuevo.
    Mantiene Engracia su lengua a raya para no escupir todo su veneno y continúa con su actividad como si ella no estuviese presente. Sus preciados pucheros de barro que siempre ha mantenido en perfecto estado se encuentran ahora llenos de tizne.
    Una película de grasa se encuentra en su interior y se afana por sacar espuma con el estropajo de esparto sobre el trozo de jabón que ella misma fabrica.
    En dos semanas en las que su cocina ha estado al cargo de la señorita Luz el estropicio es bastante notorio. Frota con brío los pucheros dentro de un lebrillo grande que utiliza para fregar e ignora deliberadamente a la mujer que finalmente abandona la cocina ante la falta de voluntad de la gobernanta para mantener ninguna conversación con ella.
    Esos días ha recapacitado sobre la relación que mantienen las dos y la conclusión a la que ha llegado es bastante clara.

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  56. 56.
    Tiene la seguridad desde poco después de llegar a la casa de la animadversión que le profesa Engracia.
    No pudo meter cizaña entre ella y su cuñado porque ya le manifestó Bosco el lugar incontestable de la criada en su casa y se tuvo que rendir a la evidencia.
    Con su hermana pasó exactamente lo mismo y la relación entre ellas se estrechó de tal forma que a veces pensaba que su propia hermana sentía más afecto por la gobernanta que por ella misma a pesar de llevar la misma sangre.
    Debía reconocer no obstante la dedicación que le había dedicado durante su enfermedad y hasta la hora misma de su muerte.
    También pensó equivocadamente que al morir su hermana ella sería la que dirigiese todo y nadie tendría la osadía de contravenir sus órdenes.
    Pero nada de lo que había planeado se había convertido en realidad. La criada se marchó a los pocos días de estar bajo su supervisión y entonces pudo comprobar lo difícil que era dirigir una casa de esas características.
    Los últimos veinte días se habían convertido en un infierno que quería olvidar cuanto antes y rogaba mentalmente para la pronta recuperación de la gobernanta y contar con su presencia eficiente que todo lo mantenía bajo control y en perfecto orden.
    Preparar comida para diez personas era una tarea imposible para ella. La ropa sucia se amontonaba en el lavadero formando una montaña enorme y la casa andaba manga por hombro a decir de Maximiliano.
    Maximiliano....se había distanciado de ella y no tenía claros los motivos de tal alejamiento. Andaba con pies de plomo en todo lo concerniente a Engracia y aun así pensaba que algunos gestos suyos conseguían ofenderlo.
    Procuraba no hacer mención en su presenciá a la larga convalecencia de ésta y se afanaba dentro de sus limitaciones en atender en lo más básico a las necesidades de las niñas.
    Lamentaba y mucho haber propiciado la marcha de Ernestina quedando sola al frente de un grupo tan numeroso e incapaz de resolver ninguno de los problemas que surgían a diario.
    Esperaba con ansiedad el momento de la lectura del testamento de su hermana para poder tener acceso legítimo al mando de la propiedad en nombre de sus sobrinas y disponer de dinero para hacer ciertas reformas que tenía en mente.
    Mientras llegase ese momento debía andarse con cuidado y procurar en la medida de lo posible no buscarse más enemistades de las que ya tenía.
    De todas sus preocupaciones, la más importante era el desapego mostrado por Maximiliano de un tiempo a esta parte.
    Subestimó al hombre sencillo y humilde encontrándose con alguien que a lo largo del tiempo se le mostró como una persona muy diferente al concepto que se había formado de él.
    Si en algún momento creyó que su influencia conseguiría convertirlo en un pelele en sus manos, el tiempo se encargó de desengañarla.
    La relación entre ambos era una especie de atracción carnal que no iba más allá de los encuentros furtivos en los que desfogaban de manera salvaje sus instintos más primitivos y que no llegaban más allá.
    El miedo a otro nuevo embarazo pronto se fue disipando porque según supo poco tiempo después de comenzar su aventura, Maximiliano tenía buen cuidado de que así no ocurriese.
    No tenía la menor idea del modo en el que había conseguido instruirse para que esa eventualidad no se presentase pero le tenía sin cuidado el modo en que lo hiciese.
    Le gustaba disfrutar de su cuerpo fuerte y firme, sabía que en ese sentido era el hombre para ella y ella era la mujer para él.
    Sin ataduras de ningún tipo fuera de las que ellos mismos se exigían en su particular relación en la que el amor había quedado finalmente descartado.

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  57. 57
    Descartado ante la imposibilidad de amar a alguien que no fuese a ella misma por parte de la señorita Luz.
    Y descartado por parte de Maximiliano que durante todo ese tiempo pudo comprender que su empeño en lograr que cambiase resultaba infructuoso.
    Por lo tanto y muy a su pesar, Maximiliano se adaptó a una relación que se acomodaba a los dos y no les causaba ningún problema.
    La vida sin doña Josefina continúo su curso igual que antes, por desgracia era algo habitual su retiro desde la muerte de don Bosco y las niñas ya se habían acostumbrado a la ausencia de la madre en sus vidas diarias.
    Engracia buscó a Erenestina esa misma tarde acompañada por Maximiliano que prefirió esperarla en la cantina del pueblo y dejarlas a solas para que hablasen con tranquilidad.
    La encontró en la humilde casa de sus padres en las afueras del pueblo. Por un momento temió que ya hubiese emprendido viaje hasta otro lugar en busca de un trabajo de criada.
    Era una mujer muy eficiente y trabajadora y a poco que la hubieran recomendado, tenía la certeza de que encontraría acomodo en una buena casa para servir.
    Por fortuna, esa posibilidad no se había dado y al preguntar a su madre por ella soltó aliviada el aire retenido en sus pulmones cuando la mujer le indicó el patio trasero.
    La encontró sentada en una vieja silla aprovechando los últimos rayos de sol del día primaveral y que eran preludio del inminente verano.
    Estaba concentrada remendando unos viejos pantalones de pana y ni siquiera se percató de su presencia hasta que la sombra proyectada al lado de su asiento le anunció su llegada.
    Creyó tener una alucinación al verla de pie frente a ella, con su eterno pañuelo negro atado en la parte alta de la cabeza y su largo vestido de cretona negro hasta la altura de los tobillos.
    Llevaba los únicos botines que tenía y que según contaba orgullosa eran un regalo de don Bosco poco antes de contraer matrimonio con doña Josefina.
    Se los ponía en escasas ocasiones y los guardaba como oro en paño.
    “ Con estos mismo botines quiero ser amortajada y dejo el encargo a las que me sobrevivan. Este calzado y el vestido gris que perteneció a doña Juana quiero que sea mi mortaja cuando me llegue la hora de cerrar el ojo”
    Ernestina se ponía muy nerviosa al escucharla referirse a su propia muerte de una manera tan natural. Muy supersticiosa, prefería evitar cualquier mención a la muerte que ya se encargaría ella de presentarse el día menos pensado.
    Su inesperada presencia la dejó sentada en la silla sin acertar a moverse y tuvo que ser la propia Engracia la que iniciase la conversación.
    -¡Vaya! Ya veo que que te alegras poco de verme, zángana.
    Su voz...su voz tan particular, Grave y áspera al principio pero suavizándose a medida que las palabras van saliendo de su boca.
    Deja a un lado la costura y se pone en pie como impelida por un resorte para abrazarla al tiempo que la eleva por los aires haciendo alarde de su enorme vitalidad y fuerza.
    -¡Engracia...oh Dios mío!
    Da unos cuantos giros con ella abrazada de la cintura antes de depositarla de nuevo en el suelo y la gobernanta apenas consigue a agarrarse a un pequeño membrillo para evitar caer de bruces contra el suelo debido al mareo que las vueltas en círculo le han provocado.
    Logra mantener la verticalidad a duras penas esperando que cese el mareo y cuando el corral deja de dar vueltas ante sus ojos y la figura de Ernestina se queda quieta en un mismo punto es entonces el momento en el que su boca sonríe abiertamente por la alegría de encontrarse de nuevo con ella.
    -Temí no encontrarte Ernestina ¿por qué te fuiste sin decírmelo a mí siquiera?
    La mujer baja la cabeza un tanto avergonzada al tiempo que saca un pequeño pañuelo de la manga de su chaqueta. Se limpia los ojos y se suena enérgicamente la nariz antes de contestarle.

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  58. 58.
    -Sí te lo dije Engracia, te lo dije muchas veces pero tú no parecías preocuparte por nada que no fuese llorar la muerte de doña Josefina.
    Engracia la escucha con una mezcla de incredulidad y tratando de recomponer los recuerdos de esos días de total oscuridad.
    Acepta la silla que le ofrece Ernestina y se sientan las dos frente a frente tratando de aclarar las causas finales que forzaron su marcha de La Pedralta.
    Tiene que ser de nuevo Engracia la que la inste a hablar. De pocas palabras, Ernestina necesita casi siempre un empujón para expresar sus sentimientos.
    -¿Qué pasó entre la señorita Luz y tú para que tomases una decisión tan drástica?
    Observa su gesto circunspecto y reflexivo al tiempo que la ve coger un pequeño palo del suelo y atizarle a una de las gallinas que campan a sus anchas por el corral y que se ha acercado hasta sus mismos pies.
    La gallina comienza a correr entre frenéticos cacareos y un intento de vuelo que resulta infructuoso abandonando de inmediato el lugar donde se encuentran las dos mujeres que la miran divertidas.
    -Estos gallinos son realmente impertinentes, siempre metiéndose donde nadie las llama.
    -Deja a las gallinas y contéstame a lo que te he preguntado.
    -Bien.....no es preciso que te diga el carácter que tiene la señorita Luz, de sobra sabes tú.
    -Lo sé, llevo sufriéndola ya muchos años pero hasta el momento he conseguido mantenerla a raya.
    -Yo no tengo los nervios tan templados como tú, ni tampoco tu autoridad y paciencia.
    -No se trata de paciencia, la paciencia tiene un límite y yo he traspasado este límite muchas veces. -Pero me he visto obligada a echar mano de un aguante que a veces me resulta difícil mantener.
    Las niñas están por encima de todo y doña Josefina que en paz descanse no tenía necesidad de sufrir más de lo que ya sufría por la muerte del pobre Bosco.
    -No hace falta que me digas algo que yo he vivido a tu lado, simplemente yo sola no pude hacer frente a su tiranía.
    -¿Regresarás?
    -¡Estás loca! Ella no lo permitirá y menos ahora que La Pedralta está en sus manos.
    -Eso de que La Pedralta está en sus manos no es verdad ¿de dónde sacas semejante idea?
    -Es lo normal Engracia, es la hermana de la señora, las niñas son pequeñas y pasarán a estar bajo su tutela.
    -¡Qué poco conocías a Bosco! ¿Crees que él permitiría dejar como tutora de sus hijas a una persona tan vacía?
    -Él no, pero no olvides que doña Josefina era su hermana.
    -Ahora no puedo adelantarte nada más hasta hacer efectivo el testamento de los Hidalgo, cuando esté todo resuelto ya volveremos a hablar tú y yo.
    -Me han ofrecido trabajar en una casa en Madrid, se trata de los señores Montoro que necesitan una criada.
    -¿Has aceptado el trabajo?
    -No...todavía no lo he hecho.
    -¿Urge el dinero a tus padres?
    -No les sobra pero tampoco lo necesitan para comer.
    -Bien, en unos días tendrás noticias mías y puedo asegurarte que volverás a tu puesto en la casa en las mismas condiciones de antes.
    No rebate sus palabras, tiene en ella una confianza ciega y sabe que su palabra se cumple pase lo que pase.
    -Esperaré a recibir noticias tuyas ¿has venido sola?
    -No, me acompañó Maximiliano pero se quedó en la cantina para que pudiésemos hablar nosotras con tranquilidad.
    -Dale recuerdos de mi parte, me dijo mi madre que estuvo aquí preguntando por mí.

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  59. 59.
    En el pequeño coche tirado por dos caballos que perteneciera a Bosco. Un hombre y una mujer se mantienen en silencio sentados en el pescante en tanto disfrutan del espectáculo de la naturaleza en plena ebullición.
    La primavera ha traído consigo abundantes lluvias y los campos de trigo y cebada ofrecen un verde intenso que suaviza el paisaje un tanto agreste que domina la propiedad cuando llega el invierno.
    La temperatura es agradable y una ligera brisa obliga a Engracia a taparse los hombros con el chal de lana.
    No ha pronunciado palabra desde que avisara a Maximiliano para emprender el regreso a La Pedralta y en la mitad del camino ha de ser él quien le pregunte por Ernestina.
    -¿Volverá con nosotros?
    Engracia deja a un lado sus reflexiones para contestar a su pregunta y comprende el malestar que embarga a su compañero de asiento. Posiblemente se reproche a sí mismo no haber intervenido antes para que la criada regresara de nuevo a la casa y no esperar a que tuviera que ser ella la que pusiera las cosas en su lugar.
    -Le han ofrecido trabajar en casa de los Montoro.
    -¿Ha aceptado?
    -Todavía no les había dado contestación, le he pedido que espere unos días hasta que procedan a la lectura del testamento.
    -¿Y está dispuesta a esperar?
    -Sí, mañana quiero que le lleves el salario de un mes por si tuvieran necesidad de contar con él y dile que ya le avisaré yo de cuando puede incorporarse de nuevo a su trabajo.
    -Me parece bien.
    -¿Te parece bien?
    -Sí, pienso que no actué como debía al permitir que se marchara de esa forma.
    -En tu mano estuvo evitarlo y no lo hiciste, no cargues sobre los demás las responsabilidades que te corresponden a ti, Maximiliano.
    No añade nada más a lo dicho y retornan de nuevo al silencio hasta llegar a la puerta misma de la casa. Engracia baja del coche rehusando la mano que le ofrece Maximiliano y de un ágil salto toma contacto con el suelo encaminándose hasta la casa deshaciéndose del chal e imprimiendo a sus pasos su característica premura.
    Es hora de ir preparando la cena y ya está ella al frente de la casa para retomar su actividad habitual.
    Pasa por la habitación donde reciben clase las niñas y espera apoyada en el marco de la puerta hasta que don Tasio les da permiso para abandonar sus tareas.
    El hombre la ha visto llegar y una secreta alegría inunda todo su ser. La echaba de menos, no sólo por sus deliciosas comidas, la echaba de menos a ella en particular.
    La saludan las niñas con un beso cada una y abandonan el pasillo a todo correr para salir a jugar al exterior.
    Maximiliano les ha construido cinco columpios en las ramas de los tres viejos alcornoques situados en el lado derecho de la casa y allí pasan sus ratos de descanso elevándose en el aire y extendiendo sus piernas para coger impulso.
    El hombre se percató de su presencia de inmediato pero no hizo intento alguno para dirigirse a ella hasta dar permiso a las niñas para que abandonasen la habitación.
    -Me alegro de verla Engracia, la veo muy recuperada.
    -Gracias don Tasio, afortunadamente me encuentro muy bien.
    Le señala una de las sillas en las que se sienten las niñas esperando que puedan departir con tranquilidad después de tanto tiempo sin que diera señales de vida.
    -Siéntese un momento, quisiera hablar con usted sobre las niñas.
    -No son horas de andar de cháchara don Tasio, la cena está por hacer.
    -Es usted incorregible, será un momento nada más.

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  60. 60.
    No puede negarse a su educada petición y toma asiento en una de las sillas que ocupan las niñas durante sus clases.
    Él no se sienta y permanece en pie apoyado ligeramente en su mesa. Sus pequeñas gafas redondas le confieren un aspecto de sabio distraído que siempre ha llamado su atención.
    En el otoño ya hará ocho años de su llegada a la casa y le parece que hubiera sido ayer. El tiempo vuela y escapa de sus manos sin que ellas se de apenas cuenta.
    Don Tasio procede a quitarse las gafas y las deposita cuidadosamente en la mesa para después dirigir su inteligente mirada hasta la mujer sentada frente a él.
    -Celebro su recuperación Engracia, nos tenía seriamente preocupados.
    -No había porqué, todo el mundo podemos enfermarnos alguna vez, no tiene nada de extraño.
    -No lo tiene, no, el problema es que su enfermedad tenía otras connotaciones diferentes a lo que es...llamemosle, una enfermedad común ¿no sé si me entiende?
    -La verdad es que no termino de entenderle ¿a qué se refiere exactamente?
    -¡Vamos, vamos! Me cuesta creer que una mujer tan lista como usted no sepa de lo que estoy hablando.
    Se mueve inquieta en la silla algo violenta por el cariz que está tomando la conversación, nunca antes se atrevió el maestro a entrar en un terreno tan personal. Ahora lo está haciendo cogiéndola totalmente por sorpresa.
    -Simplemente he estado con el ánimo por los suelos, no soy una piedra de las que tanto abundan en este lugar... señor mío.
    -Me consta Engracia, por eso le digo que su enfermedad nada tiene que ver con aspectos físicos, se trata de algo que aqueja a nuestras almas, algo intangible, me dirá.
    -Le digo, le digo, el alma es algo relativo y sujeto a cuantos análisis queramos hacer.
    -Pero está ahí, no lo olvide, en nuestro interior y cuando menos lo esperamos se deja oír provocando en nosotros una especie de depresión que nos deja postrados sin que podamos hacer nada para evitar sus efectos.
    -Parece hablar con conocimiento de causa, don Tasio, ¿Acaso alguna vez ha sentido su zarpazo?
    -Todo el mundo puede ser víctima de ello ¿Quién no ha tenido alguna vez un contratiempo grave a lo largo de su vida?
    -Tiene razón, esta situación que he vivido ahora me ha desconcertado por completo, no la viví cuando murió Bosco ¿por qué ahora?
    -Muy sencillo, era más joven y no olvide lo que voy a decirle. Los años nos enseñan lo que podemos esperar de la vida, cuantos más años tenemos, más sucesos adversos podemos esperar de ella......y lo sabemos.
    Asiente Engracia ante sus sensatas palabras, pensó que nunca más volvería a interesarle la vida cotidiana tal y como lo había hecho hasta entonces. Pero una vez superado su estado anímico comprendió que la energía regresaba de nuevo a su cuerpo con más fuerza si cabe.
    -Bueno, yo ahora sí tengo que marcharme, hablaremos en otro momento.
    -Sabe que me tiene a su entera disposición, búsqueme cuando quiera encontrar respuestas y veré si puedo responder a alguna de ellas.
    La ve salir con su paso decidido y nervioso. Un completo vendaval puede resultar esta mujer cuando se lo propone y comprende su desconcierto al ver que su espíritu indómito había sido doblegado por un estado de ánimo totalmente desconocido para ella hasta ese momento.
    Mueve la cabeza consternado porque él ya ha vivido mucho más que cualquiera de los habitantes de la casa y está en disposición de hacer frente a la adversidad con más fortaleza que ninguno de ellos.
    Limpia la pizarra de los últimos trazos de tiza y recuerda la primera vez que la vio de pie ante él.
    Era entonces una mujer de treinta y pocos años a la que sacaba más de veinte años de edad y sin embargo algo en el fondo de su mirada le hizo atisbar la imagen de una niña desvalida que buscaba desesperadamente el afecto y a aprobación de los demás.

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  61. ¡Ah..estimada Engracia! Bajo una pretendida dureza que a todo el mundo le parecía verdadera, él, supo ver lo que de impostado había en su comportamiento aparentemente inflexible.
    Su interior cálido y sensible y su afán de protección hacía todo aquello que estuviese bajo su responsabilidad.
    Hubiera sido una excelente madre, se puede apreciar claramente en su trato con las niñas, en su dulzura cuando las mira y en su profunda preocupación si alguna de ellas enferma.
    Y una maravillosa compañera de vida, de eso no tiene ninguna duda por su apasionada mirada a todo cuanto tiene a su alrededor.
    Pasión por la vida a la que exprime hasta el último segundo sin dejar opción alguna al descanso, fuera de sus horas de sueño correspondientes.
    Pasa la mano por sus ojos cansados y vuelve a ponerse los lentes que previamente se quitó. Desecha una vez más la emoción que la gobernanta imprime a sus sentimientos cuando la tiene frente a sí y abandona la habitación para salir al exterior y disfrutar del final del día.
    La tarde se presenta apacible y don Tasio camina unos pasos disfrutando de los olores que ofrece la primavera.
    Los gritos y las risas de las niñas llegan hasta él arrancándole una sonrisa y vuelve la cabeza en la dirección de la que proceden sus risas cristalinas asustándolo por la altura que imprimen a los columpios.
    Ya advirtió a Maximiliano de la posibilidad un día de estos de tener un disgusto con los columpios. Lo tranquilizó hablándole de la necesidad que tenían las niñas de disfrutar de los juegos y entretenimientos propios de su edad.
    Puede ser que tuviera razón, eran alumnas muy aplicadas y obedientes que también tenían derecho a divertirse en sus ratos de descanso.
    Reconoce la silueta de la señorita Luz a la luz del atardecer inminente con su voluminoso vestido negro y un sombrero de rafia negro en la cabeza para protegerse del sol. Lleva en sus manos una canasta de mimbre y sujeta el vestido a un lado de su cuerpo para no destrozar el filo de la tela con el roce constante del camino.
    Llega hasta don él se encuentra y puede observar el rojo intenso de su cara junto a su fatigada respiración.
    -Buenas tardes ¿Ya acabaron las clases por hoy, don Tasio?
    -Buenas tardes, señorita, hace ya como media hora que dimos por concluida la jornada lectiva, una tarde estupenda para pasear ¿verdad?
    -Pues sí, la temperatura es suave pero no crea, ya se deja notar el calor.
    -Lógico, tenemos el verano a la vuelta de la esquina.
    -Vengo del cementerio de llevar unas flores a mi desdichada hermana y a su no menos desdichado marido.
    -Poca fortuna tuvieron ambos....
    -Bueno, voy dentro para refrescarme un poco y quitarme este molesto polvo que se introduce hasta la misma nariz.
    -Contratiempos de vivir en un lugar como éste, señorita.
    Da media vuelta y se dirige resoplando hasta la casa sin llegar a captar la ironía que impregnan todas y cada una de las palabras del maestro cuando habla con ella.
    No puede evitar lanzar sus puyas cargadas de inteligente ironía al escuchar sus quejas constantes y la artificiosidad de que hace gala.
    Compara a la fina señorita nacida en tan alta cuna con Engracia, nacida en circunstancias mucho menos favorables y la diferencia es clara.
    Dos mujeres completamente distintas, la pretendida educación y elegancia de la señorita Luz le provoca risa frente a la riqueza de matices de la gobernanta.
    Lo que en la señorita le provoca hastío, en la persona de Engracia le causa fascinación no exenta de cierta temeraria atracción.

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  62. 62.
    No hay comparación posible entre las dos mujeres y el viejo maestro ni se molesta en en poner frente a frente las diferencias entre las dos.
    La señorita Luz le aburre soberanamente, , sí, mantiene las formas en su presencia como requisito indispensable de su exquisita educación pero nada más.
    Prefiere la compañía de la gobernanta, su chispeante manera de vivir la vida y su sabiduría.
    Maximiliano se dirige a su encuentro con sus pasos largos y elásticos, se niega a la petición de las niñas para que les de impulso a sus columpios y les advierte de que tengan cuidado.
    -Buenas tardes, don Tasio.
    -Lo son, Maximiliano, lo son.
    Observa al hombre que tiene frente a sí, con una envidia sana que más podría calificarse de añoranza por su propia juventud.
    A pesar de mantener una apariencia jovial muy alejada de la gente de su misma edad. Don Tasio acusa el paso de los años y lamenta no poder atrasar las manecillas de su reloj de bolsillo.
    Retroceder en el tiempo y volver a la edad que ahora tiene Maximiliano
    ¡Ah¡ Qué distintas serían las cosas para él, qué diferente su trato con Engracia a la que sometería a un romántico asedio al que estaba seguro, terminaría por sucumbir.
    Desecha de nuevo esos pensamientos y entabla conversación con Maximiliano que lo mira divertido por sus episodios de aislamiento en los que parece no estar en contacto con la realidad.
    -¿Cómo se presenta la cosecha, querido amigo?
    -Abundante, esperemos que no venga un pedrisco y arrase con ella.
    -No sea tan fatalista, hombre.
    -Soy realista, don Tasio, son dos cosas distintas.
    -Bien, me ha visitado Engracia, la he visto muy recuperada y en disposición de retomar sus obligaciones.
    -Por fortuna así parece que va a ser, yo también he hablado con ella esta mañana y me ha dado esa impresión.
    -La melancolía pudo con ella, es una mujer muy fuerte pero en el fondo también tiene esa fragilidad que acompaña a los que consideramos con una fuerza superior a la de los demás ¿verdad?
    -Sí, roguemos para que algo así no vuelva a sucederle.
    Duda el maestro antes de acometer la conversación que tienen pendiente. Le preocupa el comportamiento mostrado por la señorita Luz durante este mes en el que la gobernanta ha estado ausente.
    No es ajeno a la peculiar relación existente entre ellos y no está seguro de por quién tomará partido Maximiliano en el caso de verse obligado a hacerlo.
    Tiene miedo de un enfrentamiento entre las dos mujeres y del resultado de una hipotética confrontación.
    -Lo encuentro un tanto meditabundo, don Tasio ¿le ocurre algo?
    -Nada importante, me preocupa en cierto modo la situación que se nos presenta a raíz de la muerte de doña Josefina.
    -¿A qué se refiere exactamente?
    -A la bicefalia en cuanto al gobierno de la casa, a eso me refiero.
    -Las cosas seguirán como hasta ahora, no se preocupe.
    -Es usted un iluso, Maximiliano ¿de verdad piensa que la señorita Luz se quedará de brazos cruzados?
    -Ella hará lo que le corresponda.
    -Es usted muy confiado, ya está planificando la vida de todos nosotros ¿no se ha dado cuenta?
    -La semana próxima se procederá a la lectura del testamento de doña Josefina, dependiendo de sus últimas voluntades, obraremos en consecuencia.
    -Tiene razón, esperemos hasta comprobar lo que ella dispuso antes de elucubrar por nuestra cuenta.

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  63. 63.
    Don Tasio asistió perplejo al cambio operado por la gobernanta desde que diera por terminado su retiro involuntario. Ni un reproche, ni una confrontación ante lo que era un comportamiento inaceptable por parte de la señorita Luz.
    La buena mujer se dedicaba por entero a impartir órdenes a diestro y siniestro esperando que se le obedeciera sin rechistar.
    Recabó la presencia de dos de los peones de la finca para reconstruir una parcela frente a la casa que pretendía dedicar a la jardinería.
    Decía que necesitaba un pasatiempo que llenara sus ratos de ocio y el cultivo de plantas era una actividad relajante.
    Impuso nuevos horarios para las comidas alegando que en la casa se servía la comida demasiado tarde.
    Ordenó que de ahora en adelante los trabajadores de la finca comieran en el viejo granero y no en los dominios de Engracia que era donde siempre lo hicieron.
    El maestro temía un estallido de la gobernanta que curiosamente no llegó a producirse aumentando su extrañeza.
    Tampoco Maximiliano pronunció una palabra respecto al proceder de la señorita, que era a todas luces intolerable.
    Sí pudo observar una especie de complicidad tácita entre ellos, como si estuviesen esperando el momento oportuno para frenas sus desvaríos de poder.
    Mediado el mes de junio, fueron requeridos en Ciudad Real para asistir a la lectura de las últimas voluntades de doña Josefina.
    No creía necesaria doña Luz Covaleda, la presencia de la gobernanta en la lectura del testamento de su hermana y así se lo hizo saber a un silencioso Maximiliano.
    -No termino de entender porqué debe acompañarnos Engracia, es un asunto familiar.
    No recibe contestación por su parte e insiste de nuevo esperando una explicación por su parte.
    -No estás escuchándome, te digo que creo innecesaria la compañía de Engracia.
    Deja el hacha clavada en el tronco donde se afanaba por trocear la leña que es necesaria para el viejo horno de piedra y se seca el sudor con el pañuelo antes de posar sus ojos en la mujer que le habla apoyada en el grueso tronco del alcornoque.
    Sigue siendo hermosa, todavía consigue despertar su deseo y sin embargo y por mucho que lo intente, jamás conseguirá desbancar en su corazón el afecto sincero que siente por Engracia.
    Ignora por completo la última voluntad de doña Josefina, estuvo de acuerdo en su día con las disposiciones que dejó reflejadas Bosco en su testamento.
    De eso ya han pasado cinco años, y en ese tiempo bien pudo cambiar de opinión y modificar lo que tanto Engracia, como él, han guardado celosamente.
    -¿Qué me decías?
    -Te hablaba de Engracia ¿es preciso que nos acompañe mañana a Ciudad Real?
    -Yo creo que sí es necesario, al igual que estuvo presente cuando el testamento de Bosco.
    -No sé....no termino de entender qué pinta ella en ese lugar.
    -Ya veremos lo que sucede mañana, espero que estés preparada temprano, salimos a las ocho.
    -Pierde cuidado, estaré preparada.
    Desiste de seguir cortando leña cuando ella abandona el lugar para volver a la casa y su vista se recrea en el paisaje que se extiende ante sus ojos.
    La Pedralta forma parte de él desde que era un niño y tener que abandonarla supondría renunciar a todo lo vivido hasta ahora.
    Pero si el testamento deja la propiedad en manos de Luz, tiene la seguridad de que Engracia se marchará, y no lo hará sola.
    Las tierras son fértiles y extensas pero necesitan de alguien que las conozca a la perfección y un control absoluto sobre los trabajadores y los tiempos de siembra y cosecha.



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  64. 64.
    Por lo tanto, sería un verdadero desastre que manos poco expertas se pusieran al frente de un lugar como éste.
    Bosco lo sabía y ya tomó las medidas pertinentes, ahora la situación puede ser distinta si doña Josefina ha cambiado de opinión.
    Al día siguiente emprenden el viaje temprano con la esperanza de acelerar los trámites en el menor tiempo posible dejando al cuidado de las niñas a don Tasio que acepta encantado el encargo.
    No hablan durante el trayecto ninguna de las dos mujeres que van sentadas en el mismo asiento mientras Maximiliano conduce los caballos en la parte delantera.
    No termina de comprender la señorita Luz el obstinado silencio de la gobernanta como tampoco entiende que no haya puesto el grito en el cielo al comprobar los cambios que ha ordenado en la casa.
    Quiere creer que al fin ha comprendido cual es su sitio y no desea ver peligrar su trabajo. Pero algo en su actitud la previene contra ella y la obliga a permanecer en guardia.
    Se resiste a creer en un cambio en la mujer, durante estos años le ha dejado bien claro su autoridad refrendada primero por doña Juana y que continuó después con su cuñado y su hermana.
    Ahora sin embargo es muy distinta la situación, ya ninguno vive para que se escude tras ellos y las cuentas de ahora en adelante deberá rendírselas a ella.
    Cinco años han pasado desde la última vez que acudieron a este mismo lugar. Una de las calles más céntricas de la ciudad y muy cercana a la casa propiedad de los Hidalgo y que permanece cerrada a cal y canto.
    Les recibe en el interior un secretario que les indica amablemente que esperen unos minutos y los tres toman asiento a la vez inmersos cada uno en sus propios pensamientos.
    No les hacen esperar demasiado y de nuevo se encuentran ante el mismo notario encargado de hacerles llegar en su día la última voluntad de Bosco.
    El hombre procede a la lectura con su voz metódica y rutinaria.Repite la lectura en su totalidad del primer testamento de Bosco del que ya tuvieron conocimiento en su día para después acometer la segunda parte de un documento, adjunto al primero y fechado un año antes con motivo de una de las escasas visitas de doña Josefina a la capital.
    Recuerda Maximiliano ese viaje que realizó junto a ella para que la visitase el médico y también su estancia en la notaria en la que permaneció por espacio de una hora y a la que él no asistió.
    Comprende ahora que la aparente dejadez de sus obligaciones por parte de doña Josefina no le impidieron poner en orden la herencia de sus hijas y asegurar su futuro.
    El notario dirige su mirada a cada uno de los presentes y el tono monocorde de su voz casi consigue adormilar a Engracia.
    -Bien, como ustedes saben, el documento anteriormente leído pertenece a las últimas voluntades de don Bosco Hidalgo y que ya en su día les fue comunicado. Ahora procederé a la lectura de la ampliación de dicho documento que doña Josefina Covaleda refrendo en su totalidad y al cual añadió una serie de clausulas que ha continuación paso a detallarles.
    “Yo, doña Josefina Covaleda Frías, viuda de Hidalgo y en plena posesión de mis facultades mentales, deseo expresar lo siguiente.
    Acato y mantengo lo ordenado por mi marido en cuanto al reparto de los bienes familiares.
    Deseo que la tutoría de mis cinco hijas y hasta su mayoría de edad, quede en manos de doña Engracia Pastor Casas y don Maximiliano García Sevilla, tal y como dispuso en su día mi marido y que yo refrendo mediante este documento.
    Será, don Maximilian García Sevilla en caso de mi desaparición, el encargado de todo lo referente a la administración de los bienes que hubiere y que pertenecen a mis hijas, velando en ese caso por los intereses de todas ellas.
    Engracia Pastor Casas, como tutora, tendrá plena libertad en la formación y educación de las mismas, así como en la administración de la finca La Pedralta junto a don Maximiliano.

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  65. 65.
    “A mi hermana, doña Luz Covaleda Frías, cedo la parte que me pudiera corresponder de la herencia de nuestros padres así como la posibilidad, si es su deseo, de seguir residiendo en La Pedralta junto a mis hijas.
    Así pues, ante mi eventual desaparición de este mundo a una edad temprana, confío el cuidado de mis hijas así como la salvaguarda de su patrimonio a doña Engracia y don Maximiliano con la confianza plena de que velarán por sus intereses y su bienestar como si de sus propias hijas se tratara.
    Josefina Covaleda Frías. Ciudad Real, a 17 de Marzo de 1876.
    El silencio se hace extensivo a todos los componentes de la reunión, algunos de los cuales ya conocían los deseos expresados en su día por don Bosco y que ahora se han visto refrendados por doña Josefina.
    Una atónita señorita Luz trata de mantener a duras penas la compostura ¡Fuera, su hermana la ha dejado fuera de su testamento al igual que hiciera su cuñado¡
    La ira se mezcla con enormes deseos de romper todo cuanto se halla a su alcance ¡La herencia de sus padres¡ Una casa semiderruida que con toda seguridad pasará a ser propiedad de la orden religiosa que se encarga de su cuidado.
    Considera el testamento de su hermana, una burla más del destino. Destino que no le ha sido propicio hasta el momento y que de ahora en adelante se le presenta más oscuro todavía.
    Hace acopio de la poca dignidad que le queda e intenta controlar el temblor que se ha adueñado de sus manos manteniéndolas firmemente apretadas contra su costado.
    Ni Engracia, ni Maximiliano han añadido nada a lo que el notario les acaba de comunicar y se disponen a estampar su firma en los documentos en que dicho trámite es necesario.
    No pareciera ir con ellos el hecho de controlar a partir de ahora un patrimonio importante sobre el que tendrán plena potestad.
    Abandonan la ciudad en el mismo incómodo silencio con el que hicieron el viaje de ida. Los labios de la señorita Luz permanecen sellados por efecto de la sorpresa y la indignación
    A efectos legales no tiene nada que hacer, intentará hacer valer su autoridad como miembro de la familia y ganarse a las niñas poco a poco.
    También puede manejar a su antojo a Maximiliano, a pesar de no tener ya el ascendiente sobre él con el que contó en otro tiempo.
    Y no lo tiene porque el antaño hombre enamorado ha dado paso a otro hombre bien distinto al que le cuesta reconocer a veces.
    El coche de caballos se detiene frente a la entrada de la casa y las dos mujeres descienden ayudadas, ahora sí, por Maximiliano.
    No han cruzado entre ellas una sola palabra durante todo el camino, como si sobraran las palabras en todo lo que respecta a ellas dos. Años de relación tirante que ahora puede llegar a su fin si cada una ocupa el lugar que en realidad les corresponde.
    Engracia sube directamente a su cuarto para cambiarse de ropa. El pesado vestido negro que ha llevado a la ciudad es el único que tiene un poco decente y no es cuestión de que sufra un percance.
    Mientras se desviste no deja de admirar la gran extensión de tierra que puede avistar desde la ventana. El viñedo ahora verde ocupa grandes extensiones de terreno compitiendo con las parcelas de cereales que ya comienzan a adoptar un amarillo desvaído ante la inminente cosecha.
    El mes de junio ya ha empezado y el trabajo se multiplicará por tres hasta mediado el mes de agosto en que puedan permitirse un respiro.
    No la acobarda el exceso de trabajo, tampoco la atención de cinco niñas con edades comprendidas entre los doce y los cinco años.
    Le da miedo el futuro, ha podido comprobar la delgada línea que separa la vida de la muerte y su efecto ha sido devastador para ella.
    Guarda el vestido en su armario y ata a la parte posterior de su cintura el eterno delantal que parece una prolongación de sí misma

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  66. 66.
    Se dispone a organizar una casa que se encuentra en completo desorden por su involuntaria ausencia y a retomar una rutina que para ella es como una religión.
    Tiene la certeza de que la señorita Luz no se lo pondrá fácil. Su torva mirada habló por ella cuando el escribano leía con voz fuerte y clara las disposiciones de doña Josefina y la dejaba fuera de cualquier toma de decisiones o competencias respecto a la herencia de sus hijas.
    Y no solo eso, la excluía de forma tajante en todo lo relativo a su educación. A pesar de ser hermanas y compartir la misma sangre. Doña Josefina sabía perfectamente del carácter voluble y superficial de su hermana y no quería en modo alguno que sus manos rigieran el destino de sus hijas.
    Pero sabía la gobernanta que eso no era suficiente para ella, intentaría con todos los medios a su alcance que su voz se escuchara y ganarse a las niñas por medios poco recomendables.
    No le importaría utilizar a quien fuese menester para conseguir sus objetivos.
    Su principal víctima sería Maximiliano sobre el que parecía ejercer una especie de hechizo que ella nunca había logrado comprender.
    Mujer de lealtades inquebrantables, consideraba que un amor basado en la atracción física y no en una reciprocidad absoluta, estaba abocado al más rotundo fracaso.
    El paso del tiempo le devuelve en el espejo la imagen de una mujer envejecida prematuramente a pesar de su relativa juventud.
    Hebras de plata salpican su cabello negro y la viveza de sus ojos oscuros parece haber perdido chispa. Conserva la energía de su juventud en el aspecto físico, más no la fuerza arrolladora que siempre tuvo en su interior.
    Una especie de tristeza la persigue constantemente y la hace ver un futuro negro donde antes siempre veía entusiasmo.
    Necesita deshacerse de esa sensación que oprime su pecho y estar en condiciones óptimas para atender las necesidades de las niñas en estos momentos difíciles que viven desde la muerte de su madre.
    Baja resuelta la amplia escalera y escucha el murmullo procedente de la sala de estudio. La voz monocorde de don Tasio se percibe nítidamente en el silencio reinante y le arranca una tenue sonrisa.
    La voz suave de este hombre le aporta calma y serenidad. Sus maneras educadas también consiguen hacerla sentir la reina de la fiesta cuando se dirige a ella en los mismo términos que lo haría con una señora de alta alcurnia.
    Deshecha de su cabeza esas ideas absurdas y entra en la cocina con paso rápido. La hora de la comida se acerca y todavía tiene que pensar en lo que cocinará para el mediodía.
    Unos pasos le anuncian la llegada de Maximiliano, los reconocería entre mil y no necesita darse la vuelta para saber que es él.
    Continúa despiezando el pollo que finalmente cocinará en pepitoria y le habla sin dejar en ningún momento su labor.
    -Esta tarde quiero que te acerques al pueblo y le digas a Ernestina que mañana a primera hora la quiero aquí.
    -¿Crees que es buena idea, Engracia?
    Sus palabras con un leve titubeo en el tono de su voz, consiguen que sus manos queden inmóviles y ahora, sí, se vuelva como impelida por un resorte.
    -¿A qué te refieres?
    -Lo digo por la señorita Luz, ya sabes cómo terminaron.
    Por primera vez desde que la conoce, Maximiliano se encoge en la silla sobre la que está sentado al observar la cólera en su cara cuando se sitúa frente a él y le señala con un dedo todavía manchado de la sangre del pollo.
    -¡Aquí se hace lo que yo digo! Mañana quiero aquí a Ernestina y no lo voy a repetir ¿Me has entendido?

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  67. 67.
    Su vehemente reacción le devuelve a la Engracia de siempre, a la mujer luchadora y fuerte que siempre conoció y a quien no arredraban las dificultades.
    Permanece impertérrito a pesar de la alegría que experimenta por el retorno de la vieja compañera de fatigas. Su gesto no deja traslucir su enorme satisfacción tras un tiempo de gran preocupación por el estado en que se encontraba.
    Durante ese tiempo tuvo la sensación de andar perdido sin la guía que ella significaba en su vida. Por eso celebra sin hacérselo notar, su retorno a la vida diaria, su enérgica manera de dirigir a todos los componentes de esa gran familia que ahora forman entre todos.
    También ha sido consciente durante el viaje a la capital de la tirantez entre las dos mujeres y sabe que las dificultades serán constantes a la hora de tomar decisiones.
    Le gusta la fuerza renovada de Engracia después del descenso a los infiernos que la muerte de doña Josefina provocó en ella.
    Retira el dedo enhiesto de ella frente a sus ojos y al fin deja asomar la sonrisa que pugnaba por asomar a sus labios.
    -Tranquila, esta tarde me acercaré a los Estesos y avisaré a Ernestina.
    La desconcierta con su reacción y comprende que le ha estado tomando el pelo, le gusta verle la paciencia y a pesar de los años que llevan juntos, muchas veces consigue engañarla.
    -Te estabas burlando de mí ¡valiente patán!
    -Cómo crees que cuestionaría el regreso de Ernestina, parece mentira que pienses eso de mí.
    -No sé....a veces pienso que los hombres os dejáis llevar por los impulsos que una mujer puede provocar en vosotros.
    Es la primera vez que la escucha hablar abiertamente de su relación con la señorita Luz. Alguna vez le ha hecho alguna observación velada sobre el asunto pero siempre con la prudencia como marco a sus palabras.
    De ahí la sorpresa porque haya abordado el tema sin tapujos metiéndose en un terreno que hasta el momento había permanecido vedado.
    -¿Te refieres a la señorita Luz?
    Se lleva un dedo a los labios indicándole silencio y sale cautelosamente de la cocina para otear la entrada de la casa, regresa a su lado y se limpia la mano manchada de sangre en un paño antes de poner esa misma mano sobre su hombro.
    -Fui a comprobar que no estuviera escuchando, esta mujer parece una lagartija, se mete por todos los rincones sigilosamente.
    -La tratas con mucha dureza, Engracia......
    -Menos de la que se merece.
    -Pero pienso que deberías tenerle más paciencia, se te atravesó desde el mismo día que llegó aquí.
    -¿Más paciencia? Debería dar gracias de que no le retuerza el pescuezo como a ese pollo que ves ahí.
    -¡Santo cielo¡ ¿te estás escuchando, Engracia?
    -Esa mujer tiene mala entraña, Maximiliano ¿todavía no te has dado cuenta?
    Baja la cabeza avergonzado por la razón que llevan sus palabras. La atracción malsana que la señorita provoca en él, le ha impedido formar una familia normal.
    No es ajeno a la devoción que le profesa la pobre Ernestina y tiene la seguridad que a su lado hubiera podido formar un hogar. Tener unos hijos que fueran una prolongación de sí mismo y encontrar en sus brazos el sosiego y la tranquilidad necesaria para su alma.
    Pero nada de eso se ha dado, desgasta sus energías en trabajos físicos de gran dureza que lo dejan agotado y regresa a su casa de adobe y a su soledad.
    Soledad que a veces encuentra consuelo en el torbellino de sensaciones que le hace sentir una mujer que sólo buscar saciar sus instintos pero que al mismo tiempo lo considera muy inferior a ella. Como si estuviera haciéndole un favor.

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  68. 68.
    Le ha costado, ha tardado mucho tiempo en darse cuenta de lo que él significa para la señorita Luz y la conclusión que ha sacado de todo ello es clara y precisa.
    Él, es un simple peldaño en el que ella se sube para alcanzar sus metas, y medrar. Medrar para conseguir a través de su persona lo que no le fue dado en las últimas voluntades de su única hermana.
    Algo que no piensa consentir bajo ningún concepto. Está muy equivocada Engracia si piensa lo contrario.
    Observa a la mujer que ha retomado la preparación de la comida con nuevas energías y dando la cuestión por zanjada.
    Su figura ligeramente encorvada sobre el gran banco de madera le produce una sensación extraña. En ella ve reflejado el paso del tiempo y añora la juventud de ambos. Savia nueva viene empujando fuerte en las niñas y les recuerda lo efímero de la juventud.
    Los años que se suceden uno tras otro sin que apenas se den cuenta, todavía cuentan con el vigor suficiente como para no preocuparse, pero a partir de ahora deberán reflexionar y no cometer excesos.
    La llegada de la señorita Luz lo saca de sus melancólicos pensamientos y lo obliga a levantar la cabeza para posar su mirada en ella.
    El negro riguroso la hace aparentar más delgada y resalta todavía más la blancura de su piel. Conserva intacto su cabello negro ahora recogido en un moño en la parte alta de su cabeza y no lleva ninguna de sus habituales joyas desde que falleciera su hermana.
    No niega que haya sentido su muerte, nada más lejos de su intención atribuirle tan pocos sentimientos. Sin embargo, sabe de la poca empatía que siempre la ha caracterizado en su trato con las personas de su entorno.
    Ni siquiera con su propia hija parece tener una debilidad especial. Retrato fiel de su madre, la pequeña Beatriz es una niña encantadora y muy educada que no parece haber heredado esos rasgos tan peculiares del carácter materno.
    La ve acercarse hasta el lugar donde Engracia se afana con el pollo y su mohín de desagrado no le pasa desapercibido al comprobar lo que está preparando para comer.
    -¿Otra vez pollo? Pienso que el menú debería ser más variado a partir de ahora, Engracia.
    Maximiliano contiene la respiración al escuchar sus palabras y desearía estar muy lejos de allí al observar el nuevo ímpetu con el que Engracia arremete contra las verduras que está troceando en ese momento.
    El afilado cuchillo golpea con fuerza contra la tabla de madera emitiendo un sonido atronador dada la velocidad con la que lo maneja.
    El silencio por respuesta no parece ser de su agrado y nuevamente insiste en la necesidad de cocinar alimentos nuevos que den variedad a la alimentación de la familia.
    -He estado pensando en elaborar un menú semanal con una comida más consistente al medio día y las cenas deberían ser más ligeras con el fin de que resulten más saludables, también creo que es conveniente que se realicen más temprano.
    Maximiliano expulsa cuidadosamente el aire retenido hasta ahora en sus pulmones y asiste impotente a la explosión de cólera de Engracia.
    Ésta, deja tranquilamente el cuchillo sobre la tabla y seca sus manos en el delantal, se vuelve parsimoniosamente y sin perder aparentemente la calma hasta enfrentar a la señorita Luz que la mira expectante.
    -¿Se va a encargar usted de hacer la comida a partir de ahora?
    -¿Perdón?
    -Me ha oído perfectamente.
    -La he escuchado, sí, pero no doy crédito puesto que no es ese mi cometido.
    -¿Y cuál es su cometido en esta casa? Sí puede saberse....claro.

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  69. 69.
    El rubor se extiende transformando el color de su cara al escuchar la pregunta tan directamente formulada. Si considera que tiene una capacidad superior a la de la gobernanta, pronto comprenderá que esa superioridad sólo existe en su imaginación.
    -No tengo que dar ninguna explicación a una simple criada, creo que mi puesto en la casa no tiene discusión posible.
    -Verá...creo que aquí y ahora, deberíamos dejar zanjada esta cuestión, señorita.
    -No hay nada que zanjar, soy la señora, no se le olvide.
    La carcajada resuena en la cocina provocando un sobresalto mayúsculo en Maximiliano y haciendo que retorne la palidez al rostro acalorado anteriormente de la señorita Luz.
    Obligan los espasmos provocados por la risa a tomar asiento a Engracia y su mirada inteligente se posa de manera pertinaz en ella cuando consigue controlar el acceso de risa.
    -¡La señora dice! ¿Has escuchado, Maximiliano?
    -No pienso permitir su conducta un minuto más, Engracia, es intolerable.
    Es entonces, al escuchar su última frase, cuando el rostro de Engracia pierde todo rastro de divertimento y adquiere la dureza del granito al dirigirse a ella.
    -Creo, señorita, que usted no vive en el mismo mundo que yo.
    -¡Señora! ¿de qué? Me gustaría que me explicase porqué ha llegado a esa curiosa conclusión.
    -Si mi hermana viviera, le aseguro que en modo alguno permitiría que se dirigiese a mí en esos términos, se lo puedo asegurar.
    -Sigue sin aceptar la realidad, todavía no se ha dado cuenta de que aquí no es nada ¿Le recuerdo las condiciones del testamento que hemos firmado esta misma mañana?
    -Mi hermana me permite seguir viviendo en esta casa, también me cede la parte que a ella le corresponde en la herencia de nuestros padres.
    -Pues lo tiene muy fácil ¿Para qué seguir viviendo en un lugar que no le pertenece?
    -Lo natural sería que se hiciese cargo de la herencia que su hermana le ha cedido tan generosamente y se traslade a vivir a la ciudad.
    -Con esos bienes heredados de manera legítima, podrá llevar la vida que corresponde a tan distinguida dama.
    No le pasa desapercibida la burla en el aparentemente neutro tono de voz de la gobernanta. Sabe tan bien como ella que la herencia de sus padres, es cero.
    La rabia la domina por completo al ver a la mujer menuda que en ningún momento se ha doblegado ante ella y su mirada se dirige ahora al hombre silencioso que permanece sentado en la silla como un convidado de piedra.
    -Maximiliano ¿Vas a permitir que esta mujer me humille de esta manera?
    Escucha imperturbable su pregunta y sabe que es el momento de pronunciarse en el contencioso que mantienen las dos mujeres.
    Posiblemente, cambien mucho las cosas a raíz de dar su opinión pero el momento de tomar partido ha llegado al fin.
    Su voz, con un leve carraspeo al principio, suena fuerte y clara tras unos segundos de titubeo.
    -No veo humillación en las palabras de Engracia, señorita, simplemente se ha limitado a exponer una realidad.
    -Insinúa que me marche de aquí ¿No te parece suficiente falta de respeto?
    -Ella hace valer su posición, le recuerdo que por expreso deseo de su cuñado, primero, y refrendado por su hermana posteriormente. Engracia es la representante legal de sus sobrinas y sobre quién recae la potestad de dirigir esta casa.
    -También recae esa responsabilidad sobre ti ¿No vas a decir nada más?
    -Sí, yo me encargaré de preservar sus bienes, en lo concerniente a la casa y a las niñas, la última palabra la tiene Engracia y yo no discutiré sus decisiones.
    -Esto no es lo que hubiera deseado mi hermana.
    -Yo, sin embargo creo que sí, lo deseaba y lo dejó por escrito, señorita.

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  70. 70.
    Ante el difícil momento que está viviendo Maximiliano. Engracia decide poner las cartas boca arriba de una vez por todas y eximirle a él de la responsabilidad que le supone tomar partido por ella.
    No quiere que la señorita Luz se ponga en contra de él y consiga amargarle la existencia más de lo que ya la tiene.
    -No es necesario que sigas, Maximiliano. Las cosas están más que claras y la señorita tiene una elección sumamente fácil.
    -Ella piensa que aquí tiene un lugar para vivir, y es cierto, puede permanecer en la casa todo el tiempo que ella considere oportuno.
    -Pero una cosa cosa quiero que hoy quede meridianamente clara, yo no soy su criada.
    -Las decisiones me corresponden a mí en exclusiva y ella no tiene potestad para dar órdenes a nadie.
    -Dicho lo cual, si desea permanecer junto a nosotros sería conveniente que se apee del pedestal en el que está encaramada.
    -No toleraré ningún tipo de injerencia en cuestiones domésticas ni de ningún otro tipo ¿tiene algo que objetar?
    La señorita Luz permanece de pie en el centro mismo de la cocina con la ira reflejada en su rostro. No pensó que una simple criada tuviera las agallas suficientes para recordarle que en realidad nada justificaba que se erigiese en señora de un lugar que no le pertenecía en absoluto.
    Busca con la mirada de forma desesperada el apoyo de Maximiliano. Pero éste, parece haber dado la reunión por concluida y se pone en pie con rapidez al tiempo que se dirige a Engracia.
    -Creo que voy a ir al pueblo para darle tu recado a Ernestina, si me doy prisa, regresaré para la hora de la comida.
    -Muy bien, tienes tiempo de sobra, la comida se retrasará todavía un poco.
    Abandona el hombre la cocina sin pronunciar una palabra más seguido por la mirada incrédula de la señorita Luz. Engracia retoma su tarea de trocear la verdura e ignora por completo a la señorita, que en vista del poco éxito de su plan, decide recluirse en su habitación.
    Ernestina, se reincorporó a sus obligaciones como si nada hubiera pasado y olvidando por consejo de Engracia, que una vez se había marchado, acosada por la prepotencia de la señorita Luz.
    Le recalcó que las órdenes que debían ser atendidas, eran las suyas. Le enseñó a ignorar las ínfulas de una señorita a la que cada vez le hacían más el vacío.
    No abandonó La Pedralta aunque amenazó varias veces con hacerlo. Su carácter se fue agriando más con cada año que llegaba a su fin y veía marchitarse su belleza con cada otoño que pasaba por ella.
    Nunca más volvió a la casa de adobe y Maximiliano, tampoco se lo pidió. Estuvo tentado en varias ocasiones de pedirle matrimonio a Ernestina a sugerencias veladas de Engracia que una noche de verano afrontó la cuestión con la misma resolución que lo hacía todo.
    Terminaba el mes de agosto más caluroso que habían conocido y se encontraban inusualmente solos en la puerta de la casa con la esperanza de aliviar los rigores del día con la escasa humedad de la noche.
    Las fiestas de Los Estesos se celebraban en esos días y accedieron a los ruegos de las cinco chicas para ir a divertirse a la plaza del pueblo donde se celebraba una ruidosa verbena.
    Accedió Engracia, ante las súplicas de Julia que ya contaba con dieciséis años y se estaba convirtiendo en una hermosa mujer.
    Puso como condición que las acompañase don Tasio, y el maestro accedió encantado. También se les unió Ernestina para echarles un ojo y les sorprendió el ofrecimiento de la señorita Luz para formar parte del grupo.
    Nunca hasta ese momento había ocurrido nada semejante y les dejó estupefactos con su proposición.
    La silenciosa y apacible noche, parece invitar a las confidencias y Engracia tiene ganas de hacerlas.

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  71. 71.
    Se encuentran los dos sentados en sendas hamacas de madera forradas de tela observando el cielo abovedado de un azul oscuro y donde brillan las estrellas con especial luminosidad en la noche totalmente despejada.
    El verano ha sido realmente tórrido y las tierras se encuentran totalmente secas, desde principios de primavera no ha caído una gota de agua y eso preocupa a Maximiliano de forma especial.
    -Espero que pronto remita este maldito calor y lleguen las lluvias, los pozos están bajo mínimos.
    Engracia asiente con la cabeza participando de su preocupación porque tampoco ella ha conocido un verano tan seco y la falta de agua se deja notar en las cosas cotidianas.
    El pequeño riachuelo que durante el verano ve mermado su caudal, este año se encuentra completamente seco y no ha permitido a las chicas disfrutar de sus tradicionales baños.
    Está pendiente de que no se malgaste el agua y se mantiene vigilante.
    -Yo pienso que el otoño nos dará un respiro, Maximiliano.
    -Así lo espero, esta mañana estuve hablando con Albino y me contó que se les han muerto algunas cabezas de ganado debido a la sequía.
    -En El Tejar, la situación debe ser peor que aquí, siempre han sufrido al final de verano porque los pozos se les agotaban.
    -Están seriamente preocupados y Albino se tiene que hacer responsable de todo, el joven Rafael no parece interesarse mucho por la finca.
    -Es normal, desde que murió su padre apenas ha vivido en la finca.
    -¿Sabes que se ha casado?
    -Sí, Francisca me comentó algo cuando fui a darle el pésame por la muerte de doña Rosalía.
    -Su padre hace ya diez años que murió, los mismos que tiene Beatriz y doña Rosalía ya hace un año más o menos.
    -El muchacho se ha encontrado solo y ha decidido formar una familia, algo que deberías haber hecho tú.
    Lo mira incrédulo por las palabras que acaba de pronunciar y la incomodidad lo asalta sin poder evitarlo.
    -¿Estás hablando en serio, Engracia?
    -Totalmente, me gustaría tanto verte feliz.
    -Soy feliz, a mi manera.... pero lo soy.
    -No es felicidad precisamente lo que veo en tu cara cuando te miro, a veces creo que nosotros mismos nos buscamos nuestra propia infelicidad.
    -¿Y qué me dices de ti? Estamos en la misma situación los dos.
    -No, estás completamente equivocado, nuestras situaciones son completamente diferentes.
    -Yo no lo veo así.
    -Has estado enamorado de la señorita Luz desde el primer día en que puso un pie en esta casa, eso te ha condicionado en tu vida futura y no ha permitido que busques tu felicidad en otro sitio.
    Mantiene el silencio acusando sus palabras y sabedor de no poder rebatírselas. Si alguien lo conoce perfectamente, esa es Engracia.
    Considera un esfuerzo estéril tratar de justificarse o intentar disfrazar una verdad que está siempre latente en su vida de una forma tan dolorosa.
    -Sabes tan bien como yo que ese sentimiento no llegará a ningún sitio.
    -Por ese motivo te digo que deberías haber intentado buscar tu felicidad en otra parte.
    -¿Dónde?
    -En la realidad, Maximiliano, en la realidad que tienes a tu lado y no pareces ver.
    -¿Te refieres a Ernestina?.
    -Sí, a ella me refiero.
    -No se merece que yo la engañe.
    -¿Engañarla?
    -Sí, no sería honesto por mi parte prometerle algo que no voy a cumplir.

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  72. 72
    Su sincera confesión logra conmoverla, no es Maximiliano hombre de dobleces ni medias verdades. Ella, que tanto y tan bien lo conoce, puede atestiguarlo e intenta no hurgar en la herida al preguntarle en un tono más tierno lo que ha querido decir.
    -No te creo capaz de engañar a nadie ¿por qué habías de hacerlo con Ernestina?
    Una media sonrisa teñida de tristeza se esboza en su cara y es totalmente visible para Engracia que lo observa perfectamente con la claridad de la luna llena.
    -La engañaría si le prometiese algo que sé con absoluta certeza que no podría cumplir ¿Y sabes por qué no podría hacerlo?
    -Dímelo...tú.
    -Ya lo sabes de sobra, no es necesario que me ponga en evidencia una vez más.
    Respeta su silencio porque le duele demasiado su infelicidad. A veces tiene la extraña sensación de que nadie en La Pedralta, a excepción de las niñas, ha conseguido ser feliz.
    Lo fueron Bosco y doña Josefina, lo fueron aunque esa felicidad fuese breve.
    Acerca su asiento hasta el lugar donde él se encuentra y sujeta una de sus fuertes manos con la suya, no es Engracia, mujer de demostrar sus afectos con efusividad a pesar de ser afectos sinceros y llenos de sentimiento.
    -Me duele que no hayas sido feliz, Maximiliano, ni tú ni yo parecemos haber sido llamados por el camino de una vida tradicional.
    Nuevamente consigue arrancarle la sonrisa aunque esta vez no tiene la amargura de la vez anterior. Devuelve el apretón de su mano al tiempo que deja vagar su mirada por el cielo estrellado en busca de una respuesta que ponga fin a la zozobra que lo asalta a veces.
    -Te has quedado callado....
    -Estaba pensando.
    -¿En qué?
    -En doña Juana, en don Perfecto, en Bosco, cuánto lo echo de menos.....
    La emoción estrangula sus gargantas con la mención a los nombres tan queridos para ellos dos. Recuerda Engracia con que placer los miraba doña Juana cuando le decía que ellos eran el futuro y que moriría en paz sabiendo que en La Pedralta latía vida joven para seguir trabajando las tierras.
    ¡Pobre1 poco podía imaginar lo que sucedería a la vuelta de unos años y que su amado nieto moriría en plena juventud.
    ¿Qué queda de todo aquello? Ocho mujeres, cinco de ellas, todavía niñas, un viejo maestro y Maximiliano como único varón con capacidad para llevar adelante la tierra que ella tanto amaba.
    -Ahora te has callado tú, Engracia.
    Recordaba a doña Juana, las esperanzas que tenía depositadas en Bosco y en ti para que La Pedralta siguiera en pie, si levantara la cabeza, volvería a morirse de inmediato.
    -Seguirá en pie, lo hará en tanto yo tenga las fuerzas suficientes para que ni un solo trozo de tierra permanezca yermo.
    No lo contradice, prefiere guardarse la inquietud que le provoca la persistente sequía que arrastran desde el año anterior. Ya se ha dejado sentir su efecto en la cosecha de este año que ha sido bastante menguada y el miedo se apodera de ella.
    Recuerda los lamentos de doña Juana al referirse a una sequía que sufrieron años atrás. Se prolongó durante seis angustiosos años y convirtió la propiedad en un páramo desolado.
    Es por ese motivo, que se mantiene vigilante intentando inculcar en la niñas la necesidad de ser previsoras ante los giros inesperados del destino.
    “Yo confío en la divina providencia” decía doña Juana, pero a veces esa providencia ponía a prueba sus paciencias de una manera cruel.
    No quería ser una mujer amargada y gruñona, simplemente, recaían sobre ella demasiadas responsabilidades de las que ni podía, ni quería hacer dejación.

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  73. 73.
    No quiere insistirle Engracia. Le ha dejado claro sus sentimientos y eso es ya mucho más de lo que esperaba de él.
    Prefiere curiosear en la vida de los dueños de la finca colindante, la huraña de Francisca no le ha dado muchos detalles respecto al matrimonio del joven Rafael.
    -¿Qué más te ha contado Albino?
    -Depende de lo que quieras saber exactamente.
    -No juegues conmigo, sabes perfectamente lo que quiero decir.
    -¡Vaya! Al parecer, Francisca no ha sido todo lo explícita que a ti te hubiera gustado.
    -Pues no, a esa mujer hay que sacarle las cosas con paciencia y tiempo y tú sabes que no me sobra ni una cosa, ni la otra.
    -Su marido es distinto, habla por los dos.
    -Pues ya me estás poniendo al corriente.
    -¿Qué quieres saber?
    -Cuéntame sobre la esposa del joven Rafael ¿es de Ciudad Real?
    -¿Por qué sois tan curiosas las mujeres?
    -Sabes perfectamente que no es eso ¿te tengo que recordar los problemas que tuvimos con ellos en el pasado?
    -Los problemas eran con don Rafael, con nadie más.
    -Ya.....gracias a la amistad de doña Juana con doña Rosalía, las cosas no fueron a más, de haber sido por el picaflor del marido, don Perfecto hubiera tenido problemas muy serios.
    -Aquello ya pasó ¿crees que el joven Rafael se va a poner a remover viejos pleitos?
    -No me fío ni de mi sombra, Maximiliano, la codicia humana es infinita.
    -La nueva señora del Tejar es de Madrid, al parecer, viene de una familia con muchos posibles y es muy hermosa a decir de Albino.
    -Mejor, si se entretiene con ella a nosotros nos dejará en paz.
    Lo ve abandonar su asiento y avanzar unos pasos por el camino que llega a la puerta misma de la casa. Conforme se aleja, ella va teniendo dificultad para verlo con claridad y sospecha que ya ha dado por finalizada la sanochada como le gusta decir.
    Ella, espera pacientemente arrebujada en el suave chal de tela porque a partir de ciertas horas, el calor del día deja paso a una ligera brisa que se torna más fresca conforme se acerca la madrugada.
    No se acostará hasta ver regresar a las niñas a la casa, está tranquila porque las sabe a salvo pero no podría conciliar el sueño sin que todas ellas estén acomodadas en sus respectivas camas.
    La sequía se prolongó durante más de un lustro con intervalos lluviosos, demasiados cortos para remediar el desastre que asoló la región.
    Las siembras a principios de enero se hacían en la tierra seca y los tallos que nacían lo hacían enfermos y sin fuerza.
    Los olivares, fueron pasto el invierno siguiente de una gran nevada con sus posteriores heladas que hicieron fenecer a los árboles centenarios.
    Se hizo necesario cortar la gran mayoría de los olivos a ras de suelo para que volvieran a brotar y Engracia asistió desolada a la visión que ofrecían los campos sin los enormes olivos.
    También se estremecía al ver los carros trasportando la leña en la que se habían convertido y pensaba en si le alcanzaría la vida para verlos de nuevo en pie.
    Lo que tanto temía se había hecho realidad,las reservas de alimentos debían ser cuidadosamente revisados por lo que pudiera pasar y la abundancia de la que siempre habían disfrutado parecía evaporarse conforme la sequía se prolongaba.
    Las viñas también se habían visto afectadas por las heladas y parecía que a ellas acudían todas las epidemias habidas y por haber.
    Hasta las grandes encinas y los viejos alcornoques lucían un verde apagado, como desvaído y parecían haber menguado en tamaño.

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  74. 74.
    Esos años fueron un auténtico desastre que hicieron tambalearse los cimientos de La Pedralta. La lucha titánica de Maximiliano contra los elementos apenas consiguieron frutos.
    Tuvieron que echar mano del dinero que Bosco tenía depositado en el banco de la capital y que Engracia se había negado hasta entonces a tocar por formar parte del legado de las niñas.
    Pero el hambre apremiaba y no les quedó más remedio que ir tirando poco a poco de él.
    También tuvieron que renunciar a trasladarse a Ciudad Real para que las niñas siguieran con sus estudios como era deseo de su padre.
    Algo que supuso un enorme disgusto para la señorita Luz que ya se veía instalada en la casa de la ciudad y realizando una vida más acorde con su posición.
    Mantuvieron una reunión Maximiliano y Engracia a la que invitaron a unirse a don Tasio. En ella expusieron la situación en toda su crudeza llegando a la conclusión de no poder afrontar los gastos que conllevaba mantener abierta la casa durante casi todo el año.
    Decidieron que la educación de las muchachas continuase como hasta ahora y don Tasio estuvo totalmente de acuerdo.
    Al viejo maestro también le hubiese gustado que esa educación fuese más amplia pero no era ajeno a la situación que se vivía en la antaño próspera casa y optó por redoblar sus esfuerzos e intentar aportarles todos los conocimientos de que disponía.

    Todo eso lo recuerda Maximiliano al calor de la lumbre como si hubiera realizado un viaje al pasado para analizar los motivos que les han conducido a la situación actual.
    Las cosas se torcieron, piensa, de tal forma que escaparon de sus manos sin que apenas se diera cuenta.
    Luego estaba lo de su enfermedad, cuando más difíciles estaban las cosas y más esfuerzo necesitaban para tirar hacía adelante.
    Las fiebres tifoideas se cebaron en él y casi acaban con su vida, sobrevivió gracias a su extraordinaria naturaleza, a decir del médico que le atendió.
    En vista de su delicada situación y viendo que su vida se apagaba lentamente. Engracia tomó una determinación que posiblemente le salvó la vida.
    Julia ya contaba con veinticuatro años y una tarde la llamó a su cuarto para hablar discretamente con ella.
    -¿Qué pasa, Engracia?
    -Maximiliano está muy enfermo, Julia.
    La cara de la muchacha es un reflejo fiel de la honda preocupación que la embarga, sus hermosos ojos se humedecen al escuchar sus palabras y siente que todo su mundo se hunde bajo sus pies.
    Los pilares más importantes sobre los que se cimenta su existencia siempre hansido Maximiliano y ella. Ver tambalearse esos cimientos, la descoloca por completo aumentando su sensación de desamparo e impotencia.
    -Ya lo sé ¿qué podemos hacer?
    -He pensado....he pensado en vender alguna joya y marcharnos con él a la casa de Ciudad Real, necesita cuidados médicos urgentes o morirá.
    -¿Y, a qué esperamos, Engracia?
    -Me resulta doloroso que tengáis que desprenderos de alguna de las cosas que eran propiedad de tu madre, Julia.
    -¿Piensas que mi madre dudaría en hacerlo?
    -No, ella era una mujer muy generosa.
    -Pues no se hable más, nos pondremos en camino cuanto antes, yo me quedaré con él el tiempo que sea necesario.
    -Será necesario convencerlo a él, te advierto que no resultará fácil, Julia.
    -Deja eso en mis manos, a mí me obedecerá sin rechistar.

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  75. 75.
    Permanecieron en Ciudad Real por espacio de cuatro meses y durante ese tiempo fueron conscientes del delicado estado de salud de Maximiliano. Las fiebres consumieron al hombre vigoroso y fuerte hasta convertirlo en una sombra de sí mismo.
    Engracia regresó a La Pedralta una vez que ellos quedaron instalados en la antaño casa familiar de la ciudad para hacerse cargo del manejo de la finca pero sin perder detalle de su estado de salud para lo cual viajaba una vez a la semana a visitarlo.
    Fue necesario desprenderse del collar de esmeraldas que con motivo de su boda con doña Josefina le había regalado Bosco.
    Lo vendieron a un usurero que lo pagó muy por debajo de su valor real pero que les permitió pagar los servicios médicos y los remedios para combatir las fiebres tifoideas.
    También en la ciudad pudo comprobar Julia la miseria que reinaba entre la gente más humilde sobre todo cuando se dirigía al antiguo mercado para comprar algo de carne para Maximiliano.
    Perfectamente instruida por Engracia, la joven se desenvolvía a la perfección en el manejo de las tareas domésticas.
    También se las arreglaba bien para cocinar los nutritivos caldos que Maximiliano necesitaba para recuperar las carnes que había perdido y que a decir de la propia Engracia, eran más de la mitad de su anterior peso.
    Durante esos meses se estrecharon aún más los lazos que la unían al hombre que siempre había actuado como sombra protectora, tanto para ellas como para sus hermanas.
    Cuando lo permitía su estado y la fiebre lo liberaba por unas horas del tremendo delirio que la temperatura alta le provocaba. Julia se sentaba a su lado y ponía varias almohadas sobre su espalda para incorporarlo y facilitar su trabajosa respiración.
    Lo habían acomodado en la habitación de matrimonio de sus padres para que desde ella pudiese observar el movimiento de la calle.
    Durante la tarde y hasta que la luz del día lo permitía. Julia leía para él viejas novelas que poseía su padre y que permanecían en la librería del que fuera su despacho.
    Prefería el hombre, la lectura de las novelas de caballería pero aguantaba estoicamente la narración de novelas románticas que eran más del agrado de la muchacha y que disfrutaba leyendo en voz alta y con una cierta teatralidad, arrancándole a veces una triste sonrisa que ella disfrutaba atisbando en esa sonrisa ciertos síntomas de recuperación.
    Pero la recuperación era más lenta de lo previsto y les obligó a permanecer allí durante más tiempo del que en un principio habían pensado.
    Al collar de esmeraldas, le siguió un juego de pendientes de perlas que doña Josefina recibió con motivo del nacimiento de su primera hija y que Engracia llevó al usurero con la esperanza de no tener que desprenderse de más joyas familiares.
    Todo esto lo ocultaban celosamente al enfermo para no añadirle preocupaciones y contestaban a sus reiteradas preguntas mintiéndole descaradamente y sin pestañear.
    -¿Qué ha dicho el matasanos, Julia?
    Engracia le preguntó a la muchacha mientras comían las dos en la cocina. Maximiliano dormía en esos momentos y ellas hablaban casi en susurros para no despertarlo.
    -Dice que lo peor ya ha pasado, piensa que en dos semanas más o menos podremos regresar a La Pedralta ¿cómo siguen las cosas allí?
    -Igual y sin Maximiliano es todavía más desastroso.
    -Esperemos volver pronto a la normalidad, todo el mundo lo está pasando igual de mal ¿no?
    -El otro día me visitó Francisca, la casera del Tejar ¿sabes qué me contó?
    -Seguro que están igual que nosotros.
    -No, ellos no tienen esos problemas, es el joven Rafael que se ha instalado allí de forma definitiva.
    -¿En la finca...y qué pensará su mujer?
    -A eso iba, su mujer no puede decir nada, la pobre, murió hace dos meses en el alumbramiento de su primer hijo.

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  76. 76.
    La inesperada noticia consigue erizarle el vello inmediatamente, la delgada línea que separa la vida de la muerte es a veces demasiado delgada como para pasarla por alto.
    En realidad ha visto muy poco a los propietarios del Tejar. Sí conoce a los encargados de la finca, se trata de un matrimonio de edad avanzada y sin hijos con los que tienen cierto trato.
    No llegó a conocer a don Rafael y a doña Rosalía tuvo oportunidad de verla en alguna ocasión siendo niña y acompañando a Engracia en una de sus escasas visitas que realizó a la mujer para interesarse por su delicada salud.
    Apenas recuerda a su hijo al que vio durante unos instantes. Se trataba de un joven de unos dieciocho años, espigado y muy delgado.
    Durante los últimos años ya no lo había vuelto a ver, según la casera del Tejar, el joven Rafael estaba muy atareado con sus estudios primero y después poniéndose al frente de los numerosos negocios que tenía su padre en la capital.
    Unos negocios al parecer bastante rentables y que se componían principalmente de manufacturas de hilo y telares que surtían de los mejores tejidos que se podían ofrecer en el mercado.
    Nunca dependieron del producto de la finca para vivir, motivo por el cual no se habían visto afectados por la prolongada sequía y sus posteriores consecuencias.
    No le gusta parecer curiosa pero no puede impedir cierta curiosidad por la actual situación de su desconocido vecino.
    -¿Y por qué crees que ha decido instalarse en la finca, Tata? Nunca antes pareció interesarse por nada referente a las tierras.
    -La vida cambia, Julia, muchas veces lo hace asestando golpes de los que es muy difícil recuperarse.
    -Tienes razón, me imagino que habrá sido una tragedia perder a su mujer de esa manera.
    -Y a su hijo, murieron los dos.
    -¿Sabes una cosa? A veces pienso que sobre estas tierras se cierne una maldición.
    -¡Estás loca! No vuelvas a hablar así.
    -Perdona.....
    Engracia trata de mantener la calma ante las palabras que acaba de pronunciar pero sabiendo en su fuero interno que no anda muy desencaminada en su aseveración. También a ella se le ha pasado a veces por la cabeza esa posibilidad.
    Demasiadas tragedias han asolado sus vidas como para no buscar explicaciones a semejante infortunio.
    -No hay nada que perdonar, pequeña, la vida no siempre es un camino de rosas para nadie.
    -Tienes razón, a veces se me olvida que dentro de todo este desastre que padecemos actualmente, todavía hemos de dar las gracias.
    -Pues sí, ahora lo más importante es la salud de Maximiliano.
    -El médico piensa que la recuperación será lenta pero que ya ha pasado el peligro, temí por su vida.
    -Ha estado muy enfermo y yo no he podido estar aquí con vosotros todo el tiempo que hubiese querido.
    -Tienes demasiadas obligaciones, mi tía Luz podría habernos acompañado.
    Se arrepiente inmediatamente de haber pronunciado su nombre, su sola mención ha cambiado totalmente el semblante de Engracia para dar paso a un gesto duro y no exento de desprecio.
    -No me nombres a esa desgraciada, te lo ruego.
    -Lo siento.....
    -No es culpa tuya, es de ese parásito despreciable al que he tenido la desgracia de soportar.
    -No seas tan dura, Tata, ella siempre ha tenido ese carácter.
    -¡Claro! Se cree la gran dama ¿no te has dado cuenta de que no ha permitido acercarse a Maximiliano desde que éste enfermó?
    Lo sabe la muchacha de sobra y por supuesto que le hiere el egoísta comportamiento de su tía, aún así, es el único vínculo que les queda de su madre.

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  77. 77.
    Y es exclusivamente por el vínculo que las une con su madre por lo que aguanta las impertinencias de su insufrible tía Luz.
    Sabe tan bien como Engracia que los años le han agriado un carácter ya de por sí egoísta y no ha sabido asumir el cambio de situación que ha tenido lugar en la casa.
    El racionamiento de la comida no parecer ir con ella y al contrario de lo que ocurre con Engracia, don Tasio y el propio Maximiliano que prefieren ceder una parte de su comida para las niñas. Ella continúa como si todo siguiera igual.
    A los muchos agravios que acumula Engracia, se une este desagradable comportamiento que muchas veces la saca de sus casillas.
    Pero calla muchas veces mordiéndose la lengua para no hacerlas sufrir, sobre todo a Julia que es la mayor y la más responsable.
    Le dedica una mirada tierna al tiempo que acaricia su mano y la recuerda cuando vino al mundo llenando un vacío maternal que nunca más volvió a experimentar.
    -Tienes razón, a veces soy demasiado dura y digo cosas que pueden hacer daño.
    -Yo te entiendo perfectamente, Tata, mi tía Luz es un caso aparte y no es merecedora de tanta consideración.... pero te diré una cosa.
    -Dime.
    -Faltarle al respeto equivale para mí a faltárselo a mi madre, es algo difícil de explicar.
    -No te preocupes, entiendo lo que me quieres decir e incluso a mí me detiene muchas veces el recuerdo de tu madre cuando pienso seriamente en estrangularla.
    -Te ha dolido especialmente su comportamiento con Maximiliano en estos últimos meses ¿verdad?
    -No voy a negártelo, él es un hermano para mí y una ofensa a su persona equivale a algo mucho peor que si me lo hacen a mí misma.
    -Lo sé, el problema es que te lo tomas demasiado a pecho, haz como yo y no le hagas demasiado caso.
    -Bien, dejemos de hablar de esa bruja y volvamos a lo que nos interesa que es el regreso a La Pedralta.
    -En dos semanas estaremos allí de nuevo si no surge ninguna complicación.
    Las dos semanas iniciales se convirtieron en cuatro para asegurarse de que la fiebre de Maximiliano había remitido totalmente.
    Una vez que lo permitió el médico, emprendieron el regreso y cerraron de nuevo la casa de la ciudad rogando no tener que volver a ella.
    Acomodaron a Maximiliano en el cuarto de la planta baja a pesar de sus protestas para que lo llevaran a la suya, protestas que no surtieron efecto alguno ya que el periodo de contagio había terminado y tanto Julia como Engracia no habían contraído las temidas fiebres.
    La presencia de Julia a la cabecera de su cama fue sustituida por la compañía de don Tasio que al igual que la muchacha se dedicaba a leer en voz alta al enfermo.
    Pero las lecturas del maestro eran ininteligibles para él y llegó a añorar las novelas románticas que la joven leía de forma tan teatral.
    A principios de diciembre y cuando ya hacía más de seis meses que regresaron de Ciudad Real, Julia sorprendió una noche a Engracia enjugándose los ojos y la preocupación se hizo patente en su voz cuando le preguntó por el motivo de su aflicción.
    -¿Qué ocurre, Engracia?
    -Nada, no es nada.
    -Nunca me ocultas las cosas ¿vas a hacerlo ahora?
    -Está bien, te dije esta mañana que tenía que ir al pueblo ¿recuerdas?
    -Sí ¿te ha pasado algo?
    -Te mentí, no fui al pueblo.
    -¿Dónde entonces?
    -Estuve en El Tejar para hablar con el hijo de don Rafael, quería pedirle prestado grano para la siembra.

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  78. 78.
    Escuchas sus palabras sin poder dar crédito a lo que le está diciendo. Sabe que la situación es desesperada y el escaso grano almacenado para poder hacer frente a la siembra del año siguiente ha sido devorado por la plaga de insectos que la sequía ha traído consigo.
    A pesar de lo cual decidieron intentar comprarlo con el escaso dinero que les quedó de la venta de las joyas de su madre.
    Pero parece ser que Engracia ha decidido actuar por su cuenta con el resultado que tiene frente a ella. No quiere reprocharle nada y así se lo hace entender.
    -Quedamos en comprar el grano, Tata, no tenías necesidad de arrastrarte ante nadie.
    La mujer le devuelve la mirada y puede apreciar por primera vez en su vida el rastro de la humillación en su rostro.
    -No estamos para andarnos con remilgos, Julia, si no conseguimos grano para sembrar, no tendremos ni pan que echarnos a la boca.
    -Ya encontraremos la manera, ya lo verás.
    -No, el único que puede hacer frente a todo esto se encuentra convaleciente en una cama y nos corresponde a nosotras remediarlo.
    -Lo sé, perdóname si te parecí insensible, sé que haces todo lo posible para evitarnos calamidades.
    -A Maximiliano, ni una palabra ¿de acuerdo?
    -Por supuesto, por tu cara creo que no conseguiste lo que fuiste a buscar ¿me equivoco?
    -No he pasado más vergüenza en toda mi vida, Julia, deseé que me tragara la tierra.
    -¿Qué pasó?
    -Fui a visitar a Francisca para sondearla sobre la posibilidad de hablar con Rafael hijo. Ya hace un año que perdió a su mujer y pensé que había pasado el tiempo suficiente para no parecer irrespetuosa.
    -¿Y qué te aconsejó ella?
    -Me dijo la verdad, que estaba todavía muy afectado y no me recomendaba molestarlo para algo así.
    -Consejo que me imagino cayó en saco roto.
    -El dolor no justifica ciertos comportamientos, en mi vida me habían humillado de esa manera.
    Al fin le habla con la verdad y lo hace confesándole abiertamente haber sido víctima de un comportamiento que ha logrado hacerle morder el polvo.
    A ella, que siempre se ha conducido tratando de no herir los sentimientos de nadie a excepción de la señorita Luz que se lo gana a conciencia y aún así se compadece de ella en más ocasiones de las que es merecedora.
    -¿Por qué la humillación? Con decirte que no es posible, hubiera sido suficiente.
    -Es un hombre resentido con la vida y por extensión con cualquier cosa que perturbe de algún modo su existencia.
    -Pero....¿qué fue exactamente lo que te hirió tanto?
    -Una aprovechada....eso me dijo, a mí que no considero nada mío.....
    Sus últimas palabras son el detonante que necesitaba para montar en cólera y su reacción sorprende a Engracia que la ve horrorizada echarse el grueso chal de lana sobre los hombros y abandonar la cocina a toda velocidad.
    Sale tras ella intentando detenerla pero sin alzar la voz para que Maximiliano no se entere de lo ocurrido.
    Lo consigue a unos metros de la casa y agarra su brazo con fuerza en un intento inútil para que regrese al interior.
    -¿Se puede saber dónde vas?
    -Déjame, Tata, no voy a permitir que nadie te falte al respeto y menos ese engreído amargado.
    -Está en su derecho, en su total y completo derecho.
    -De negar un favor, sí, distinto es un comportamiento totalmente reprobable.
    Se zafa de su mano y sale campo a través a toda la velocidad que le permiten sus piernas. Engracia asiste impotente a su marcha y su mirada la sigue hasta perderla de vista en la oscuridad.

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  79. 79.
    Camina a paso ligero pero teniendo buen cuidado de dónde pone los pies. La noche es fría y oscura lo que la obliga a sujetar fuertemente el chal para eludir la helada temperatura del mes de diciembre.
    De su boca sale una nube de vapor a cada bocanada de aire que expulsa por ella y los ojos le lagrimean constantemente a causa del frío y la indignación que se ha apoderado de ella.
    Ver el estado de Engracia ha sido superior a sus fuerzas y por primera vez en su vida se ha sentido responsable de la situación por la que atraviesan y ha decidido ponerse al frente hasta que Maximiliano se encuentre restablecido por completo.
    Conoce perfectamente el terreno por el que pisa, los atajos por los que puede acortar distancias hasta llegar al Tejar en el menor tiempo posible.
    Sabe que no es hora de visita y posiblemente no sea bien recibida pero su espíritu terco y tenaz la empuja a no desistir de su intención inicial.
    Llega a su destino una hora más tarde guiándose por la luz de un farol a la entrada de la casa y entonces puede ver la columna de humo de la gran chimenea central.
    El Tejar es una casa solariega de unas dimensiones imposibles, grandes jardines la rodean por todos sus flancos y su acceso está presidido por una pequeña casa de piedra gris en la que viven los caseros y cuya chimenea también está encendida.
    Apenas puede percibir la luz en su interior por una de las ventanas y se dirige a la puerta golpeándola con fuerza con sus ateridas manos.
    Le abre un hombre menudo que ha sobrepasado ampliamente la sesentena y se sorprende vivamente al reconocerla a la luz de un candil que lleva en sus manos y que acerca hasta su cara para asegurarse de la identidad de la visita.
    -¡Señorita, Julia¡ ¿qué hace por aquí a estas horas?
    -Lo siento, Albino, ya sé que no es hora de andar golpeando puertas.
    -¿Ha empeorado Maximiliano?.
    -No...tranquilo, es otro el motivo que me trae aquí.
    Se excusa el hombre torpemente por mantenerla de pie en la puerta y la invita a pasar al interior al tiempo que le alumbra el camino.
    -Pase, pase, ahí fuera hace un frío de mil demonios.
    Lo sigue por un estrecho pasillo hasta desembocar en una sala de reducidas dimensiones pero en la que el crepitar del fuego resulta sumamente acogedora.
    -Siéntese, señorita, usted dirá.......
    -¿No está Francisca?
    -No tardará, estaba sirviendo la cena a don Rafael, le gusta cenar temprano.
    -Entonces la esperaré, si no tiene inconveniente.
    -¡Qué cosas dice! Claro que no tengo inconveniente ¿cómo se encuentra el bueno de Maximiliano?
    -Va despacio, le cuesta recuperar las fuerzas pero creo que lo conseguirá.
    -Eso espero, siempre ha sido un hombre de una gran fortaleza y no creo que esas malditas fiebres puedan con él.
    Se mantienen en silencio alrededor del fuego por espacio de más de media hora hasta que el ruido de la puerta les anuncia la llegada de la mujer. Francisca llega hasta donde se encuentran sentados entre exclamaciones en voz alta.
    -¡Santa madre de dios! Hace un frío inaguantable, Albino.
    Enmudece por la sorpresa al verla junto a la chimenea y la alarma se refleja claramente en su rostro al tiempo que se quita la bufanda que cubre su boca.
    -¿Pasa algo?
    -No, vine a pedirle un favor.
    -Dígame, señorita.
    -Avísele al señor Caballero que estoy aquí, Francisca, necesito hablar con él.
    -No creo que sea buena idea......me imagino que ya le habrá contado Engracia lo sucedido, no quiero que usted también pase un mal rato.

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  80. 80.
    Observa a la afligida mujer que lanza una mirada un tanto avergonzada a su marido que se limita a asentir en silencio con la cabeza. Ignora lo que pudo suceder ya que Engracia no le dio más explicaciones pero se imagina que sería una escena bastante desagradable.
    -No importa, Francisca, dígale que quiero hablar con él.
    -Yo tampoco se lo aconsejaría, señorita, don Rafael ya no es el mismo.
    Puede comprobar por la expresión de ambos, que las cosas están difíciles con el dueño del Tejar. Comprende que arrastre cierta amargura por la pérdida sufrida, lo cual no es excusa para que arremeta contra todos los que se encuentran a su alrededor.
    -Usted anúncieme, ya me las arreglaré.
    La mujer da media vuelta y regresa por el mismo lugar por donde ha venido dejando a los dos sentados al lado del fuego sin pronunciar una sola palabra.
    Apenas han transcurrido diez minutos cuando Francisca asoma de nuevo y le indica con un gesto de su mano que abandone la silla donde está sentada.
    -Acompáñeme, señorita.
    Lo hace sin preguntar, no experimenta ningún temor ante el hecho de enfrentarse a un hombre al que apenas recuerda siendo ella una niña y él, un desgarbado jovencito.
    Reconoce la soberbia entrada a la casa flanqueada por un arco de medio punto de reluciente piedra gris, las sólidas puertas de madera tachonadas de grandes clavos dorados y el suelo marrón perfectamente encerado.
    La enorme casa no tiene nada que ver con La Pedralta, sus dimensiones son claramente superiores y se trata de una vivienda con varios siglos de antigüedad.
    La conduce alumbrándose con el candil de aceite hasta el interior de un enorme salón cuyas puertas están cerradas y golpea con la mano libre hasta que una voz ronca autoriza la entrada.
    La estancia cuenta con la luz de un enorme candelabro además del resplandor de un fuego grande y vivo cuyas llamas alcanzan más de medio metro de altura.
    -La señorita, Julia Hidalgo ya ha llegado, Señor.
    -Está bien, puede retirarse, Francisca.
    Es entonces, cuando escucha cerrarse la puerta silenciosamente a su espalda, el momento en el que experimenta una especie de inquietud inexplicable.
    El hombre está situado de espaldas a ella apoyado en la cornisa de la enorme chimenea, su mirada parece seguir de manera hipnótica la evolución de las llamas y no parece tener intención de entablar ninguna conversación.
    El silencio se le hace interminable y durante unos segundos se dedica a observar al hombre del que sólo puede ver su perfil.
    Es alto, tal y como lo recordaba, delgado pero fibroso y le llama la atención sobre todo, la longitud de su cabello negro que casi alcanza sus hombros.
    Debe tener unos treinta y cuatro años aproximadamente y muy pocas ganas de hablar por lo que parece.
    Finalmente y ante lo que a Julia se le antojan unos minutos interminables, el dueño del Tejar se digna posar en ella su mirada volviéndose lentamente en la dirección donde la muchacha permanece en pie.
    -¿Qué quiere?
    La voz ronca consigue sobresaltarla y entonces puede ver en su totalidad el rostro de Rafael Caballero. Un rostro anguloso de pómulos marcados y donde brillan unos ojos oscuros en los que parecen arder las mismas llamas que consumen la leña de la chimenea.
    -¿Me recuerda?
    -No ¿debería hacerlo?
    -No....claro que no, hace mucho tiempo de la última vez que nos vimos.
    -No lo recuerdo.

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  81. 81.
    El tono de su voz es seco y cortante, se retira de la chimenea y le indica con su mano un sillón situado frente al fuego.
    Espera a que ella tome asiento y hace lo propio en otro un poco más alejado. Su gesto sigue siendo indolente y desganado pero se nota que es un hombre educado, sobre todo si se encuentra frente a una mujer.
    -Algo que no puede esperar debe haberla traído hasta mi casa en plena noche ¿Ha venido sola?
    -Sí...
    -Curioso ¿la ha enviado su gobernanta?
    La sola mención a Engracia consigue envalentonarla, si cree este hombre amargado y rencoroso que le tiene algún tipo de miedo, está muy equivocado.
    -Engracia no me ha enviado a ningún sitio, sabe defenderse perfectamente.
    -Entonces no encuentro explicación a su inesperada visita, a no ser que venga usted a pedir el grano que le negué a su gobernanta.
    Su última frase consigue rebosar el vaso de su paciencia y abandona el sillón en una reacción que parece sorprender a su interlocutor.
    Se pone también él en pie en un ejercicio más de costumbre que de otra cosa, su imposibilidad de permanecer sentado si una mujer no lo está, le empuja a dejar a un lado su escepticismo y suavizar su postura inicial.
    -Siéntese....
    -No, ya veo que Engracia prefirió ahorrarme los detalles del desagradable encuentro que mantuvo con usted.
    -¿Qué le dijo?
    -Me dijo haberse sentido humillada, no me dio más explicaciones de algo que por otra parte, yo ignoraba.
    -¿Intenta hacerme creer que no sabía usted nada de la visita que su gobernanta me realizó esta mañana?
    -Por supuesto que no estaba enterada de sus intenciones, en caso contrario no lo hubiera permitido.
    -¡Vaya! Es usted muy orgullosa, señorita Hidalgo.
    -No lo crea, señor Caballero, sé perfectamente tragarme mi orgullo cuando lo creo necesario.
    -¿Y es ahora una de esas ocasiones?
    -Se equivoca, vine a pedirle que ofreciera sus disculpas a Engracia y a pedirle explicaciones de su trato vejatorio a una de las personas más importantes para mí.
    -¿Vejatorio? Yo no lo veo de esa forma.
    -Bien, ya no tengo nada que hacer en su casa, buenas noches y gracias por recibirme.
    -¿Se va?
    -Sí, disculpe las molestias que haya podido ocasionarle.
    Su voz le llega más dulcificada cuando ya alcanza la puerta para disponerse a abandonar el salón y ese cambio de tono detiene su mano en el pomo dorado.
    -¿Cómo piensan sembrar las tierras si no cuentan con grano para hacerlo?
    Se vuelve intentando mantener la calma aunque en su interior siente crecer la cólera, sin embargo consigue mantener a raya ese sentimiento y su voz expresa calma al contestar a la pregunta tan directamente formulada.
    -No es un asunto que le concierna, señor Caballero, ya buscaremos una solución.
    -Como quiera ¿no pretenderá regresar sola a su casa?
    -Sola vine y sola regresaré, buenas noches.
    No espera un segundo más y sale precipitadamente sorteando algunos muebles que se interponen en su camino hasta encontrar la salida.
    La recibe la noche gélida y se tapa casi toda la cara con el chal en un intento infructuoso por evitar el frío, comienza a caminar hasta que escucha el sonido de pasos apresurados tras ella.
    Se vuelve esperando encontrarse con Albino pero se encuentra con la alta figura de don Rafael.

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  82. 82.
    Envuelve su cuerpo con una capa negra, larga, hasta casi alcanzar el suelo y su cabello demasiado largo en su opinión, se encuentra revuelto por el molesto viento que comienza a azotar cada vez con más intensidad en medio del desolado paraje.
    Apenas puede escuchar lo que le dice por el cada vez más fuerte sonido del viento. Se maldice por haber tenido la desafortunada idea de visitarlo a semejantes horas y teme el regreso a La Pedralta y la inevitable bronca que sin duda, Engracia, le tiene preparada.
    -Espere, la acompañaré hasta su casa.
    Ya ha llegado a su altura y se hace oír en medio del estruendo que provocan las ráfagas intermitentes del viento del norte.
    -No es necesario, señor Caballero, me conozco el camino como la palma de mi mano.
    -Aún así, ni son horas, ni se dan las circunstancias apropiadas para que una mujer ande sola por estos andurriales.
    Luchando contra las adversidades meteorológicas y el incómodo silencio impuesto entre los dos, el camino de casi una hora llega a su fin a las puertas mismas de la casa.
    Sube con ella los cuatro escalones de acceso y al resguardo que les ofrece la entrada de la casa y la tenue luz de un pequeño farol, el gesto grave del rostro de su vecino se le antoja menos duro que la primera vez que lo vio al resplandor de las llamas de la chimenea.
    -Le agradezco su deferencia al acompañarme, muchas gracias.
    La palabras de él, mueren en su boca al comenzar a pronunciarlas, la puerta se abre de repente apareciendo en el umbral una alarmada Engracia que mira sorprendida a los dos.
    -Buenas noches....
    -Ya llegué, Engracia, el señor Caballero ha tenido la amabilidad de acompañarme.
    -Me parece muy bien, entra en casa.
    No discute la orden tajante porque sabe que está enfadada con ella por saltarse su autoridad y haber hecho caso omiso de su prohibición de acercarse por El Tejar.
    Se despide apresuradamente reiterando su agradecimiento y desaparece en el interior seguida por la inquisitiva mirada masculina.
    Engracia, también le agradece el detalle e intenta cerrar la puerta tras desearle buenas noches. Sin embargo se ve sorprendida por la mano que impide que la puerta se cierre y asiste atónita a las disculpas que le ofrece de una manera un tanto atropellada.
    -¡Espere! Creo que esta mañana no me he comportado de una manera correcta, me gustaría que aceptara mis disculpas.
    -No tiene porqué hacerlo, simplemente, se limitó a señalarme cual es mi sitio y como usted muy bien dijo, es el de una simple criada.
    -Estuve desafortunado....no me gusta ser grosero y mucho menos, con una mujer.
    -Bien, acepto sus disculpas y ahora si no le importa, me parece que es hora de retirarse a descansar.
    -Tiene razón, buenas noches, señora.
    Lo ve desaparecer como tragado por la noche y procede a dar las dos vueltas de llave correspondientes, su enfado se va diluyendo al comprobar que Julia está a salvo y también que don Rafael no parece haberla humillado, como sí lo hizo con ella en su momento.
    La encuentra sentada frente al fuego intentando recuperar el calor y muy cerca de don Tasio como si su cercanía pudiera evitarle sus regaños.
    -¿Ya se fue?
    -Claro, aquí no tenía nada más qué hacer.
    -Me sorprendió su empeño en acompañarme....
    -Algo que no hubiera sido necesario si me hubieras obedecido.
    -Tienes toda la razón, actué de manera impulsiva.
    -Pues que sea la última vez que pasas por encima de mi autoridad ¿me oyes, jovencita?
    Don Tasio, se ve en la obligación de interceder a favor de su pupila, no suele inmiscuirse en cuestiones familiares pero esta noche sabe que Julia necesita de su apoyo.

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  83. 83.
    Medita lo que le ha de decir, intentando no ofenderla ni mermar un ápice su autoridad.
    -Deje tranquila a la muchacha, Engracia, ha actuado con su mejor intención.
    La intervención de don Tasio le resulta sorprendente ya que se prodiga poco en la educación de las muchachas más allá de sus competencias académicas.
    Algo que deja a su estricto control sin inmiscuirse jamás en temas domésticos o familiares que considera potestad exclusiva de la gobernanta.
    -Actuar con la mejor intención puede resultar a veces inconveniente, don Tasio.
    -No en este caso, el agravio recibido por usted fue lo que le hizo saltarse su autoridad ¿no considera suficientemente justificada su desobediencia?
    Reconoce que el maestro tiene razón en su argumentación, de nada sirve reprender a la muchacha sobre algo que hizo guiada exclusivamente por el cariño que sabe que le tiene.
    Toma asiento junto a ellos al lado del fuego y su gesto se suaviza al mirar la cara consternada de Julia que no aparta su mirada de las llamas.
    Todos duermen ya en la casa y el silencio es total y absoluto permitiéndoles comprobar que el viento arrecia en el exterior escuchando su eco en la vieja chimenea por la que se cuela el sonido que produce como un triste lamento.
    -Al menos ha tenido la deferencia de acompañarte a casa, tuve miedo por si te faltaba al respeto, Julia.
    No le pasa desapercibida la sonrisa burlona del maestro cuando pronuncia esas palabras que parecen provocarle un especial divertimento.
    -¿He dicho algo gracioso, don Tasio?
    -Perdóneme, Engracia, me ha parecido muy tierna su candidez..
    -¿Le parezco cándida?
    -Sí, no creo que un caballero como el que nos ocupa se ponga a ofender a una señorita tan hermosa como nuestra Julia.
    -¡Ah! Debería haberlo visto esta mañana cuando fui a visitarle, cierto es, que yo no soy ni señorita, ni hermosa, ni joven.......
    -No se me ofenda, Engracia, pensé que sabía a qué me estaba refiriendo.
    Julia, los mira sin saber muy bien que les provoca la risa contagiosa de la que ahora disfrutan los dos. Esperaba una buena regañina por parte de Engracia y todo ha derivado en una divertida velada entre los dos adultos que tan bien se entienden con sólo mirarse a veces.
    -Me he perdido, Tata ¿qué es eso tan divertido?
    -Tonterías, Julia, no nos hagas mucho caso.
    Consiguen a duras penas controlar el acceso de risa y entonces la seriedad regresa de nuevo al semblante de Engracia que se dedica a interrogar a la muchacha sobre su intempestiva visita nocturna.
    -¿Cómo se tomó tu visita, don Rafael?
    -Es un hombre extraño, al principio me dio la impresión de que le fastidiaba enormemente mi presencia.
    -¿No resultó ofensivo?
    -Yo no diría tanto, estuvo seco y cortante, la verdad.
    -Conmigo, sí resultó ofensivo y desagradable.
    -Lo siento, Tata, no te mereces pasar por una situación semejante.
    -Ya me advirtió Francisca, me aconsejó mantenerme alejada de él.
    -Debiste hacerle caso y nada de esto hubiera sucedido.
    -Lo hice convencida de encontrar comprensión en este señor, debe estar enterado de la situación por la que atravesamos y yo pensaba devolverle el préstamo.
    -No insistiremos más, encontraremos una solución a la falta de grano, Engracia.
    -No sé, Julia, me he devaneado los sesos y no encuentro salida alguna, de no sembrar ya los campos, el futuro se nos presenta incierto, ojalá y Maximiliano no se encontrará enfermo.

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  84. 84.
    ¡Maximiliano! En él está la clave de haber llegado a una situación insostenible y eso no le pasa desapercibido a ninguno de ellos.
    Enfermó en el peor momento posible dejando La Pedralta como un barco a la deriva. Durante estos años capearon el temporal gracias a su destreza y su total conocimiento de los asuntos referentes a la siembra y al almacenamiento del grano destinado a la siguiente cosecha.
    Al empeorar la situación con la larga sequía, los pocos jornaleros que quedaban terminaron abandonando el lugar ante la imposibilidad de dar de comer a sus hijos.
    Entre las antaño numerosas cuadrillas que se dedicaban a la recogida de la aceituna ya se había corrido la voz de la desaparición de los extensos olivares, circunstancia que había motivado su peregrinación hasta los campos de Andalucía en busca de los necesarios jornales.
    Por lo tanto, se encontraban sin brazos para trabajar la tierra y sin la materia prima imprescindible para proceder a la siembra.
    Era Maximiliano, el encargado de la conservación de la cebada y el trigo que serviría de simiente para la siguiente temporada, sabía perfectamente el lugar y la temperatura indicada para evitar cualquier contratiempo que afectara al cereal.
    Su enfermedad no le permitió estar pendiente de esos menesteres y cuando echaron mano del grano ya era tarde, había sido devorado en su totalidad por el temido sorgo.
    Ahora ya es tarde para lamentaciones y Julia decide marcharse a la cama y tratar de descansar tras el desafortunado encuentro con su enigmático vecino.
    -Me retiro, creo que por hoy ya ha sido suficiente, buenas noches.
    Tanto Engracia, como don Tasio la siguen con la mirada al abandonar el comedor para después mirarse el uno al otro con la preocupación patente en sus rostros.
    -¿Por qué se arriesgó a visitar El Tejar esta mañana? Todavía no me lo ha explicado.
    Se mueve inquieta en su asiento y el viejo maestro comprende la enorme preocupación que la asola y de la que no quiere hacer partícipes a las jóvenes y mucho menos al pobre Maximiliano.
    -Entiendo que quiera evitar cualquier quebradero de cabeza a las muchachas ¿pero a mí?
    -Está bien, usted no tiene nada de lerdo, don Tasio y me imagino que se habrá dado cuenta del desastre al que tenemos que hacer frente.
    -Por supuesto y le diré una cosa, no crea que es usted sola la que está preocupada.
    Lo sé, a pesar de lo que pueda parecerle, sin Maximiliano dirigiendo esta propiedad me encuentro totalmente perdida, no sé qué camino tomar, don Tasio.
    Le enternece su momento de debilidad, ella, que siempre ha mantenido un férreo control sobre sus emociones y nunca ha permitido que nadie pudiera llegar hasta su más íntimo interior.
    -Maximiliano mejorará y todo volverá a ser como antes, ya lo verá.
    -Ojalá y sea cierto eso que usted dice, don Tasio.
    -lo será ¿qué nos queda sino la esperanza?
    -Es tarde, creo que lo mejor será marcharnos a descansar, buenas noches, don Tasio.
    -Buenas noches, Engracia.
    El hombre, aún permanece un buen rato mirando hipnotizado los leños ardiendo y desearía con todas sus fuerzas poder contribuir a una mejora en la situación que padecen, desafortunadamente, ni tiene los años, ni el vigor necesario.
    La mañana se presenta fría y agravada por una persistente niebla que no desaparecerá hasta bien pasadas las doce del medio día, sin embargo, sí puede Julia percibir claramente desde su habitación las voces dando órdenes y el relincho de las mulas frente a la explanada de la casa.
    Se desliza cuidadosamente de la cama tratando de no despertar a Beatriz y llaga hasta la ventana , limpia los cristales empañados por el frío y puede ver a través de la niebla los dos grandes carros tirados por cuatro mulas y cargados hasta arriba de sacos de lo que parece trigo.
    También reconoce a uno de los conductores de los carros y que no es otro que el capataz del Tejar a quien Engracia está dando instrucciones para que se dirijan hasta el viejo granero.

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  85. 85.
    No puede creer lo que ven sus ojos a través de la densa niebla. Uno de los problemas más acuciantes que tenían ha sido resuelto de una manera inesperada.
    Alcanza su ropa y comienza a vestirse de forma apresurada, mira a Beatriz que continúa dormida y una tenue sonrisa se dibuja en su boca al observar su tranquilo sueño, ajena por completo a las preocupaciones de los mayores.
    Es posiblemente, la más tranquila de las Hidalgo y dueña de una dulzura que atrapa a los que tiene a su alrededor, próxima a cumplir veinte años, todavía vive inmersa en un mundo de sueños románticos alimentados por las numerosas novelas de amor que lee una y otra vez.
    Cierra cuidadosamente la puerta a su espalda y baja las escaleras hasta el lavadero donde se asea y recoge su largo cabello ondulado con un pasador en la nuca.
    Luego se dirige hasta la habitación principal y asoma despacio la cabeza por un pequeño resquicio comprobando que Maximiliano ya se encuentra despierto.
    -Buenos días ¿qué tal pasate la noche?
    -Bien...acércate.
    Lo obedece al instante y llega hasta la cabecera de su cama inclinándose hasta depositar un beso en su áspera mejilla. Siempre le llamó la atención su cerrada barba y a pesar de que Engracia se ocupa de su aseo diario ahora que está en la casa y rasura su barba con un intervalo de dos días invariablemente.
    A pesar de todo, su barba crece fuerte y oscura dándole a su rostro macilento un aspecto todavía más desmejorado.
    -Rascas, Maximiliano ¿cuánto hace que no te afeita Engracia?.
    -Pronto se presentará con los útiles, despreocúpate.
    -Bueno, voy a darle los buenos días.
    -¿Qué jaleo es el que se escucha fuera? Escuché el relincho de las mulas en la explanada de la casa.
    Julia, mide sus palabras ante su inteligente mirada, le han ocultado celosamente la pérdida del grano para no añadirle más preocupaciones a las que ya tiene y escurre el bulto como puede.
    -Yo no he oído nada, ahora me enteraré, tranquilo que cuando sepa algo te pondré al corriente.
    Se despide de él con un cariñoso pellizco en la mejilla y abandona la habitación sin más demora para no levantar sus sospechas.
    Ya no están los carros frente a la casa cuando ella sale al exterior y apresura el paso para dirigirse hasta el viejo granero distante unos quinientos metros.
    Los grandes portones de madera se encuentran abiertos de par en par y los carros se encuentran en su interior. Engracia y Ernestina ayudan al capataz y al otro hombre que le acompaña a descargar los pesados sacos. Don Tasio ayuda a colocarlos al fondo del granero apoyado en su bastón de madera.
    Ya han conseguido descargar la mitad de los sacos y Julia se pone manos a la obra con su vigor juvenil. No le asusta el trabajo físico y menos desde un tiempo a esta parte en que tuvo que ayudar a Maximiliano a labrar las tierras ante la ausencia de trabajadores y la falta de dinero para pagarles.
    Junto a él pasó todo el año anterior previo a su enfermedad aprendiendo a guiar a las mulas manejando el arado.
    Al principio era todo un espectáculo cómico. La mayoría de las veces era derribada al suelo por la fuerza de los animales y cuando consiguió mantener un precario equilibrio, los surcos se convertían en una zigzagueante línea irregular que despertaba la hilaridad de Maximiliano.
    Nunca perdió la paciencia con su joven ayudante, una y otra vez le explicaba las cosas con una tranquilidad infinita.
    Se ponía tras ella ayudándole a sujetar firme el arado clavado en la dura tierra hasta que la muchacha consiguió a fuerza de tesón dibujar una línea recta.
    Cuando llegó la enfermedad, Julia dominaba perfectamente a los animales y miraba orgullosa los campos labrados con sus propias manos.

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  86. 86.
    Engracia se despide de Albino reiterando nuevamente su agradecimiento y con el ruego de que éste traslade ese agradecimiento a don Rafael.
    Se quedó sin palabras cuando poco después del amanecer golpearon la puerta y al abrirla alarmada, se encontró con el grano cargado en los carros.
    Pero ella también sabe cuando es momento de tragarse el orgullo y hoy es un día excelente para hacerlo. El hosco vecino le hizo morder el polvo con sus acusaciones de aprovechada y su actitud fría y distante, más ahora tiene delante lo que fue a buscar y se olvida de afrentas anteriores.
    Observa la salida de los dos carros del viejo granero y sus ojos recorren todavía incrédula la pila de sacos listos para ser utilizados en la siembra.
    -¿Qué ha pasado, Tata?
    La voz de Julia a su espalda la devuelve a la realidad y sonríe al recordar las palabras de don Tasio la anoche anterior.
    “No es lo mismo decir que no a una mujer como usted, Engracia. A nuestra hermosa Julia hubiera sido una descortesía imperdonable darle el mismo trato”
    En realidad no le quita el sueño si el ver a su joven vecina afeándole su conducta le ha hecho recapacitar. Lo importante es el resultado y lo tiene ante ella.
    -No ha pasado nada, se presentó Albino de buena mañana y me contó que anoche recibió órdenes de su patrón al regresar al Tejar.
    -¿Sin más explicaciones?
    -Simplemente le ordenó que nos facilitaran el grano necesario para la siembra, el hombre se limitó a seguir sus instrucciones.
    -No se...esto no está nada claro....
    -Mira, jovencita, no es momento de ponernos a buscar explicaciones, Ahora tenemos lo que nos hace falta y después pensaremos la manera de devolver el favor.
    -Tienes razón, en una semana nos pondremos con la siembra y más tarde pensaremos en devolver el
    préstamo.
    -¿En una semana? Maximiliano a estas alturas ya estaba sembrando.
    -Todos los campos no están arados, necesito unos días más.
    -Hablaremos con Maximiliano y él te dará instrucciones, tus hermanas mayores te ayudaran con la siembra y si es necesario, Ernestina y yo también podemos hacerlo.
    En ese momento se les unen don Tasio y Ernestina que ha estado barriendo el rastro dejado por las mulas que tiraban de los carros y Julia no pude por menos que reírse al verla cubierta de polvo de la cabeza a los pies.
    -¡Dios mío, Ernestina! Parece que te hayas caído al silo.
    -No te burles, niña, de menuda nos hemos librado gracias a la generosidad de don Rafael.
    La abraza con fuerza intentando levantarla del suelo, algo que suele hacer con frecuencia para tomarle el pelo y que sabe que enfada mucho a la mujer.
    Ya no es la rolliza muchacha que llegó a la Pedralta para ayudar a amamantar a las gemelas ante la imposibilidad de su madre para hacerlo.
    Los años le han quitado kilos de encima y le han añadido conformidad, ya no es más la muchacha desengañada y abandonada a la que un indeseable destrozó su futuro condenándola a una reputación dudosa.
    Sin embargo, es feliz al lado de las muchachas que la consideran una hermana mayor y bajo la protección de Engracia que no permite que nada le haga daño.
    Tiene, no obstante, la amargura de no haber sabido o podido llegar al corazón de Maximiliano, eso es algo que le pesa como una losa y a veces trata de convencerse de que no ha sido digna de ser depositaría de su atención y mucho menos de su amor.
    En estos momentos, en los que lo ve postrado en una cama con sus fuerzas mermadas es cuando más siente crecer su amor hacía él. Más, no se engaña, su amor ha sido otro y ella, lo sabe.

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  87. 87.
    -Es Engracia la que pone orden entre las dos simulando un enfado que está lejos de sentir, la llegada del grano casi recién amanecido el día le ha quitado una gran preocupación de encima de sus hombros.
    -¡Vamos, vamos! No son horas de ponerse a jugar, tenemos mucho trabajo por delante.
    Don Tasio , llega hasta el grupo de las tres mujeres ayudándose con su inseparable bastón deseoso de compartir la alegría que ellas están experimentando en ese momento.
    -Déjelas, Engracia ¿no ve que están exultantes?
    -Pero con la celebración no se come, señor mío, tiempo habrá para celebrar que tengamos cosecha este año.
    Julia también es consciente del trabajo que tienen por delante, enlaza su brazo al de la gobernanta y comienza a caminar a su lado en dirección a la casa dejando a Ernestina y don Tasio en animada charla en el granero.
    -Tendré que llegarme un día de estos al Tejar para agradecerle a don Rafael el detalle que ha tenido ¿no crees?
    Engracia, detiene su marcha al escucharla y la enfrenta cara a cara con la intención de que no pierda detalle de su respuesta. Una brusca seriedad se ha adueñado de su gesto que ahora no es tan amable como cuando las reprendió en el granero.
    -Tú, no tienes nada que hacer en el Tejar, ya iré yo a mostrarle nuestro agradecimiento y a garantizarle la devolución del préstamo en cuanto sea posible.
    -Pero, Tata.......
    -No quiero tener que repetírtelo, Julia, no quiero que te acerques por allí ¿me has entendido?
    -Está bien, se hará lo que tú digas.
    -Es lo correcto, te prepararé el almuerzo para hoy y tú dispón a la mula torda, tienes que labrar el campo de la Laguna.
    No pone la muchacha ninguna objeción a sus órdenes y pasa al interior para prepararse de cara a una larga jornada. Ya están arados varios trozos de tierra destinada a la siembra pero aún quedan otros tantos esperando.
    Engracia, la observa desaparecer en el interior y lamenta haberse mostrado tan brusca con la chica. Sin embargo, un sexto sentido la previene contra el hombre que tan generosamente les ha enviado el grano y prefiere que Julia se mantenga alejada de él.
    Se dirige a la habitación de Maximiliano para comunicarle las buenas noticias y pedirle que espere hasta media mañana para que ella pueda rasurar su barba. También quiere convencerlo para que no abandone la Pedralta y se instale en la casa de adobe.

    El hombre, escucha el sonido de las ruedas de los carros en el empedrado camino y por el sonido que producen, sabe que vuelven vacíos.
    Tenía dudas respecto a que aceptaran el grano y temía que fuese rechazado y lo mandaran de vuelta al Tejar. Al parecer no ha sido así y lo comprueba minutos más tarde cuando los dos carros detienen su marcha envueltos en una gran nube de polvo a unos metros de donde él se encuentra.
    Baja Albino con agilidad del pescante del carro y se sorprende al verlo tan temprano frente a los pajares. Él, que hasta la fecha ni se ha dignado pisar por allí.
    -Buenos días, don Rafael.
    -Buenos días, Albino ¿qué tal ha ido?
    -Bien, ha venido dios a verlos a los de la Pedralta, se lo digo yo.
    Consigue arrancarle un esbozo de sonrisa y eso ya es más que suficiente para el capataz. Durante este último año han tenido que padecer su malhumor de forma continuada y tanto él, como Francisca, lo han soportado con resignación.
    -Me manda Engracia que le diga que se lo agradece mucho y que por supuesto, le devolverán préstamo en cuanto les sea posible.

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  88. 88.
    -Está bien, Albino, espero que esto les ayude a capear la difícil situación por la que están pasando.
    -Yo también lo espero, esta sequía ha convertido las tierras en un páramo.
    Los hombres desenganchan las mulas de los carros y se dirigen a comenzar su jornada de trabajo dejándolo solo en la gran explanada cubierta todavía por la niebla que le impide contemplar el paisaje en toda su grandiosidad.
    Pero durante este año en el que prácticamente ha estado recluido en el interior de la casa, ha podido observar detenidamente la belleza de todo cuanto lo rodea, sobre todo al atardecer, que es quizá el momento del día en el que encuentra algo de la paz perdida.
    Regresa al gran edificio de piedra gris buscando el calor del fuego, la densa niebla ha humedecido su ropa y el frío lo cala hasta los huesos.
    Ya las llamas brotan de la leña dispuesta en la enorme chimenea del salón principal y Francisca se afana en recoger la ceniza en un cubo de cinc.
    La sorprende barriendo con una pequeña escoba los restos de ceniza y carraspea para que se percate de su presencia.
    -Buenos días, Francisca.
    La mujer, se levanta apresuradamente y comienza a retirar los útiles al tiempo que se hace a un lado para que él pueda tener acceso al calor de la lumbre.
    -Buenos días, don Rafael, enseguida termino con esto y le preparo su almuerzo.
    -Cuando quiera, hace un frío de mil demonios.
    El desconcierto se apodera de ella por la inusual amabilidad en su voz que ya había olvidado por completo desde que llegó a la casa de forma definitiva un año antes.
    -Hace frío, sí, este invierno está resultando muy crudo, la verdad.
    Abandona el salón con todos los cachivaches en sus manos y regresa al lugar de la casa en el que más cómoda se encuentra.
    La cocina es su santuario particular y en ella consume el poco tiempo de ocio que sus múltiples tareas le permiten.
    Prepara con celeridad el almuerzo en el fogón situado a unos setenta centímetros del suelo cuidando de que el tocino esté bien dorado como al señor le gusta, después lo retira del aceite y estampa dos huevos gordos como puños que se fríen en cuestión de segundos.
    Lo coloca todo en una bandeja y añade una generosa ración de pan que previamente ha tostado en una especie de malla que utiliza para tal fin.
    Don Rafael cuenta con un buen apetito a pesar de ser un hombre magro en carnes. No es nada exigente con la comida y acepta de buen grado todo cuanto le cocina sin poner objeción a ninguno de los guisos que elabora para él.
    Lo dispone todo en una mesa más pequeña que acerca hasta la chimenea y escancia un poco de vino tinto en una copa de fino cristal.
    -Ya tiene listo el almuerzo, don Rafael.
    -Gracias, Francisca.
    Come en silencio, con movimientos precisos y su mente muy lejos de allí. La herida va cicatrizando lentamente pero todavía duele, provocándole una amargura de la que le resulta muy difícil sustraerse.
    Amargura que olvidó por un instante al encontrarse de frente con ella. Su presencia logró lo que jamás pensó que volvería a sentir, concitar nuevamente su interés.
    Deshecha esos pensamientos que lo asaltan desde el día anterior y la voz de Francisca consigue que regrese a la realidad.
    -¿Ya termino, señor?
    -¿Qué...? Sí, perdón, estaba distraído.
    - Retiraré la mesa.
    -Espere.....siéntese, Francisca, me gustaría hablar con usted un momento, si es posible.
    -Por supuesto, don Rafael, estoy a su disposición.

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  89. 89.
    La mujer obedece sus indicaciones y toma asiento frente a él con cierto nerviosismo. A pesar de haberlo visto nacer y crecer, hacerse un hombre y formar su propia familia.
    A pesar de todo eso, este último año no reconoce en lo que se ha convertido y trata de recordar al niño dulce y juguetón que fue un día.
    Al joven tímido que fue más tarde y el hombre educado y atentó que fue después. Al Tejar regresó un desconocido malhumorado y hosco, con arranques de genio y descreído que a veces rayaba la desconsideración y la grosería.
    -Usted dirá, don Rafael.
    Algo en el tono de su voz le provoca un estremecimiento involuntario y enfrenta su mirada a la de la mujer que se halla sentada frente a él.
    Su figura rotunda le resulta tan familiar como la suya propia y el temor que percibe en su voz le hiere en los más profundo de su ser.
    Debe reconocer que su comportamiento de los últimos tiempos ha dejado mucho que desear y se maldice por dejarse arrastrar al pozo de la amargura en el que todavía está metido.
    A veces piensa que su tremendo orgullo no ha sabido encajar el zarpazo que la vida le tenía destinado y es por ese motivo que anda como alma en pena vagando sin saber muy bien qué camino tomar.
    -Quisiera...quisiera disculparme con usted, Francisca.
    -¿Conmigo?
    -Sí, mi comportamiento no ha sido el adecuado, ni con usted ni con Albino, no crea que no me he dado cuenta.
    -Está disculpado, señor, nosotros también entendemos su proceder.
    -No hay excusa posible, ustedes no tienen culpa alguna de mis tribulaciones y es injusto que paguen las consecuencias de mi mal humor.
    -No se preocupe, estamos aquí para ayudarle y yo personalmente, estoy para atender sus necesidades.
    -Se lo agradezco pero de ahora en adelante me gustaría que todo volviese a ser como antes.
    -Así será y ahora si no tiene nada más que decirme.....
    -No se vaya, quisiera preguntarle por nuestros vecinos.
    -¿Por quién exactamente?
    -Por todos ellos en general, usted fue testigo del trato inadecuado que tuve con la gobernanta, estoy un tanto avergonzado por ello.
    -No tiene que estarlo, yo hablé con Engracia y no le guarda rencor.
    -Aún así, mi comportamiento fue inaceptable.
    -Deje de mortificarse, a estas horas seguro que están dando saltos de alegría por el regalo que les hizo.
    -¿Le contó, Albino?
    -Claro, estaba exultante porque usted hubiese dado su brazo a torcer.
    -Pensé que era lo mínimo que podía hacer después de mi encontronazo con la gobernanta.
    -Ahora ya pueden comenzar la siembra, estos años de sequía han sido devastadores para todos pero ellos lo han notado más porque no cuentan con otros ingresos que no provengan de las tierras.
    -Ya....¿cómo se las arreglan?
    -Como pueden, desde que Maximiliano cayó enfermo, la situación se ha vuelto mucho más difícil, hasta las muchachas tiene que trabajar las tierras ¿se imagina de estar vivo don Bosco?
    Hace ya mucho tiempo de la muerte del dueño de La Pedralta y recuerda la inquina que le tenía su padre por el enfrentamiento que mantenían respecto a unas veinte hectáreas de terreno que unían las dos fincas y que según, su padre, el abuelo de Bosco, robó al suyo aprovechándose de la falta de pozos en El Tejar.
    Siempre mantuvo su padre la propiedad legítima de dichas tierras y la promesa de que algún día regresarían de nuevo a su poder.

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  90. 90.
    La vehemencia con la que su padre defendía lo que él consideraba un robo en toda regla, le llevó a investigar en los archivos familiares en busca de una respuesta que arrojara luz sobre ese asunto.
    Pasó horas revisando innumerables legajos que tanto su padre como su abuelo conservaban perfectamente archivados en una especie de armario semioculto en la gran biblioteca de la casa.
    Tras dedicarle varios días a los viejos legajos, una tarde encontró por fin la escritura de la partida denominada “ La Laguna “y que tal y como su padre aseguraba, figuraba como propiedad de Los Caballero desde mediados del siglo anterior.
    El conflicto se remontaba en el tiempo más de sesenta años y en dicho desencuentro tuvo mucho que ver otra sequía que azotó la zona dejando una situación muy parecida a la que sufrían actualmente.
    Según recogía el libro en el que se anotaban todas las incidencias. Don Saturno Hidalgo, padre de don Plácido, se aprovechó de la desestabilidad mental que aquejaba a su abuelo y le hizo firmar entre engaños, la cesión de la propiedad del paraje denominado “ La Laguna Grande”
    Una gran extensión de tierra que contaba con dos grandes pozos que les abastecían de agua durante casi todo el año.
    Los conflictos se recrudecieron entre ambas familias hasta desembocar en varias peleas en las que llegaron incluso a las manos. La narración de esos hechos se encontraba perfectamente plasmada en el libro con una letra menuda que al parecer fue escrita por su abuela y cuya firma rubricaba el documento con su nombre. Doña Petra María Escobar Cienfuegos.
    Se da cuenta de que todavía permanece Francisca sentada frente a él y comprende que durante unos minutos, su mente ha estado muy lejos de allí.
    -Perdóneme, Francisca ¿Sabe en lo que estaba pensando?
    -No sé, usted dirá.
    -Recordaba lo que mi padre me contaba de sus problemas con los Hidalgo ¿usted sabe algo de eso?
    -Algo sé.....esa cuestión amargó siempre la vida de su padre y la de su abuela.
    -¿Conoció a mi abuela?
    -Muy poco, en realidad, murió unos meses después de llegar nosotros Al Tejar pero dejó este mundo con la idea en la cabeza de que los Hidalgos habían engañado a su marido aprovechándose de su enfermedad.
    -¿Qué enfermedad era esa?
    -No era una enfermedad exactamente, al parecer y según contaba mi suegra que sí la conoció bien porque tanto ella como el padre de Albino estuvieron a su servicio hasta que nosotros nos casamos.
    -Ella me explicó que su abuelo sufrió una caída en el transcurso de una borrachera y se golpeó fuertemente en la cabeza quedando varios día inconsciente en la cama.
    -¿Un accidente?
    -Sí, pero cuando despertó casi una semana más tarde, su conducta denotaba claramente que algo no funcionaba bien en su cabeza y así continuó hasta su muerte un año después.
    -¿En ese transcurso de tiempo ocurrió lo de La Laguna?
    -Parece ser, nadie entendía cómo pudo hacer semejante barbaridad sabiendo la falta de agua que tenemos aquí.
    -Hay algo que no consigo entender, las escrituras de esas tierras permanecen en mi poder.
    -No puedo decirle más, lo siento.
    -No se preocupe, intentaré desentrañar este galimatías.
    -Si no necesita nada más me gustaría retirarme.
    -Una cosa más.....¿usted podría facilitarme un encuentro con Maximiliano?
    -Maximiliano está enfermo.
    -Lo sé, ya me contó Albino pero me gustaría que usted se enterase de su situación y consiguiera un encuentro con él.
    -Lo intentaré, me llegaré a La Pedralta y hablaré con Engracia.
    -Se lo agradezco, Francisca, gracias.

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  91. 91.
    Se queda nuevamente solo en el espacioso salón y por primera vez en mucho tiempo anhela la llegada del buen tiempo. El frío invierno lo mantiene encerrado en la casa la mayor parte del día y obliga a su cabeza a pensar en cosas que desearía no recordar.
    Hay vida fuera de esas cuatro paredes y él es un hombre joven que no debería limitarse a vivir solo de recuerdos.
    Por muy amargos que éstos sean, por mucho que le duelan. Reconoce que tiene unas obligaciones que debe cumplir aún por encima de su desastroso estado de ánimo.
    Las manufacturas de hilo deben continuar funcionando porque significan el sustento de muchas familias y El Tejar era la perla de la corona de su padre y sus abuelos y no permitirá que caiga en el abandono.
    Los legajos que han pasado por sus manos en los últimos días le han hecho reflexionar y desear encontrar una explicación a una operación sin sentido que constituyó un perjuicio tan grande a la propiedad.
    Cómo pudo su abuelo aún estando con sus capacidades mermadas deshacerse de una parte tan importante de la misma. Siempre escuchó a su padre lamentarse del engaño del que había sido víctima y ahora ve llegado el momento de saldar una deuda que tiene con los suyos.
    Nunca antes mantuvo contacto con los habitantes de la finca colindante, tan solo conocía al hombre que siempre estuvo encargado de su funcionamiento porque solía reunirse con Albino los domingos para almorzar.
    Durante sus estancias en El Tejar había tenido oportunidad de compartir las ricas migas que Francisca cocinaba para ellos y se unía a ellos para disfrutar de un alimento que siempre le había parecido exquisito.
    Maximiliano le parecía un hombre sumamente educado y prudente, no tan locuaz como Albino que era siempre el que llevaba el peso de la conversación pero que sin embargo apreciaba y mucho a su amigo.
    Fue precisamente Albino el que se atrevió a afearle su conducta respecto a la gobernanta de La Pedralta el día que se decidió a pedirles prestado el grano para la siembra.
    No sabe de dónde pudo sacar el valor para hacerlo pero reconoce que le echó valor para enfrentarse a él nada más que la mujer abandonó El Tejar sumamente ofendida.
    Tocó a la puerta tímidamente y al invitarle a pasar lo vio allí de pie, retorciendo nerviosamente la boina entre sus manos y con la mirada en dirección al suelo.
    -¿Pasa algo, Albino?
    -Verá....don Rafael...yo quería decirle algo.
    -Hable, no creo que a estas alturas tenga miedo de decirme cualquier cosa que desee.
    -Es respecto a Engracia......
    -¿Qué pasa con ella?
    -No me ha parecido correcto el trato que le ha dispensado, señor, ella es una buena mujer.......
    -¿Acaso le he faltado al respeto?
    -No, exactamente...pero ha conseguido humillarla.
    -Simplemente me limité a negarle algo que me pedía ¿es eso humillar a nadie?
    -Usted sabe que sí ¿le hubiera hablado en esos términos al bueno de Maximiliano si le hubiera hecho la misma petición?
    -Ahora que lo dice.....¿cómo es que no fue él el encargado de hablar conmigo?
    -Maximiliano lleva varios meses enfermo y ha permanecido bastante tiempo en Ciudad Real acompañado de la señorita Julia.
    -¿Qué le pasa?
    -Las fiebres tifoideas, ha estado a punto de morir, se ha librado por tablas.
    -¡Vaya! Desconocía por completo esa circunstancia.
    -Es por ese motivo que Engracia se atrevió a pedirle ayuda, de haber estado Maximiliano en condiciones de hacerlo, tenga la seguridad de que lo hubiera hecho.

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  92. 92.
    Ahora entiende la visita de la mujer para solicitarle el favor. Reconoce que estuvo un tanto desagradable y eso motivó la llegada más tarde de la mayor de las hermanas Hidalgo.
    Llegó solicitándole una disculpa que más pareció una exigencia ¿Por qué no la echó de su casa con cajas destempladas?
    Analizando la visita de la muchacha con más detenimiento, la conclusión fue clara. No estuvo afortunado en el trato que ofreció a la mujer más mayor y tampoco fue muy galante con la más joven.
    Decidió que les facilitaría el grano que le pedían al regresar de acompañar a la señorita Hidalgo hasta su casa. La acogida de la gobernanta fue un tanto fría y se avergonzó de su anterior comportamiento tratando de desagraviarles con el envío de los dos carros cargados de grandes sacos con el ansiado grano.
    Se acerca hasta el gran ventanal que da al jardín y comprueba que ya la niebla ha desaparecido dando paso a un día frío pero con un sol radiante.
    Decide dar un paseo por el campo hasta la hora de la comida y sale al exterior comprobando que la temperatura es bastante baja. Camina decidido hasta las cuadras y pide a uno de los jóvenes que se encuentra en el interior trabajando que le enganche un pequeño cabriolé negro que perteneció a su abuela.
    Conduce el coche del que tira un precioso caballo negro con manos expertas y firmes a través del camino principal de acceso Al Tejar dejando a su espalda la casa familiar con sus humeantes chimeneas lanzando grandes columnas de humo al despejado cielo.
    Apremia al caballo para que acelere su trote aprovechando la llanura del terreno y desemboca en uno de los parajes que más le gustan de toda la finca y recuerda las meriendas bajo los viejos chopos siempre al lado de su madre en las cálidas tardes veraniegas.
    Sin embargo no se demora en su contemplación para evitar caer de nuevo en la melancolía y golpea el flanco del animal para que continúe su trepidante paso.
    Un poco más adelante, el terreno se vuelve un tanto irregular y las extensas llanuras se convierten en pequeños montículos cubiertos de jara y salpicados de alcornoques y encinas que en esta época del año presentan un verde más desvaído.
    Al otro lado de la loma se encuentra un pequeño valle desde el que se puede observar La Laguna Grande. La tierra fértil y de un color rojizo intenso parece deslumbrar sus ojos que tardan en acostumbrarse a tanta belleza al tiempo que percibe las pequeñas nubes de polvo que provienen del arado con el que están labrando la tierra.
    Guía con cuidado al caballo por el serpenteante y estrecho camino hasta llegar justo al hito que delimita la división de las dos fincas haciendo caso omiso de la madera que le indica que se encuentra en una propiedad privada.
    Una extraña cólera se ha adueñado de él al ver un cartel que le aconseja no traspasar los límites de una tierra que considera suya. Continúa su camino hasta llegar al lugar del que proviene el polvo y su sorpresa es mayúscula al ver a una mujer sujetando el arado del que tira una mula torda.
    Le cuesta reconocerla debido al pañuelo negro que cubre su cabello castaño pero lo hace de inmediato al verla desprenderse de dicha prenda en un acto reflejo de coquetería femenina.
    -¿Señorita, Hidalgo?
    -La misma ¿cómo usted por aquí?
    La inocente pregunta espolea su genio que consigue dominar a duras penas y desciende con facilidad del vehículo al tiempo que deja las bridas del caballo sujetas en el cuello del animal.
    -Buenos días, estaba dando un paseo ¿No tienen hombres que realicen este trabajo?
    -No, ni hombres han quedado por estos lares.
    -Se encuentran al parecer en una situación un tanto comprometida, señorita.
    -Cierto, menos mal que usted tuvo a bien ayudarnos a pesar de todo.
    -Me pareció lo más justo.
    -Y yo se lo agradezco, en mi nombre y en el de toda mi familia, don Rafael.

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  93. 93.
    La gratitud que deduce de sus palabras consigue apaciguar el malestar que experimentó en un primer momento y desecha la idea inicial de sondearla sobre la propiedad de la tierra sobre la que están los dos en ese preciso momento.
    No lo cree conveniente dado su juventud y debe admitir el impacto que le ha causado al verla realizando un trabajo tan duro y más propio de un hombre que de una mujer.
    Ahora puede observarla mucho mejor que la noche anterior a la luz tenue del candelabro. Debe tener poco más de veinte años y ni la modesta ropa que viste, ni el grueso capote que lleva sobre esa misma ropa para protegerse de la humedad consiguen ocultar un cuerpo esbelto y bien proporcionado.
    Su cara es un óvalo perfecto con unos hermosos ojos grises que tienen la virtud de mirar fijamente a su interlocutor. Su cabello tiene una tonalidad oscura pero un tanto rojiza y lo lleva recogido en una larga y gruesa trenza que casi alcanza su cintura.
    Desvía su mirada temiendo ser un tanto indiscreto y acaricia la cabeza del caballo negro al tiempo que reprime una sonrisa al ver la incomodidad en su recién descubierta vecina.
    Parece no encontrar nada más que decirle y carraspea nerviosa recordando la advertencia de Engracia cuando insinuó la necesidad de personarse en El Tejar para agradecer el préstamo.
    Le pareció demasiada dura su reacción puesto que consideraba que era una respuesta necesaria a alguien que les permitiría sembrar y afrontar con más seguridad los tiempos venideros.
    Ella también echa en falta la presencia de Maximiliano, desde que enfermara todo ha ido a peor y se ha acentuado la sensación de orfandad que siempre la ha acompañado desde que su padre murió.
    La presencia materna la tiene cubierta porque con Engracia a su lado nunca le ha faltado el cariño ni la protección de una madre.
    Maximiliano ha suplido en gran medida la figura paterna para ella y sus hermanas. Pero ahora lucha por recuperar la salud y su ausencia le duele en el alma.
    Reza para que todo vuelva a ser como antes, por volver a apoyarse en el hombre que siempre veló para que no les faltara un trozo de pan que llevarse a la boca y al que respetaban como lo harían con su propio padre.
    -Se ha quedado muy callada ¿qué piensa?
    -Perdone.....la vida no es fácil en estos momentos para nosotros.
    -Pero pueden sembrar ¿no era ese su problema más acuciante?
    -Sí, lo es.
    -¿Entonces?
    -No me haga mucho caso, en realidad no debería estar hablando con usted.
    -¿Por qué?
    -Tengo mucho trabajo por delante, tendrá que disculparme, don Rafael.
    -Como quiera, si necesita algo de mí, ya sabe dónde encontrarme.
    -Se lo agradezco, buenos días.
    Sube al cabriolé y con un leve tirón de las riendas consigue que el caballo reanude la marcha dejándola tras él, de pie junto a la mula y siguiendo la estela de polvo hasta verlo desaparecer de su vista.
    Anuda de nuevo el pañuelo en su cabeza y sus manos sujetan con fuerza las empuñaduras de madera del arado. Con un chasquido de su boca es suficiente para que la mula comience a caminar y el arado se clave en la dura tierra .
    No deja el trabajo hasta que el sol casi se esconde por el horizonte y ya casi ha anochecido cuando llega por fin a la casa. Ernestina, acompañada de Beatriz sale a su encuentro segundos después y las dos se hacen cargo de la mula para conducirla a las cuadras y quitarle los aperos.
    Engracia la espera en la puerta con el ceño fruncido y le quita las alforjas del hombro al tiempo que comienza a regañarla por la tardanza.
    -Te tengo dicho que no apures tanto, Julia, ya me disponía a salir a buscarte.
    -Lo siento, se me echó la noche encima.

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  94. 94.
    La sigue refunfuñando todavía hasta que llegan a la cocina y al fin Julia puede calentarse las ateridas manos en el fogón. Un caldero de cinc pende de una gruesa cadena y contiene agua humeante para que pueda asearse tras la larga jornada.
    El resto de la familia permanece alrededor de la chimenea del salón escuchando atentamente la lectura de un libro de poesía que don Tasio ha conseguido en la ciudad por mediación de un buen amigo suyo.
    Engracia ayuda a Julia a desprenderse del capote y con destreza vacía el contenido del caldero en un gran tornajo de madera para que la muchacha pueda quitarse el polvo adherido a su cuerpo. Añade agua fría y con sus manos comprueba que la temperatura sea la adecuada.
    Mantienen cerrada la puerta para tener algo de intimidad y Engracia la observa desvestirse en silencio. La ropa limpia está colocada en una silla a su lado y Julia se introduce en el agua y comienza a frotarse con vigor ayudada por un estropajo de esparto,
    Lleva sujeto el pelo en la parte alta de la cabeza y no se demora en el aseo. Engracia la apremia a salir cuanto antes del agua para evitar enfriamientos y la envuelve con una sábana en cuanto echa pie al suelo.
    La ayuda a secarse con movimientos enérgicos consiguiendo que su piel se enrojezca al contacto con la tela. Se viste con rapidez y al ponerse las gruesas medias de lana es cuando la pone al corriente del encuentro que tuvo al medio día.
    -Hoy ha pasado don Rafael por la laguna, Engracia.
    La tensión es inmediata en la mujer más mayor que no puede evitar un leve temblor en sus manos que en ese momento sacuden la ropa en un rincón de la cocina. Se vuelve lentamente como no si no la hubiese escuchado bien y su mirada perpleja consigue que se arrepienta de haberla puesto al corriente del encuentro.
    -¿Qué tiene que hacer ese hombre por allí?
    -No lo sé, dijo que estaba dando un paseo.
    -¿Te comentó algo sobre La Laguna?
    -No ¿Por qué habría de hacerlo?
    La gobernanta intenta mantener la calma y quitar hierro al asunto. No es muy normal adentrarse en las propiedades ajenas a no ser que se haga por los caminos habilitados para tal fin. Muy tranquilo ha estado el asunto de las tierras desde que muriese el padre del actual dueño del Tejar.
    Aún así, la noticia consigue inquietarla y recuerda las confidencias de doña Juana respecto al lugar al que se están refiriendo.
    “No se valió de buenas artes mi suegro para conseguir La Laguna, niña. Llegará un día en el que tengamos que devolverla y entonces La Pedralta se convertirá en un auténtico secarral”
    Palabras que no ha repetido jamás frente a nadie. Las guarda celosamente en su cabeza al igual que mantiene a buen recaudo el papel que da fe de la cesión de dichas tierras firmado por el abuelo de don Rafael.
    Pero ella sabe que son papel mojado, la firma es apenas un garabato ininteligible con escaso valor ante un tribunal, por no decir, ninguno.
    -¿Pasa algo con esas tierras, Tata? Te has puesto algo alterada.
    -Con las tierras no pasa nada, el problema es que te advertí que te mantuvieras alejada de nada que tenga que ver con don Rafael.
    -Y lo he hecho, simplemente apareció por allí ¿debí negarle el saludo, acaso?
    Engracia consigue mantener la calma y dominar el miedo irracional que últimamente la persigue de manera constante. Ha tenido un día especialmente duro con el traslado de Maximiliano a la casa de adobe y todavía le dura el disgusto.
    Por mucho que le rogó que permaneciese en la casa, Maximiliano no dio su brazo a torcer y decidió volver a su hogar para terminar de restablecerse. Se le había metido en la cabeza la idea de que su recuperación era más lenta por el exceso de mimo de que era objeto por parte de tanta mujer.

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  95. 95.
    Julia no consigue entender el empecinamiento de Engracia con el asunto de su vecino. De acuerdo, que los asuntos referentes a la administración de La Pedralta siempre ha sido responsabilidad de Maximiliano y durante la enfermedad de éste, han recaído en sus manos.
    Pero una cosa son los temas de organización de la finca y otra muy distinta la cortesía debida a alguien que les ha hecho un gran favor de manera desinteresada.
    Algo le oculta y piensa que ya va siendo hora de que delegue en ella parte del trabajo que a veces sabe que la desborda por completo. Acerca la silla hasta donde ella se encuentra sentada y puede observar el cansancio que refleja su cara y la preocupación en su gesto.
    -A ti te ocurre algo, Tata, ya sé los múltiples problemas que tenemos pero hay algo más ¿me equivoco?
    Cómo explicarle las dificultades a las que tiene que enfrentarse cada día. Ella, que siempre ha tratado de que nada consiguiera perturbar su sueño y ha alejado los problemas para que ni siquiera pudieran rozarle.
    -¿Ha ocurrido algo con mi tía, Luz?
    Otra que tal, en tanto las muchachas y don Tasio se desviven por echar una mano en cuanto les es posible. La señora continúa en su mundo paralelo sin darse cuenta de la situación desesperada en la que se hallan inmersas para poder sobrevivir.
    -No se trata de tu tía, hoy se ha marchado Maximiliano a su casa y no he podido evitarlo.
    La noticia no la coge de improviso, ya le escuchó varias veces expresar su deseo de regresar a su pequeña casa de adobe y continuar su rutina de la misma manera que siempre lo había hecho.
    De nada sirvieron sus consejos y sus ruegos para que desechara esa posibilidad. En cierta forma, ella sabía lo mucho que echaba de menos su independencia y la enfermedad le había mostrado lo vulnerable que puede llegar una persona
    En un hombre como él, acostumbrado a valerse por sí mismo desde edad muy temprana, depender de los demás de una forma tan absoluta durante meses ha sido más de lo que su orgullo podía soportar.
    -Yo también hubiera querido que se quedase aquí, Tata. Tenemos que respetar su decisión y estar muy pendientes de él, está débil todavía pero ya está curado según nos comunicó el médico.
    -Es posible, pero eso no quita para que reconozca que aún no está en condiciones de vivir solo, qué hombre más testarudo......
    -¿Le has contado lo del grano?
    Engracia mueve la cabeza en un claro gesto de negación. No se atrevió a confesarle en su momento que el grano que tenían almacenado para la siembra se había echado a perder en su afán por protegerlo de cualquier disgusto.
    -Cuando se entere va a poner el grito en el cielo ¿lo has pensado?
    -Sí, pero ahora no es momento de que se disguste, mejor dejar que pase algún tiempo y ya se enterará cuando esté más recuperado.
    -Por eso mismo te dije lo de agradecerle a don Rafael el favor que nos hizo.
    -Ese es asunto mío, Julia, ya lo visitaré y le daré las gracias correspondientes.
    Comprende que ha dado el asunto por zanjado y no se atreve a replicar. Recoge la ropa para el día siguiente y abandona la cocina para dirigirse a su cuarto cuando escucha la voz melodiosa y rítmica de don Tasio en el comedor.
    La puerta está entreabierta para evitar el humo proveniente de la chimenea y se sitúa junto a ella para disfrutar con la declamación del viejo maestro. Ninguna de sus absortas oyentes se percata de su presencia inmersas de lleno en los bellos versos que parecen sobrevolar la estancia.
    Todas se encuentran muy cerca del fuego a excepción de su tía Luz que permanece un tanto apartada y cubriendo sus piernas con una manta. Mantiene los ojos cerrados pero sabe que escucha con atención a don Tasio.
    Es una apasionada de la poesía y el maestro la lee como nadie, con la inflexión precisa, el tono exacto y la entonación debida.

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  96. 96.
    El grupo de mujeres continúan arremolinadas en torno al viejo maestro sin reparar en la presencia de la hermana mayor y ella prefiere no interrumpir su lectura. Una vez aseada nota el esfuerzo físico que conlleva estar todo el día tras el arado y regresa a la cocina en busca de un vaso de leche que Engracia le sirve después de calentarlo al fuego en un pequeño puchero de barro.
    También le trocea un trozo de pan que empapa en la leche y la mira con atención cuando ella se come las sopas en silencio, quizá abrumada por las pocas y secas respuestas que le ha dado a sus preguntas. Vacía el contenido del tazón y se lo entrega al tiempo que le manifiesta su intención de meterse en la cama de inmediato.
    -¿Ya te vas a dormir, Julia?
    -Sí, el día ha sido agotador, me duelen los brazos una barbaridad.
    -Siento haber estado tan dura contigo respecto a tu encuentro con don Rafael...
    La chica presiente su incomodidad y le resta importancia. Tiene la completa seguridad de que siempre actúa buscando lo mejor para ella, para todas ellas.
    -No tiene importancia, tú sabes mejor que nadie lo que es más conveniente.
    -Aún así, mañana a primera hora me acercaré por El Tejar y le agradeceré personalmente el envío que nos hizo llegar.
    Julia intenta controlar su satisfacción pero una íntima alegría la invade porque haya dado su brazo a torcer. Le resulta difícil de entender su actitud un tanto egoísta teniendo en cuenta el gran favor recibido.
    Engracia la sigue hasta el pie mismo de la escalera y espera hasta verla desaparecer en el último escalón. Tiene temor, no ha querido reconocerlo hasta ahora pero lo ha sentido latente dentro de su cabeza desde el mismo momento en que tuvo el desagradable enfrentamiento con el actual dueño del Tejar.
    En nada le recordó el hombre hosco y colérico de ahora, al muchacho educado y algo tímido de unos años atrás. Aunque advertida de antemano por Francisca, ella pensó que exageraba y se encontró con un hombre resentido y muy poco comunicativo.
    La misma sensación que experimenta en ese mismo momento mientras espera a ser recibida por don Rafael en el interior del gran salón de los Caballero.
    Tal como le dijo a Julia, a las nueve de la mañana se puso en camino para cumplir su palabra y ella mismo se fue dando ánimos durante todo el trayecto tratando de ahuyentar viejos fantasmas que rondaban por su mente sin lograr deshacerse de ellos por mucho que lo intentaba.
    Francisca la vio acercarse por el camino de acceso y acudió presurosa a su encuentro. Todavía resonaba en su cabeza la agria discusión a la que asistió sin darle tiempo a desaparecer para evitarse tan desagradable escena.
    -¿Cómo tú por aquí, Engracia?
    -Buenos días, Francisca ¿Se encuentra don Rafael en la casa?
    -Si....
    -Necesito verle, haz el favor de avisarle de mi presencia.
    -Pero, mujer...¿No tuviste bastante el otro día?
    -Estate tranquila, sólo quiero agradecerle que mandara a tu marido con la simiente para la siembra.
    -Está bien, veré si ya se encuentra disponible.
    La hizo pasar al salón y la invito a calentarse en el fuego que ya tenía encendido. Esperó de pie junto a las llamas hasta que la voz ronca a su espalda le avisó de su llegada.
    -Buenos días, me informó Francisca de que quería hablar conmigo, tome asiento....por favor.
    Así lo hace sorprendida por el repentino cambio de actitud que ya pudo comprobar cuando acompañó a Julia de regreso a La Pedralta.
    Don Rafael Caballero aparece recién afeitado y con su largo cabello todavía húmedo. Le recuerda vagamente a su padre, con la salvedad de que el hijo es bastante más alto y mucho más delgado.
    Con la luz del día también puede fijarse más en los rasgos de su cara y un escalofrío la recorre al observar el pequeño lunar en la comisura de su boca, en el mismo lugar que lo tiene Beatriz.

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  97. 97.
    Prestando más atención aunque de manera discreta, el parecido que guarda el hombre sentado frente a ella con la joven Beatriz no se limita solamente al lunar que ambos lucen de manera idéntica junto a su boca.
    También comparten la cara angulosa y el color negro del cabello salpicado de algunos reflejos cobrizos que eran una característica muy particular de don Rafael y que han heredado sus hijos.
    “Sus hijos” Sólo el hecho de pensarlo le parece una traición al desdichado matrimonio Hidalgo que jamás volvieron a mencionar nada relacionado con el origen de la pequeña.
    Está hoy aquí arriesgando muchas cosas y exponiéndose a preguntas que pueden ponerla en un serio aprieto aunque prefiere correr el riesgo y ser ella la encargada de enfrentarse al hombre de mirada inteligente y que parece escrutarla con el mismo interés que lo hace ella.
    -Usted dirá, señora.
    -Espero sepa disculpar mi atrevimiento después de la desafortunada visita de días atrás, don Rafael.
    -Las disculpas se las debo yo, mi comportamiento fue inaceptable y tenga la seguridad de que me avergüenza recordarlo.
    Nada que ver la educación del hijo con los ademanes rústicos y chulescos del padre. Este hombre a pesar de la explosión de ira a la que tuvo que asistir, es bastante más inteligente y comedido que su padre.
    -Sé por lo que ha tenido que pasar y créame cuando le digo que le entiendo perfectamente.
    El cambio es inmediato al escuchar las palabras pronunciadas por la gobernanta de una manera sentida y muy sincera. Nadie hasta ahora se había atrevido a hablarle abiertamente del drama que ha asolado su vida.
    -Es fácil hablar cuando esa circunstancia no la ha vivido uno mismo ¿No cree, señora?
    El tono ha cambiado y se ha tornado mucho más duro, el rictus de su cara se convierte en una máscara de frialdad y un ligero tic nervioso se puede apreciar en su ojo izquierdo al igual que le ocurre a Beatriz cuando algo consigue sacarla de sus casillas.
    -Será fácil para otros, señor, puedo asegurarle que no es usted solo el que ha tenido que sufrir una tragedia, yo también sé de lo que le hablo.
    Sus palabras son certeras y encierran una gran verdad. Ha sabido gracias a Francisca y Albino lo mucho que han tenido que sufrir para sacar adelante a cinco niñas pequeñas huérfanas de padre y madre.
    Tanto ella como Maximiliano se han dejado la piel cumpliendo una responsabilidad que no les pertenecía y sin embargo asumieron como propia. Posiblemente no sea la mujer sentada frente a él la más apropiada para volcar sobre ella su frustración e incontenible rabia.
    -Bien, no quiero robarle más tiempo, señor Caballero, vine a darle las gracias en nombre de las señoritas y en el mío propio. Tenga la seguridad de que le será devuelto el favor con creces.
    -No se preocupe por eso, señora, quería preguntarle por Maximiliano ¿cómo se encuentra?
    No le sorprende la pregunta. Sabe perfectamente que mantuvo trato con él y siempre Maximiliano lo tuvo en alta estima hasta el punto de hablarle maravillas de su comportamiento gentil y educado con los trabajadores.
    “ Es un hombre cabal, Engracia, nada que ver con el prepotente de su padre”
    Eso fue antes, cuando todavía no había experimentado en su carne la mordedura del infortunio y encaraba el futuro con ilusión y esperanza.
    Ahora puede apreciar perfectamente que a pesar de sus esfuerzos por aparentar tranquilidad, está muy lejos de sentirla.
    -Maximiliano está recuperándose, le diré que preguntó por él.
    -No, me gustaría visitarle, sí usted no tiene inconveniente, claro ¿Dónde puedo encontrarle?
    -Ha permanecido en La Pedralta hasta ayer mismo, se empeñó en regresar a su casa y no pudimos hacerle cambiar de opinión.
    -Bien, esta tarde me acercaré para saludarle.

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  98. 98.
    Pone en su conocimiento antes de marcharse la ignorancia en la que ha permanecido Maximiliano durante este tiempo sobre las cuestiones relativas al funcionamiento de La Pedralta.
    No han querido ponerle al corriente de la pérdida de la simiente de la siembra para no añadirle más preocupaciones y le estaría profundamente agradecida si no mencionara nada de eso en su presencia.
    La tranquiliza asegurándole su total discreción y la acompaña hasta la salida misma de la casa con una cortesía que la mujer agradece por lo que tiene de caballerosa.
    Decide pasar por la casa de adobe y comprobar cómo ha pasado la noche Maximiliano. Su empecinamiento en regresar a su vida de siempre le ha causado un profundo dolor aunque comprende que tenerlo entre algodones es algo que soportaba a regañadientes.
    Lo encuentra levantado y sentado al lado del fuego, junto a él se encuentra un tazón de barro vacío que identifica como perteneciente a la casa, sospecha que ya se ha encargado Ernestina de llevarle el desayuno de buena mañana.
    Lo saluda con un lacónico buenos días y comprueba con alivio el color sonrosado en su cara hasta hace poco, macilenta.
    -Veo que ya te han traído el desayuno ¿cómo has pasado la noche?
    -Mejor, ya consigo dormir más horas y no me duelen tanto los huesos.
    -¿Vino, Ernestina?
    -No, ha venido Beatriz ¿dónde has estado? Según la chica, saliste de buena mañana.
    Su mente trata desesperadamente de encontrar una buena excusa que resulte verosímil y no la deje en evidencia frente a él. Se conocen tanto, y tan bien que no es fácil engañarse uno al otro.
    -Vengo del Tejar de visitar a Francisca que se encuentra indispuesta.
    -Espero que no sea nada serio.
    -No,un enfriamiento, por cierto.....me he encontrado con don Rafael y se ha interesado por tu estado, ha expresado su deseo de pasarse esta tarde y verte personalmente.
    Maximiliano asiente totalmente convencido de que le ha dicho toda la verdad. Estos meses aislado de la realidad se le han antojado años y su deseo más apremiante es recuperar la salud y poder seguir desempeñando su trabajo como siempre lo ha hecho.
    -¿Cómo está él?
    -Bien, es un hombre joven y fuerte, olvidará......
    Abandona Engracia la silla que ocupaba frente a él y se encamina hasta el pequeño dormitorio abriendo el ventanuco de madera de par en par. Ventila la habitación y ahueca el colchón con energía hasta dejarlo a su gusto, alisa perfectamente la ropa de la cama y vuelve a cerrar la ventana para evitar corrientes de aire.
    Luego se traslada hasta la pequeña sala y obliga a Maximiliano a poner las largas piernas apoyadas en otra silla. Añade otro tronco de leña al fuego y sacude el humero con un viejo escobón para más tarde recoger la lumbre y trazar un semicírculo perfecto alrededor del fuego.
    Barre el suelo con rapidez y luego regresa con un cubo lleno de agua, se pone de rodillas y comienza a frotar vigorosamente los viejos ladrillos de barro cocido.
    La humilde casa ofrece un aspecto limpio y acogedor, no le extraña que Maximiliano prefiera la tranquilidad que se respira aquí frente al bullicio incesante de la casa principal.
    Se despide de él llevando en sus manos el tazón y advirtiéndole que volverá para traerle un caldo al medio día.
    Sobre las cuatro de la tarde lo despiertan los golpes en la puerta y apenas le da tiempo a contestar cuando ésta se abre dejando paso a la figura de don Rafael que casi alcanza el dintel con su elevada estatura.
    Ambos están más delgados que la última vez que se vieron, en la cara del hombre más mayor se puede apreciar con nitidez la huella de la enfermedad. En la del hombre más joven se dejan sentir los estragos del sufrimiento y la tragedia.

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  99. 99.
    No lo coge de improviso su visita al avisarle Engracia con antelación pero sí tiene la sensación de estar ante un hombre distinto al de la ultima vez que se vieron. Claro que entonces las cosas eran totalmente diferentes y el hombre que hoy le visita le hablaba con emoción de la llegada de su primer hijo.
    Ha pasado más de un año desde entonces y sus vidas han sufrido cambios importantes, tanto, que las ha cambiado por completo.
    Lo invita a sentarse y se disculpa por no poderse poner en pie para recibirlo. Aún le cuesta dominar una debilidad que ha devastado por completo su cuerpo.
    -¿Se encuentra mejor?
    Apenas es audible su respuesta acompañada por la afirmación de su cabeza y le cuesta pronunciar sus siguientes palabras por lo que tiene de aceptación de una realidad que sabe que le hace tanto daño a su interlocutor.
    -Ya me contaron, don Rafael......
    -¿Qué le contaron, Maximiliano?
    -Lo de su mujer y su hijito, lo siento mucho......
    Nuevamente la rigidez en su mandíbula y el tic nervioso en su ojo izquierdo que consigue dominar a duras penas viendo el estado en qué se encuentra el hombre fuerte que siempre conoció y que hoy no es ni sombra de lo que fue.
    No ha hablado con nadie de la muerte de su mujer y su hijo recién nacido, nadie se atrevió a referirse a ese suceso de manera clara, simplemente le han expresado sus condolencias sin entrar en más profundidades.
    Pero Maximiliano no es hombre de medias tintas y toda su vida se ha conducido por la senda de la verdad y ha llamado a las cosas por su nombre. A todas menos a una que siempre le ha reprochado Engracia y a la que no ha podido o sabido dar nombre.
    -Ya ve, , nunca las cosas suceden como uno espera.
    -Pues no, estamos en manos del destino y no queda sino aceptar sus designios.
    Admira Rafael la prudencia en el hombre que tiene frente a él, parco en palabras pero al mismo tiempo expresando lo que quiere decir sin necesidad de perderse en consideraciones innecesarias.
    No vuelven a referirse a la pérdida sufrida por el más joven de ellos y la conversación se deriva hacía temas que preocupan a Maximiliano y que le han sido prohibidos hasta recuperar las fuerzas.
    Así se lo hace saber a don Rafael, lamentándose de que lo mantengan al margen.
    -Quiero recuperarme y poder hacerme cargo de todo lo referente a La Pedralta, estos últimos años han sido desastrosos, la sequía ha provocado estragos que yo no conocía desde hace muchos años.
    -Lo sé, Albino me ha puesto al corriente de las dificultades por las que han tenido que pasar y créame que lo lamento mucho.
    Se mueve inquieto en la silla pero tiene necesidad de abordar el asunto que además de interesarse por su estado de salud, lo ha traído hasta él. Necesita comprobar la veracidad de los documentos que obran en su poder y descartar como repetía su padre sin cesar, que su abuelo había sido víctima de una jugada sucia y ruin.
    -Verá, Maximiliano....quisiera hablar con usted sobre algo que me fue encomendado y que tengo pendiente de resolver, una promesa que hice y que todavía no he cumplido.
    -Usted dirá, si puedo ayudarle estoy a su disposición.
    -Se trata de La Laguna Grande, ya sé que en el pasado fue el detonante de muchos conflictos entre los Hidalgo y los Caballero.
    Maximiliano permanece cabizbajo pero algo en su interior lucha entre la lealtad y el deber. Sabía que llegaría este día tarde o temprano y a pesar de saberlo esperaba, inocentemente, que no lo hiciera.
    -¿Qué quiere saber respecto a esas tierras?
    -La verdad, Maximiliano, únicamente quiero saber la verdad.

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  100. 100.
    ¡La verdad! Esa verdad está celosamente guardada por la férrea voluntad de la persona a quien le fue confiada y difícilmente permitirá que vea la luz.
    Mucho menos lo hará en los tiempos que corren. Entregar esos documentos equivaldría a condenar a más hambre y miseria a las personas que dependen delos menguados recursos de La Pedralta.
    Él, no puede obligar a Engracia a romper su juramento, tampoco está dispuesto a traicionar los intereses de las mujeres que considera parte de su propio ser.
    Niega con la cabeza saber nada de la propiedad de esa parte tan importante de la finca y permanece callado cuando don Rafael le explica el hallazgo realizado días atrás entre los documentos pertenecientes a su familia.
    Comprende la situación de ambas partes. Por un lado están los que prometieron callar, por otro se encuentra quien prometió averiguar y reparar.
    -¿Me asegura no saber nada, Maximiliano?
    -Esas cuestiones las trataba don Bosco, yo nada sé ese asunto.
    -Discúlpeme, sé que no es momento de molestarlo dado su estado de salud, posiblemente deba tratarlo con la gobernanta.
    La alarma suena y suena en su embotada cabeza como una especie de tiovivo que diera vueltas y vueltas mareándolo hasta dejarlo totalmente desorientado. El estado de nervios de Engracia no es el más adecuado para hacer frente a semejante contrariedad.
    Tampoco él está en las mejores condiciones para afrontar con claridad el asunto que creyó estar zanjado con la muerte del anterior dueño.
    Recuerda las sentencias de doña Juana que siempre tenía a mano para cualquier ocasión que lo requiriese “El pasado siempre es presente, regresa cuando uno menos se lo espera”
    Ahora parece ser una de esas ocasiones y aunque intenta mantener una calma que está muy lejos de sentir, el temblor de sus manos lo delata. Nunca supo mentir, ni cuando era niño sabía hacerlo.
    -Hablaré con doña Engracia aunque pensándolo bien....la señorita Julia ya debe tener la mayoría de edad ¿no?
    La sola mención de su nombre le provoca una inquietud difícil de disimular. No piensa permitir que ni él, ni nadie, la involucre en un asunto tan feo.
    -Julia no sabe nada de estas cosas, es muy joven todavía.
    -Pues debería, me dio la impresión de saber perfectamente lo que se hace.
    ¿Cuándo ha visto usted a la señorita Julia?
    Comprende demasiado tarde que ha metido la pata e intenta salir airoso explicándole que se encontró con ella en La Laguna el día anterior. No olvida la petición de la gobernanta para ocultarle lo sucedido con el grano de la siembra.
    Cree llegado el momento de marcharse y dejarlo tranquilo. Es más, piensa que no debió molestarlo estando todavía tan débil.
    -Es hora de marcharme, Maximiliano, me alegro de haber charlado con usted y espero que su recuperación sea lo más rápida posible.
    -Gracias, don Rafael, le agradezco su visita y le reitero mis condolencias.
    Abandona la humilde vivienda con un sabor agridulce. Tiene la absoluta certeza de que el hombre le ha ocultado algo y al mismo tiempo ha presentido su incomodidad al hacerlo.
    Se encarama al cabriolé y lo conduce despacio sin apremiar al caballo negro. Recorre con la mirada las llanas extensiones de tierra dispuestas para la siembra y sonríe al observar los surcos perfectamente trazados en la tierra rojiza.
    La tarde va llegando a su fin y un viento helado sopla del suroeste obligándole a levantar el cuello de su abrigo para resguardarse del frío Las chimeneas de La Pedralta lanzan al cielo columnas de humo gris y desecha su idea inicial de acercarse a conversar con la gobernanta.
    Da la vuelta en sentido contrario para regresar al Tejar y entonces la ve. Camina al lado del animal con unas alforjas al hombro y arrastra ligeramente los pies al hacerlo.

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  101. 101.
    Detiene el vehículo al llegar a su altura y observa divertido los esfuerzos de la muchacha por mantener la calma del animal que la acompaña. Acaricia suavemente el cuello del macho oscuro con el que ha estado labrando y que lleva en sustitución de la mula torda del día anterior.
    Ni siquiera hace ademán de quitarse el pañuelo de su cabeza, se le nota el tremendo cansancio que arrastra, sobre todo en los bonitos rasgos de su cara y en la postura algo encorvada de su cuerpo.
    El frío arrecia con la llegada inminente de la noche y el molesto viento levanta remolinos de polvo a su alrededor.
    -Buenas tardes, señorita Hidaldo.
    -Buenas tardes ¿Cómo usted por aquí de nuevo?
    -He estado visitando a Maximiliano.
    Julia recuerda entonces que los dos hombres se conocen desde bastante tiempo atrás y relaja su postura inicial algo tensa. Todavía no ha olvidado las recomendaciones de Engracia respecto al hombre que mantiene sobre ella una mirada aguda y penetrante.
    Algo en su físico le resulta familiar aunque no consigue relacionarlo con nada en particular. Intenta despedirse educadamente con el fin de no retrasar más su llegada a La Pedralta pero se encuentra con la insistencia del hombre para mantener una conversación a la que no consigue encontrar mucho sentido.
    -Me gustaría que hablásemos usted y yo sobre una cuestión que concita mi interés desde hace unos meses. Maximiliano no ha sabido responderme, quizá usted sí pueda hacerlo.
    El desconcierto la domina por completo, ignora en qué puede ella despejar cualquier incógnita que su vecino pueda tener y a cuyas preguntas no ha encontrado respuesta en Maximiliano que es quien mejor puede responder.
    -Creo que acude usted a la persona equivocada, señor Caballero.
    -¿Usted cree ?
    -Sí, en poco o nada pudiera yo ayudarle si Maximiliano no lo ha conseguido.
    -Eso mismo pensé yo pero al parecer ando equivocado y mis dudas debe resolverlas la persona que es propietaria de estas tierras.
    No logra entender a qué se refiere. Nunca se ha preocupado de nada relacionado con propiedades ni asuntos legales que son potestad exclusiva de Maximiliano y Engracia.
    Siempre ejercieron ellos la responsabilidad de administrar los bienes que sus padres les dejaron en herencia, y en la bonanza y la necesidad ha sido siempre así.
    -Está equivocado, yo nunca me ocupé de esos asuntos.
    -Puede ser, posiblemente sea su gobernanta la que pueda contestar a mis preguntas.
    -Será lo mejor, le daré su recado.... que por cierto ¿ A qué se refiere usted, exactamente?
    -Dígale que quiero tratar el asunto de la propiedad de La Laguna Grande.
    La sola mención de esa parte de la finca consigue aumentar su nerviosismo de una forma que no pasa desapercibida a don Rafael. No es que ella tenga conocimiento del litigio que enfrentó en el pasado a las dos familias, son retazos de conversaciones mantenidas de forma discreta durante años las regresan ahora a su cabeza dando algo de sentido a lo que le están planteando.
    Ahora comprende la contrariedad de Engracia al hacerle partícipe de su encuentro con el vecino en aquel lugar exactamente. Su gesto de preocupación y su negativa a darle ningún tipo de explicación.
    Algo que no alcanza a entender, siempre el silencio por respuesta cuando requería saber algo del motivo de tanto enfrentamiento y enemistad.
    -Despreocúpese, informaré a Engracia y a buen seguro que ella despejará cualquier duda que usted pudiese tener.
    Se despide con un escueto, buenas tardes, y continúa su camino sin volver ni una sola vez la cabeza. El hombre permanece unos instantes en el pescante del cabriolé hasta verla alejarse por el estrecho camino y lamenta haber estado tan incisivo.
    Algo muy dentro de él se ha conmovido profundamente al percibir el cansancio y el desconcierto en una mujer tan joven y tan inocente.

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  102. 102.
    No quiere importunar a Maximiliano y prefiere pasar de largo por la casa de adobe que queda a la derecha del camino. El encuentro con don Rafael ha logrado despertar su preocupación y decide que es hora ya de enfrentar a Engracia.
    Hace mucho tiempo que dejó de ser una niña y debe hacer frente a sus responsabilidades como mujer adulta. No puede esconderse tras las faldas de Engracia durante toda la vida y escudarse en la protección que siempre le ha brindado Maximiliano.
    Como cada atardecer, espera su llegada Ernestina en compañía de alguna de sus hermanas para ayudarla con el animal y conducirlo a las cuadras. No pierde el tiempo y entra resuelta a la casa encaminándose a la cocina donde sabe que encontrará a Engracia enfrascada con los preparativos de la cena.
    Se sienta pesadamente en una de las sillas y desata los cordones de las botas al tiempo que da las buenas noches a la mujer que le da la espalda en ese momento.
    -Buenas noches, Julia, de nuevo has llegado tarde.
    No deja de manipular las patatas asadas que ha retirado del fuego mientras habla con ella, se limita a recordarle una vez más el desagrado que le produce su tardanza en regresar a casa.
    -Tenemos que hablar, Tata.
    El escuchar el tono preocupado de su voz paraliza sus manos y se enfrenta a ella cara a cara en busca de cualquier rastro de preocupación en la muchacha. Acerca una silla hasta colocarse a su lado y alza las cejas en un claro signo de interrogación.
    -¿Ha ocurrido algo?
    -No, pero tengo la impresión de que ocurrirá.
    -¡Por Dios, niña! Me tienes en ascuas.
    -Me he topado con don Rafael cuando regresaba a casa, venía de visitar a Maximiliano y me ha encargado un recado para ti.
    -¿Para mí?
    -Sí, mañana vendrá para tratar un asunto contigo.
    -¿Qué asunto....te lo dijo?
    -Quiere hablar sobre La Laguna.
    La palidez se extiende por el rostro normalmente sonrosado de la mujer y tiene que hacer verdaderos esfuerzos por controlar el temblor que se ha apoderado de todo su cuerpo. Sí necesita hablar con ella es porque no ha conseguido nada de Maximiliano.
    Julia la observa atentamente y no le pasa por alto el intento infructuoso de quitar importancia a lo que acaba de escuchar. Como siempre, como tantas veces ha hecho para evitarles cualquier contrariedad.
    -¿Qué ocurre con ese lugar, Tata?
    -¿Qué ha de pasar, niña? Problemas de lindes y cosas sin importancia.
    Abandona la silla y retoma nuevamente la tarea de retirar la piel de las patatas creyendo cándidamente que sus explicaciones han zanjado el asunto. Pero se equivoca totalmente, la voz de la muchacha le llega con una inflexión mucho más apremiante, más incisiva y dura que nunca.
    -¿Me tomas por imbécil, Tata? ¿De verdad piensas que me tragaré ese cuento sin rechistar?
    Engracia intenta por todos los medios a su alcance aparentar una tranquilidad que está muy lejos de sentir. Desiste de seguir con las patatas e imprime gravedad a su voz al dirigirse de nuevo a la muchacha con el ceño fruncido y un pretendido enfado que no logra engañarla.
    -¿Desde cuándo te crees en el derecho de hablarme en esos términos, jovencita?
    Julia la conoce muy bien, sabe perfectamente cual es su estado de ánimo en cada momento y el en- enfado que quiere mostrar no es otra cosa que miedo revestido de disimulo.
    -Discúlpame.....pero creo que ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. Soy una persona adulta a la que no se puede engañar con excusas y medias verdades.
    -Me gustaría ser tratada como tal y poder hacer frente a ciertas situaciones por muy dolorosas que puedan resultar.

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  103. 103
    Nunca hasta ahora se había dirigido a ella de una forma tan temeraria. Espera intranquila su respuesta escrutando su cara en busca de la respuesta que teme le llegue en forma de bofetada por su osadía.
    Pero es derrota lo que puede apreciar en el rostro sereno que la mira con un fondo de tristeza en sus ojos. Sabe perfectamente que de estar Maximiliano en perfectas condiciones de salud, jamás se hubiera atrevido a hablarle como acaba de hacerlo.
    -¿Quieres saber la verdad? Pues ya que lo has exigido aquí tienes la respuesta. La Laguna grande no pertenece legítimamente a La Pedralta, tu bisabuelo se la robó al abuelo de don Rafael aprovechándose de su debilidad mental.
    Estupefacción en la joven Julia e incredulidad al escuchar una verdad tan incómoda. Se negaba a creer que una jugada tan sucia hubiera podido partir de un familiar suyo.
    Mira temerosa hacía la puerta de la cocina que previamente ha cerrado Engracia y se pregunta porqué ahora ha salido a la luz un tema tan desagradable.
    -Si la propiedad no nos pertenece, tenemos la obligación de devolverla a su legítimo propietario.
    -¿Ah, sí?
    -Por supuesto, otra postura sería indecente.
    La sacude por la pechera de su gruesa chaqueta de lana en un intento por captar su atención, la mirada fijamente clavada en la suya y los ojos febriles que no se apartan de los suyos.
    -Definitivamente, te has vuelto loca, los pozos de esas tierras son imprescindibles para nosotros. El resto de la finca es un secarral que depende totalmente de las corrientes subterráneas que las atraviesan.
    -¿Desde cuándo tienes conocimiento de esos hechos?
    -Me lo confió tu bisabuela, doña Juana me entregó los papeles que su marido obligó a firmar al abuelo de don Rafael y desde entonces los mantengo a buen recaudo.
    -¿Tienen validez?
    -Ninguna, son papel mojado si se encuentran las escrituras de propiedad originales. Eso ha debido pasar por la forma en la que se comporta don Rafael.
    Le cuenta Engracia que el abuelo del actual propietario tuvo un brote de locura a resultas de los hechos acaecidos. Prendió fuego una noche a una parte del Tejar y dieron por reducidos a cenizas muchos documentos entre los que se encontraban las escrituras de La Laguna.
    Por la forma de proceder de su nieto, ella sospecha que esos documentos hayan aparecido y quiera ajustar cuentas pendientes.
    -Estaría en su derecho, Tata.
    Las amargas carcajadas la sorprenden en medio de tanta revelación. Le parece encontrarse ante una mujer desconocida que nada tiene que ver con la que era antes.
    -Escúchame con atención, si nos quitan esas tierras nos veríamos abocados a la miseria más absoluta. Los olivos tardarán al menos seis años más en volver a dar fruto, el cereal, si este año persiste la sequía apenas nos dará para alimentar a los animales y proporcionarnos trigo suficiente para abastecernos de pan.
    La situación pinta verdaderamente dramática y al fin comprende que sus motivaciones para ocultar esos papeles van más allá de pretender no devolver las tierras a su propietario.
    Se trata de supervivencia pura y dura. Ella que tanto luchó para sacarlas adelante, en modo alguno permitirá que la familia se disgregue por la calamidad que les acecha desde hace unos años.
    -No quiero tener que hablar de nuevo de este asunto, Julia ¿Me has entendido?-
    Sí....¿Pero qué pasará cuando don Rafael te pida explicaciones?
    -Ya me las ingeniaré, si su padre no pudo con nosotros, dudo mucho que lo pueda hacer el hijo.
    -Esto no es correcto, Tata, no está bien.....
    -Ellos no tienen ninguno de los problemas que nos acosan a nosotros, no dependen del Tejar en absoluto y los numerosos negocios de la capital les proporcionan grandes beneficios.

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  104. 104.
    Engracia la apremia para asearse y cambiarse de ropa antes de terminar de preparar la cena. Todavía le quedan unos días para terminar de labrar y proceder a la siembra en la que se involucrará toda la familia.
    Terminada la siembra, el trabajo se trasladará a los campos de olivos para retirar los verdugos jóvenes que crecen alrededor del tronco y limpiarlo de malas hierbas. Ya Maximiliano se ocupará de afilar las hachas que utilizan para tal fin.
    La entrevista con don Rafael será cosa exclusivamente suya. Debe hablar con Maximiliano y exponerle el problema que se les viene encima, no tiene duda de que ha encontrado las escrituras originales que su padre creyó devoradas por el fuego y ahora reclama lo que le pertenece.
    Tiene la seguridad absoluta de que Maximiliano ha guardado silencio pero es obligada una estrategia común con el fin de convencer a su vecino de que ellos ignoran por completo lo sucedido tantos años atrás.
    No será tarea fácil, don Rafael no tiene un pelo de tonto y menos ahora que vaga como alma en pena y enfadado con el mundo por la pérdida de su mujer y su hijo.
    Algo en lo que ellos no tienen responsabilidad alguna pero sí la tienen en el silencio cómplice que durante tanto tiempo han mantenido sobre la propiedad de La Laguna.
    Su cabeza es un hervidero de excusas y explicaciones que no convencerán en modo alguno al incisivo vecino. Julia termina su aseo y la observa en silencio hablando por lo bajo en un constante parloteo que termina por provocar su risa.
    El golpe en la puerta las sorprende a ambas y Engracia se acerca para descorrer el cerrojo y dejar acceder al interior a la señorita Luz cuya silueta ha reconocido perfectamente a través del cristal.
    Algo poco frecuente que despierta su curiosidad y la de Julia por ser la cocina el lugar de la casa que más le desagrada.
    La señorita Luz hace su entrada con la misma ceremonia de siempre, todavía parece vivir en los lejanos tiempos de su juventud cuando las apariencias eran algo tan importante que se respetaban a rajatabla.
    -Buenas tardes, Julia, necesito hablar con Engracia....en privado.
    No necesita escuchar la petición por segunda vez y las deja solas abandonando la cocina con celeridad.
    Engracia la conoce perfectamente y tiene la intuición de que algo en su gesto es diferente esta noche de invierno. La tirantez de su boca y un cierto cansancio en sus ojos que no es debido a sus horas interminables con el bastidor del bordado.
    -Siéntese, Engracia, necesito hablar con usted.
    Obedece sin rechistar por la advertencia de un sexto sentido que le indica de la importancia de la conversación y se sienta frente a ella que se frota las manos de manera nerviosa al tiempo que mantiene cabizbaja la mirada.
    -Usted dirá, la escucho.
    -Vengo de visitar a Maximiliano......
    -¡Ah! ¿Y lo ha reconocido?
    -Déjese de sarcasmos, me ha contado lo que está sucediendo con don Rafael.
    Se queda sin palabras y su primera reacción es de ira contenida a pesar de saber que no le asiste la razón.
    -Le ha faltado tiempo para irle con el cuento, ya olvidó quién le ha cuidado durante todo este tiempo.
    -Él sabe perfectamente quién lo ha hecho, no me venga con sus insufribles recriminaciones.
    -¿Y ahora que ya está enterada....cambia algo?
    -Por supuesto, Beatriz tiene los mismos derechos que él, no permitiré que despoje a mis sobrinas de algo que pertenece a una de ellas.
    La determinación en su mirada logra que consiga atisbar una fortaleza que nunca hasta ahora había sospechado en ella.

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  105. 105.
    Por primera vez en todos los años que llevan viviendo juntas muy a pesar de las dos, su postura le indica que está decidida a dar un paso al frente e intervenir a favor de los intereses de una familia que es la suya.
    Jamás se permitió ningún sentimiento de favoritismo hacía la cuarta de las hermanas Hidalgo que había salido de sus entrañas diecinueve años atrás. Algo que llamaba mucho su atención pero que al mismo tiempo conseguía su admiración porque cumplía con la palabra dada a su hermana y cuñado cuando decidieron ocultar su verdadero origen por el bien de todos.
    Hoy, sin embargo, la postura es diferente al sentir amenazado el sustento de todos ellos y ha hablado por vez primera como madre, lejos de su legendario egoísmo.
    -¿Está dispuesta a que la verdad salga a la luz?
    -Si el hermano de mi hija persiste en su actitud, por supuesto que sí.
    “Mi hija” El reconocimiento de su maternidad después de tantos años se le antoja irreal y logra confundirla. Siempre le supuso una carencia para sentir amor por nadie que no fuera ella misma y hoy tras esa máscara de indiferencia ha podido adivinar que laten sentimientos que mantiene ocultos a la vista de todos.
    Quizá fuese ella la equivocada cuando tantas veces recriminó a Maximiliano que pudiese sentir amor por una mujer tan despreciable en todos los sentidos.
    Él, guardaba silencio y ahora comprende el motivo. Ninguno de los dos eran capaces de compartir sus más íntimos anhelos con nadie que no fuesen ellos mismos. Su relación se ha mantenido a través de los años a pesar del aparente alejamiento durante ciertos periodos de tiempo que no se dilataban mucho.
    Al final terminaban uno en brazos del otro como en una recaída inevitable. La enfermedad remitía pero no desaparecía del todo, continuaba latente hasta que rebrotaba con fuerza inusitada.
    -Esta verdad puede hacer daño a las niñas ¿lo ha pensado?
    La ve dudar unos instantes al tiempo que tiembla ligeramente su labio inferior. Se le antoja vulnerable como nunca antes se lo había parecido y la compasión se abre paso entre la nebulosa de resentimiento que siempre la acompaña cuando se trata de la señorita Luz.
    Sus siguientes palabras consiguen dejarla paralizada y fuera de juego al escucharlas salir de su boca como en una despaciosa letanía.
    “ Siempre se quedó usted en el exterior, Engracia, Nunca se molestó en saber si en mi interior había algo que mereciese la pena....me juzgó, me sentenció y me condenó. Jamás se detuvo a pensar que era una mujer a la deriva en la búsqueda desesperada de una seguridad que nunca he conseguido
    Pensó que era un parásito siempre a la sombra de mi hermana y posiblemente no le faltase razón. Soy una mujer débil, llena de miedos e inseguridades, la cobardía siempre guió mis pasos y bastante caro tuve que pagar por ello”
    “No fui capaz ni de luchar por mi propia hija, tampoco por el único hombre que me ha amado de verdad y al que yo no he sabido corresponder en la forma que él merece”
    Engracia puede escuchar los latidos desbocados de su propio corazón, han hecho falta veinticinco años para experimentar empatía por la mujer sentada frente a ella y derrumbada como nunca antes la ha visto.
    -También usted me está juzgando con dureza, durante toda mi vida me he dedicado a esta familia, he trabajado como una bestia encontrándome completamente sola en muchas ocasiones y no me ha quedado tiempo para las relaciones sociales a las que usted es tan aficionada.
    La sonrisa de la señorita Luz está teñida de amargura pero al mismo tiempo admira el ingenio y la rapidez mental de la gobernanta. Claro que sabe perfectamente de su dedicación y entrega, de su amor maternal e incondicional, de su vida dedicada por entero a todos ellos.

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  106. 106.
    Algo que no puede poner en duda por haberlo vivido en primera persona, nunca le escamotearía el indudable mérito de conseguir sacar adelante una familia con el coraje digno de una madre. Engracia siempre ha pensado que tiene una piedra por corazón y se equivoca totalmente. Han sido otros los factores que han conseguido hacer de ella una persona aparentemente insensible a cuanto la rodea.
    El desencanto y una personalidad excesivamente voluble la llevaron a construirse una coraza que la protegiera del exterior. Se retiró a un mundo fabricado a su medida y en él habitó todos estos años eludiendo una realidad que no le gustaba en absoluto.
    La única persona que consiguió derribar esa coraza y enfrentarla a esa realidad que le hacía tanto daño, se llamaba Maximiliano. En el calor de sus brazos encontró algo de sentido a su existencia y a ellos acudía cuando la realidad se le antojaba insoportable.
    Reconoce su error al rechazar la ayuda que le ofreció cuando Beatriz estaba por nacer. Primero lo hizo por un orgullo mal entendido, después lo hizo por amor.
    No se consideraba merecedora de un amor tan puro como el que él le ofrecía y lo rechazó de nuevo. Porque a pesar de lo que todos pudiesen pensar, de tacharla de egoísta e insensible. Su amor había crecido y madurado con los años hasta llegar a ser tan grande y tan limpio que prevalecía sobre todo lo demás.
    Algo que condicionó su relación hasta hacerla descartar por completo la idea de aceptar su proposición de matrimonio. No quería imponerle un matrimonio con una mujer a la que consideraba poco merecedora de un hombre tan generoso.
    ¿Cuándo llegó a esa conclusión? Nada más morir su hermana y creyendo que sería nombrada tutora de sus sobrinas, el rencor anidó en su pecho como una ponzoña venenosa que amenazaba con ahogarla.
    El año que siguió a su muerte consiguió por primera vez en su vida hacerla reflexionar y plantearse muchas cosas que hasta ahora ni habían pasado por su mente. Al principio se sintió rechazada e ignorada, desplazada y ninguneada de una manera cruel.
    Maquinó el plan de contraer matrimonio con Maximiliano y erigirse en dueña y señora de La Pedralta pero se estrelló con la realidad que siempre había evitado.
    Se lo propuso una noche tórrida de verano cuando todavía sus cuerpos permanecían enlazados como tantas otras veces. Le habló de planes en común, de sueños al fin realizados y su respuesta la descabalgó de su nube derribándola contra el duro suelo.
    Se alejó de ella hasta acercarse hasta el pequeño ventanuco de su cuarto y observó la noche estrellada ofreciéndole su perfil perfecto de hombre recio y duro. Una risa sarcástica en sus labios y por primera vez encontró en él un signo de desprecio que le hizo un daño inusitado.
    “Ahora me hablas de sueños ¿Qué sueños son esos que hasta ahora no han tenido cabida en nuestras vidas? Permíteme que me ría pero no me dejas otra opción”
    Comprendió que no estaba dispuesto a pasar por encima de su sentido del deber, que no sería desleal por una pasión insana que los arrastraba inexorablemente cada vez que ella lo buscaba.
    Más no era suficiente para dejar de lado sus responsabilidades que estaban al lado de Engracia y las niñas.
    Aquello los alejó durante más de dos años, periodo que le permitió reflexionar y analizar su situación de una forma racional. Experimentó un cambio muy acusado y a la vez esclarecedor. Su amor creció hasta hacerla entender que era el verdadero.
    Dos años más tarde regresó a buscarlo con una idea muy clara en su cabeza. Tomaría lo que él quisiera darle pero jamás se interpondría en su camino. Claros sus sentimientos, la relación continuó comos siempre lo había hecho.
    La enfermedad que lo atacó fue algo que consiguió desarmarla por completo. Lo que otros interpretaron como insensibilidad por su parte no era otra cosa que su negación a aceptar esa realidad, como tantas veces anteriormente había sucedido en su vida.

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  107. 107.
    Esta tarde por fin se ha atrevido a recorrer el escaso kilómetro que la separaba de él y ha tenido oportunidad de comprobar una ligera mejoría en su estado aunque todavía continúa muy debilitado.
    A su regreso de Ciudad Real pensó que no sobreviviría y bajaba furtivamente en medio de la oscuridad de la noche para permanecer velando su sueño silenciosamente, rogando mentalmente por su pronto restablecimiento.
    Entregó a su sobrina una de las escasas joyas familiares que le pertenecían para que la vendiera a espaldas de Engracia y ese dinero ayudara a su tratamiento.
    Ahora ya sabe que su enfermedad ha desaparecido y solo es cuestión de tiempo que recupere las fuerzas y las ganas de vivir.
    Lo ha encontrado especialmente preocupado, algo más que su lenta recuperación parecía ocupar su cabeza a pesar de corresponder a su suave beso en la boca que se ha demorado más de lo necesario.
    Maximiliano la invita a tomar asiento junto a él esperando no recibir la visita inesperada de alguna de las mujeres de la casa.
    Sobre todo la de Engracia que se presenta sin previo aviso y a cualquier hora del día o de la noche. Siempre vigilante, pendiente de todas sus necesidades como si se tratase de una criatura de pecho y llegando en muchas ocasiones a causarle un cierto agobio.
    Sonríe al comprobar la mirada interrogadora que ella le dirige, sus hermosos ojos fijos en los suyos, su belleza madura que ha ganado en serenidad con los años.
    Es ahora cuando ya no tiene dudas de que su amor es correspondido. Han tenido que pasar muchos años para llegar a ese convencimiento y ahora que lo sabe, tiene que mantener ese sentimiento guardado en su interior, a salvo de miradas indiscretas y de reproches que ya no tienen razón de ser.
    -Te veo especialmente taciturno ¿ocurre algo?
    Él, sujeta su mano entre las suyas y niega suavemente con la cabeza intentando no darle la impresión de estar alarmado. Algo que ella no cree del todo y la obliga a insistir en su pregunta.
    -Te conozco perfectamente, algo te preocupa y me gustaría saber de qué se trata ¿Has vuelto a encontrarte mal?
    -No se trata de mí, cada día me encuentro mejor y creo que muy pronto estaré restablecido.
    Sus palabras la llenan de alegría ya que hasta hace muy poco, su pesimismo la preocupaba seriamente haciéndola dudar de que recuperase la salud.
    -¿Qué es entonces?
    -Don Rafael......me ha visitado después de comer.
    -¿Y qué demonios quería ese hombre de ti?
    -Saber sobre La Laguna, eso quería.
    -No lo entiendo, no son asunto suyo las tierras de La Pedralta.
    -La Pedralta...no, La Laguna si que lo es.
    Recuerda entonces las discusiones mantenidas entre su hermana y su cuñado respecto a ese asunto. Josefina siempre le aconsejaba que zanjara de una vez por todas algo que tarde o temprano ocasionaría un disgusto en la familia.
    -Escuché hablar de ese lugar a Josefina y a Bosco, algo había en él que lograba que mi hermana se enfadase y Bosco perdiese las formas. Algo que tú sabes que era muy raro entre ellos.
    Claro que lo sabía, nunca presenció una discusión entre ellos salvo aquella que fue provocada por la propia Luz y que tuvo como consecuencia el abandono de Engracia de La Pedralta.
    -La Laguna no es propiedad legítima de La Pedralta, fue conseguida con malas artes por el abuelo de Bosco y siempre ha sido una fuente de conflicto entre los Hidalgo y los Caballero, ahora don Rafael me temo que quiera recuperarla y cuenta con las armas necesarias.
    -¿Y qué supondría eso para nosotros?
    Su silencio se lo dice todo, aún no estando muy pendiente de lo referente a las cuestiones del campo. Sabe del valor de esas tierras, de su abundancia de agua y su utilización para sembrar todas las hortalizas que surten la despensa durante casi todo el año.

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  108. 108.
    La pone al corriente de la situación advirtiéndole encarecidamente de la necesidad de mantener discreción sobre el asunto. Las muchachas ignoran por completo lo sucedido y así debe seguir por su propio bien.
    No es que justifique la acción que cometió en su día el abuelo de Bosco. No es hombre de apropiarse de bienes ajenos pero el momento que viven es especialmente difícil y renunciar a esa parte de la propiedad les abocaría a una situación desesperada.
    Así parece comprenderlo Luz aunque al mismo tiempo siente algo parecido a la rabia en su interior. Su hija es también una Caballero y si insiste su hermano en despojar a las Hidalgo de una parte tan necesaria de La Pedralta, no le quedará otra que poner las cartas boca arriba.
    Abandona la casa de adobe con una sensación agridulce. Ha encontrado mejor a Maximiliano pero consumido por la preocupación.
    Engracia intenta captar su atención, por unos minutos ha permanecido muy lejos de allí como queriendo eludir su pregunta principal. La verdad puede hacer mucho daño a las niñas y deben medir muy bien sus pasos antes de lanzarse a una aventura de imprevisibles consecuencias.
    -No ha contestado a mi pregunta ¿Ha pensado en sus sobrinas.....en su reacción?
    Nuevo silencio ante la sensatez de sus palabras. Se da cuenta que por primera vez en tantos años de convivencia se están comportando como lo que verdaderamente son, los pilares fundamentales de una familia esquilmada por el infortunio.
    -¿Nunca sintió la necesidad de rebelarse contra las circunstancias que han rodeado su vida, Engracia?
    Consigue sorprenderla por lo directo de su argumento, jamás compartieron ningún tipo de confidencia y mucho menos entraron en el terreno de los sentimientos personales de cada una de ellas.
    -¿Acaso se ha rebelado usted contra las circunstancias que han rodeado la suya?
    Encaja Luz el golpe lo mejor que puede, en un duelo dialéctico entre ambas, ella tiene todas las de perder.
    -No....no lo he hecho pero usted es más libre de lo que nunca he sido yo.
    ¡Libre! ¿De qué libertad le está hablando? Cierto, que no han sido gruesas cadenas las que han coartado su libertad. Han sido suaves lazos invisibles los que en un momento u otro de su vida la han mantenido amarrada a los afectos que de verdad han llenado su existencia.
    Encuentra prematuro adentrarse en temas tan personales y desvía la conversación al asunto principal que les ocupa. Tres son las personas que están al corriente de las irregularidades con las tierras que reclama don Rafael. Tres, si dejan al margen a don Tasio que posiblemente ponga el grito en el cielo al enterarse de los tejemanejes que se llevan entre manos.
    Hombre recto y escrupuloso defensor de la legalidad más absoluta. Tendría mucho que decir en el caso de enterarse e intentaría por todos los medios de zanjar una asunto que dura ya casi un siglo.
    -Razonemos, doña Luz, creo que lo mejor será que yo hable con don Rafael y escuche lo que nos propone, tiempo habrá para utilizar otras bazas.
    -Es usted una ilusa, Engracia ¿de verdad piensa que se va a compadecer de la situación que padecemos y renunciará a esas tierras?
    Claro que no es ninguna ilusa. Los rodeos que está dando don Rafael solo conducen a un punto determinado y que no es otro que recuperar lo que le pertenece. Todavía deben dar gracias si no hay represalias por su parte hacía ellos por el engaño tan prolongado en el tiempo.
    Parece conformarse la señorita Luz con su petición de prudencia y decide dejar en sus manos por el momento la resolución del conflicto.
    Se pone en pie y su mirada soberbia y altanera parece suavizada al posarse sobre Engracia. Su figura consumida por el trabajo y la viveza de sus ojos le provocan una oleada de ternura imposible de explicar por su parte.

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  109. 106
    Piensa que al entrar en la madurez, la unen a la mujer que continúa con los preparativos de la cena, más cosas de las que las separan. Se ve obligada a hablarle a su espalda porque parece haber dado por terminada la conversación y ha regresado a sus quehaceres.
    -Lo dejaré en sus manos, Engracia, usted, posiblemente, sepa manejar mejor este asunto.
    Se lo agradece en voz apenas perceptible y respira aliviada por tener el control de la situación. Unas horas antes eran multitud los que estaban dispuestos a mediar en el conflicto y la cosa amenazaba con convertirse en un auténtico gallinero.
    Supone que la visita de don Rafael no se demorará en el tiempo y quiere estar preparada para enfrentarle con una sola voz e intentar salvar algunos muebles del previsible naufragio.
    Cómo lo hará, es algo que todavía no tiene muy claro, durante la noche tratará de buscar argumentos que le ayuden a lograrlo.
    La cena trascurre en medio de un denso silencio pero la sagaz mirada de don Tasio le indica que sospecha que algo ocurre y se le está ocultando de manera deliberada.
    No le ha pasado desapercibido el cambio en la actitud de las dos mujeres y la curiosidad puede más que su proverbial discreción.
    Espera pacientemente hasta que retiran la mesa y ocupa su tiempo en repasar algunas de las poesías del último libro que ha logrado adquirir.
    A lo largo de la noche se van despidiendo una tras otra todas las hermanas seguidas de su tía Luz. Engracia lo hace como siempre, en último lugar a la espera de dejar apagadas todas las velas de la casa.
    Le extraña que todavía permanezca al lado de la chimenea con el libro entre sus manos y le reprende cariñosamente pero con un punto de ironía que no puede evitar.
    -¿No ha tenido tiempo de leer a lo largo del día, don Tasio? Le recuerdo que no está la situación para muchos dispendios y hemos de ahorrar en velas lo máximo posible.
    El hombre deja asomar una medía sonrisa al tiempo que se desprende de sus gafas doradas, su mirada la recorre de la cabeza a los pies, pausadamente, con una ligera chispa de burla en sus cansados ojos.
    -Siéntese, Engracia, me gustaría tener unas palabras con usted.
    -¿Ahora?
    -Sí, es el mejor momento para hacerlo, la casa está en calma y nadie puede interrumpirnos.
    Obedece a regañadientes por lo que ha notado de imperioso en su voz. Hombre amable y educado en exceso, pocas veces lo ha escuchado alzar la voz y mucho menos pedir las cosas sin un amable ruego con anterioridad.
    -Usted dirá, don Tasio, le advierto que estoy muy cansada y no son horas para mantener una conversación.
    -Lo sé, simplemente quiero que me explique lo que está pasando.
    -¿De dónde saca usted semejante conclusión?
    -Del trasiego inusual que he podido comprobar a lo largo del día de hoy. La señorita Luz visitando a Maximiliano que previamente recibió la visita de nuestro huraño vecino. Usted, hecha un manojo de nervios regañando a Julia y más tarde conversando con doña Luz en la cocina como si se tratase de dos íntimas amigas...¿sigo?
    Consigue con sus afiladas palabras lo que parecía imposible, Engracia logra que la abandone su actitud defensiva y admita que necesita la ayuda de un hombre cuyos consejos destilan sensatez y mesura.
    Creyó mejor mantenerlo al margen del problema que se les viene encima, temía su reacción y su previsible reprobación a su conducta. Ahora consigue verlo de forma diferente y un enorme alivio se apodera de ella al comenzar a desgranar lentamente las dificultades que se añadirán a la ya de por sí delicada situación por la que atraviesan.
    Mejor desprenderse de una carga que se le antoja demasiado pesada para hacerle frente en soledad.

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  110. 110
    Don Tasio la escucha con el ceño fruncido y muy sorprendido por la confesión. Tiene la sensación de que a la mujer que habla sin apenas levantar la voz le está costando mucho desprenderse de un secreto que ha guardado con celo durante años.
    No intervino en los hechos, no tuvo nada que ver con tal acción y si embargo ha sido cómplice de ellos por una lealtad mal entendida que aún a día de hoy le parece estar traicionando.
    Apenas levanta la mirada de sus manos en las que se reflejan las llamas de la chimenea y espera la opinión de su interlocutor con una especie de temor a ser reprendida severamente. Ella, que ha sido siempre la que ha regañado a los demás se encuentra ahora esperando la reprimenda como si fuese una jovencita irresponsable.
    El gesto del viejo maestro se torna grave al evaluar sus palabras. Casi veinte años de su vida ha pasado en esta casa que ha sufrido los vaivenes de la desgracia en múltiples ocasiones a lo largo de ese tiempo.
    Sabe de lo que le habla, la tierra, la tierra siempre presente en sus afectos, como una madre acogedora y protectora.
    Renunciar a ella es lo mismo que renunciar a una parte de ellos mismos y a pesar de ser un hombre de letras que no había tenido antes contacto alguno con esa tierra, ha aprendido a amarla y respetarla al igual que le ocurre a todos los que aquí viven de ella.
    -¿Por qué ha decidido hacerme partícipe de esta historia?
    Engracia se mueve inquieta en la silla y al fin se atreve a enfrentar su mirada aunque todavía se encuentra algo avergonzada. El maestro que llegó a su vida tantos años atrás tiene muy poco que ver con el que se encuentra sentado frente a ella.
    Harto de pasar penurias por esos mundos de Dios, aceptar la propuesta de don Bosco para ejercer de docente de sus hijas cambió su vida por completo. Jamás se arrepintió de esa decisión y su existencia ha sido desde entonces un oasis en el desierto.
    Insiste en su pregunta a la espera de una respuesta que tarda en llegar. La compleja personalidad de Engracia ha sido en muchas ocasiones un enigma pero al mismo tiempo ha acrecentado su curiosidad y la admiración que siempre ha despertado en él.
    -Don Rafael quiere recuperar lo que le pertenece y sospecho que lo que no consiguió su padre lo consiga el hijo.
    -¿Por qué no lo consiguió su padre?
    -En el incendio perdieron muchos documentos y entre ellos pensaron que estaban los de La Laguna Grande.
    -No termino de entenderlo, Engracia ¿no se supone que todas sus propiedades estarían debidamente enumeradas en el registro?
    -Ahí viene el problema. La Laguna Grande fue comprada dos años antes por el abuelo de don Rafael y ahí surgieron los primeros roces con el abuelo de Bosco. Ambos querían esas tierras pero don Perfecto perdió el pulso y no consiguió hacerse con ellas
    -Perdóneme, Engracia, aún así no consigo entenderla.
    -Es sencillo, el documento de compraventa se formalizó en El Tejar y no había sido legalizado todavía en el registro cuando sucedió todo. Don Perfecto se aprovechó de la inestabilidad mental de don Rafael y le hizo firmar una cesión de esas tierras de su puño y letra.
    -¿Y el anterior propietario?
    -Había muerto unos meses antes y al no poder aportar don Rafael el documento en el que figuraba como propietario pues el litigio se resolvió a favor de don Perfecto.
    -¿Entonces dónde está el problema? Moralmente es reprobable pero la justicia siempre les dará la razón a las muchachas.
    -No......el documento que tengo en mi poder no tendrá validez si don Rafael aporta el contrato original.
    -¿Cómo es eso?
    -La firma está manipulada y un nuevo juez no se dejará sobornar tan fácilmente como lo hizo el primero.

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  111. 111
    Al fin ha dicho toda la verdad sin omitir un solo detalle y una tranquilidad desconocida parece adueñarse de su ánimo. Tanto tiempo ocultando algo que ella bien sabía que era una acción reprobable había conseguido mantenerla en estado de alerta y ahora se siente liberada.
    -Quizá lo que usted piensa sobre el hallazgo de los documentos originales no sea cierto y posiblemente don Rafael vaya de farol.
    Niega enérgicamente con la cabeza, ella sabe que ha encontrado los documentos, lo sabe con absoluta certeza y también tiene el temor de que quiera tomarse la revancha.
    Cuando acudió a solicitarle ayuda para la siembra ya pudo comprobar el resentimiento que anidaba en sus ojos oscuros. Se aventuró a solicitar esa ayuda por ser la situación de extrema necesidad y se arriesgó a ser tratada con desprecio.
    No se arrepiente de haberlo hecho y volvería a suplicarle ayuda si de verdad lo considerase necesario. Nuevamente se escucha la voz educada de don Tasio reclamando su atención y deja de lado los negros presentimientos que acuden a su cabeza de manera constante en los últimos días.
    -¿Quiere que afronte este tema con él? Usted es muy visceral y el asunto requiere de mesura en las formas y en el fondo.
    -No, gracias por su ofrecimiento, él quiere tratarlo conmigo aunque antes haya interpelado a Maximiliano.
    -¿Piensa que Maximiliano le haya dicho la verdad?
    -¿Bromea?
    -No sé, es una posibilidad real.
    -Maximiliano jamás le diría nada, en última instancia lo remitiría a tratarlo conmigo.
    Se levanta de la silla en la que ha permanecido sentada y atiza los restos del fuego que comienzan a languidecer. Es noche cerrada y pueden escuchar el sonido de un viento molesto que se cuela por la bóveda de la chimenea retumbando en las paredes como un triste lamento.
    Segundos después abandona el comedor para dirigirse a la cocina alumbrándose con un pequeño candelabro y regresa con una pequeña botella en su mano que deposita en una mesa de madera al lado del fuego.
    Busca en el aparador de madera de nogal dos pequeñas copas de cristal y sirve una generosa ración de vino dulce para cada uno de ellos.
    Le ofrece la pequeña copa y le invita a beber al tiempo que apura la suya en cuestión de segundos ante la interrogadora mirada del maestro.
    -¡Dios mío, Engracia, no irá a darse a la bebida a estas alturas!
    -¡Calle y beba! Nos merecemos un respiro de vez en cuando ¿no le parece?
    Obedece su orden y degusta el exquisito vino moscatel que raramente circula por la casa a no ser que se trate de ocasiones especiales como algún cumpleaños o reciban una visita. Algo verdaderamente excepcional por su situación un tanto aislada del resto del mundo.
    Impide unos momentos más tarde que llene la copa por tercera vez y le retira la botella con suavidad estableciendo un contacto físico que rara vez se da entre ellos.
    Un leve roce de sus manos donde queda de manifiesto la suavidad de las manos del hombre frente a las castigadas manos de la mujer.
    -Bebiendo no conseguirá nada, tenemos que afrontar las cosas con serenidad. No sé cómo me atrevo a decirle esto a usted que siempre lo ha hecho así desde que la conozco.
    Sus palabras consiguen emocionarla hasta el punto de humedecer sus ojos. Algo que muy rara vez se ha permitido frente a nadie y que esta noche parece haber olvidado de forma consciente.
    No acierta a reaccionar cuando las manos del maestro sujetan las suyas en un intento por trasmitirle la fuerza que parece haberla abandonado en los últimos tiempos y el corazón brinca enloquecido en su pecho ante una demostración de galantería masculina que nunca hasta ahora había experimentado en sus carnes.
    Su turbación aumenta cuando percibe el roce de sus labios en una de sus manos y la cara adquiere el rojo de las llamas del viejo tronco de olivo que arde frente a ellos.

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  112. 112
    Porque nunca antes un hombre había acariciado su piel ni posado sus labios sobre ella a excepción de los abrazos que Maximiliano le propinaba al encontrarla desprevenida y buscando siempre sobresaltarla para después huir a toda prisa intentando evitar su reacción que solía consistir en un escobazo la mayoría de las veces.
    Don Tasio también parece darse cuenta de la embarazosa situación y retira sus manos lentamente regresando a su asiento silenciosamente.
    Recuerda perfectamente la primera vez que la vio. Tendría unos treinta y pocos años pero ya reflejaba en su rostro la sabiduría de siglos y la dureza de la leña de olivo que tanto abundaba en aquellas tierras.
    Siempre callada y discreta y con alguna tarea que realizar. Siempre en un segundo plano que tuvo que abandonar para ponerse años más tarde al frente de la casa muy a su pesar.
    Carraspea nervioso, quizá temiendo una reacción airada que no se produce y la mira extrañado por la enigmática sonrisa que se dibuja en su boca.
    -¿Qué es eso que le hace tanta gracia?
    Pero ella no le contesta y la sonrisa se amplia hasta ocupar toda su cara que finalmente cubre con las manos en un intento baldío por esconder los estragos de la risa.
    Consigue recuperar la compostura y de nuevo ofrece la misma cara de siempre. La de una mujer desbordada por el trabajo y las responsabilidades que por un momento ha regresado a su cada vez más lejana juventud.
    -No se enfade, hombre de Dios, debería conocerme mejor.
    -Pues lamento decirle que no termino de conocerla, consigue desconcertarme en muchas ocasiones y ésta es una de ellas.
    -Dejemoslo, hablar con usted y sincerarme me ha hecho mucho bien, espero afrontar en mejores condiciones la visita que con toda probabilidad nos realizará don Rafael.
    No añade mucho más y retira la botella y las copas deseándole que pase una buena noche antes de abandonar la estancia alumbrándose con el candelabro. Lo hace seguida por la mirada incisiva del maestro hasta desaparecer por las puertas dobles en dirección a la escalera que conduce a las habitaciones superiores.
    Ya son bien pasadas las once de la mañana cuando escucha el ruido del cabriolé deteniéndose junto a la explanada de entrada. Está sola en la cocina y en la casa, Ernestina y las muchachas se encuentran en el viejo granero preparando los cenachos para comenzar la siembra y la señorita Luz le ha comunicado tímidamente que pensaba visitar a Maximiliano y llevarle el almuerzo.
    Esta vez no ha apostillado con ninguna de sus habituales pullas a la curiosa relación de estos dos y que se alarga ya, casi dos décadas.
    Se ha limitado a asentir con la cabeza y revisar el contenido del cesto de mimbre. Añade una cuña de queso curado y envuelve en papel un trozo de dulce de membrillo para después cerrar la tapa del cesto.
    Ve bajar a don Rafael del coche con gesto decidido y le llama la atención lo que sujeta en una de sus manos. Podrían ser los documentos desaparecidos durante tanto tiempo y frente a los cuales no podrá argumentar absolutamente nada.
    Un ligero nerviosismo se apodera de ella a pesar de haber estado gran parte de la noche repasando una y otra vez los argumentos de defensa que le presentaría.
    La suerte está echada cuando el aldabón de la entrada resuena en la casa vacía y se dirige presurosa a franquearle la entrada.
    Lo saluda con un lacónico “buenos días” y lo invita a pasar al interior cerrando inmediatamente la puerta a su espalda. El Ábrego ha comenzado a soplar de nuevo y la ventisca se cuela por cualquier resquicio.
    Le pide que la siga hasta el comedor donde arde el fuego que ha encendido expresamente esperando que no dejaría su visita para la tarde.

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    Camina tras ella con la sensación de encontrarse ante una mujer distinta. La férrea determinación que ha podido observar otras veces parece haberse convertido en una especie de resignación.
    Su mirada recorre distraídamente el gran comedor amueblado con sólidos muebles de madera oscuros y que ofrece una apariencia de escrupuloso orden a pesar de la cantidad de personas que habitan en la casa.
    No se puede apreciar un gran lujo. Según ha escuchado contar a Francisca, se han visto obligados a vender ciertos objetos de valor para hacer frente a la situación sobrevenida a consecuencia de la prolongada sequía y a la enfermedad de Maximiliano.
    Aún así es fácil reconocer la mano femenina que mantiene todo en perfecto orden y por un momento siente de nuevo el vacío originado por la muerte de su mujer.
    Desde entonces se ha movido entre hombres exclusivamente, con la excepción de la presencia callada de Francisca que tiene mucho de maternal.
    Toma asiento donde la mujer le indica agradeciendo el calor que desprende el fuego en un día especialmente desapacible. A las rachas de viento se ha unido una lluvia fina e intermitente que imposibilita trabajar al aire libre.
    -Bien....usted dirá lo que quiere de mí.
    Comprueba Engracia el ligero carraspeo que su pregunta ha provocado en el hombre sentado frente a ella. Lo observa a placer constatando no sin cierto temor el gran parecido que guarda con la joven Beatriz.
    -Verá....ayer visité a Maximiliano porque han llegado a mis manos unos documentos que en mi familia se creían destruidos a resultas de un incendio ocurrido hace más de treinta años.
    -¿Y qué tiene que ver Maximiliano con eso?
    -Con el incendio, nada ¿Usted sabía que La Laguna Grande me pertenece legalmente?
    Sus sospechas al fin tienen la confirmación definitiva. Metido en la casa rumiando su mala suerte y culpando de su desgracia a los demás le ha dado tiempo sobrado para ponerlo todo patas arriba hasta encontrar los documentos que refrendan lo que acaba de decir.
    -Perdone, señor mío, La Laguna Grande pertenece a La Pedralta desde que yo tengo orejas.
    -¿Tienen las escrituras que sustenten esa afirmación?
    Sujeta con manos temblorosas el rollo de pergamino amarillento que él le tiende atado con una fina cinta de raso granate y procede a deshacer el nudo quedando ante su vista el contrato de venta realizado tantos años atrás.
    Puede distinguir perfectamente el nombre del vendedor y el comprador así como el de los testigos presentes en la realización de dicha compra. Todo perfectamente legal y legible, la firma de don Perfecto Hidalgo Puerta aparece inmediatamente ante sus ojos como en una especie de burla del destino.
    Sabe lo que esto significa para todos ellos, toda una vida de lucha incesante y llena de sacrificios que se puede ir al traste en cuestión de minutos. La Laguna Grande es indispensable para su supervivencia, sobre todo en los tiempos por los que atraviesan.
    No se detiene un solo instante a reflexionar sobre su acción y el impulso puede más que cualquier otra consideración. Lanza con precisión el documento a las llamas sorprendiendo a su visitante que reacciona con una celeridad pasmosa ante un hecho tan inesperado.
    Consigue recuperar el documento a costa de sufrir unas cuantas quemaduras en sus muñecas y la lividez de su cara denota la impresión causada por los acontecimientos.
    Engracia permanece sentada en la silla como en estado catatónico y ajena a lo sucedido cuando la puerta del comedor se abre repentinamente dejando paso a una asustada Julia a quien los gritos han sorprendido en la cocina.
    Todavía flota en el aire el olor del vello quemado de sus brazos. Algunas ascuas del fuego permanecen desparramadas por el suelo pero sobre todo le impresiona el aire ausente en el rostro de Engracia.

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    Ayudada por la punta de una de sus botas. Julia empuja una a una las ascuas hasta conseguir meterlas dentro del fuego. Observa consternada las quemaduras de los brazos del hombre que permanece sentado y en silencio.
    Su mirada se centra ahora en Engracia y siente ganas de llorar al constatar la derrota en su rostro curtido por tantos inviernos. Se arrodilla a su lado y cree necesario atenderla primero a ella. Las heridas que presenta la mujer no son externas pero son más profundas con total seguridad.
    La ayuda a incorporarse y la acompaña fuera al tiempo que pide al visitante que la espere unos minutos en tanto se ocupa de dejar a buen recaudo a una Engracia incapaz de reaccionar.
    Don Tasio ya se encuentra en la cocina cuando hacen ambas su entrada. Se acerca alarmado y su mirada interrogadora no se hace esperar.
    -¿Qué ha ocurrido? Le advertí que yo podía ocuparme del asunto y no lo permitió, esta mujer es más terca que una mula.
    -Tranquilícese, don Tasio, a partir de este momento seré yo la encargada de resolver este embarazoso asunto, debí hacerlo desde un principio.
    No insiste el hombre que se hace cargo de Engracia y la obliga a tomar asiento mientras observa los movimientos de Julia sin saber muy bien lo sucedido en el interior del comedor.
    Pero la muchacha no parece dispuesta a ofrecer mas explicaciones y regresa a la sala con una jofaina de barro llena de agua tibia. Empuja la puerta con la punta de su pie derecho y lo encuentra en el mismo lugar en el que quedó.
    Se ha arremangado las mangas chamuscadas de su camisa blanca y ha dejado al descubierto sus nervudos brazos ahora de un color negruzco y con algunos rodales carentes de piel.
    Deposita la jofaina sobre una pequeña mesa y busca en el aparador de madera un lienzo de tela blanca que rasga en varias tiras ayudándose de los dientes. Del bolsillo de su delantal extrae un envoltorio que contiene manteca y lo deja junto al recipiente de agua.
    Moja la suave tela en el agua tibia y sujeta uno de sus brazos procediendo en completo silencio a retirar el hollín, teniendo especial cuidado en los lugares en los que la piel ha formado una bambolla y deja ver el color sonrosado de la carne.
    Termina la limpieza del brazo derecho y hace lo mismo con el izquierdo en medio del incómodo silencio de ambos. No se atreve a mirar a los ojos que están siguiendo la tarea sin apartarse de la muchacha y un extraño hormigueo parece recorrer sus venas.
    Reblandece con sus manos la manteca de cerdo y la extiende delicadamente por toda la superficie quemada hasta cubrirla por completo. Después comienza a vendar los brazos con cuidado ayudándose de las tiras de lino hasta conseguir dejar protegidos los dos antebrazos.
    Ni una sola palabra han intercambiado entre ellos, el silencio tan solo interrumpido por el repique de la lluvia que arrecia en el exterior impulsada por el viento y golpea los cristales de la ventana de manera constante.
    Sabe que es necesario entablar la conversación que tienen pendiente y se retira a la silla que anteriormente ocupó Engracia. Por primera vez encuentra la fuerza suficiente para sostener su mirada y los primeros sonidos que salen de su garganta se traducen en una disculpa que considera perentoria.
    -Lamento mucho lo sucedido, don Rafael.....
    Espera expectante su respuesta y al mismo tiempo el miedo atenaza su pecho oprimiéndolo de una forma desconocida hasta ahora. Nunca tuvo que enfrentarse a ningún problema de esta naturaleza y las piernas parecen flaquearle de manera bien visible.
    -¿Qué lamenta, señorita?
    Al fin habló, habló con una especie de cólera contenida que la obligó a bajar la mirada y posarla en sus manos que permanecen unidas encima de sus piernas.
    -Lamento que las cosas se hayan desarrollado de esta forma tan desafortunada.....
    -¿Desafortunada? No me haga reír, señorita, su gobernanta lo tenía todo previsto y yo, simplemente he caído en la trampa como un pardillo

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    Le indigna la insinuación sobre la premeditación en la actuación de Engracia y siente que tiene el deber de defenderla de tales acusaciones. Ella tiene la absoluta seguridad de que no ha mediado la premeditación en sus actos, sí cree que se ha dejado llevar por la impotencia y la desesperación.
    -No piense eso de ella, usted no la conoce en absoluto ¿Le duele?
    Su pregunta, formulada con dulzura y una sincera preocupación consiguen distraer su atención sobre lo acaecido unos minutos antes. Su hermosa cara recibe de lleno el reflejo de las llamas y su hermoso cabello rojizo parece arder al tiempo que los leños de la chimenea.
    Se arrepiente de haber venido a la misma boca del lobo cuando tiene la seguridad de que la razón le asiste y pensó equivocadamente en el diálogo como la mejor solución.
    No tiene miedo a la gobernanta, al fin y al cabo, la mujer se limita a proteger su manada al igual que lo haría una loba hambrienta.
    Su miedo es otro y lo tiene frente a él. Algo que jamás sospechó que volvería a sucederle y sin embargo debe reconocer la atracción que la muchacha ejerce sobre él.
    -No me duele, tranquilícese ¿Estaba usted al tanto de las irregularidades sobre las tierras?
    Julia baja de nuevo la cabeza avergonzada por tener que reconocer la verdad. Una verdad que ya advirtió a Engracia , saldría a la luz más pronto que tarde.
    -Lo supe hace poco, no tenía la menor idea........
    -¡Vaya! Ahora resultará que nadie sabía nada pero todo el mundo estaba enterado. Visité a Maximiliano con la esperanza de que él disipase mis dudas y calló, calló como lo han hecho todos ustedes.
    La mención de Maximiliano consigue alterarla a pesar de haberse propuesto permanecer tranquila. No permitirá que dude de su honestidad y mucho menos que lo moleste en sus actuales circunstancias.
    -No debería molestar a un hombre bueno y mucho menos preocuparlo cuando sabe que está recuperándose de una grave enfermedad.
    -No lo hice, no soy el monstruo que usted piensa que soy.
    Nota un cierto dolor en su voz ante su recriminación y cree necesario rebajar el tono de la suya. La situación ha estallado salpicando a todos ellos y cree llegado el momento de asumir sus responsabilidades.
    -No pienso eso de usted, simplemente me duele que mencione a Maximiliano como si fuese un ser taimado. Le aseguro que se equivoca totalmente, es, y ha sido un padre para mí.
    -Discúlpeme, en realidad se limitó a remitirme al demonio ese que tienen por gobernanta, debo ser justo y reconocerlo.
    Sus últimas palabras consiguen arrancar una desvaída sonrisa a su boca tercamente apretada hasta ese momento. Calificar a Engracia de gobernanta demoníaca ha sido más de lo que esperaba.
    -¿De qué se ríe, he dicho algo gracioso?
    -Discúlpeme usted a mí, tachar a mi Tata de demonio es no conocerla en absoluto.
    -Pues siento no coincidir con usted, de haberme dejado, me habría lanzado también a mí a las llamas junto a las escrituras de las tierras.
    -No....simplemente perdió los nervios.
    Los golpes en la puerta atraen su atención y Julia se disculpa con él para acercarse hasta las hojas cerradas de madera. A través de los cristales ha podido reconocer la figura de su tía Luz y abre para salir al exterior cerrando nuevamente a su espalda.
    La cara de su tía se encuentra totalmente pálida y retuerce nerviosa sus manos sin apartar los ojos de su sobrina.
    -¿Qué ocurre, Julita? No es correcto que estés encerrada en el comedor en compañía de un hombre joven y viudo.
    Contiene la carcajada que pugna por salir de su garganta y puede ver a don Tasio en el recodo de la entrada escuchando la conversación y con toda probabilidad enviado por Engracia.

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    Imagina el estado de nervios en el que se encontrará después del altercado pero aún así quiere tener la situación bajo control enviando a don Tasio y su tía a recabar información.
    -¿Cómo se encuentra Engracia, tía?
    -No te preocupes por ella, la he obligado a tomar una infusión de manzanilla y ha remitido el episodio nervioso, ahora está preocupada por ti...como es lógico.
    -Pues dile que no debe hacerlo, yo me ocupo de todo.
    La ve titubear claramente y al fin don Tasio se acerca hasta ellas abandonando el discreto lugar que ocupaba. Observa pesadumbre en su gesto y no puede por menos que compadecerse al verlo en una situación tan comprometida.
    -Engracia exige que don Tasio esté presente en tu conversación con ese hombre, nos lo ha dejado muy claro.
    Julia los mira a los dos sin poder dar crédito, todos estos años han formado un grupo claramente diferenciado. Engracia por un lado y apoyada en todo momento por don Tasio mientras su tía Luz permanecía en el lado contrario.
    Maximiliano permanecía en tierra de nadie aunque a veces se cambiaba de bando de manera discreta. En este momento parecen formar todos ellos un grupo compacto y unido en el que tienen muy claro quién es el enemigo a batir.
    -Tía.....no sé cómo decirte esto.....espero que no lo consideres una falta de respeto. Solucionaré este asunto de una vez por todas y sin la ayuda de nadie.
    Don Tasio intenta intervenir ante las protestas de su tía Luz pero retrocede al ver la determinación en sus ojos. Sabe bien que el momento es delicado y considera perjudicial que la reunión se convierta en una jaula de grillos.
    Sujeta del brazo a una airada Luz y la obliga a regresar por donde han venido sin pronunciar una sola palabra. Julia los ve desaparecer y respira profundamente antes de volver al comedor donde ha quedado su chamuscado vecino sin saber muy bien cómo se desarrollarán los acontecimientos.
    Continúa en el mismo lugar dedicado a mirar fijamente las llamas en tanto la lluvia y el viento arrecian en el exterior.
    No recuerda un día tan desapacible en muchos años, ni una escena tan violenta y difícil como la que tiene frente a sí. Añora la presencia de Maximiliano y su ponderación en temas complicados.
    -¿Le apetece tomar algo, don Rafael?
    Retira la mirada del fuego y la vuelve hacía la muchacha que permanece de pie frente a él. Admira su valentía al enfrentarse sola a algo que la sobrepasa totalmente y sospecha que la gobernanta ha formado a las mujeres que han estado bajo su responsabilidad para que puedan defenderse en cualquier situación.
    No ha permitido que se convirtieran en señoritas inútiles y las ha forjado a caballo entre la educación y el saber estar frente a la asunción de responsabilidades. Las ha obligado a permanecer a ras de suelo por su propio bien.
    La inquieta su mirada profunda y le reitera el ofrecimiento de un momento antes.
    -Le preguntaba si deseaba una copa de vino....o un licor, el de membrillo es muy bueno.
    Acepta con un gesto afirmativo y la ve dirigirse hasta el mueble y buscar entre las botellas hasta dar con la que ella tenía en mente. Su cuerpo es esbelto bajo las numerosas capas de ropa y lo atrae de forma hipnótica.
    Le ofrece la copa de cristal con el líquido denso y de color morado. Es un licor dulzón con un ligero sabor a anís y le devuelve el color a su cara nada más pasar por su garganta.
    -Está bueno.....
    -Sí, no se debe abusar de él si se quiere mantener el equilibrio.
    De nuevo su inquietante mirada que parece taladrarla, la sensación de perderse en disquisiciones que nada tienen que ver con el asunto a tratar y que ambos parecen querer dilatar en el tiempo abordando cuestiones banales.

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  117. 117
    Es ella la que toma la iniciativa para abordar la cuestión que tantos disgustos ha provocado y se pregunta cómo pudo su padre, un hombre justo, según quienes le conocieron, ignorar algo que tenía todos los visos de ser una estafa.
    Carraspea antes se comenzar a hablar y se ayuda de un trago del licor que se ha servido para sí. El líquido parece abrasarle la garganta a su paso y casi se le saltan las lágrimas en el intento.
    Engracia les permite tomarlo en escasas ocasiones pero siempre rebajado con agua.
    -Verá....don Rafael, me gustaría abordar el asunto de las tierras de una vez por todas. Quiero que tenga la seguridad de mi desconocimiento personal y el de mis hermanas hasta hace unos días en que Engracia se encargó de ponerme al corriente.
    Rafael se sorprende por la iniciativa de la muchacha y desea con todas sus fuerzas poder creerla cuando expresa su desconocimiento. Nunca olvida la promesa que su padre le arrancó antes de morir y aunque no sintió la necesidad perentoria de cumplir esa promesa hasta hace relativamente poco, algo ha cambiado dentro de él y le ha obligado a asumirlo como un reto personal.
    Ahora sabe con precisión que la razón estaba de parte de su padre que a pesar de sus numerosos escarceos y una vida un tanto disoluta, cumplió sus responsabilidades como padre de manera ejemplar.
    -Debe admitir, señorita Hidalgo que las cosas han llegado demasiado lejos y permítame dudar de sus buenas intenciones.....
    -No dude, se lo ruego, hablaré con Engracia y Maximiliano exigiéndoles la verdad y devolviéndole hasta el último pedazo de tierra que le corresponda.
    Sus palabras, pronunciadas con vehemencia y un punto de emoción contenida consiguen darle una idea de su apasionada personalidad. No se trata de una joven corriente, algo más deja traslucir su defensa de lo que es justo.
    -Yo no he venido hoy aquí para presionarles, tampoco lo he hecho de malas formas, simplemente me he visto atacado por esa mujer a la que usted tanto dice querer.
    Consigue arrancarle de nuevo una tenue sonrisa al referirse a la pobre Engracia en términos que no se corresponden en absoluto con la realidad. Bien es cierto que reprocha el comportamiento que ha tenido al dejarse llevar por su lado irracional pero tiene la seguridad de que lo ha hecho exclusivamente por el amor ilimitado que les tiene.
    -¿Alguna vez ha tenido usted la sensación de recibir amor de alguien de forma totalmente desinteresada......sentirse querido y protegido, dormir con la tranquilidad de saber que alguien vela su sueño?
    -Pues eso es Engracia para mí, siempre ha estado a mi lado al igual que Maximiliano. Le ruego que no tome represalias contra ella porque entonces me tendrá enfrente y le aseguro que sabré defender mis afectos con mucha más contundencia que lo hago con las tierras.
    Su alegato emocionado consigue erizar el escaso vello de sus brazos que no ha sido pasto de las llamas. No tiene frente a sí a una joven atolondrada, es con una verdadera mujer con la que está enfrentándose.
    Algo que lo sorprende gratamente y puede darse cuenta de lo rápido que pasa el tiempo en su compañía.
    -No he dicho que busque represalias contra esa condenada mujer, lo que si le pedirá es que se mantenga alejada de mi persona y le agradecería tratar de ahora en adelante el tema de las tierras con usted, sólo con usted.
    -¿Conmigo?
    -Sí, solicite a su gobernanta los documentos que consten en su poder respecto a La Laguna Grande advirtiéndole que no toleraré ni una sola triquiñuela más.
    -No se preocupe, se lo haré saber.
    -Perfecto, a partir de este momento no volveré a pisar esta casa, le agradecería que se desplazase usted hasta El Tejar para dirimir este desafortunado caso con tranquilidad.

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  118. Puri ¿cuando vas a continuar? de verdad que merece la pena, a mi me está gustando mucho.

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  119. 118
    Sus últimas palabras consiguen sorprenderla al tener un regusto amargo. La sensación de que las ha pronunciado con pesar como si algo le hubiese obligado a hacerlo y no fuese de su agrado.
    Observa sus largas piernas calzadas con unas botas de reluciente cuero negro y los angulosos rasgos de su cara parecen dulcificarse por efecto del apenas perceptible gesto de dolor que cruza su rostro al mover el antebrazo derecho que ha sido el más afectado por las llamas.
    Ella sabe que no son quemaduras profundas y en unas semanas no quedarán apenas cicatrices. Aún así se siente culpable y no puede evitar los remordimientos al haber sido partícipe de la testaruda actitud de Engracia.
    Debería haber tratado el asunto con Maximiliano que es mucho más racional que Engracia y carece de su impulsividad. Ahora ya es tarde para lamentaciones y la situación ha escapado a su control.
    Abandona el sillón y se acerca hasta la ventana del comedor comprobando a través de los cristales que la lluvia sigue cayendo sin pausa al tiempo que el viento arrecia azotando con furia las ramas de los árboles.
    No puede verlo pero la sensación de los ojos oscuros clavados en su espalda parecen perseguirla e impedirle enfrentar su mirada abiertamente.
    Algo en él la incomoda y consigue alterar su habitual calma hasta enfrentarla con sus demonios interiores que muchas veces consigue dominar. No es fácil la situación a la que tiene que enfrentarse pero debe sacar fuerzas de flaqueza y no delegar tanto en los mayores que hasta el momento presente han sido los encargados de solucionar todas las contrariedades.
    Regresa a su asiento y se topa con su mirada interrogadora en cuyo fondo parece brillar una cierta dureza que sus exquisitos modales no consiguen ocultar.
    -¿Ha remitido la lluvia?
    -No....me temo que no podrá regresar al Tejar en estas condiciones, debería quedarse a comer con nosotros.
    -¿Bromea? Su gobernanta es capaz de envenenarme.
    -No sea injusto con Engracia, estoy segura que si la tratara llegaría a tenerla en alta estima ¿Le duelen las quemaduras?
    -No....estoy acostumbrado a un dolor más profundo, no se preocupe.
    Le parece atisbar de nuevo el brillo metálico que ya ha podido observar en otras ocasiones en su mirada. Nuevamente sus ojos reflejan lo que su boca calla pero el dolor sigue latente en su interior y tiene fiel reflejo en el fondo de sus ojos oscuros.
    -Lamento no poder mitigar ese dolor que ha experimentado y que al parecer le sigue consumiendo....todos tenemos nuestra propia porción de sufrimiento, créame.
    Algo parecido a la ira parece despertar en él, se incorpora del sillón y sus pasos se dirigen hasta el ventanal apartando los visillos para poder ver el exterior.
    La desoladora llanura azotada fuertemente por un viento que levanta remolinos de tierra mezclada con la fina lluvia parece devolverle a los momentos más oscuros de su vida.
    El invierno siempre le ha provocado una especie de melancolía hasta la llegada de la primavera. Más, parece ese invierno que tanto teme haberse instalado de forma definitiva en su vida y ya no espera la llegada de la primavera como antes hacía. La soledad anida en su pecho de forma permanente y no consigue sacudirse esa sensación de encima.
    Julia sabe que en ese momento es vulnerable por el leve temblor en la comisura de su boca. Su perfil se le ofrece como esculpido en piedra y su mano se posa con cuidado en la parte superior de su brazo como temiendo hacerle daño. Ha seguido sus pasos hasta situarse a su lado junto a la ventana y juntos ven caer la lluvia en el páramo en que se convierte La Pedralta en invierno.
    Pero no es al daño físico al que él teme, sus ojos se centran en la mano que sujeta su brazo y siente su calor como una puñalada que atravesara su pecho y los recuerdos parecen ahondar más la herida hasta convertirse en insoportables.
    Sabe en el mismo instante en que lo hace, que se arrepentirá de su acción, tiene la absoluta certeza de que el beso robado es más fruto de la desesperación que de cualquier sentimiento racional.

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  120. 120.
    Porque al sentir su cercanía ha vuelto a experimentar el doloroso recuerdo de otro cuerpo junto al suyo y el calor que tanto ha extrañado durante este tiempo de ausencia se ha convertido en insoportable.
    Insoportable hasta límites que le han hecho perder la cordura y olvidar que la mujer a la que ha robado un beso apresurado tiene muy poco que ver con aquella que todavía está presente en sus noches en vela impidiéndole conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.
    Apenas ha sido un roce de su boca en la suya, un contacto efímero como los recuerdos que lo persiguen ahondando el vacío en su endurecido corazón.
    Pero ha sido suficiente para despertar en el anhelos dormidos que jamás pensó volver a experimentar.
    Apoya su frente en la de la desconcertada muchacha al tiempo que cierra fuertemente los ojos y le pide disculpas en lo que apenas es un susurro ronco para después alejarse de ella regresando de nuevo a su asiento frente a la chimenea.
    Le gustaría abandonar la casa en ese mismo momento para no tener que enfrentar la mirada interrogadora de ella, para no tener que explicar el porqué de ese momento de debilidad que le ha llevado a mostrar su lado más vulnerable y desvalido.
    Pero no es una explicación lo que quiere de él. No necesita aclaraciones innecesarias puesto que no ha sido ella la destinataria del breve beso que apenas ha sido un contacto efímero.
    Sabe perfectamente que a quien iba dirigido ya no pertenece a este mundo y tan solo permanece en los recuerdos de quien se empeña en mantenerla viva en su imaginación.
    Ahora entiende las recomendaciones de Engracia al impedirle que mantenga contacto con el reciente viudo. Posiblemente haya percibido la soledad interior que lo aqueja y tenga miedo por ella, por lo que pueda ocurrir entre un hombre desesperado y una muchacha que conoce muy poco de la vida.
    Pero se equivoca si piensa que es fácil de engañar y en ningún momento ha logrado hacerlo. Ha visto a un hombre con un desgarro interior difícil de restañar y que se mueve dando palos de ciego en busca de una respuesta que nadie podrá darle.....quizá el tiempo lo consiga si tiene la suficiente fuerza de voluntad para aceptar lo irremediable.
    Continúa viendo la lluvia caer y retrasando intencionadamente el momento de enfrentarse a él. Le quema en los labios todavía la huella de los suyos y acaricia con los dedos el lugar en un intento por evitar lo inevitable.
    Ve salir del viejo granero a sus hermanas seguidas de Ernestina que se esfuerza por alcanzarlas en su veloz carrera tratando de evitar el aguacero y sonríe al observar a don Tasio tras ellas apoyándose en su bastón y guareciéndose bajo un grueso capote.
    Engracia y su tía Luz deben permanecer en la cocina a la espera del resultado de su reunión con don Rafael y posiblemente subiéndose por las paredes presas del nerviosismo.
    Decide enfrentar el asunto de una vez por todas y regresa de nuevo frente a él que permanece con los ojos cerrados al lado del fuego y los abre al notar su presencia junto a él.
    -Don Rafael......creo que sería mejor que dejásemos claro el asunto de La Laguna Grande antes de que usted se marche. No creo que Engracia permita que me vea nuevamente con usted.
    Él la mira con desconcierto y atribuye sus palabras a lo sucedido unos momentos antes maldiciéndose interiormente por haberla asustado.
    -Si piensa que lo que ha pasado hace unos instantes puede volver a repetirse...pierda cuidado, ha sido una reacción estúpida por mi parte y......
    -Olvídelo, sé que no era yo la que estaba en su mente y no tiene que disculparse, le comprendo perfectamente.
    Nuevamente el desconcierto y la sorpresa por su franqueza y valentía al enfrentar una delicada situación que a otra mujer le habría obligado a salir huyendo. No parece este el caso y la mujer que tiene delante es de todo, menos cobarde.

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  121. 121.
    La ve inclinarse junto a él y atizar los rescoldos de la lumbre añadiendo un grueso tronco de olivo que extrae de un capazo de esparto situado al lado de la gran chimenea.
    Sus movimientos son ágiles y precisos, los propios de quien está habituado a realizar labores bien aprendidas a través de los años y de quien no conoce la pereza ni es amiga de perder el tiempo en cosas banales.
    Se mantiene en silencio mientras ella termina de avivar el fuego y espera a verla sentada de nuevo para abordar directamente el asunto que al parecer es su máxima prioridad.
    -¿Qué piensa que podemos hacer para llegar a un acuerdo sobre la Laguna Grande?
    Le devuelve sorprendida la mirada que él le dirige con franqueza y por un momento mantiene a raya las enormes ganas de reír que la asaltan. Poco o nada pueden hablar sobre algo que está perdido de antemano y que alguien se apropió con muy malas artes.
    No le es ajena la enorme preocupación de Engracia sobre la pérdida de esas tierras y ahora comprende el celo con el que siempre mantuvo el secreto de su origen.
    Fiel guardiana de sus amos, se habría dejado arrancar la piel antes de propiciar que el hombre sentado frente a uno de los seres a los que más ha amado en su vida consiguiera al fin sus propósitos.
    Le parece estar traicionándola al pronunciar sus siguientes palabras y renunciar a la lucha que desde hace unos años mantiene la aguerrida mujer por la supervivencia de la propiedad y todos sus habitantes.
    -Me gustaría que me hablase con franqueza, don Rafael.
    -¿Franqueza? Creo haber actuado en todo momento con una franqueza que a mi parecer ha rayado con la estupidez.
    -¿Por qué dice eso? Ya le he dicho que ignoraba completamente irregularidad alguna con respecto a esas tierras. He crecido en este lugar y nunca sospeché que ese lugar no perteneciera a La Pedralta.
    La cree, no le cabe la menor duda de que le esta diciendo la verdad. También siente crecer su admiración por ella, por su manera de conducirse en unos tiempos tan adversos y por las ganas de vivir que puede apreciar en el fondo sus expresivos ojos.
    Ganas de vivir que él ha perdido en los últimos tiempos y que sin embargo ha podido constatar que a su lado parecen haber renacido de las cenizas en las que se habían convertido.
    La alarma se abre paso en su embotada mente al comprobar que la curiosidad que experimentó cuando la vio por primera vez se está convirtiendo en una especie de anhelo por permanecer a su lado el mayor tiempo posible.
    El rencor y la revancha experimentada al encontrar los viejos legajos por los que tanto clamó su padre, parecen diluirse entre las brumas de su mente y pasar a un segundo plano cuando está con ella.
    Se esfuerza por no darle la impresión de ser blando pero se ve incapaz de abordar el asunto con la dureza que en un principio se había propuesto.
    -Mire, señorita......comprenderá que se trata de un asunto espinoso y un tanto incómodo para mí, máxime si tenemos en cuenta la actitud tan poco afortunada de esa mujer.
    “Esa mujer” No quiere ni llamarla por su nombre al referirse a ella y en cierto modo, no puede culparle por ello. Sería pedirle peras al olmo a decir de Engracia que pasara por alto el recibimiento del que ha sido objeto y que simulase que nada había sucedido.
    -Le ruego de nuevo que intente perdonarla, hablaré con ella y le pedirá disculpas. Me gustaría que exponga claramente lo que piensa hacer respecto a las tierras y tenga la absoluta seguridad que sus deseos serán respetados, le doy mi palabra de que así será.
    Sabe que cumplirá su palabra a pesar de tener que enfrentarse con esa endiablada mujer y recuerda las palabras del fiel Albino cuando lo vio enfurecido blandir ante él los papeles que demostraban la estafa de la que fue objeto su abuelo.
    “No se deje llevar por la cólera, don Rafael y mantenga la calma para solucionar este asunto, La Pedralta sin La Laguna perderá su esencia y lucharán por ella con uñas y dientes”

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  122. 122.
    Albino le hizo saber la delicada situación de sus vecinos y ahora tiene la total seguridad de tener el control sobre la situación. Motivo que le anima a ser cauto y no disgustar más a la joven que está pasando serios apuros para mantener la compostura en su presencia.
    Sabe que no puede justificar la actuación de su antepasado y mucho menos el comportamiento de la gobernanta que con sus actos la ha dejado a los pies de los caballos.
    Intenta no parecer altivo cuando le formula la pregunta directamente y espera su reacción sin perder detalle.
    -¿Qué sugiere usted como solución menos traumática, señorita?
    Agradece su deferencia al pedirle su opinión pero al mismo tiempo siente sobre ella la presión que la pérdida de una parte tan importante de la finca acarrearía sobre todos ellos.
    -Es a usted a quien corresponde proponer esa solución, don Rafael.......
    -¿Usted cree? La solución que yo manejo pasa por la devolución inmediata de las tierras y un detalle de buena voluntad al no iniciar acciones legales contra ustedes por usurpación de propiedad, amén de la exigencia de daños y prejuicios ocasionados durante estos años.
    -La solución que usted propone nos abocaría a una situación desesperada. Me imagino que estará al tanto de las dificultades que hemos sufrido durante estos años pasados.
    -¿Entonces?
    -Abusando de su indulgencia, yo le rogaría que nos facilitara algo de tiempo hasta el total restablecimiento de Maximiliano. Mis hermanas y yo le firmaremos cuantos documentos sean necesarios para que La Laguna Grande vuelva a sus manos como su legítimo propietario.
    Su candidez consigue conmoverlo por lo que tiene de ignorancia respecto al mundo real. Mucho más aviesa y vivida ha resultado la gobernanta que sabiendo perfectamente que lo tienen todo perdido ha optado por la calle de en medio al intentar quemar los papeles como método mucho más expeditivo.
    No lo ha logrado gracias a su rapidez de reflejos y ahora estará maldiciéndose por ello.
    -Lo que me propone es sencillamente inviable, señorita ¿Qué gano yo con ello?
    Tiene razón, no gana nada y reconoce que su propuesta no tiene ningún argumento de peso para inclinar la balanza a su favor.
    -Perdóneme, don Rafael, pensará que soy una joven estúpida que estoy intentando burlarme de usted y eso no es cierto, simplemente quiero encontrar una solución que no nos deje en el más absoluto desamparo.
    -Acepte entonces una propuesta que a continuación le formularé y que posiblemente termine con todo este embrollo de una vez por todas, señorita.
    Observa su rostro serio y concentrado, el ceño fruncido y una cierta palidez en los rasgos que se le antojan más duros que nunca.
    Es un hombre seguro de sí mismo que en estos momentos de debate entre sus más íntimos sentimientos y una cierta sensación de naufragio que no consigue ahuyentar y que le impide pensar con claridad.
    Sus ojos recorren lentamente a la muchacha sentada frente a él y que le devuelve una mirada expectante a la espera de una propuesta que consiga sacarles del atolladero en el que se encuentran metidos.
    -Usted dirá, don Rafael.
    -Le propongo matrimonio, señorita.
    -¿Perdón?
    -Me ha escuchado perfectamente, cásese conmigo y no será necesaria ninguna otra propuesta. Le ofrezco como regalo de boda la propiedad de La Laguna debidamente registrada ante notario y que pasará a ser de su exclusiva propiedad a raíz de contraer matrimonio conmigo.
    -¿Se ha vuelto loco? Yo no le conozco en absoluto.....
    -Me conocerá, tenga la completa seguridad de que así será.
    -¿Y si me niego?
    -Estaría en su completo derecho, señorita.

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  123. 123.
    Su inesperada proposición la deja totalmente helada y una enorme incomodidad comienza a abrirse paso en su mente. Jamás hubiera imaginado que algo así pudiese estar sucediéndole a ella y sin embargo debe obligarse a aceptar que esas palabras han sido pronunciadas.
    No entiende en absoluto el motivo por el cual le está ofreciendo convertirse en su esposa y recuerda los habituales comentarios de su tía Luz.
    “Debes pensar en aceptar alguna invitación para asistir a alguna fiesta, Julia. Ya vas teniendo una edad y no me gustaría que terminases siendo una solterona resentida como Engracia”
    Le resultaba extraña la forma en la que su tía se refería al estado de Engracia cuando ella también había elegido permanecer soltera.
    Quizá el hombre que la mira expectante a la espera de una respuesta considere al igual que su tía que ya no es una jovencita y le está haciendo un favor al proponerle matrimonio.
    -Verá, don Rafael....creo que se ha precipitado con su propuesta. Entiendo que ha pasado por una delicada situación y todavía no puede pensar con claridad cuando me ha.....
    No la deja continuar y se pone en pie para acercarse de nuevo hasta la ventana pudiendo comprobar a través de los cristales que la lluvia comienza a remitir y el viento ha dejado de azotar con fuerza las ramas de los árboles.
    Decide que ha llegado el momento de abandonar esta casa y regresar a la suya. Se lleva las quemaduras en sus antebrazos como algo irremediable pero no está dispuesto a soportar el sermón que al parecer le tiene preparado la joven como si su propuesta de matrimonio la llevase al cadalso y no a una vida más cómoda y sin tantas dificultades.
    Recorre con sus largas zancadas el amplio comedor y retira su abrigo negro de la percha donde fue colocado por la gobernanta cuando fue recibido por ésta.
    Todavía está algo húmedo pero no le importa. Quiere abandonar cuanto antes este lugar aún a riesgo de parecer descortés con la señorita Julia que parece haber enmudecido ante su reacción que la ha dejado con la palabra en la boca.
    -¿Se marcha?
    -Sí, creo que será lo mejor.
    -¿Le he ofendido en algo?
    Consigue de nuevo despertar en él la ternura y lamenta tener que parecer duro para mantener la poca dignidad que le queda.
    -No ¿La he ofendido yo a usted?
    -En absoluto ¿Por que dice eso?
    -Pues lo parece, señorita, lo parece.
    Comprende ahora que posiblemente le haya dado la impresión de considerar su propuesta como algo ofensivo cuando en realidad no ha sido así. Su inexperiencia le ha vuelto a jugar una mala pasada y ha pecado de irreflexiva.
    -Siento si le he dado esa impresión , don Rafael pero comprenda que no me esperaba algo así.
    -Bien, yo he dicho cuanto tenía que decir y espero su respuesta para cuando usted tenga a bien hacérmela llegar.
    El sonido de las gruesas suelas de sus botas negras parecen retumbar en su cabeza al abandonar el comedor y desaparecer por la puerta sin volver su mirada ni una sola vez.
    Toma asiento de nuevo frente a las llamas y alcanza a escuchar de nuevo su voz un tanto amortiguada pero fuerte al dirigirse con total seguridad a Engracia.
    “Manténgase alejada de mí, señora, buenos días”
    El golpe de la puerta de entrada al cerrarse con más fuerza de la debida parece aumentar la jaqueca que amenaza con atacarla sin piedad y la entrada atropellada de Engracia seguida de su tía Luz la obligan a encogerse en su asiento con pocas ganas de darles unas explicaciones que le demandan casi a gritos.
    -¿Qué ha pasado, niña? Este hombre se ha marchado hecho una auténtica furia.

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  124. 124.
    Evita dar respuesta a sus preguntas y se sitúa frente a la ventana desde donde alcanza a ver el cabriolé abandonando La Pedralta por el estrecho sendero que se pierde por la parte posterior de la casa en dirección al Tejar.
    Todavía puede vislumbrar su cabello largo y moreno en la distancia, también comprueba que jalea al caballo negro para que imprima velocidad a su trote como si quisiera dejar atrás cuanto antes el lugar y a los que allí habitan.
    Se da la vuelta y dos pares de ojos parecen taladrarla con la ansiedad reflejada en ellos. Engracia y su tía Luz han tomado asiento en sendas sillas muy cerca una de la otra, más juntas que nunca a su modo de ver.
    -¿Piensas dejarnos con esta incertidumbre lo que resta del día?
    La voz algo estridente de su tía y el obstinado silencio de Engracia no le hace presagiar nada bueno cuando conozcan la verdadera propuesta que su vecino ha dejado en sus manos como un regalo envenenado.
    Se sienta frente a las dos y traga saliva con dificultad buscando la manera más suave de ponerlas al corriente de lo que en este mismo salón se ha hablado por espacio de más de una hora.
    -Quiere la devolución de La Laguna y una compensación por estos años de apropiación indebida, según su criterio. Nos ofrece como muestra de buena voluntad no iniciar acciones legales contra nosotras en represalia por la reprobable acción que mi bisabuelo llevó a cabo mediante engaños para despojar a su abuelo de esas tierras.
    Silencio, silencio y estupefacción en las dos mujeres al escuchar sus palabras que matan definitivamente el hilo de esperanza que todavía albergaban.
    -Se presentó aquí con muy buenas palabras haciéndonos creer que él no era como su padre y su abuelo, nos confiamos y se ha limitado a asestarnos el golpe definitivo.
    Las palabras de Engracia no disimulan su rabia y su decepción. Años de lucha descarnada que han resultado inútiles porque al final tendrán que entregar por lo que tanto lucharon.
    -No conocí al abuelo de don Rafael, Tata pero te puedo asegurar que yo no me siento orgullosa de lo que hizo el mío.
    -Tu abuelo fue un hombre muy trabajador que se dejó la piel para que el día de mañana vosotras pudieseis tener el sustento asegurado.
    -No lo niego, posiblemente fuese como dices pero no lo hizo de manera limpia y de aquellos lodos vienen estos polvos.
    Su tía presiente que hay algo más de lo que su sobrina les ha contado. La conoce perfectamente a pesar de parecer que se mantiene al margen de lo concerniente a su familia. No es así, la preocupación la mantiene despierta muchas noches y este asunto le quita especialmente el sueño.
    -¿No ha dejado abierta otra posibilidad, Julia?
    Le admira la perspicacia de su tía que sospecha que hay algo más, al contrario de Engracia que lo cree todo perdido. No sabe muy bien el modo de comunicarles que le ha ofrecido matrimonio y con ello la solución a casi todos sus problemas.
    -No le sentado nada bien la agresión de Engracia, tía.
    La aludida parece darse cuenta al fin de las consecuencias que su irreflexiva acción puede haber desencadenado y permanece inusualmente callada para su costumbre.
    -No ha sido lo más recomendable pero ha perdido los nervios, no seas dura con ella.
    Julia requiere la atención de la mujer que permanece en silencio y sin apenas intervenir. No es su intención recriminarle nada pero al mismo tiempo le gustaría que ella misma reconozca que lo que ha hecho ha sido un error “Reconocer los errores de uno es muy importante para aprender la lección”
    Esa recomendación que tantas veces ella misma se ha encargado de que aprendieran, se la debe aplicar a sí misma.
    -Ha dejado otra posibilidad en mis manos, me ha ofrecido La Laguna como regalo si acepto casarme con él......

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  125. 125
    -¿Qué?
    La pregunta de Engracia, es más bien un grito de incredulidad que acompaña de un salto en el asiento que parece impulsarla como un resorte. Nunca antes la había visto tan fuera de sí, su cara congestionada por la cólera se sitúa a escasos centímetros de la suya y la obliga a mirarla agarrando su barbilla con dedos rígidos que parecen garfios.
    -¿Qué ese malnacido se ha atrevido a pedirte matrimonio? No debieron ser los papeles los que arrojase al fuego, a él debía haber lanzado a las llamas.
    Su reacción tan furibunda la deja desconcertada, cierto que nadie se esperaba semejante propuesta por parte de don Rafael pero la hizo con educación y simplemente se le daba una negativa para zanjar el asunto sin entrar en otros debates.
    La señorita Luz permanece un tanto aturdida ante el arranque de Engracia y sin saber reaccionar todavía a la noticia. Observa a su sobrina levantarse y sujetarla por un brazo en un intento infructuoso por calmarla cuando hacen su aparición alarmadas por los gritos dos de las muchachas.
    La joven Beatriz y una de las gemelas miran asustadas la escena que se desarrolla ante sus ojos y preguntan angustiadas por el motivo de tal escándalo.
    -¿Qué ocurre, Tata? Se escuchan tus gritos por toda la casa.
    Es entonces, cuando interviene doña Luz y se interpone en el camino de las dos jóvenes tratando de convencerlas para que regresen a la cocina cuando se escucha de nuevo la voz airada e incontrolada de Engracia explicando lo que ha motivado su tremendo enfado.
    Si piensa ese desgraciado que eres mercancía y te puede canjear por unas tierras, está muy equivocado. ¿Matrimonio.....quién se ha creído que es?
    La voz dulce de la gemela parece poner algo de cordura en la tensa situación y su pregunta inocente se dirige a su hermana mayor cuya palidez es evidente.
    -¿Don Rafael quiere que te cases con él, Julia?
    Intenta explicarle los términos en los que le hizo la proposición para no sacar las cosas de quicio y lograr algo de tranquilidad en la revolucionada familia.
    -Tranquila, Josefina, la Tata está algo nerviosa y no entiende que con decirle que declino su propuesta, se puede dar por terminado este malentendido.
    Beatriz no entiende tanto revuelo y sus pocos años le impiden pensar antes sus palabras, ya es demasiado tarde cuando las pronuncia y descubre sus consecuencias.
    -Me parece que no es para ponerse así, don Rafael es un hombre muy interesante y cualquier mujer estaría encantada de convertirse en su esposa. Me ofrezco voluntaria en caso de que Julia no acepte.
    El sonido de la bofetada parece resonar en la sala con especial fuerza y tan solo doña Luz entiende el porqué de tal acción. Lejos de arrepentirse por su gesto, Engracia parece dispuesta a repetirlo cuando la voz seca de don Tasio la frena de manera rotunda.
    -¡Ya basta, Engracia!
    El viejo maestro se acerca ayudado por su bastón hasta el lugar en el que permanece una conmocionada Beatriz que todavía no sale del estupor que el golpe le ha ocasionado. Las lágrimas comienzan a fluir incontenibles de sus ojos y la mano del hombre la obliga a volverse hasta él.
    -Vete a tu cuarto, Beatriz, más tarde iré para hablar contigo. Acompaña a tu hermana, Julia.
    Ninguna de las tres discute la orden del maestro y se dirigen hasta la puerta sin entender muy bien lo que ha sucedido para que Engracia levante su mano contra una de ellas. Doña Luz hace ademán de acompañarlas y la mano de don Tasio se lo impide de forma tajante.
    -No, usted quédese aquí, doña Luz.
    Tampoco ella se atreve a contradecirlo y regresa de nuevo a su asiento esperando temerosa el enfrentamiento al que con toda seguridad tendrá que asistir.
    -¿Se ha vuelto loca, Engracia.....nos hemos vuelto locos todos en esta casa?
    La mujer también parece salir del estado de enajenación vivido unos minutos antes y toma asiento al tiempo que se suena la nariz con el pañuelo que extrae del bolsillo de su delantal. Parece avergonzada y sin fuerzas para enfrentar la mirada reprobadora del maestro.

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  126. 126.
    El tremendo reproche en la mirada inusualmente dura de don Tasio es algo que no puede soportar fácilmente. Eso, y la bofetada propinada a Beatriz y de la que se ha arrepentido inmediatamente.
    Nunca antes había castigado físicamente a ninguna de ellas y lo considera imperdonable.
    Consigue a duras penas contener el torrente en que parecen haberse convertido sus ojos y cree llegado el momento de escuchar por fin las palabras siempre cargadas de mesura del maestro.
    La señorita Luz permanece también cabizbaja e incapaz de enfrentar la mirada del hombre que siempre les recomendó calma y sosiego antes de cometer una equivocación.
    Reconoce que se heló la sangre en sus venas al escuchar hablar a su hija del atractivo del hombre que era hermano suyo.
    Algo de lo que la joven no tiene culpa alguna pero comprende perfectamente la reacción de Engracia. Es más madre de Beatriz de lo que ella llegará a ser nunca.
    La voz claramente enronquecida de don Tasio, claramente molesta y algo más alta de lo habitual las obliga a ambas a prestarle atención en respetuoso silencio.
    -¿Es necesario que les diga lo mucho que me han decepcionado?
    Ninguna de las dos se atreve a contradecirlo y mucho menos a tratar de justificarse al ver el gesto de contrariedad que convierte la cara siempre amable del maestro en una máscara crispada.
    -Míreme, Engracia ¿No le pareció suficiente el bochornoso espectáculo de intentar quemar las escrituras de don Rafael?
    -Don Tasio, yo....
    -Cállese, no solo hizo eso.....logró que don Rafael resultara herido y en agradecimiento por su intachable reacción al no abandonar la casa de inmediato ¿qué hizo usted?
    -Yo se lo diré, golpeó a Beatriz que no es responsable en absoluto de los errores de sus mayores. Ha puesto a Julia en una situación imposible por el simple hecho de haberles puesto al corriente de una proposición de matrimonio que le han hecho a ella, señoras, no lo olviden.
    Ahora, sí interviene Engracia con la voz estridente que no la abandona desde que recibió por la mañana la visita de su vecino, y lo hace con un claro reproche en esa misma voz.
    -¿Ha pensado por un solo instante que voy a permitir a ese desgraciado que se salga por la suya?
    Don Tasio mueve pesaroso la cabeza al escuchar sus palabras llenas de rencor y revancha. No entiende el emponzoñamiento que este asunto ha logrado en la mujer sacrificada que siempre ha conocido. Años y años de lucha sin tregua han conseguido que no vea las cosas con la misma claridad con las que las ve él.
    -Sabe que no comulgo con ese rencor que usted arrastra, más, si tenemos en cuenta que si alguien ha resultado agraviado, ha sido precisamente don Rafael.
    -Usted no sabe nada, don Tasio, no ha vivido lo que otros hemos tenido que soportar durante muchos años.
    -Yo sé que esas tierras fueron robadas con malas artes, que esas tierras no pertenecen a La Pedralta y considero justo que su legítimo propietario quiera recuperarlas.
    -¿Aún a riesgo de que quedemos en una situación precaria?
    -Es preferible asumir ese riesgo que usted dice pero vivir con dignidad aunque sea de forma más humilde.
    -¿Más? Olvida usted que los últimos años han sido extremadamente duros y ahora que estamos a punto de recuperar la producción de los olivos y las tierras pueden ser sembradas al fin, ahora si nos desprendemos de la Laguna ser el final de esta familia.
    -Me sorprende esa forma trágica de ver la vida que usted tiene, me sorprende y al mismo tiempo me provoca una enorme hilaridad.
    -¿Le provoco risa?
    -Sí, creo que usted es una persona tremendamente egoísta y no quiere perder nada de lo que tiene.
    -Yo no tengo nada, don Tasio, tan solo cuento con mis manos para trabajar.
    -¿Y qué demonios hace entonces luchando por algo que no es suyo, ni siquiera es pertenece a la familia que usted dice defender?

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  127. 127.
    Acusa el golpe que su último comentario le ha causado y abandona el comedor con la poca dignidad que le queda. Se niega a escuchar al maestro que la acusa de cobarde por no enfrentar las cosas cara a cara.
    El día se presenta desapacible a pesar del cese momentáneo de la lluvia y por primera vez a lo largo de estos años se despreocupa de la comida que dejó en los fogones a la espera de que sus manos expertas le den el toque final.
    “No eres imprescindible, estúpida” Se lo repite a sí misma una y otra vez hasta que la frase se convierte en un coro infernal en su cabeza.
    Encamina sus pasos por el sendero angosto y resbaladizo e ignora la humedad que le cala hasta los huesos. Su curtido cuerpo se ha acostumbrado a los innumerables inviernos que por él han pasado y el caminar rápido pronto consigue calentar ese mismo cuerpo aterido hasta lograr un calor sofocante.
    Ni un alma se cruza con ella por los parajes desolados que deja atrás a su paso. Detiene su marcha en un momento dado para desprenderse de un tomo de barro considerable que se ha adherido a las suelas de sus viejas botas y le dificulta el caminar.
    Furiosas lágrimas de rabia parecen abrasar sus ojos y los recuerdos la acosan sin piedad hasta convertirse en insoportables.
    El cementerio aparece ante sus ojos con sus paredes de piedra sin encalar y empuja la puerta que permanece sujeta con una cadena hasta lograr abrirla lo suficiente para permitir la entrada de su cuerpo.
    Ya se encuentran en este lugar más personas amadas bajo tierra que las que pisan sobre ella. Avanza por un lateral hasta llegar al final mismo del recinto y encontrarse de frente con el panteón de granito gris.
    El nombre de doña Juana impreso sobre la dura losa parece bailar ante sus ojos y los recuerdos vuelven en toda su desolada crudeza hasta obligarla a retorcer sus manos en un esfuerzo sobrehumano para no autolesionarse.
    Los restos de la mujer que ejerció de madre para ella se le antojan un testigo mudo que observa la vida pasar ante sus ojos vacíos y espera el momento en el que al fin pueda reunirse con ella.
    Se sienta en una esquina de la fría piedra y su mano recorre lentamente las letras impresas en ella como queriendo encontrar un contacto que hace tantos años que no experimenta en su piel.
    El único contacto maternal que sintió en su vida provenía de esas mismas manos y las palabras de consuelo que escuchó, provenían de su boca.
    ¿Y qué hizo ella a cambio? Desoyó los consejos que tan sabiamente le ofrecía y se dejó engañar por las palabras aduladoras que un hombre desgranaba en su oídos adolescentes hasta anular su voluntad.
    Anuló su voluntad y le hizo creer que la convertiría en su esposa a cambio de traicionar a los seres que más la habían ayudado a lo largo de su vida.
    La convenció con artimañas para sustraer los papeles de compraventa de La Laguna y ella traicionó a los suyos sin saber que doña Juana era más larga que una soga según gustaba de decir ella misma.
    Estaba prevenida la mujer de las intenciones de tan galante pretendiente y el legajo que una enamorada Engracia le entregó una calurosa noche de agosto, tenía muy poco que ver con aquellas tierras.
    Decepción y vergüenza sintió la joven enamorada al verle escupir las venenosas palabras que le dedicó ya con el papel en sus manos.
    “Al fin recuperé lo que me pertenece, ya mi padre podrá descansar en paz y me resultó más fácil de lo que pensaba gracias a tu inestimable ayuda”
    Ya no era su mirada la de un hombre enamorado y la risa escapó de su boca como una cascada ante su mirada perpleja y desconcertada. Ya la traición se había llevado a cabo y a su inocente pregunta por el futuro de los dos, la respuesta fue tajante
    ¿Pero en algún momento pensaste que iba a perder mi tiempo con una zarrapastrosa como tú?

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  128. 128.
    Sus palabras todavía resuenan en su cabeza a pesar de haber pasado tantos años y sus innumerables esfuerzos por tratar de olvidar han resultado infructuosos.
    Tenía diecisiete años y una personalidad inmadura y poco dada a la reflexión. Don Rafael Caballero consiguió hacerla bajar de su particular nube hasta hacerla aterrizar en la cruda realidad.
    La había utilizado como un trapo viejo y después tirado a la basura cuando creyó haber alcanzado su objetivo.
    De aquel negro día tan solo conserva la satisfacción de ver su cara encolerizada al desplegar el legajo ante sus ojos y constatar que era un viejo papel en blanco.
    Pensó que se había burlado de él a propósito y contaba con la complicidad de doña Juana cuando esa idea distaba mucho de corresponderse con la realidad.
    El burlador burlado le propinó un despectivo empujón que dio con sus huesos en tierra y escupió las palabras frente a ella para que nunca las olvidara. Destilaban veneno esas palabras y ciertamente consiguieron su objetivo, nunca podría olvidar
    Regresó la muchacha a La Pedralta con la firme intención de abandonar para siempre aquellas tierras antes de que lo hiciese doña Juana con cajas destempladas.
    Se sintió el ser más ruin y rastrero del mundo al darse cuenta que había mordido la mano que le dio de comer. Al ser engañada por un patán que la utilizó para perpetrar una traición sin paliativos.
    Acaricia nuevamente la piedra de granito y por enésima vez pide perdón a la mujer que descansa bajo ella.
    No recibió los reproches que esperaba de doña Juana. La mujer la recibió con una sonrisa sardónica en sus labios y lo que le pareció un gesto victorioso al verla aparecer frente a ella convertida en una sombra de sí misma.
    “ ¿Ya recibió su merecido tu Romeo? “ Esa fue la pregunta que le hizo al tenerla frente a sí y ella no pudo mantener su mirada y se dirigió hasta su cuarto en la buhardilla dispuesta a meter sus escasas pertenencias en el pequeño petate en que a partir de aquel momento pensó que se convertiría su vida.
    “ ¿Dónde crees que vas? “ La voz airada de doña Juana la sorprendió anudando la vieja sábana en la que introdujo sus pertenencias. No tenía fuerzas siquiera para enfrentarla, la vergüenza que sentía era muy superior a su fuerza de voluntad y permaneció con la cabeza agachada hasta que la mano de la mujer la obligó a volverse hacía ella.
    “Tú no irás a ningún sitio, Engracia, tu lugar está aquí” De nada valieron sus esfuerzos para explicarle que la había traicionado y no era merecedora de permanecer un segundo más bajo su techo. En vano le rogó que la permitiera marchar para purgar su culpa lejos de allí y regresar al fango del que posiblemente procedía y que ella quiso evitarle al rescatarla de aquel oscuro hospicio del que se la llevó.
    “ Escúchame, pequeña y quiero que lo hagas con atención. Ese hombre retorcido te ha utilizado para vengarse de mí y no debes sentirte culpable por ello”
    Pero si se sentía y así se lo hizo saber entre lágrimas que apenas le permitían hilvanar dos frases seguidas, se ahogaba en su propio llanto y el temblor de su cuerpo no era producto del miedo por tener que abandonar el que hasta ahora había considerado su hogar.
    Era el asco que sentía hacía su persona y lo estúpida que había llegado a ser al dar la espalda a los únicos seres que se habían portado tan bien con ella.
    No aceptó doña Juana su marcha y la obligó a permanecer a su lado como si nada hubiera sucedido. Ella se juró no escuchar jamás las pretensiones de hombre alguno y devolver con creces a la familia que la acogió, todo lo que habían hecho por ella.
    Un año después le llegó la noticia de la boda de don Rafael pero ya ni siquiera le dolió. Su corazón había adoptado la dureza del pedernal y así continuó en lo referente a sus sentimientos.
    Era una joven bonita y muy despierta que recibió numerosas proposiciones de muchos jornaleros que pasaron por La Pedralta a lo largo de los años. Nunca quiso escuchar a ninguno, a todos los despachó con la misma arrogante frialdad.

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  129. 129
    Hoy ha sentido de nuevo abrirse la herida al escuchar a su querida Julia y sus nervios se han desatado hasta hacerla perder el control. Ha abofeteado a su pobre Beatriz y eso es algo que jamás se podrá perdonar.
    Nadie la abofeteo a ella cuando llevo a cabo su repudiable acción. Tampoco nadie le recriminó su conducta a la señorita Luz y sus consecuencias posteriores.
    Ambas engañadas por el mismo hombre y hoy al encontrarse sus miradas, las dos han sabido de inmediato que estaban siendo injustas.
    Porque doña Luz sabe lo que le sucedió a ella con el padre de Beatriz y Rafael. Se encargó Bosco de ponerla al tanto para prevenirla en lo sucesivo de mantener ningún tipo de contacto con él.
    Les hizo ver la utilización de que habían sido objeto por parte de su vecino y tan solo el convencimiento que tenía Bosco de que volcó su odio contra los Caballero a través de ellas dos les permitió perdonarse en parte.
    Doña Juana era de la misma opinión y sabía que utilizaría cualquier medio para salirse con la suya. Una joven inexperta y fácilmente manipulable era presa fácil en sus manos.
    Sin embargo fue la más mayor de las dos la que sucumbió ante el caramelo envenenado que éste les ofrecía y se entregó a una relación que llegó más allá de lo recomendable.
    Nunca hablaron entre ellas de don Rafael padre. Sentían el mismo odio por él y al mismo tiempo se consideraban dos estúpidas engañadas.
    Se reclina sobre la piedra intentando buscar el olvido e ignora el frío que se acrecienta sobre su ropa humedecida.

    El sonido de los goznes de la puerta le recuerda que debe engrasarlos con algo de aceite. Maximiliano levanta los ojos de la pleita que tiene en las manos y observa a su visitante hasta que la muchacha cierra la puerta a su espalda y se acerca hasta llegar a su lado.
    Aprieta levemente su hombro y se inclina hasta besar suavemente su rasposa mejilla. Ni recién rasurado consigue que su cerrada barba de suavidad a su cara.
    Responde al beso y la mira de soslayo adivinando que ha estado llorando. Los ojos enrojecidos y las ojeras se lo dicen sin necesidad de preguntar y tan solo le queda averiguar el motivo.
    -¿Cómo has pasado la noche?
    -Bien, creo que en poco tiempo estaré listo para reanudar la vida normal, las fuerzas parecen haber regresado y ya puedo dar paseos más largos sin tener que sentarme en la primera piedra que encuentro a mi paso.
    -No debes tener prisa, lo primero es recuperar la salud y luego, dios dirá.
    Se sienta Julia al lado del fuego y extrae de una pequeña bolsa de tela lo que parece ser un pan redondo que enseña al hombre con una sonrisa en la cara. La primera impresión que ha tenido al verla entrar se desvanece para dar paso a un moderado optimismo.
    -Toma, esta mañana han cocido Engracia y Ernestina el pan y han hecho unas tortas de manteca.
    Maximiliano no se hace de rogar y sujeta la exquisita torta entre sus manos llevándola hasta su nariz y aspirando su olor con verdadero gozo.
    ¡Condenada Engracia! Sabe que es una de las cosas que más le gusta y se prodiga poco para amasarlas. Argumenta refunfuñando que requieren de mucho tiempo y eso es algo que no le sobra precisamente a ella.
    Comienza a devorarla con verdadera fruición consiguiendo que la sonrisa de Julia se agrande hasta ocupar toda su cara. Demasiado tiempo hacía que no lo veía comer con un apetito tan voraz.
    Ella lo mira en silencio hasta que termina de comer y se da cuenta que el color va regresando poco a poco a su tez cetrina y un leve aumento de peso le da una apariencia más saludable. En los últimos meses parecía un cadáver andante.
    -¿Y ahora me vas a contar lo que ha pasado, niña?
    -¿Por qué supones que ha ocurrido algo?
    -Muy sencillo, he perdido la salud durante este tiempo pero la vista me funciona perfectamente.

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    Adivina de inmediato que no le resulta fácil dar contestación a la pregunta. Es de las cinco hermanas Hidalgo, la más trasparente para él y tiene un carácter muy parecido a su difunto padre. Seres carentes de maldad y con un carácter apacible.
    Sin embargo, al contrario que le sucedía a Bosco. Su hija no ha heredado la firmeza del padre a la hora de tomar decisiones difíciles y busca las vueltas a las cosas para no tener que enfrentarlas.
    Algo que siempre le ha recomendado desde temprana edad haciéndole ver la necesidad de dejar de lado en algunas ocasiones ese carácter débil que le impide hasta alzar la voz en situaciones violentas.
    -Hoy hemos tenido problemas en la casa.....
    Deja el esparto en el suelo y renuncia a seguir tejiendo las finas hebras para prestar atención a una nerviosa Julia. Nerviosa como nunca antes la había visto y que provoca su alarma.
    -¿Problemas?
    -Sí, Engracia se ha marchado como alma que lleva el diablo y no la encontramos por ningún sitio.
    -¿Qué ha pasado?
    -Es largo de contar.....se presentó don Rafael a eso de las diez de la mañana y lo recibió Engracia para tratar el tema de La Laguna. Traía con él las escrituras originales que al parecer encontró no hace mucho tras años de estar desaparecidas, es más, las habían dado por destruidas durante el incendio que provocó su abuelo.
    -¿Qué quería?
    -Explicaciones, eso quería.
    -¿Y?
    -Engracia le arrebató las escrituras y las lanzó a las llamas. Don Rafael intentó impedirlo y resultó con quemaduras en los brazos.
    -¡Santo dios! Esta mujer es una insensata.
    Le hace un relato pormenorizado de lo acontecido unas horas antes pero él sabe que hay algo más de lo que le está contando. Desde pequeña ha tenido la costumbre de retorcer sus manos cuando algo la molestaba especialmente o trataba de ocultarlo.
    -¿No ha pasado nada más?
    Julia levanta al fin la mirada que ha mantenido mirando fijamente sus manos entrelazadas y sabe que ha llegado el momento de ponerlo al corriente del motivo que provocó la cólera de Engracia y su posterior huída.
    Puse en conocimiento de Engracia y de mi tía Luz la propuesta que me hizo don Rafael y eso provocó la hecatombe. Nunca antes la había visto comportarse así, Maximiliano y debo decirte que todavía no logro explicarme qué fue lo que la enfureció de tal modo que hasta tuvo que intervenir don Tasio y hablarle con una dureza que jamás le he visto utilizar con nadie.
    -¿Qué propuesta fue esa?
    Nuevamente el silencio y un ligero temblor en su labio inferior que la hace parecer más vulnerable de lo que es.
    -Me pidió matrimonio y como regalo me ofreció la propiedad de La Laguna.
    ¡Vaya! Ya sabe lo que motivó la furia de Engracia, también sabe que arremetió contra ellas ante la imposibilidad de hacerlo contra sí misma.
    -¿Qué actitud adoptó tu tía Luz?
    -Esa es otra, por un enloquecedor instante presentí que eran una sola. Años de odiarse soterradamente, cuando no, abiertamente y esta mañana se han unido en un frente común contra don Rafael.
    Esperaba una reacción parecida en Maximiliano y su desconcierto aumenta al no encontrar rastro de enfado en su cara, al contrario, una sonrisa aparece tímidamente en su boca hasta hacerse mucho más abierta.
    -No lo entiendo, te estás riendo de algo que ha resultado sumamente desagradable.
    -Ni lo entenderás, Julia, ésto es algo que solo entienden ellas dos.

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    Le resulta curioso el devenir de las cosas con el transcurso de los años y la situación presente acrecienta su sensación de que todo vuelve tarde o temprano.
    La rivalidad entre las dos familias ha tenido momentos de distensión por la actitud conciliadora de Bosco y anteriormente, de doña Juana.
    También por parte de la madre de don Rafael que era amiga de doña Juana y con la que mantuvo esa amistad a pesar de la oposición de su marido. La muerte del padre consiguió que las aguas volvieran a su cauce y propiciaron años de tranquilidad ¿Qué ha pasado para que el hijo remueva en el pasado hasta encontrar el motivo que inició la confrontación?
    Posiblemente, la pérdida de su mujer haya sido el detonante y las mujeres mayores de La Pedralta ayudaran en su intento de buscar la verdad.
    Observa que Julia lo mira expectante en espera de una respuesta que no le puede dar en su totalidad. No es a él a quien corresponde hacerlo.
    -¿Dónde se habrá metido esta mujer? Me tiene preocupada.
    Maximiliano vuelve a sonreír ante la aflicción que percibe en su voz y nuevamente los recuerdos se amontonan en su cabeza al recordar al padre de la muchacha. Muy distinto hubiera sido todo de no haber perdido la vida a edad ten temprana.
    Sus planes para con sus hijas eran muy diferentes a los que al final han tenido que vivir.
    -No te preocupes por ella, estará bien.
    -Muy tranquilo te veo, no hemos dado con ella por sitio alguno.
    -Yo sé el lugar al que ha ido a refugiarse, pierde cuidado.
    -¿Dónde?
    -Está en el cementerio dándole las quejas a tu abuela, siempre hace lo mismo cuando algo no sale según sus planes.
    La seguridad con que hace tal afirmación consigue devolverle la tranquilidad y ve llegado el momento de sondear la opinión del hombre respecto a la propuesta de don Rafael.
    -No te has pronunciado sobre lo otro.....
    -¿Qué es lo otro?
    -No me tomes el pelo, te he dicho que don Rafael me ha ofrecido matrimonio.
    La sonrisa se borra de su boca en ese preciso momento y su gesto se torna grave y un tanto concentrado en busca de una respuesta que está muy lejos de encontrar.
    -¿Te ha explicado el porqué de esa propuesta?
    -No te entiendo ¿Que tenía que explicar?
    -Mujer....uno no va por ahí ofreciendo matrimonio alegremente.
    Comprende que tiene razón al hablarle así, más si se tiene en cuenta que de los cuatro adultos que viven con ellas. Los cuatro permanecen solteros como si de una dinastía se tratase.
    -No me aclaró nada, se limitó a dejar su propuesta frente a mí y me dijo que esperaba mi respuesta.
    -Entonces eres tú quien debe tomar la decisión.
    Los improperios que lanzó Engracia al comunicarle la noticia, todavía resuenan en su cabeza de manera insistente. La amenaza de que esa boda se celebraría por encima de su cadáver y el gesto de asentimiento de su tía Luz le dan una clara pista de cual debe ser su respuesta.
    -Declinaré su oferta, Maximiliano.
    -¿Te ofendió que te pidiera matrimonio?
    -No fue algo ofensivo, no es en absoluto un hombre desagradable, quizá, algo seco pero me ofreció la oportunidad de terminar de una maldita vez con este litigio.
    -¿Entonces?
    -Tenías que haber visto a Engracia y a mi tía, parecía que era el mismo demonio quien me pidió matrimonio. No veo motivos para un odio tan exacerbado, la verdad.
    -Y no lo hay, simplemente se trata de asuntos personales suyos y tú no tienes nada que ver en ello. Que ellas resuelvan sus cuitas y te dejen decidir a ti en libertad.

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    Realmente, le causó extrañeza el comportamiento de ambas que parecían unir sus fuerzas en contra de don Rafael y que ante su petición de matrimonio parecieron olvidarse de La Laguna de manera inmediata.
    Posiblemente hay algo que ella ignora y es tiempo de averiguarlo porque ya no es una niña a la que puedan mantener al margen de todos los problemas que se presentan en torno a La Pedralta. Si pierden esa parte de la propiedad, pueden vender la casa de la ciudad que nunca utilizan y aprovechar ese dinero hasta que las circunstancias no sean tan adversas.
    Devolverá lo que no les pertenece y que en modo alguno debe permanecer en su poder. Decide salir en busca de Engracia y aclarar de una vez por todas, los malentendidos que últimamente han minado la convivencia entre ellos.
    Secretos celosamente guardados, simulaciones y ocultaciones que es necesario que salgan a la luz cortando de raíz el clima enrarecido que respiran.
    Observa el mutismo de Maximiliano, no parece estar dispuesto a darle más explicaciones y ella tampoco quiere presionarlo a pesar de encontrarlo mucho mejor. Al fin parece quedar atrás la enfermedad que doblegó su formidable cuerpo y consiguió debilitar su férrea voluntad.
    -Me marcho, Maximiliano.
    El hombre parece reaccionar tras unos minutos en los que ha permanecido callado pero no por eso ha dejado de darle vueltas a la situación que la muchacha le ha presentado.
    Siempre ha sido el contrapunto que Engracia necesitaba. El lugar en el que Luz se ha refugiado todos estos años y sin embargo, si es necesario un golpe de autoridad, está dispuesto a darlo a pesar de no contar todavía con todas sus fuerzas.
    Ha dejado mangonear a Engracia a su antojo, ha permitido que dirigiera sus vidas y tomara las decisiones importantes acomodándose a la situación sin pensar en nada más.
    Ahora, no, es tiempo de dejar oír su voz y recordarles que la decisión última es la suya y que sin su firma, nada se puede mover en La Pedralta.
    -¿Dónde vas, Julia?
    -A buscar a Engracia, me tiene preocupada.
    -No debes estarlo, de peores ha salido esta endiablada mujer.
    -Maximiliano......he estado pensando algo que me gustaría hablar contigo.
    -Tú dirás.
    -¿Qué te parecería si ponemos a la venta la casa de la ciudad?
    -¿La casa de tu padre? ¡Ni hablar!
    -Pero, Maxi.....sería una ayuda para remontar la situación tan grave que vivimos, de no ser por el grano que nos han prestado para la siembra, ni cosecha tendríamos …..
    -¿Hemos tenido que pedir prestada la simiente?
    Demasiado tarde se da cuenta Julia de su error. La severa advertencia de Engracia de la necesidad de ocultarle lo que había sucedido con el grano que él tenía almacenado para evitar que se disgustase, había sido en vano.
    -Había grano de sobra para la siembra ¿qué ha pasado?
    -Lo siento...no te había dicho nada porque Engracia nos prohibió que te mencionásemos nada.
    -He estado enfermo pero todavía puedo pensar ¿qué pasó?
    -Se echó a perder, al abrir las tinajas para sacarlo, vimos que el gorgojo lo había devorado.
    -¡Santo dios! ¿Cómo Engracia no estuvo atenta?
    -No lo sé....ha estado muy preocupada por ti, Maximiliano y no tenía la cabeza para muchas complicaciones. Se descuidó y cuando nos dimos cuenta, era demasiado tarde.
    -¿A quién le pidió el grano?
    -A don Rafael, se tragó su orgullo y fue a verlo.
    -¿Se lo prestó así...sin más?.
    -A ella, no....me lo prestó a mí.

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    Maximiliano avanza por la pequeña sala tratando de digerir el hecho de tener que pedir prestada la materia prima para la siembra y la impotencia se apodera de él. Ocho meses convaleciente es demasiado tiempo para que todo siga igual.
    Engracia es una solvente administradora de la casa pero no es tan hábil con los asuntos agrícolas que han sido siempre competencia suya.
    Se acerca hasta la joven que permanece cabizbaja y abrumada por haberse ido de la lengua y las manos fuertes sujetan sus hombros obligándola a mirarlo de frente.
    -No quiero verte así, Julia. Me encuentro ya con fuerzas para ir asumiendo responsabilidades y poner orden en este manicomio.
    Lo cree, siempre ha estado ahí desde que tiene memoria para llevar adelante la herencia que les dejó sus padres y no hay nadie en el mundo en quien confíe más.
    Sabe que vela por sus intereses como si fuesen los de sus propios hijos. También comprende a Engracia por evitarle la más mínima preocupación hasta que esté completamente restablecido.
    -Me alegro mucho de verte mejor....ahora espero encontrar a Engracia y tratar de entender su conducta.
    -No te preocupes por ella. Ya te dije donde está y antes de verla tú, es muy posible que venga ella por aquí.
    -¿Estás seguro?
    -La conozco mejor que nadie, más incluso que ella misma aunque se crea la más lista del mundo, no lo es.
    La acompaña hasta la puerta y el viento frío les recuerda que están en pleno invierno. Quedan dos meses por delante hasta que la primavera haga su aparición y suavice las temperaturas.
    -¿Cuándo remitirá este tiempo tan desapacible?
    -Lo hará, cuando la siembra tenga un palmo de alta, entonces comenzará el buen tiempo.
    La sigue con la mirada por el estrecho camino y se resiste a volver al interior, al confortable calor que le ofrece la chimenea y a la comodidad de su mecedora.
    A lo lejos puede observar las humeantes columnas de humo que brotan del tejado de La Pedralta y ansia poder regresar de nuevo a la casa y retomar su trabajo como antes.
    Don Tasio se ocupa de todo el papeleo pero no tiene la menor idea de otros menesteres para los que no está preparado.
    El hombre está deseando su restablecimiento, no solo por el aprecio que le tiene y que es mucho. La tarde anterior le confesó en su visita diaria lo mucho que lo echaba en falta y su impotencia por no conseguir entenderse con las mujeres mayores.
    Las chicas eran algo totalmente diferente. Entre otras cosas, porque se había encargado de su educación y las había mantenido apartadas en cierta forma de la influencia negativa que según él, recibían de dos mujeres absolutamente ancladas en el pasado y en su propia amargura.
    Algo que compartía totalmente. Engracia y Luz querían volcar en la nueva generación sus frustraciones y visión de la vida sin pararse a pensar en el daño que esto podía provocarles
    Pero eso ya no se dará, conforme siente regresar la energía a su cuerpo y las fuerzas comienzan a acompañarle, más grande es su disposición a pegar un golpe en la mesa y poner a cada uno en su sitio.
    No ha pasado ni media hora de la marcha de Julia cuando la puerta se abre sigilosamente y Engracia hace su aparición como si de un espectro se tratara. Su cabello antaño negro, presenta numerosas canas y puede comprobar que ha perdido bastante peso.
    No abre la boca hasta sentarse frente a él y acercar sus manos moradas hasta ponerlas sobre las llamas.
    Maximiliano espera expectante hasta que un ligero olor a vello quemado lo hace reaccionar y se abalanza sobre ella apartándola del fuego sin muchas ceremonias.
    -¡Ya basta, Engracia!

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    Su tono excesivamente alto y la rapidez de movimientos al apartarla de las llamas le devuelven de nuevo al Maximiliano de siempre. Al que conoció cuando ambos eran prácticamente dos niños y junto al que creció y llegó, primero a la edad adulta y ahora a la madurez.
    Enmudece por la emoción que le produce su restablecimiento. Ha sufrido en este tiempo lo indecible por su enfermedad y por la sensación que le producía su estado de indefensión.
    Lo comparaba con los viejos robles del camino de las ánimas y sobre todo, con uno de ellos al que alcanzó un rayo en una tarde de tormenta y consiguió derribarlo.
    La diferencia era, que el roble terminó muriendo y su esqueleto ennegrecido y retorcido permaneció por mucho tiempo recordándoles que nada permanece para siempre hasta que él mismo se encargó junto a otros jornaleros de arrancar sus raíces muertas de la tierra que le habían dado vida durante tantos años.
    El roble que él encarna, no ha corrido la misma suerte y ha sido capaz de regenerarse y echar brotes verdes aferrándose a la vida. Todavía no ha alcanzado la frondosidad de antaño pero al fijar en él sus ojos enrojecidos por el llanto, comprende que se encuentra en el camino de lograrlo.
    Nada de lo que pueda decirle podrá enturbiar la alegría que la inunda en este momento. De nuevo está de vuelta el hombre que más seguridad ha infundido a su vida.
    -Al parecer ha habido novedades importantes que me imagino que pondrás en mi conocimiento ¿me equivoco?
    No pone atención a su tono jocoso y en el que percibe cierta tensión junto a una buena dosis de enfado. Sus sentidos tan solo quieren disfrutar de la vida que rezuman sus movimientos y de la nueva energía que aprecia a simple vista.
    -¿Ya te han venido con el cuento?
    La misma mujer altiva de siempre a la que no le gusta que le recriminen sus equivocaciones. Puede engañar a todo el mundo pero con él nunca logrará hacerlo, la conoce demasiado bien.
    -Tengo todo el tiempo del mundo para conocer tus explicaciones ¿Qué ha pasado con don Rafael?.
    Puede observar su crispación y la mujer envalentonada de un rato antes va dejando paso a la chica vulnerable de sus años de juventud.
    -Ese maldito hombre encontró los documentos de propiedad de La Laguna. No ardieron en el incendio que su abuelo provocó y lo que no logró el malnacido de su padre, lo ha logrado él.
    -Esas tierras les pertenecen, Engracia, lo sabes tan bien como yo.
    -Ahora las reclamará y dejará La Pedralta en mucho menos de la mitad de su valor, eso también lo sabes ¿verdad?
    Lo sabe, claro que lo sabe y las dificultades que han sufrido durante los últimos años se convertirán ahora en verdaderas penalidades.
    -Nos arreglaremos, entre todos podremos salir adelante.
    -Y no contento con humillarnos y restregarnos en la cara la propiedad de La Laguna. No contento con eso se ha atrevido a proponer matrimonio a Julia...pero no lo conseguirá, no sin pasar por encima de mi cadáver.
    La indignación brota con cada una de las palabras que brotan de sus labios y sus manos crispadas parecen querer abrazarse a sí misma como una fuerza excesiva hasta que la voz airada de Maximiliano la obliga a regresar a la realidad.
    -¿Por qué por encima de tu cadáver, Engracia? Julia no es de tu propiedad, ya puede tomar sus propias decisiones sin pedirte permiso, ni a ti ni a nadie.
    -No me hará eso....ello no me hará eso...
    -¡Maldita sea! Olvida de una vez el pasado y céntrate en el presente. Las muchachas han crecido, no son niñas a las que tengamos que cuidar y proteger como hemos hecho hasta ahora.
    -Nos necesitan, todavía nos necesitan.
    -Tú crees que te necesitan pero en el fondo es a ti a la que antepones a los demás, siempre se ha hecho tu santa voluntad y creo que ha llegado el momento de pararte los pies.

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    La incredulidad en su cara, se mezcla con el gesto de dolor y sobresalto que sus palabras le causan. Le cuesta asimilar que las está pronunciando alguien al que tanto ama y sin embargo no parece estar dispuesto a retractarse de lo dicho.
    -Eso que estás diciendo es tremendamente injusto Maxim......
    -¿Injusto? Puedo ser muchas cosas, Engracia ¿Pero injusto?
    Debe reconocer que no, injusto nunca lo ha sido. Tampoco se le puede atribuir falta de generosidad ni que enmascare las cosas, odia la mentira, es un ser luminoso y limpio como pocos.
    -Retiro lo dicho, no eres injusto pero al menos conmigo en este momento estás siendo duro, muy duro.
    No lo amilana su gesto de mujer sufriente. Precisamente por no querer nunca herirla, ha permitido que las cosas llegaran a un punto de difícil retroceso.
    No tiene arrestos para interrumpirlo cuando comienza a desgranar las veces que le aconsejó que si le solicitaban su declaración en el contencioso de las tierras, dijera la verdad.
    El rencor se emponzoña en el alma humana y nos convierte en seres rencorosos que no vemos más allá de nuestros supuestos agravios.
    Reconoce la mujer que siempre le aconsejó lo mismo pero ella es fiel hasta más allá de la muerte a doña Juana y mucho más tras la traición que le propinó tan inmerecidamente.
    -Yo me debo a doña Juana y lo sabes ¿No deben estar ellos por encima de todo lo demás?
    Le hace gracia su vehemencia al referirse a “Ellos” Como si no hubiera nadie más que ella para honrar su recuerdo y velar por los intereses de la estirpe que dejaron a su cargo.
    -¡Por dios, Engracia! Déjate de actuaciones melodramáticas, al menos conmigo. Quería a doña Juana tanto como tú y le estaba tan agradecido o más de lo que tú puedas estarlo.
    -¡No! No lo estás, de estarlo no permitirías que arrebaten esas tierras a sus nietas.
    El estallido de cólera de Maximiliano la coge totalmente desprevenida. El cesto de esparto que estaba tejiendo atraviesa la sala hasta estrellarse al otro lado y derribando a su paso el jarro de barro que utiliza para beber la leche.
    Nunca antes lo vio tan enfadado y mucho menos con una reacción tan violenta. Se encoge en la silla ante su imponente presencia que se parece haber acrecentado y su boca enmudece incapaz de articular palabra alguna.
    -Ella,ella y ella. Nadie más que ella para querer a los demás, la más sacrificada, la más abnegada y entregada. Los demás a su lado no somos más que ingratos egoístas ¡Despierta, Engracia!
    Despierta y date cuenta de la realidad a la que has dado la espalda. No puedes tener amarrada a la gente que te quiere de una forma tan absorbente.
    Déjales decidir por sí mismas y enfrentar su vida sin tener que pedirte permiso hasta para respirar.
    -Lo dices por Julia y la propuesta de ese miserable ¿verdad?
    -Lo digo por todo, Engracia. Tienes que aflojar la mano y asumir que ya son mayores.
    -Y lo hago, Julia ha tenido que hacer frente al trabajo que antes realizaban los hombres. Todas nos hemos esforzado por que tu convalecencia fuese tranquila, lo hemos pasado muy mal, Maximiliano.
    Sus palabras casi consiguen que afloje su presa porque también tiene parte de razón pero no está dispuesto a dejarse manejar de nuevo y quiere que le quede claro.
    -Bien, yo estoy ya en condiciones de retomar poco a poco el trabajo. Me encontraré con don Rafael y trataré de llegar a un acuerdo que nos permita devolverle las tierras de forma gradual.
    -Eres un confiado, no entiendes lo que está tramando, podrá engañaros a todos vosotros pero conmigo no lo ha logrado.
    -¿De qué estás hablando, Engracia? Ves oscuras intenciones por todos sitios.
    -Él la quiere a ella, lo vi en sus ojos cuando la miró por primera vez y supe que ella era el trofeo que quería arrebatarnos.
    -¡Estás loca, completamente loca!
    -Puede ser, te advierto una cosa y hablo muy en serio, no conseguirá sus propósitos, no en tanto yo continúe con vida.

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  136. 136.
    No quiere Maximiliano continuar con la discusión, a pesar de quererla como a una hermana, su testaruda actitud consigue sacarle de sus casillas. Es por ese motivo que prefiere dejar enfriar el asunto y llevar la conversación hacía otros derroteros.
    Pero se encuentra con su negativa a dejarlo correr y nuevamente lo enfrenta acusándolo de blando al permitir a don Rafael que continúe con sus planes de entrar en la familia.
    -No te entiendo....me cuesta creer que conociendo a esta gente no te pongas de parte de Julia y seas el primero en aconsejarle que no mantenga ningún tipo de contacto con alguien que lleva esa mala sangre.
    Es más de lo que su carácter bonachón puede soportar. Años y años de silencio ferreamente guardado terminan haciéndole estallar y Engracia sabe perfectamente que ha traspasado un límite que nunca debió pasar.
    El gesto transfigurado de su rostro cetrino se le antoja una amenaza cierta. La tensión en la enorme envergadura de su cuerpo le devuelven al hombre que hasta hace unos meses cuando la enfermedad se apoderó de él, imponía con su sola presencia.
    Ahora lo tiene de nuevo frente a ella y el fiel compañero de vida está dispuesto a desenterrar algo a lo que siempre se negó y que se hizo con su total oposición.
    Ella sabe que está dispuesto a hacerlo, rompiendo la promesa que un día le hiciera hace ya más de treinta años y sus piernas se niegan a sostenerla por más tiempo obligándola a buscar el asiento más cercano.
    Sus palabras le llegan lejanas, en una especie de bruma que la devuelven a los años más negros de su vida y le recuerdan su propia estupidez.
    Pero se mantiene sentada en la silla y la palidez de su cara se acentúa conforme Maximiliano va desgranado la triste historia de un desengaño primero y de una ignominia después.
    “Juré silencio....y durante todos estos años intenté comprender la actitud de una madre que renuncia a su hijo sin volver la vista atrás.
    Una madre que a su vez fue abandonada en un hospicio y que siempre se lamentó por ello ¿Qué puede pasar por la mente de una mujer para renunciar a su propio hijo aunque éste haya sido fruto de un engaño y una traición?
    Te puedo asegurar que intenté comprenderte y no lo conseguí del todo, todavía hoy siento en mis brazos el calor de aquella criatura cuando la entregué a don Rafael Caballero. Lo arrebató de mis brazos y aún hoy experimento el frío que me quedó en ellos, no me hables de renuncias, Engracia.....no a mí que fui obligado a hacer algo que todavía me pesa.
    Claro que durante años cedió la presión de don Rafael sobre la propiedad de La Laguna. Le habían pagado un alto precio por ella y él fue quien disfrutó de ese pago”
    Engracia permanece como una efigie de piedra, ni un solo músculo de su cara parece cobrar vida y las palabras de Maximiliano se convierten en flechas envenenadas que consiguen dar en la diana de un corazón que parece inmune al dolor.
    Porque dolor con mayúsculas es el que ha experimentado a lo largo de su vida y el movimiento comienza a regresar lentamente a su cuerpo devolviendo algo de color a su rostro y su boca logra articular las palabras a pesar del notorio temblor de su labio inferior.
    -Me la tenías guardada, Maximiliano, no importa que haya pasado medía vida porque en el fondo de tu ser, nunca has conseguido perdonarme.
    Se mantiene fuerte en su posición, no le resulta indiferente el dolor de la mujer que parece traspasarlo con la mirada. Ya nunca más volverá a ser el hombre débil al que puedan manejar según les convenga.
    -No te tengo guardado nada, Engracia. Creo llegado el momento de poner las cartas boca arriba y asumir la realidad.
    -No tienes derecho.....es algo me pertenece a mí exclusivamente.
    -No, ya no es de tu exclusiva propiedad, dejó de serlo en el mismo momento en que renunciaste a ello.


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  137. 137.
    Tiene razón, el asunto dejo de ser asunto suyo en exclusiva al cabo de tres meses y cuando los vómitos matinales y un ligero aumento de su vientre alertaron a doña Juana de que algo sucedía con su pupila.
    No había sondeado a la joven para saber hasta dónde había llegado su relación con don Rafael pero entonces comprendió que había sido hasta el final y una furia ciega se apoderó de ella por no haber sabido prevenirla contra alguien que tan solo buscaba hacerles daño.
    Abordó el asunto con una Engracia que no sabía muy bien el modo de hacer frente a la llegada de un hijo en su condición de mujer soltera y decidió hablar con el causante de semejante afrenta.
    A pesar de las diferencias entre las dos familias. Doña Juana siempre mantuvo una relación que trascendía la simple vecindad con la madre de don Rafael primero y de su nuera Rosalía después.
    Supieron dejar de lado los interminables pleitos que los hombres tenían entre manos y no permitieron injerencia alguna por su parte en lo relativo a su amistad.
    Puso en antecedentes de lo sucedido a doña Blanca, una mujer refinada y culta que contrajo matrimonio con el abuelo de don Rafael cuando apenas contaba con veinte años.
    Nunca entendió doña Juana lo que pudo ver una mujer como ella en el tosco e inestable hombre con el que se casó.
    Porque siempre adoleció de una cierta inestabilidad mental que a veces exasperaba hasta a su propia esposa a pesar de sus modales delicados y que siempre huía de cualquier confrontación.
    Doña Blanca escuchó a una indignada doña Juana que la puso al corriente del estado de su protegida y le pidió que hablase con su hijo para encontrar una solución.
    Se enteró entonces de la inminente boda de su hijo que se celebraría unos meses más tarde pero la mujer se ofreció a hacerse cargo de la criatura que estaba por venir al mundo.
    Así se lo expuso a una ausente Engracia que no parecía tener el más mínimo interés en lo que las dos mujeres habían tratado. Como si no fuese con ella la delicada situación en la que se encontraría al nacer su hijo.
    ¿Fue un intercambio lo que hicieron al entregar al niño nacido seis meses después? Engracia no parecía verlo así. Doña Juana asistió impotente al desarrollo del embarazo que la joven madre intentó ocultar hasta el final.
    Su figura delgada y menuda apenas daba pistas sobre su estado y el último mes permaneció recluida en la casa sin apenas dejarse ver por nadie. Maximiliao tenía entonces diecinueve años pero supo que algo no andaba bien cuando una madrugada de mediados del mes de abril le despertó la mano nerviosa de doña Juana.
    “Levántate, Maxi....date prisa” La premura con la que lo acompañó hasta la casa ya le dio que pensar. Engracia permanecía en la habitación de doña Juana en un estado de semis-insconsciencia y a su lado permanecía en la cama un pequeño bulto que se movía ligeramente acompañado de un apenas perceptible gemido.
    Se acercó con el corazón encogido hasta el minúsculo fardo y con manos temblorosas retiró el suave lienzo que lo cubría. Un recién nacido con una mata de pelo negro cubría su redonda cabecita y unos ojos grandes luchaban a través de sus párpados por abrirse al mundo.
    El joven retrocedió unos pasos espantado y mirando a doña Juana con los ojos desorbitados en espera de una explicación. Pero esa explicación no llegó y la mujer recogió con cuidado al niño de la cama y lo puso en los brazos del sorprendido muchacho.
    “Llégate hasta El Tejar y entrega el niño a doña Blanca”
    Enmudeció Maximiliano incapaz de comprender lo que le estaban pidiendo. Doña Juana termino de arropar al niño con una pequeña manta y advirtió de nuevo al joven de la necesaria discrección.
    “Ten cuidado con él y mantenlo bien arropado, procura que nadie te vea y regresa de inmediato”
    La protesta murió en su boca nada más comenzar a articularla. Su mirada regresó hasta la mujer que permanecía acostada en la cama y el calor que el cuerpecito transmitía a sus brazos comenzó a parecerle insoportable.


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  138. 138.
    Doña Juana lo acompañó hasta la salida insistiendo en la necesidad de mantener arropada a la criatura. Una vez dispuesto a emprender el camino, la mujer retiró por un instante la manta que tapaba la minúscula cara y dibujo en su frente una pequeña cruz retirándose de inmediato al interior.
    Todavía no había amanecido pero ya comenzaba una tenue claridad que alumbraba el camino que debía seguir.
    El niño pareció encontrarse cómodo en los fuertes brazos que lo sujetaban con delicado cuidado y se mantuvo dormido durante todo el trayecto.
    Los seis kilómetros de distancia se le hicieron eternos por un lado y por otro se le antojaron un suspiro cuando llegó a las mismas puertas del Tejar y golpeó quedamente el pesado aldabón dorado temiendo al niño.
    No tuvo que esperar mucho para que le fuera franqueada la entrada y fue el mismo don Rafael quien le urgió a pasar al interior invitándolo a seguirlo guiados los por la luz incierta de un candelabro.
    Recorrió el interminable pasillo hasta desembocar en un dormitorio situado al final de la enorme casa y comprendió que se hallaban en la zona de servicio.
    Allí les esperaba una mujer de unos treinta años a la que no reconoció y que también parecía haber abandonado la cama de manera precipitada. Cubría sus hombros con un chal de lana negra y llevaba por toda vestimenta un camisón blanco y largo hasta los pies.
    En ese preciso momento le fue arrebatada la criatura de los brazos por don Rafael y la entregó a la mujer que rápidamente lo estrechó contra su generoso pecho.
    Ni una palabra se pronunció en la habitación, el silencio parecía cubrir con un manto espeso la entrega que le había sido encomendada y que tan solo fue roto por la llegada de doña Blanca que pronunció un cortés saludo e invitó a los dos hombres a abandonar la estancia.
    Regresó por el mismo lugar y siempre tras los pasos de don Rafael que lo acompañó hasta las afueras del jardín.
    Las siluetas de los rosales y los árboles frutales ya se podían percibir con las primeras luces del alba y los alegres trinos de los pájaros comenzaban a anunciar el nuevo día.
    Una mano se posó en su brazo sujetándolo como si fuese una garra de hierro y los ojos oscuros parecieron traspasarlo con una mirada de advertencia.
    “Olvida que has estado aquí, jamás permitas que nadie sepa cómo llegó mi hijo hasta mí y repite mis palabras a tu señora. Advierte a la desgraciada de Engracia que si alguna vez se le ocurre acercarse hasta aquí, la mataré con mis propias manos ¿Me has entendido?”
    Maximiliano experimentó en ese momento una cólera que nubló su razón y retiró de forma violenta la mano rígida que lastimaba su brazo.
    Sujetó por la pechera de su ropa al altivo don Rafael y con una sola mano lo elevo más de un palmo del suelo hasta que sus ojos se encontraron frente a frente.
    “Ahora me va a escuchar usted a mí, si algo le sucede a Engracia, si la importuna en algún momento, seré yo el que venga y lo mate a usted”
    No hay titubeo alguno en el tono de su voz que parece cortar el aire como un cuchillo. Lo deja caer al suelo impulsándolo al mismo tiempo a más de un metro de distancia y lo ve trastrabillar en un intento vano por mantener el equilibrio.
    No lo consigue y termina con sus huesos en el suelo ante la figura amenazante de Maximiliano. Por un instante ha tenido miedo por su integridad física y la prudencia le aconseja dejarlo ir.
    Regresó a La Pedralta a plena luz del día y se dirigió a las cuadras para comenzar la larga jornada de trabajo. Se encontraba poniendo los aperos a una de las mulas cuando la figura de doña Juana se recortó al contra luz en el marco de la entrada.
    -¿Has realizado el encargo sin novedad?
    El lacónico sí que recibe por respuesta consigue erizar su piel y comprende que el muchacho no tiene ganas de hablar, se da la vuelta y abandona el lugar hasta que la voz de Maximiliano la hace detenerse.


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    Su voz suena fuerte y clara, con un punto de furia que le es imposible reprimir y obliga a doña Juana a desandar el trecho recorrido y regresar a las cuadras.
    -¿Creen que han ganado ustedes?
    El reproche lleno de amargura no parece provenir de un muchacho tan joven y callado como Maximiliano. Nunca ha dejado oír su voz y mucho menos ha buscado el enfrentamiento con nadie desde que llegó a La Pedralda siendo apenas un niño.
    La mujer acorta la distancia que les separa y siente que le debe una explicación por los hechos acaecidos durante la noche. Una necesidad interior que a pesar de sus muchos años, nunca antes había sentido con tanta fuerza.
    -Eres muy joven, Maximiliano. Un día entenderás que las cosas no son como parecen.
    Deja de luchar con la cincha de la mula que al parecer hoy resulta más corta y difícil de sujetar que otros días y sucumbe al dolor que atraviesa su pecho como una puñalada.
    Apoya la cabeza en el flanco del animal y deja fluir el llanto silencioso que estrangula su garganta desde que regresó del Tejar.
    Doña Juana acaricia su brazo ante la imposibilidad de hacerlo con su cabello. El muchacho le saca más de dos cabezas de altura y su cuerpo menudo parece empequeñecerse al lado de la gran envergadura del fiel rapaz.
    Rapaz, así lo ha llamado hasta ahora en que al fin ha comprendido que el niño quedó definitivamente atrás y se encuentra ante un hombre hecho y derecho.
    -Nadie ha perdido en este asunto, Maximiliano. Ha ganado esa criatura que hoy has entregado a su abuela y su padre.
    Ese día se enteró por boca de don Rafael que el niño era hijo de Engracia y de él. Doña Juana se lo corroboró ante su negativa a creer que la muchacha hubiera podido ser tan ilusa.
    -Ese niño debería haberse quedado aquí, doña Juana ¿Acaso no hubiéramos podido sacarlo adelante entre todos?
    El rostro pensativo y circunspecto parece asentir con la cabeza para inmediatamente hacer un gesto de negación y ponerlo en antecedentes de lo sucedido en los meses anteriores al alumbramiento.
    -Cometí un fallo, un error que ha llevado a este desenlace. Fui a ver a doña Blanca para ponerla en antecedentes de lo que su hijo había hecho a Engracia esperando que le diera sus apellidos al niño y no fuese considerado un bastardo.
    Doña Blanca es una buena mujer y reconvino a su hijo por su acción. Le aconsejó que se portase como un hombre de bien y atendiese su obligación moral como padre.
    Una noche se presentó aquí y descargó todo su veneno contra nosotros. Está lleno de odio y no olvida el incidente que mi marido tuvo con su padre.
    Nos acusa de su locura cuando ese hombre está así desde que yo le conozco. Casi reduce a cenizas el Tejar provocando el incendio del año pasado y motivo por el cual tuvieron que recluirlo en el sanatorio de Ciudad Real.
    Nos ofreció dejar las cosas quietas respecto a la Laguna Grande. Se comprometió a no recurrir a la ley para desenredar la madeja si le entregábamos a la criatura que alumbrara Engracia.
    En un principio, me negué categoricamente y entonces nos amenazó con quitarnos al niño una vez hubiera nacido ¿Qué podíamos hacer?
    Acaba de casarse con una mujer perteneciente a una de las mejores familias de Madrid. Es una mujer enfermiza que posiblemente no pueda darle un hijo. Hizo una jugada maestra y nos ató de pies y manos.
    -¿Y doña Blanca....cómo permitió esto?
    -¡Ah, rapaz! El niño es sangre de su sangre y se puso de parte de su hijo.
    -Un niño debe estar al lado de su madre, doña Juana. No puedo creer que Engracia haya permitido semejante barbaridad.
    -Ella es la parte más débil en todo este asunto, espero que nunca se arrepienta de lo que ha hecho.

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    Se obligó a sí mismo durante todos estos años a tratar de olvidar el origen del niño que entregó una madrugada de principios de primavera pero nunca olvidó, dónde y con quién estaba.
    Los tres primeros años permaneció sin verlo porque no hubo excusa para visitar la propiedad vecina y tuvo que ser con motivo del fallecimiento de doña Blanca el momento de poner de nuevo los pies en ella en señal de respeto.
    Un año antes había muerto su marido pero el entierro se realizó casi de tapadillo y cuando se vinieron a enterar, el entierro ya había sido llevado a cabo.
    Nunca se atrevió a preguntar a doña Juana por él. La mujer visitaba regularmente el Tejar una vez por semana y había seguido el desarrollo del niño desde sus primeras semanas de vida.
    Recordaba perfectamente su sonrisa de felicidad cuando regresaba de sus visitas semanales y a las que no le acompañaba Engracia en los primeros años.
    No supo muy bien el momento exacto pero un día la vio acomodarse en el cabriolé negro que la mujer usaba para sus desplazamientos y a partir de ese día lo siguió haciendo en todas y cada una de las visitas de la señora.
    El día que celebraban el funeral, doña Juana lo envió a presentar los respetos de la familia Hidalgo acompañados de un gran centro floral traído expresamente de Ciudad Real.
    Habían pasado tres largos años y al fin volvía al lugar que parecía atraerlo en sus sueños al escuchar las risas y juegos de un niño pequeño.
    Y allí estaba, en el hermoso jardín de la casa solariega y acompañado por una mujer vestida totalmente de negro y que luchaba para que el inquieto niño terminase la merienda sin moverse a cada instante de la silla.
    Pensó que se trataría de una criada pero enseguida desechó la idea. La mujer era distinguida y muy fina, con una piel increíblemente clara y delicada que se apercibió de su presencia y llamó su atención con una voz dulce como pocas había escuchado a lo largo de su vida.
    -¡Muchacho!
    -Buenas tardes, señora, vengo de parte de la familia Hidalgo.
    -Qué hermoso ramo.....a doña Blanca le hubieran encantado, amaba las flores ¿Sabes?
    El timbre de su voz le suena a música celestial por la dulzura que destila. Acostumbrado a la voz de trueno de doña Juana y a la estridente de Engracia que siempre grita al hablar. La voz de doña Rosalía se le antoja una dulce melodía en la cálida tarde de junio.
    -La acompaño en el sentimiento, señora.
    -Muchas gracias, ha sido algo inesperado, mi suegra aún era una mujer joven.
    Asiente Maximiliano y permanece por un instante hipnotizado por la presencia del niño moreno que lo observa con atención y francamente sorprendido por el tamaño del muchacho que todavía carga con el centro floral en sus manos.
    -¡Perdona! Permíteme que lleve las flores al interior.
    Abandona la silla en la que estaba sentada y retira el centro floral de sus manos al tiempo que le encarga la vigilancia del niño.
    -Echa un ojo a mi hijo, por favor, enseguida vuelvo.
    La sigue con la mirada hasta verla desaparecer por las grandes puertas de la entrada pero enseguida se centra en el niño que lo mira expectante a la espera de captar su atención.
    Su cabello es negro y rizado y no puede evitar buscar en los pequeños rasgos de su cara algo que le recuerde a Engracia. Y lo encuentra sin necesidad de retroceder en el tiempo y abundar en sus recuerdos.
    Sus ojos, la misma viveza en ambos y el brillo que en su madre ha dado paso a un velo de tristeza, en su hijo parece un fogonazo de luz.
    La nariz recta y perfecta también es herencia de su madre. No quiere sugestionarse y encontrar a Engracia en todos y cada uno de los gestos del pequeño pero una enorme alegría lo inunda al comprobar lo mucho que esta criatura se la recuerda.

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    El pequeño parece tener ganas de jugar y llama su atención ofreciéndole una de las galletas que componen su merienda, algo a lo que accede Maximiliano en un acto impulsivo y deseoso de poder acariciar la mano con la que el niño le ofrece la galleta.
    Se demora en el contacto deseando poder acercarlo contra su pecho al igual que hizo aquella aciaga madrugada.
    No ha podido olvidar y no logra entender como su propia madre puede vivir sin tenerlo a su lado. Pero entiende también que no es precisamente una madre lo que le falta al niño.
    Doña Rosalía regresa instantes después y lo encuentra comiendo la galleta, algo que le provoca un sofoco importante al hombre ya adulto pero que arranca la sonrisa de la mujer.
    -Perdone.....el niño ha insistido mucho, disculpe el atrevimiento.
    -No tienes que pedir disculpas, muchacho. Mi hijo es muy persistente cuando se lo propone.
    Toma asiento de nuevo frente a la mesa y el pequeño Rafael se encarama a sus rodillas siendo acogido por los brazos amorosos de la mujer que lo estrecha fuertemente contra sí. Amor, amor rezuman todos y cada uno de sus gestos hacía el niño, y ternura, una ternura que aprecia sobre todo en el brillo de sus ojos cuando su mirada se detiene sobre la pequeña carita.
    -Me marcho, señora, con su permiso.
    -Dale las gracias a doña Juana de mi parte y trasládale mi deseo de una pronta visita. Con el fallecimiento de mi suegra me vendrá muy bien su compañía y será algo que le agradeceré, buenas tardes.
    Se despide Maximiliano con un extraño júbilo en su interior. El niño Rafael sigue acomodado en los confortables brazos de su madre y sus inquietos ojos amenazan con cerrarse ante la llegada inminente del sueño.
    Sintió desde ese día la necesidad imperiosa de ver regularmente al pequeño. Buscó un acercamiento más estrecho con el mayoral del Tejar con el que hasta entonces había mantenido una relación un tanto distante y terminó convirtiéndose en uno de sus mejores amigos.
    Albino era conocedor de que el pequeño era hijo de don Rafael, al igual que lo sabía, Francisca, su mujer. Ignoraban la identidad de su madre biológica pero tenían la certeza de que el niño llegó al Tejar dos meses antes de celebrarse el matrimonio de sus padres.
    La discreción y la fidelidad regían sus vidas y jamás elucubraron sobre el origen del único hijo de los señores. Tampoco les extrañó tanto, eran conocedores de la vida disipada que había llevado en su juventud y que mantuvo hasta su inesperada muerte en una oscura calle de la capital.
    Esa amistad permitió a Maximiliano estar cerca del niño primero y del joven más tarde. Nunca faltaba a su cita semanal en el Tejar donde almorzaban los domingos y a cuyo almuerzo se unía siempre el pequeño.
    Creció en completa libertad aunque vigilado muy de cerca por doña Rosalía que suplía las prolongadas ausencias de su marido con una dedicación plena a su hijo. Pudo comprobar Maximiliano el extraordinario amor que siempre mostró hacía él y constatar ese amor logró tranquilizar su a veces inquieta conciencia.
    También su padre sentía un amor ilimitado por su hijo, amor no exento de un exacerbado orgullo teñido de admiración. El niño creció y se convirtió en un joven espigado para dar paso más tarde a un hombre fuerte y responsable.
    Siempre fue muy responsable. La delicada salud de su madre les obligó a trasladarse a la capital donde el joven Rafael terminó sus estudios. Fueron esos los años en los que menos pudo verlo Maximiliano y esperaba con verdadera ansiedad el regreso de la familia para la temporada estival en la que permanecían por espacio de dos meses en la propiedad.
    Muchas veces estuvo tentado de hablarle a Engracia del niño, las mismas veces que se vio obligado a morderse la lengua y guardar silencio. No podía entender su frialdad cuando visitaba a la familia Caballero acompañando a doña Juana y permanecía impasible ante la presencia de su hijo.
    Igual de impasible era su gesto cuando coincidía con don Rafael, a veces le daba la impresión de que miraba en su dirección y tenía la capacidad de no verlo.

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    Totalmente hermética en sus sentimientos, ningún gesto que denotara lo que la presencia del hombre que la utilizó provocaba en ella.
    A veces se le antojaba una efigie de piedra como las que flanqueaban las puertas de hierro de acceso al jardín del Tejar.
    Se preguntó muchas veces porqué seguía acompañando a doña Juana a un lugar en el que crecía un hijo suyo y que era criado por otra mujer. También le extrañaba que pudiera mantener la mirada del hombre que tanto daño le hizo sin ni siquiera pestañear.
    Pero con el paso de los años se reafirmó en su primera impresión. El hombre le resultaba invisible y para ella no existía en absoluto.
    Le costaba más entender que permaneciera impasible ante el niño que albergó durante nueve meses en sus entrañas y una tarde de final de verano y aprovechando que Engracia se encontraba en el pueblo, aceptó la invitación de doña Juana para tomarse una limonada en el porche que utilizaban en verano para combatir los rigores estivales.
    -Siéntate conmigo, Maximiliano ¿Ya terminaste con los animales?
    -Sí, Bosco ha salido a dar un paseo y seguro que a darse un baño.
    -¿No le has acompañado?
    -No, estoy cansado.
    -Tienes razón, muchacho, toma una limonada conmigo.
    Sigue distraidamente los movimientos de las manos de la mujer mientras le sirve una generosa ración del delicioso líquido y su mirada recorre el paisaje amarillento que trae consigo el final del verano.
    La llanura se extiende hasta donde alcanzan sus ojos y se convierte en una línea recta en el infinito. La tierra, siempre la tierra en sus pensamientos y sin embargo esta calurosa tarde comprende que necesita respuestas que tanto tiempo lleva buscando.
    La pregunta le quema en los labios como un hierro candente que su extraordinaria timidez le impide formular de manera precisa.
    Pero doña Juana le conoce mejor de lo que él mismo piensa y su nerviosa postura en la silla consigue delatarlo muy a su pesar.
    -¿Ocurre algo? Te encuentro inquieto, sabes que cualquier problema que te surja puedes contármelo con absoluta confianza.
    -Vera.......se trata de Engracia.
    -¿Qué pasa con ella?
    -¿Por qué sigue acompañándola hasta el Tejar? No quiero verla sufrir y esas visitas le hacen daño.
    La mirada de doña Juana se mantiene durante unos segundos escrutando la cara del muchacho en un intento desesperado por saber el verdadero alcance de su pregunta. Tan callado siempre y con tanto dolor en su interior.
    -¿De dónde sacas que visitar el Tejar le hace daño a Engracia?
    El golpe en la mesa hace moverse peligrosamente la jarra de cristal que contiene la limonada y los dos vasos tintinean formando una curiosa sinfonía en el atardecer y sorprendiendo a doña Juana que comprende que ha subestimado al joven sentado frente a ella.
    -¿No le hace daño ver que su hijo llama madre a otra mujer? No las entiendo a ninguna de las dos, me espanta la naturalidad con la que asumen una situación que a mí ….a mí me quita el sueño.
    Son las palabras pronunciadas con tanto sentimiento las que consiguen hacerla reaccionar y entender la tormenta desatada en lo más profundo del alma del muchacho y que no puede mantener silenciado por más tiempo.
    -No sabía que todavía te duele este asunto ¿Qué quieres saber?
    -Me gustaría saber el motivo, doña Juana, el motivo que las impulsó a entregar al niño de esa manera, no consigo entenderlo.
    -Eres muy joven, hijo.....muy joven.
    -Bien, soy joven pero quiero saber.

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    Reconoció doña Juana el derecho a saber que tenía el muchacho al que obligaron a entregar el niño y supo reconocer en su alma frágil y sentimental el dolor que arrastraba desde entonces. Demasiado cruel se le antoja ahora que lo obligaran sin darle una explicación y en este preciso momento quiere cerrar la herida de una vez por todas.
    Le enumeró una por una las afrentas de que hubiera sido objeto un niño sin padre y le reconoció su error al intentar que doña Blanca intercediese para dar al niño el apellido paterno.
    Ella lo intentó pero consiguió el efecto contrario cuando su hijo le aseguró querer a ese niño a su lado. Ese fue su objetivo desde el principio y sabedor del daño que provocaría en ambas mujeres se presentó una noche en la Pedralta para dirimir el asunto entre ellos.
    Aprovechó que tanto don Perfecto como Bosco llevaban fuera unos días y cerró el trato con las dos mujeres. Engracia ya estaba a punto de dar a luz y prácticamente no abandonaba su cuarto en todo el día.
    Arrastraba una extraña depresión que la mantenía ausente la mayor parte del tiempo y ni las largas charlas con doña Juana y sus desesperados intentos por insuflarle un ánimo que estaba muy lejos de sentir conseguían que remontase el vuelo.
    Nadie era conocedor de su estado de buena esperanza. Achacaban su ausencia a una enfermedad y no la molestaban a la espera de su recuperación.
    Acordaron la entrega inmediata del recién nacido a su padre y éste a su vez les aseguró mantener silencio sobre su procedencia. A cambio les prometió no volver a revindicar sus derechos sobre las tierras y mantener una buena vecindad.
    ¿Fue el pequeño Rafael una moneda de cambio? Maximiliano pensó que sí a pesar de las súplicas de doña Juana asegurándole que no les quedó otro remedio. Don Rafael amenazó con acudir a la justicia si no le era entregado el niño y formar un escándalo en el que Engracia sería la principal perjudicada.
    Sabían que la justicia les quitaría el niño y entonces llegó el momento de las lamentaciones. Echaron tierra a un asunto que a día de hoy permanece en secreto y que convirtió a Engracia en la mujer amargada que siempre ha sido.
    Tres largos años permaneció tras el parto sin reconocer que había dado a luz una criatura. Tres años en los que ni siquiera preguntó una sola vez a doña Juana por el niño al que visitaba regularmente todas las semanas. Hasta que un día le pidió acompañarla y así lo hizo pese a las reservas de la mujer ante su reacción al encontrarse frente a frente con su hijo.
    Pero esa reacción la sorprendió incluso a ella. Engracia miró a su hijo y le sonrió, una sonrisa triste que se clavó en el alma de doña Juana como un afilado cuchillo.
    Comprendió que esa criatura era ya el hijo de otra mujer, una mujer que le dedicaba su vida en exclusiva y por cuyo afecto ya era tarde para competir con ella.
    Don Rafael estalló en cólera al encontrarla junto a su hijo y buscó el momento oportuno en que doña Juana, su hijo y su nieto pasaban unos días en la capital para presentarse de improviso en la Pedralta.
    La encontró en la cocina de la casa afanándose en preparar unas confituras y la abordó a traición advirtiéndola de muy malos modos de lo que pudiera sucederle si volvía a encontrarla cerca de su hijo.
    Su respuesta le quedó clara y consiguió meterle el miedo en el cuerpo a pesar de su brabuconería. En cuestión de segundos se encontró el cuchillo con una afilada hoja de más de veinte centímetros presionando el punto exacto de su yugular y el terror lo dejó paralizado.
    Sabía que estaba dispuesta a matarlo, lo adivinó en el fondo de sus ojos donde pudo vislumbrar la locura y escuchó sus palabras muy cerca de su boca al tiempo que el acero comenzaba a hundirse lentamente en su carne.
    -Si vuelves a repetir nuevamente que no quieres que me acerque al niño, te mataré como el puerco que eres......
    La llegada de Maximiliano le permitió recobrar la esperanza de vivir. Le sujetó la mano que manejaba el cuchillo y se lo retiró lentamente al tiempo que le hablaba suavemente al oído.

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    Don Rafael no se detuvo a pedir explicaciones y abandonó la Pedralta llevándose la impresión de haber tenido mucha suerte con la llegada del muchacho. También se marchó con la seguridad de que no le habría temblado el pulso a la madre de su hijo a la hora de rebanarle el cuello.
    Ese episodio se le quedó grabado a fuego a Maximiliano y le hizo entender mejor la controversia interior de Engracia. Había perdido a su hijo, sí, lo cual no quería decir que estuviera dispuesta a permitir que el padre de dicho hijo la amenazara y mucho menos que la humillara.
    Han pasado casi treinta años desde que tuvo que afanarse para quitar de su mano el cuchillo que hubiese arruinado su vida por completo.
    Mucho ha cambiado la vida de la mujer que lo mira expectante por saber hasta dónde está dispuesto a llegar con sus reproches.
    Pero él no le tiene miedo en absoluto. Si ella arrastra una herida en su corazón, la suya no es menos importante y el tiempo del silencio se ha roto definitivamente entre ellos.
    Posiblemente se han enquistado sus respectivas heridas por no ponerle remedio en su momento y la mal entendida discreción se ha convertido en una pesada losa que los aplasta bajo su peso.
    Continuaron las visitas semanales hasta que doña Juana enfermó y después murió. Nunca volvió a poner pegas don Rafael a esas visitas y mantuvo una prudente distancia con la madre de su hijo.
    Fue la propia Engracia la que llegó al convencimiento de que nada sería como antes tras el fallecimiento de doña Juana y que carecía de sentido su presencia en el Tejar si no era acompañándola a ella.
    Hubo por tanto un periodo de tiempo en el que no volvió a ver a su hijo. Bosco contrajo matrimonio y comenzaron a llegar las niñas que ocupaban gran parte de su tiempo dando la impresión de paliar su sufrimiento.
    Pero no era así, la añoranza estaba ahí, silente pero latente cuando en los atardeceres oteaba el horizonte en la misma dirección siempre. Esperando que el viento le trajera siquiera el olor del niño que crecía lejos de ella.
    Retomó doña Josefina la amistad de su suegra con la mujer de don Rafael y las visitas al Tejar volvieron a repetirse permitiéndole ver de nuevo a su hijo y comprobar que iba camino de dejar atrás la niñez.
    La muerte de Bosco interrumpió la relación y las cosas volvieron a su estado anterior. La responsabilidad la sepultó con toda su descarnada crudeza y pareció aceptar la nueva situación dedicándose con todas sus fuerzas a sacar adelante a la que consideraba por entero su familia.
    Dicen que la distancia es el olvido pero no siempre es así. No conlleva el olvido la distancia pero si el ver las cosas desde un prisma diferente.
    Los años se sucedieron entre la lucha diaria por subsistir y el alejamiento paulatino del joven Rafael
    que ya permanecía más tiempo en la capital y raramente regresaba al Tejar.
    ¿Se alegró Engracia de la muerte inesperada de don Rafael padre? Maximiliano tuvo en su momento la impresión de que fue así pero no quiso precipitarse en sus conclusiones. Lo que sí conllevó su muerte fue el alejamiento casi absoluto de la familia Caballero y los lazos se rompieron hasta hacía apenas unos meses.
    Cuando de nuevo regresó a sus vidas, el niño se había convertido en un hombre adulto al que Engracia apenas reconoció. Vino exigiendo algo que tanto les había costado y la tormenta se desató en el interior de una mujer que durante toda su vida no había hecho otra cosa que perder una a una las cosas que más le habían importado.
    Maximiliano presta ahora atención a una anormalmente silenciosa Engracia, tal vez esté rumiando su comportamiento totalmente desquiciado y vea llegado el momento de ponerle remedio.
    Es ella misma la que inicia la conversación asumiendo que el hombre que se sienta frente a ella ha llegado a un punto en el que no está dispuesto a permitirle las mismas cosas que les han llevado a la situación actual.

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  145. 145.
    -Di lo que tengas que decir, Maximiliano.
    Su tono cansado y en cierta forma un tanto derrotado es lo que más llama su atención. La siempre vivaz e incansable mujer ha dado paso a un ser desconocido que espera pacientemente el reproche merecido.
    Haciendo un repaso de sus vidas. El hombre ha llegado a la conclusión de que ambos están unidos por lazos más fuertes y sólidos de lo que ellos mismos pueden imaginar.
    -Engracia.....necesito respuestas, saber el motivo por el que rechazas a tu propio hijo ¿cómo has podido vivir todos estos años sabiendo que otra mujer ha ocupado el puesto que en justicia te correspondía a ti?
    -No puedo reprochar nada a doña Rosalía, de todo este embrollo, ella es posiblemente la más víctima de todos nosotros.
    -¿Víctima?
    -Sí.....solo tengo agradecimiento para ella en el fondo de mi corazón. Se tiene que tener mucha grandeza para sentir al hijo que tu marido tuvo con otra mujer como si hubiera salido de tu vientre.
    Ella fue más madre que yo, amó a Rafael por encima de todas las cosas y le dedicó su vida por entero. Tener resentimiento a una persona así sería lo más ruin del mundo.
    Calla Maximiliano ante sus sensatas palabras y al fin va comprendiendo su razonamiento. Nunca ha sentido odio hacía la mujer que crió a su hijo. Al contrario, sabiéndola a su lado pudo encontrar la tranquilidad que su alma necesitaba y aceptar los designios del destino.
    -No hablo de doña Rosalía, sobradas muestras de que ha sido una madre extraordinaria he tenido. Hablo de ti, de tus propios sentimientos.
    Le ofrece ahora su perfil tratando de huir de su mirada escrutadora a pesar de saber que es tarde para hurtarle una información que le debe desde hace demasiado tiempo.
    Continúa hablando despacio, como buscando las palabras precisas, medidas y que surgen directamente de su corazón.
    -Crees que no tengo sentimientos, es eso ¿verdad?
    -No, te conozco demasiado bien como para hacer un análisis tan simple, busco respuestas a tu reacción de ahora, cuando ha vuelto tu hijo convertido en un hombre adulto y te has revuelto contra él como una fiera.
    Acusa el golpe, hasta ella misma se sorprendió de su reacción y no es hasta este preciso momento en el que reúne las fuerzas necesarias para encontrar un razonamiento lógico.
    -Tienes razón, ahora puedo decírtelo puesto que ya están las cartas boca arriba. Cuando me enteré que había regresado al Tejar......sentí unas irrefrenables ganas de verle y me presenté ante él con la excusa de pedir prestada la simiente para la siembra.
    Ya te contó Julia lo sucedido con el grano y la excusa era perfecta para presentarme allí.
    -¿No fue ese reencuentro lo que esperabas?
    -No......me topé con un hombre desconocido que me recordó tanto a su padre.....
    -Volvió hundido, había perdido a su mujer y a su hijo ¿qué esperabas?
    Por primera vez desde que iniciaron la conversación puede ver lágrimas en sus ojos. No era sólo el dolor por la pérdida que había sufrido su hijo, era algo más. Comprobar en primera persona que el hombre que se enfrentaba a ella no era ya el niño que esperaba encontrar.
    -Me trató mal, con suficiencia e incluso algo de desdén.
    -Debiste esperar a que se calmaran las aguas. Es un hombre amargado y tú sabes bien de lo que hablo, una persona herida tiende a revolverse contra todo y contra todos.
    -Puede ser.....cuando regresó y me enseñó las escrituras originales de La Laguna....ahí me derrumbé yo. De nada había valido el sacrificio que hice en su día para que tuviese una vida mejor, de nada sirvió mi renuncia....el pasado estaba ahí pidiéndome cuentas sobre algo que ya había pagado a un precio desorbitado, inasumible.
    Maximiliano busca entonces el contacto de su mano, una mano helada que parece recobrar el calor entre las suyas.

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  146. 146
    Ella agradece su contacto y aprieta su mano hasta hacerle daño. Nunca hablaron de este tema y agradece su discreción y respeto hacía una parte de su vida de la que ella misma se avergüenza y prefiere mantener en el olvido.
    Más, ya no es posible ignorar el presente y sabe que ha de hacerle frente con la misma valentía que siempre ha demostrado en los momentos difíciles.
    También la recuperación de Maximiliano es un punto muy importante para enfrentar ese presente. Los meses en los que ha estado tan gravemente enfermo han propiciado en buena parte su deriva personal.
    Ahora ya está a su lado para apoyarla en sus decisiones y poner ese punto de cordura que a veces parece abandonarla.
    -Tienes razón en todo lo que has expuesto....no actué correctamente con Rafael, ni antes, ni ahora.
    -Lo pasado no es ahora lo que se discute, Engracia.
    -Ya lo sé, el problema es que las consecuencias que ahora estamos viviendo tienen su origen en ese pasado.
    Comprende perfectamente sus sentimientos. Sabe en el fondo que los remordimientos la tienen atrapada en una vorágine de sensaciones que la impulsan a actuar de una forma completamente equivocada y eso es algo que le duele profundamente..
    -Pues miremos hacía adelante sin volver la vista atrás. Partamos de cero, Engracia.
    Retira su mano de entre las suyas y abandona la silla acercándose hasta el pequeño ventanuco y observando que la lluvia ha remitido dejando paso a un cielo plomizo y gris. En la casa ya deben haber comido y se estarán preguntando por su paradero.
    -¿Qué sentiste al verlo de nuevo? Dime la verdad.
    La voz a su espalda consigue sobresaltarla pero ya no piensa rehuirle una sola respuesta. Demasiadas veces ha escondido la cabeza bajo el ala como para no haber aprendido la lección.
    Lo enfrenta con la misma franqueza de siempre, limpia la mirada y un divertimento apenas perceptible en el fondo de sus vivaces ojos.
    -Quieres a ese muchacho ¿Verdad? Nunca has podido disimularlo.
    -Ni lo he pretendido, claro que lo quiero, es algo que viene de ti y todo lo tuyo me ha importado como si fuese algo mío.
    -Lo sé, claro que lo sé y en respuesta a tu pregunta te diré que al verlo sentí que había regresado a casa, que ya estaba de nuevo cerca de mí.
    Lo conmueven sus palabras porque sabe que habla con el corazón, bajo su aparente sequedad, habita una mujer de fuertes sentimientos que por callados no son menos intensos.
    -Explícame el motivo por el que montaste en cólera cuando le propuso matrimonio a Julia.
    -Vaya, le ha faltado tiempo para venir a contártelo......
    -No te he preguntado eso.
    -Pero te lo digo yo. No creo que sea la propuesta más apropiada.
    -¿Por que´?
    -Porque pone a Julia entre la espada y la pared, no quiero que decida algo tan importante presionada por nada ni por nadie.
    -Eso es algo de su absoluta competencia, Engracia, algo en lo que nadie puede intervenir.
    -¿Ah, no? Rafael es listo, Maximiliano. Tiene la astucia de su padre y ha visto en Julia una ocasión perfecta para salirse con la suya.
    -Eres demasiado desconfiada.
    -Puede ser, te diré una cosa. Por muy hijo mío que sea, no permitiré que haga daño a Julia.
    -Das por sentado que Julia se dejaría engañar y creo que os equivocáis las dos.
    -¿Qué dos?
    -Luz y tú, el hecho de haber sido engañadas por el mismo hombre no os da derecho a interferir en las decisiones de Julia, eso es algo que no pienso permitir.

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    Observa una nueva determinación en el hombre callado. Posiblemente haya sido la enfermedad tan prolongada en el tiempo y que lo ha obligado por vez primera en su vida a permanecer inactivo, lo que ha cambiado su forma de ver las cosas.
    -No voy a discutir contigo, no lo quiero cerca de Julia.
    -Esa no es una decisión tuya, Engracia. Julia es ya una mujer adulta.
    -Le gusta, lo pude ver en sus ojos cuando la acompañó a la Pedralta el día que ella fue a pedirle explicaciones.
    Ahora, sí que presta atención a sus palabras, intuitiva como pocas, Engracia siempre ha acertado en sus pronósticos.
    -¿Y qué problema hay con eso? Son jóvenes y dueños de sus vidas.
    -No sé, algo me dice que no es lo más conveniente para ella.
    Prefiere pasar por alto sus malos augurios y descuelga de la percha un grueso chaquetón que perteneció a Bosco y que utiliza durante el invierno. Se lo pone ante la expectante mirada de la mujer y le señala la puerta en un gesto que hacía mucho tiempo que no le había visto.
    -¡Andando! Te acompaño hasta la casa y de paso veo a las muchachas.
    Meses llevaba esperando que las fuerzas regresaran a su castigado cuerpo. Meses en los que creyó volverse loca si a él le ocurría algo.
    Pero puede constatar que su recuperación es un hecho y a pesar de lo rápido que siempre ha caminado. Seguir sus pasos se le antoja misión imposible y lo frena a mitad del camino con su voz chillona de mujer acostumbrada a mandar.
    -Aminora el paso, Maximiliano, no puedo seguirte.
    Obedece su orden y la espera al borde del camino hasta que llega a su altura jadeante y sin aliento. Regresa de nuevo el tiempo en el que no tenían tantas responsabilidades y las bromas eran constantes entre ellos.
    Repite una de ellas que siempre desató su furia y empuja de manera inesperada con su cadera a la desapercibida Engracia que comienza a trastabillar en un difícil ejercicio por mantener el equilibrio.
    L a ayuda con una de sus grandes manazas para recuperar la verticalidad y se sorprende al no recibir de su parte una serie de golpes que siempre le propinaba cuando le gastaba esa broma pesada.
    Pero, no. La mujer está demasiado feliz al verlo recuperado que en lo último que piensa es en tomarse la revancha.
    Enlaza su brazo en el suyo sabiendo lo mucho que siempre le ha molestado ese gesto y continúan el resto del camino permaneciendo uno junto al otro combatiendo el frío del final de la tarde.
    Encuentran a don Tasio en el comedor y mirando pensativo las llamas de la chimenea. El maestro casi no puede creer lo que ven sus ojos al verlos pasar a los dos y abandona su asiento precipitadamente mirándolos de manera inquisitoria.
    Es Maximiliano el que lo tranquiliza y le indica de nuevo la silla para a continuación sentarse frente a él.
    -Parece que se ha sorprendido de vernos, don Tasio.
    -Me asusté, pensé que había sucedido algo.
    -Pues ya ve que no, simplemente que me encuentro mucho mejor y decidí echar un vistazo por aquí ¿Cómo va todo?
    El maestro intenta permanecer indiferente ante la presencia de Engracia pero ésta no tarda mucho en abandonar la estancia dejando solos a los dos hombres que unen sus manos de manera instintiva.
    -¡Por dios, muchacho! No sabes cómo he rezado para poder vivir este momento.
    -Se lo agradezco pero creo que ya es hora de reincorporarme a mis obligaciones.
    -Y buena falta que hace tu presencia aquí, ésto se ha convertido en un auténtico manicomio ¿te has enterado de algo?
    -Algo he sabido, no creo que me lo hayan dicho todo pero algo me han insinuado.
    -Hoy se ha montado una buena, Engracia se ha vuelto loca y casi lanza a las llamas a don Rafael, esta mujer es un verdadero diablo.

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  148. 148.
    -Pues ya va siendo hora de que alguien le pare los pies.
    Su respuesta, seca y un tanto dura consigue sorprender al viejo maestro. Jamás se hubiese imaginado al hombre templado que siempre ha sido Maximiliano, hablando así en relación a la gobernanta.
    Desde que llegó a este lugar hace ya más de tres lustros, tenía la impresión de que estaba subordinado por entero a sus órdenes y nunca le escuchó contravenir sus indicaciones.
    -Has conseguido sorprenderme, muchacho. Pensé que tú también acatabas todas sus órdenes sin rechistar.
    -Lo he hecho siempre pero ahora creo que ha llegado el momento de hacerla entrar en razón. Se ha empecinado en relación a don Rafael y no creo que actúe de forma correcta.
    -Yo también le he aconsejado hacer las cosas bien, Por supuesto que reconozco que la situación es delicada pero esas tierras no pertenecen a La Pedralta y deben ser devueltas a su dueño.
    -Ella cree que sí.
    -Puede creer lo que quiera, su legítimo propietario es don Rafael y a él deben regresar.
    Un suave golpe en la puerta interrumpe sus reflexiones y las hermanas Hidalgo aparecen en tromba provocando un pequeño tumulto al entrar en el espacioso comedor.
    Siempre van todas juntas en manada como le gusta decir a don Tasio. A excepción de Julia que por las responsabilidades asumidas en el último año, permanece algo mas alejada de ellas.
    Pero todas ven en Maximiliano a la figura paterna, no han conocido más padre que él y aunque respetan y quieren al maestro. Lo consideran su educador que es la labor que ha llevado a cabo con ellas.
    Un educador muy estricto que siempre se ha ocupado de cultivar sus mentes por encima de otras consideraciones.
    Aconseja a las jóvenes que no cansen en exceso a Maximiliano y las deja con él dirigiéndose hasta la cocina para interesarse por la cena. Allí encuentra a Ernestina completamente sola ocupándose de las labores domésticas y le pregunta extrañado por las demás mujeres.
    -¿Te han dejado sola?
    -Sí, Engracia y doña Luz están hablando en su habitación y Julia ha salido hace un rato.
    -¿Dónde ha ido Julia....lo sabes?
    El rubicundo rostro de la mujer se cubre de un rojo intenso y rehuye de forma embarazosa la mirada del maestro. Nunca ha tenido capacidad para mentir y el rubor la delata cuando intenta ocultar algo.
    -Ha salido a....a a pasear....creo.....
    -¿A estas horas? Me estás mintiendo, Ernestina.
    La observa acercarse hasta la puerta de la cocina y mirar de forma nerviosa en todas direcciones al tiempo que seca sus manos en el delantal. El rubor ha subido en intensidad y el leve tartamudeo parece acentuarse.
    -Por... .. por favor, don Tasio. Me ha pedido que la cubriera frente a su tía y...y Engracia....
    -Tranquila, conmigo no tienes nada que temer ¿dónde ha ido?
    Parece pensárselo unos instante para finalmente confesárselo casi en un susurro.
    -Me ha pedido que no se lo dijese a nadie. Ha ido Al Tejar para hablar con don Rafael.
    -¡A estas horas y sola! ¿Qué tiene ella que hablar con ese señor?
    -Baje la voz, me ha dicho que es un asunto que le concierne a ella y que iba a terminar de una vez por todas con la situación que vivimos.
    Abandona la cocina a toda la velocidad que le permiten sus piernas y nuevamente entra en el comedor donde permanecen las muchachas con Maximiliano. Les pide cortesmente que los dejen solos y toma asiento al tiempo que se lleva las manos a sus cansados ojos.
    -¿Ha pasado algo, don Tasio?
    -Creo que tendremos un problema en la casa, Ernestina me ha contado que Julia está en El Tejar para resolver un asunto importante. Me imagino que entenderás al igual que yo, de qué asunto ha ido a tratar ¿no?

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    Ya vislumbra la gran claraboya central de la casa solariega a través de la tenue niebla que comienza a apoderarse del paisaje invernal y un escalofrío involuntario la sacude más por la inquietud que por las gélidas temperaturas.
    Le ha costado tomar la decisión y a punto de llegar a su destino, un leve arrepentimiento la domina. Posiblemente se haya precipitado, no sabe muy bien a qué ha venido y tampoco sabe si será bien recibida.
    Pero ya es tarde para darse la vuelta y retornar a su casa al escuchar la voz recia de Albino que se abre paso a través de la niebla.
    -¡Señorita, Julia! ¿Cómo usted por aquí a estas horas?
    El hombre aparece como por ensalmo portando un gran cesto de esparto lleno de leña y la mira con extrañeza. No son horas de visita y más con el viento helado que ha comenzado a soplar mediada la tarde.
    -Buenas tardes, Albino, necesito hablar con don Rafael ¿se encuentra en la casa?
    -Por supuesto, nadie en su sano juicio estaría de paseo con este tiempo.
    Inmediatamente se percata el hombre de lo poco afortunado de su comentario. Deposita la cesta en el suelo y se acerca hasta ella intentando disculparse torpemente.
    -Perdóneme, señorita, no quise decir eso.....
    -No se preocupe, en realidad tiene razón.
    -Acompáñeme para que la anuncie al señor, ha permanecido todo el día en la casa desde que regresó este mediodía.
    Lo sigue con los nervios a flor de piel y rezando mentalmente por recordar las palabras exactas que ha estado ensayando durante todo el trayecto hasta llegar aquí.
    Recorren el amplio pasillo de entrada poco iluminado ya por la escasa luz que queda del día y acceden al gran comedor donde la iluminación proviene de dos grandes candelabros que dan a la estancia un aire un tanto tétrico.
    -¡Don Rafael! Tiene visita.
    Julia se mantiene un tanto apartada y fuera de su campo visual sin saber bien cual será la reacción de su anfitrión. Su voz le llega nítida por la puerta entreabierta y la inquietud se convierte en un caballo desbocado que cabalga enloquecido por sus venas.
    -¿Quién es, Albino?
    -Es la señorita Julia, pide verlo a usted.
    -Está bien, hágala pasar y retírese.
    Albino no se hace repetir la orden,le indica con un gesto la puerta ya totalmente abierta y desaparece con su andar sigiloso.
    Lo encuentra de pie y al lado de una preciosa mesa de madera noble. Un antiguo libro permanece abierto por las primeras páginas y puede ver que no se ha quitado el vendaje que le puso por la mañana intentando proteger sus antebrazos.
    Permanece muy cerca del fuego y lleva solo una ligera camisa de algodón blanco que permite vislumbrar los vendajes. Su mirada es un tanto febril y parece adquirir un nuevo brillo cuando la posa detenidamente sobre ella.
    -¡Vaya!¿ La envía su gobernanta para asegurarse de que me remata?
    El sarcástico comentario consigue el efecto contrario al esperado. Logra disminuir la tensión que flota en el ambiente y quita algo de hierro al incidente de la mañana.
    -No....no me envía nadie, don Rafael, he venido para interesarme por sus quemaduras.
    -Todo un detalle por su parte, tome asiento, por favor......
    Tiene Julia la impresión de estar ante un hombre distinto cada vez que se han encontrado a solas. A veces le parece seco e irascible para a continuación encontrarse con un hombre de apasionada mirada y movimientos felinos.
    En este preciso momento no sabe muy bien a cual de ellos tendrá que hacer frente, si es que es capaz de articular una frase medianamente coherente.

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  150. 150.
    Le comienza a resultar incómoda su mirada escrutadora y por un instante se imagina el lío que se habrá formado en La Pedralta cuando se hayan enterado de su paradero. Intenta alejar esa posibilidad de su mente y le pregunta por el estado de sus quemaduras.
    -¿Le ha pedido a Francisca que le cambie el vendaje?
    Niega levemente con la cabeza a la espera de una explicación más convincente sobre su visita que sospecha que no es precisamente para interesarse sobre su salud y espera, espera que ella misma despeje sus dudas.
    -No se preocupe, las quemaduras son leves, en unos días habrán desaparecido ¿A qué ha venido?
    -Ya se lo he dicho, quería saber cómo se encontraba.
    Comprende que la joven no está dispuesta a hablar y lamenta haberse hecho una idea equivocada sobre ella. Pensó que era dueña de un carácter más fuerte y enfrentaría la situación con más claridad de lo que al parecer está dispuesta a hacerlo.
    -Pronto se servirá la cena ¿Me acompaña?
    Su ofrecimiento consigue desconcertarla, todas las palabras que ha ensayado por el camino parecen haber quedado estranguladas en su garganta. Es un paso demasiado importante el que estaba dispuesta a dar y en el preciso momento de darlo, entiende que no se siente capaz.
    -No....me esperan en casa y no quiero retrasarme mucho, se lo agradezco.
    -¿Ha pensado en la propuesta que le hice esta mañana?
    Directo, directo y certero. Su comentario parece quedar suspendido en el aire a la espera de su respuesta y buscando no dilatar la agonía de la muchacha.
    -Verá......creo que se ha precipitado con esa propuesta, no se puede decidir una cuestión tan importante sin antes sopesar los pros y los contras.
    Lo ve sonreír por primera vez y el nerviosismo la obliga a sujetar sus piernas que comienzan a temblar de manera inquietante. Se da cuenta de que no es un juego lo que están tratando y ella no es ya más la jovencita despreocupada que ha sido hasta hace relativamente poco.
    Está frente a un hombre adulto, un hombre de vuelta de muchas cosas y herido. Arrastrando el desencanto por haber visto truncado su proyecto de vida y que al parecer pretende empezar de nuevo.
    -Mire, señorita....¿Cree sinceramente que tengo edad de andarme con jueguecitos?
    -Yo no he dicho eso....
    -Pues entonces no se comporte de manera infantil, conteste a mi pregunta sin escudarse en pretextos que no conducen a ningún lado, no me haga perder mi tiempo ni pierda usted el suyo.
    Nuevamente la duda, pensó que reuniría el valor suficiente para enfrentarlo y reconoce que no ha sido así.
    -Usted me exige una respuesta inmediata y a mí me gustaría que me concediera algo de tiempo para pensar en su ofrecimiento, eso es todo.
    -Bien, creo que nos vamos entendiendo, si lo que necesita es tiempo para pensarlo estoy dispuesto a complacerla. Le doy un mes de plazo, ni un día más esperaré una respuesta que de no llegar consideraré que es negativa ¿le parece bien?
    Sus palabras la dejan algo aturdida pero también le dan un respiro que necesita urgentemente. Lo mejor será que consulte con Maximiliano y de su consejo extraerá conclusiones que nadie más que él puede ofrecerle.
    Ya sabe que tanto Engracia como su tía Luz se negarán categóricamente a que le de un sí por respuesta. Ignoran el porqué de tanta inquina hacía este hombre cuando en realidad, el principal agraviado, es él.
    -Me parece bien, en un mes tendrá mi respuesta, buenas noches.
    Se pone en pie al mismo tiempo que lo hace ella y se dispone para acompañarla hasta la salida. Por un enloquecedor instante, Julia ha tenido la sensación de estar ante alguien muy conocido por ella.
    Su sonrisa, ha sido su sonrisa la que ha removido algo en su interior que permanecía guardado desde hace mucho tiempo, desde hacía muchos años.

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  151. 151
    Ya está anocheciendo y la niebla es espesa y permite poca visibilidad. Una fría humedad se apodera de ella hasta llegar a sus huesos y rechaza amablemente que la acompañe a pesar de ofrecerse en reiteradas ocasiones.
    No vuelve la cabeza en ningún momento cuando emprende el camino de regreso y aligera el paso de forma enérgica para combatir el frío y también evitar que se cierre la noche antes de llegar a su destino.
    Conoce el camino hasta con los ojos cerrados y no tiene miedo de andar por los solitarios pasajes sin compañía alguna. Pero la voz que la llama se abre paso entre la niebla y un jadeante Albino consigue darle alcance apenas un cuarto de hora después de abandonar El Tejar.
    Llega el hombre a su lado casi sin resuello y la reprende con su pausada manera de hablar, siempre sin alzar la voz y con una dulzura más propia de una mujer.
    -¡Señorita, Julia....por dios! ¿Cómo se aventura a regresar sola con la noche de perros que hace?
    Se detiene a la espera de que recupere el hombre el aliento y lamenta haberle obligado a salir a su encuentro cuando ya debería encontrarse descansando.
    -Lo siento, Albino, siento haberle molestado.
    -No me molesta, señorita pero no son horas para que una joven ande sola.
    -Vuelva a casa, no tengo miedo y conozco el camino perfectamente
    Hace caso omiso a sus indicaciones y se sitúa a su lado acomodando su paso al suyo. El hombre es magro en carnes y tiene la misma agilidad que un gato. Siempre le ha llamado la atención la diferencia entre él y Francisca.
    Ella es una mujerona alta y corpulenta que saca más de media cabeza a su marido mientras que él es bajito y muy delgado.
    Comprende que no regresará hasta dejarla a las puertas de La Pedralta y decide amenizar el camino con algo de conversación.
    -No he visto a Francisca ¿se encuentra bien?
    -Sí, se marchó esta mañana a Los Torres para ayudar a su hermana Asunción, se quebró una pierna y se la han tenido que entablillar, mañana regresa.
    -¡Vaya! Les ha dejado solos.
    -Don Rafael insistió para que acompañase a su hermana, nos las arreglamos bien ¿Cómo sigue Maximiliano?
    -Muy bien, ya está prácticamente restablecido.
    -Me alegro, es mi mejor amigo ¿lo sabía?
    La enternece su manera de decirlo, sus ademanes suaves llaman su atención por el contraste que tiene con los demás trabajadores que suelen ser rudos y poco dados a las ceremonias.
    Más de una vez ha escuchado a Engracia referirse jocosamente al matrimonio y ahora comprende que lleva parte de razón al decir que parecen invertirse los papeles.
    “Este Albino más parece la dama de compañía de doña Rosalía que el capataz del Tejar y Francisca parece más un capataz que la mujer de Albino”
    Le divertía su manera de decirlo y pensaba que exageraba al hablar así pero también ella los ve una pareja poco convencional.
    Maximiliano sonreía por lo bajo al escucharla pero siempre terminaba reprendiéndola y llamándola metijosa.
    -Señorita....perdone que me meta donde no me llaman pero quería preguntarle algo.....
    -Usted dirá, Albino.
    -¿Ha ocurrido algo esta mañana en La Pedralta?
    -¿Se refiere a las quemaduras de don Rafael?
    -Sí....bueno..no sólo a eso. Don Rafael se ha pasado todo el día despotricando y lanzando maldiciones, jurando que buscará resarcirse...y yo me pregunto ¿Resarcirse...de qué?
    Su última frase consigue inquietarla y se pregunta si la cara que le muestra don Rafael es la auténtica o por el contrario, anida en su interior un hombre distinto al que ella cree ver.

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  152. 152.
    -Bueno, don Rafael y Engracia han tenido un encontronazo un tanto desagradable, posiblemente se la tenga guardada.
    El hombre guarda silencio ante las palabras de la joven y mantiene una razonable prudencia al no desvelar más de que debe respecto a don Rafael.
    Él, mejor que nadie sabe del cambio experimentado por el dueño del Tejar desde que regresó un año antes a la propiedad y se tuvo que esforzar mucho para reconocer en el hombre atormentado, al muchacho que conocía desde que era un recién nacido.
    Algo se había roto para siempre en su interior y ahora mostraba unas aristas que jamás antes vieron en él los que le conocían.
    “Déjalo, le recomendaba Francisca ante su extrañeza por algunas salidas de tono que nunca antes protagonizó don Rafael ¿No ves que ya no es el mismo de antes?”
    Ya alcanzan a ver las humeantes chimeneas de La Pedralta y Julia le agradece al fiel Albino su compañía.
    -Márchese a casa, Albino, lamento mucho haberlo sacado a estas horas de su casa.
    -¿No quiere que me acerque con usted hasta la casa?
    -No, ya ha hecho suficiente, buenas noches.
    No discute con ella y emprende la vuelta volviendo la cabeza de vez en cuando hasta ver que ya casi ha llegado al pie mismo de la sólida casa de piedra gris. No quisiera tener un disgusto con don Rafael si algo le sucediera a la muchacha, se lo dejó bien claro cuando le encargó que la acompañase.
    “Ocúpese, Albino de que llegue en perfectas condiciones, la hubiese acompañado yo pero se ha negado de forma rotunda”
    Julia puede escuchar el rumor de las voces en el comedor y respira profundamente antes de acceder al interior. Más de una docena de ojos clavan en ella su mirada al verla pasar y en todos ello puede observar la misma curiosidad.
    A excepción de los ojos de Engracia que muestran una contrariedad que apenas puede disimular.
    Su lacónico “Buenas noches” parece resonar entre las cuatro paredes yel silencio se extiende a todos los componentes del corrillo formado en torno a la gran chimenea.
    -¿Has cenado?
    El tono de la voz de Engracia suena estridente como siempre pero ella percibe cierto regusto amargo que esta vez no consigue asustarla.
    -No he cenado, de todas formas, tampoco tengo mucho apetito.
    -Vamos a la cocina, te he guardado un plato de estofado de perdiz.
    No admite discusión la orden de la mujer y abandona tras ella el comedor con los ojos de todos ellos clavados en su espalda. Ha podido ver a Maximiliano sentado junto a don Tasio y le ha reconfortado su regreso a la casa que tanta falta hacía para imponer el orden. Él es el único que puede doblegar a las dos mujeres que dirigen la casa, sobre todo a Engracia que ocupa el primer lugar en el orden jerárquico.
    La sigue sin pronunciar palabra y toma asiento en la gran mesa de madera maciza que ocupa gran parte de la cocina. El plato tintinea en mesa por efecto del brío un tanto desmedido de la mujer al depositarlo sobre la madera y entonces puede observar la joven sus ojos, unos ojos que parecen echar chispas y que por un momento la dejan paralizada porque le ha parecido ver esos mismos ojos en el lugar del que acaba de regresar.
    -¿A qué demonios has tenido que ir tú Al Tejar....me lo quieres explicar?
    -No te enfades, alguien tenía que preocuparse de pedir disculpas por el incidente de esta mañana.
    -Aquí nadie tiene que pedir disculpas por eso, que se hubiese estado en su casa y no venga a poner malos cuerpos a casas ajenas.
    Su exabrupto consigue arrancarle una media sonrisa por la vehemencia con la que lo ha dicho. Comienza a saborear la exquisita carne bajo su atenta mirada y su mente regresa de nuevo a los ojos oscuros que la han despedido una hora antes en otro lugar.

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  153. 153.
    Había tomado una decisión y a la hora de la verdad algo le hizo echar marcha atrás. Un sexto sentido tal vez, algo le advirtió de la conveniencia de no precipitarse en algo tan importante.
    También debe reconocer que don Rafael consigue ponerla bastante nerviosa y cuando está con él se siente en inferioridad de condiciones.
    Su ofrecimiento fue muy generoso y terminaría con años de litigio por una parte tan importante de la Pedralta. Más, en momentos como los actuales en los que la supervivencia se hace difícil y las tierras tardarán algunos años más en ofrecer cosechas que les permitan encarar el futuro con más seguridad.
    Piensa en los mayores sobre todo. Las muchachas tiene toda la vida por delante y fuerza para trabajar pero no es así en el caso de los más mayores a los que pronto fallarán las fuerzas.
    No considera un sacrificio el hecho de aceptar la propuesta de su vecino pues ya ha podido comprobar que siente una cierta atracción por él que no sabe muy bien cómo definir.
    Termina la cena bajo la mirada escrutadora de Engracia que le acerca un platito con un racimo de uva blanca que a pesar del tiempo trascurrido desde la vendimia todavía se conserva bien.
    -¿Qué quieres saber, Tata?
    -Me gustaría que no tuvieses secretos conmigo, Julia, nunca los has tenido y desde que ese hombre regresó me da la impresión de que ha cambiado algo entre nosotras.
    La mira sorprendida porque no entiende muy bien hasta dónde quiere ir a parar. No son secretos lo que tiene con ella, es el sentido común del que siempre ha hecho gala Engracia el que parece faltarle últimamente por sus desdichadas actuaciones.
    -No te oculto nada, simplemente es que no estoy de acuerdo con la manera en la que te has comportado, tú....que siempre nos has enseñado a comportarnos de una forma intachable.
    La ve abandonar su asiento y pasear nerviosamente hasta acercarse al fuego moribundo de la chimenea. Pareciera que el frío se ha adueñado de su cuerpo y necesita el calor que ya no le pueden ofrecer los últimos rescoldos convertidos prácticamente en cenizas.
    Habla sin volverse hacía ella y sabedora de que la niña ya quedó muy atrás y ahora trata con una mujer adulta a la que no puede obligar a seguir sus órdenes sin escuchar una sola objeción por su parte.
    -Escúchame, Julia.....los Caballero no son buena gente y don Rafael no es una excepción, no me gustaría que pagaras en carne propia las consecuencias de una decisión equivocada.
    -¿A qué llamas tú una decisión equivocada?
    Regresa de nuevo a la mesa y sujeta sus manos con las suyas, reconoce en cada pliegue de su piel a la mujer abnegada que ha dedicado su vida a sacarlas a todas adelante y sujeta con fuerza esas mismas manos sorprendida por el frío que encuentra en ellas.
    -Equivocarse sería que aceptases lo que te propone...a eso llamo yo una decisión equivocada.
    -Pero, Tata.....se acabarían todos nuestros problemas......
    -¿A qué precio?
    -El precio lo pongo yo.
    -No, el precio lo ha puesto él y eres tú.
    -Le he dicho que le daré una respuesta dentro de un mes.
    -¿Qué piensas contestarle?
    -Ya veré, no soy una niña pequeña y creo ser capaz de buscar mi propia felicidad.
    Calla la mujer mayor ante las palabras de la más joven y comprende que cada uno es responsable de sus acciones. Ella se buscó su propia ruina y ahora trata desesperadamente de que no se repita la historia en alguien que tanto le importa.
    Recuerda al hombre en el que se ha convertido su hijo y por mucho que lo intenta, no consigue desvincularlo de su padre, tiene miedo a que la genética haya hecho su labor y el hombre aparentemente cortés esconda zonas oscuras como pasaba con su padre.
    Sabe perfectamente que doña Rosalía lo educó de una forma exquisita y aunque no lo pariese, mucho de ella debió quedar en él, esa es su única esperanza.

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  154. 154.
    No quiere ahondar en el tema, tiene miedo a decir algo que la lleve a descubrirse y la entrada de Maximiliano le supone un momento de respiro.
    El hombre las mira a las dos en un intento por adivinar la situación entre ambas. Respira aliviado al comprobar que no parecen haber discutido y se sienta al lado de Julia al tiempo que se dirige a Engracia que lo mira expectante.
    -Déjanos solos, Engracia.
    -Pero, Maxim.....
    -He dicho que nos dejes solos, por favor.....
    No lo contradice, sabe perfectamente cuando debe batirse en retirada y este es uno de esos momentos. Se levanta cansinamente de la mesa y cierra cuidadosamente la puerta tras de sí. Está tranquila respecto al silencio de Maximiliano sobre el vínculo que la une a don Rafael y jamás la traicionará.
    Julia lo observa detenidamente a la mortecina luz del candil y vuelve a encontrar en los rasgos de su cara al hombre fuerte en el que siempre encontró refugio y seguridad. De nuevo ha vuelto a sentir esa protección con la recuperación de su salud.
    -¿Habéis discutido?
    -No....simplemente ha dado su opinión.
    -Ya me conozco yo sus opiniones, diría más bien que son imposiciones.
    -Lo odia, tiene algo personal contra él, estoy segura.
    Sus palabras, levemente arrastradas al pronunciarlas y sin levantar la mirada de la mesa consiguen hacerle un daño inmenso. No puede odiar una madre a su hijo, no después de haber renunciado a él para que tuviese una vida mejor y permitir que otra mujer fuese la depositaria de su amor.
    Escoge cuidadosamente sus palabras antes de pronunciarlas y medita su respuesta en un intento por alejar las sospechas de la muchacha.
    -¿De dónde sacas que odia a don Rafael? Todos los Hidalgo han tenido siempre conflictos con los Caballero, no es algo que haya surgido ahora.
    Al fin enfrenta su mirada y la candidez que aprecia en sus ojos consigue que su corazón de un vuelco en su pecho. Se parece tanto a su padre que a veces tiene la sensación de no haber perdido del todo al amigo, que no hace ya casi veinte años que lo perdió.
    -Bueno....quizá he sido demasiado dura y no sea odio. Sin embargo es algo que la supera y prefiere vernos pasando necesidades antes de verme casada con él, lo sé.
    -¿Le has dado alguna respuesta ?
    -Le he pedido tiempo, en un mes le daré mi respuesta definitiva.
    Asiente levemente y analiza sus sentimientos rogando mentalmente que no esté equivocado. Equivocado, respecto a la consideración en la que tiene a don Rafael y la confianza en su buen fondo.
    Le gusta la idea de ver un matrimonio entre dos seres que tanto quiere y en caso de estar equivocado y no resultar don Rafael el hombre que él piensa. No le temblará el pulso a la hora de pedirle explicaciones por sus actos.
    -¿Le ha parecido bien?
    -Sí, si en un mes no ha recibido respuesta, me dijo que lo consideraría una negativa por mi parte.
    -¿Cuál será tu respuesta definitiva?
    -No lo sé, iba con la idea de decir que sí pero al final decidí esperar ¿qué me aconsejas tú?
    -¿Por qué cambiaste de idea?
    -Fue algo extraño, posiblemente esperaba tu consejo.
    -No sé si soy la persona idónea para ello, Julia. Los sentimientos son personales y la decisión, también, eres tú la que tienes la última palabra.
    -¿No te opones?
    -No, respetaré tu decisión y por Engracia no te preocupes, ya hablaré yo con ella y más le vale no sacar los pies del tiesto, ya ha mangoneado lo que ha querido en esta familia.

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  155. 155.
    Llegó a su fin el mes de enero y también el final de la siembra al que le echó una mano Maximiliano pero sin excederse.
    Fue retomando sus obligaciones lentamente, tomándose con calma el hecho de no estar todavía en plenitud de facultades físicas y teniendo tras él a una preocupada Engracia que vigilaba constantemente sus movimientos.
    Volvió a encontrarse de nuevo con la señorita Luz que parecía haber superado la parálisis que le provocó su enfermedad. Sabía perfectamente que no había sido como gustaba decir a Engracia, un abandono de su persona por efecto de encontrarse enfermo.
    Era Luz una persona tremendamente frágil y no sabía gestionar correctamente sus sentimientos cuando la situación era adversa. No hacía frente a los inconvenientes y se replegaba a su interior para continuar en su mundo imaginario.
    Esta noche se encontró a una mujer distinta que pareciera más resuelta, más resolutiva. Llegó media hora después de haber regresado él de la Pedralta y no esperó como antes a que las muchachas estuviesen dormidas.
    Le sorprendió su falta de cautela pero la hizo pasar al interior donde ya ardía un alegre fuego que combatía el gélido ambiente de febrero.
    Retiró el grueso chal de sus hombros y lo depositó con cuidado en la percha que había tras la puerta de entrada.
    -¿Cómo tú por aquí a estas horas? Las muchachas te habrán visto salir.
    -Quería verte.
    -Hemos cenado juntos, Luz, te has arriesgado inútilmente.
    No le contesta con palabras, se aproxima hasta él y busca sus ojos como siempre ha hecho. En la relación ininterrumpida que dura ya casi dos décadas, siempre ha sido ella la que ha llevado la iniciativa.
    Ella fue la que le buscó la primera vez y quien rompió todas y cada una de sus reservas. Ha sido la suya una relación de piel y sensaciones. De quemarse en un fuego que no necesita chispa para encenderse.
    Ni siquiera han tenido necesidad de usar la cama y les ha servido una gruesa piel frente a la chimenea encendida. Y allí permanecen abrazados y sintiendo en su piel desnuda el calor de las llamas.
    Es la propia Luz la que inicia una conversación que tiene pendientes desde hace mucho tiempo. No ha querido importunarlo con más preocupaciones hasta no verlo totalmente recuperado y esta fría noche le ha dado muestras sobradas de estar en perfectas condiciones.
    -No me has dicho nada de lo que has hablado con Julia ¿Qué piensas hacer?
    Le habla casi en su boca, mordiendo ligeramente su labio inferior y captando perfectamente la media sonrisa en la boca de él.
    -¿Hacer yo? Creo que tanto Engracia como tú estáis muy equivocadas.
    -¿Permitirías que Julia se metiera en la boca del lobo?
    La retira con suavidad y le entrega el vestido para que se cubra en tanto él comienza a vestirse parsimoniosamente.
    -¿Estás insinuando que me marche?
    Nuevamente arranca su sonrisa por lo torpe que resulta su intento por saber más, se imagina a Engracia encargándole encarecidamente que lo sondee de manera exhaustiva sabedora del grado de intimidad que mantienen los dos.
    -No insinúo nada, simplemente expreso mi opinión que no es otra que hacer ver lo equivocadas que estáis Engracia y tú ¿Te ha encargado algo en especial?
    Se hace la ofendida ante su pregunta pero termina claudicando y aceptando la verdad.
    -Está bien, Engracia me pidió que te hiciese cambiar de opinión ¿De qué te extrañas?
    -¿Alguna vez te has preguntado el porqué del odio de Engracia para todo lo que tenga que ver con los Caballero?

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  156. 156.
    Percibe su incomodidad ante la pregunta, la observa vestirse pausadamente y acercarse un poco más al fuego como si de repente se hubiera adueñado el frío de su cuerpo.
    Es una mujer bella, siempre lo fue y el paso del tiempo tan solo ha conseguido acentuar más los perfectos rasgos de su rostro otorgándole una serenidad que la hace parecer más joven.
    -A ella la engañaron al igual que hicieron conmigo.....
    -¿Eso te dijo?
    Su mirada es huidiza cuando se dirige a él, una mezcla de culpabilidad y desconcierto que la hace parecer mucho más vulnerable de lo que en realidad es.
    -Sí, eso me dijo y creo que es suficiente para no querer nada que venga de ellos.
    Comprende que el acercamiento entre las dos mujeres no ha sido tan grande como para implicar una confesión sincera por parte de Engracia. La maternidad permanece en secreto y guardada bajo siete llaves, ningún testigo queda vivo exceptuándolos a ellos dos.
    Y así seguirá siendo por su parte, Engracia sabe perfectamente de su lealtad y que nunca la traicionará. Considera que es algo que únicamente pertenece a ella rebelarlo.
    -¡Vaya! Te contó Engracia de su romance con don Rafael, dos mujeres de esta casa engañadas por el mismo hombre.
    Le duele que le recuerde esa parte de su vida, sobre todo porque pueda parecer que en la comparación pierde el hombre que permanece sentado en el suelo frente a ella.
    Algo que hace ya años que sabe que es incomparable. Don Rafael fue una entelequia de su ambición y Maximiliano es una hermosa realidad que le ha dado la felicidad como mujer.
    -Sabes que me duele que me lo recuerdes y sin embargo pareces disfrutar al hacerlo.
    -No, no disfruto recordando algo que pasó hace ya tanto tiempo pero sí me gustaría que tanto Engracia como tú hubierais aprendido la lección.
    -Y lo hemos hecho, puedes creerme.
    -No lo creo, ahora estáis tratando desesperadamente de influir sobre Julia, pretendéis enmendar vuestros errores en ella.
    Guarda silencio de nuevo y clava su mirada en las llamas rojizas como esperando encontrar en ellas la solución a sus males. Horas y horas de conversación con Engracia sólo han conseguido situarla en una postura de absoluta negación.
    Piensan que pueden protegerla a ella de algo que ellas mismas fueron incapaces de hacer.
    -Queremos su bien, Maximiliano y su bien no está al lado de ese hombre.
    -Permíteme que lo dude, no es como su padre en absoluto y si le ha pedido que se convierta en su esposa, es algo que no os atañe a ninguna de las dos.
    -¡Ah, sí! ¿Cómo podrías tú vivir si le hace daño.....?
    Se pone en pie y comienza a pasear por la pequeña habitación. La lluvia ha comenzado a caer de manera furiosa y su repique golpea contra la ventana de madera moviendo el pequeño portón.
    La sujeta impidiendo que se abra y la enfrenta sabiendo que espera una respuesta clara a la pregunta que le ha formulado.
    -Si se diera ese caso no necesito que nadie me diga lo que tengo que hacer, yo mismo le partiría el alma.
    Su respuesta consigue tranquilizarla, tiene la completa seguridad de que jamás permitiría que a ninguna de ellas les hiciesen daño, no en esta etapa de sus vidas y como cabeza de familia.
    -¿Qué crees que hará Julia?
    -Creo que se siente atraída por él, me dio esa impresión y sospecho que consentirá en contraer matrimonio.
    -Engracia pondrá el grito en el cielo.
    -De Engracia me encargo yo, no sé porqué le tenéis tanto miedo, la verdad.
    Sonríen los dos y sus miradas se encuentran de nuevo en la semioscuridad. El viento aúlla en el exterior como un lobo herido y se abrazan, se abrazan fuertemente como queriendo ahuyentar viejos fantasmas.

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  157. 157.
    Engracia pasea nerviosa por la enorme cocina y repasa por enésima vez el suelo de ladrillo de barro rojizo aunque sabe que es la segunda vez que lo hace. Hace ya más de una hora que abandonó su cama y realizó la primera tarea del día, encender el fuego.
    Se durmió muy tarde esperando de forma infructuosa el regreso de la señorita Luz hasta que comprendió que esperaba en vano. Nunca hasta ese día había permanecido toda la noche en la casa de Adobe y su nerviosismo aumentó por la mañana al comprobar que tampoco había regresado de madrugada, su cama estaba intacta cuando asomó sigilosamente la cabeza en su habitación.
    Comenzaba a dejar de lado la discreción y ese extremo le preocupaba. En una de sus constantes idas y venidas a la ventana pudo ver su figura a lo lejos, arrebujada en su chal y luchando contra el viento que no había dejado de aullar durante toda la noche.
    Tampoco había cesado la lluvia, lo que suponía otra jornada más sin poder salir a trabajar la tierra. La señorita Luz pasa como un rayo a la cocina entre visibles síntomas de frío y cierra la puerta tras de sí para dejar fuera la molesta ventisca al tiempo que Engracia retira el chal empapado de sus hombros y le echa por encima una pequeña manta gris.
    -¿Qué demonios hace por ahí a estas horas? Las muchachas podrían haberla visto.
    No le contesta de inmediato a pesar de percibir su enfado, busca el confortable calor de las llamas hasta dejar de sentir escalofríos por todo su cuerpo y acepta agardecida el tazón de humeante leche que Engracia acerca hasta ponerlo en sus manos.
    -Discúlpeme, Engracia......
    -Lo que usted haga con su vida no es asunto mío....pero pensé que sí le importaba lo que las chicas pudieran descubrir.
    -Tiene razón, he sido una insensata pero hacía mucho tiempo que no visitaba a Maximiliano y pensé que sería bueno celebrar que al fin se ha recuperado, me negué a dejarle solo esta noche ¿Y sabe una cosa? No me arrepiento.
    -Bueno....ya es hora después de media vida de versen a escondidas.
    Pasa por alto su ironía porque no tiene ganas de discutir con ella y está feliz en su interior como hacía mucho tiempo que no lo estaba.
    -Maximiliano es muy importante para mí y usted lo sabe perfectamente.
    -Sí....tan importante es para usted que jama´s permitió tener una relación con él que no fuese furtiva...menudo amor es ese.
    Sus últimas palabras, sí consiguen herirla en lo más profundo de su ser y entonces se rebela ante el martillo constante de la gobernanta.
    -Al menos yo, sí he conseguido seguir viviendo aunque haya sido de manera furtiva como usted dice, no se puede decir lo mismo de otras........
    Recibe el golpe de vuelta y lo acusa de forma visible pero curiosamente no saca a pasear su afilada lengua como otras veces. Años y años de peleas y discusiones continúas han conseguido apaciguar el ánimo entre ellas dos y calmar las tumultuosas aguas que las separan.
    -Bueno...dejémonos de reproches y vayamos a lo que interesa ¿Ha conseguido algo de lo que hablamos con Maximiliano?
    Niega con la cabeza al tiempo que sopla suavemente para enfriar la leche del tazón que sujeta entre sus manos y se apresura a vaciar el recipiente para explicarle de forma minuciosa su conversación con Maximiliano.
    -No creo que podamos hacer nada en ese aspecto, Engracia. No permitirá nuestra injerencia en este asunto y creo que debemos darnos por vencidas.
    -¿Vencidas? No pienso permitir que vuelva a suceder en esta casa algo que ya destrozó nuestras vidas.
    El silencio se extiende como un espeso manto que amenaza con asfixiarlas y sobrevuela sus cabezas trayendo ecos del pasado hasta su presente. Ambas vuelven a la vez sus cabezas cuando la puerta se abre dejando paso a una exultante Julia que las saluda ajena a los miedos y temores de las dos mujeres.

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  158. 158
    La sonrisa muere en los labios de la joven ante las caras de circunstancias de Engracia y su tía que no hacen nada por ocultar su malestar. El mes de plazo que ella pidió a su pretendiente está llegando a su fin y ninguna de las dos se ha atrevido a preguntarle directamente por la decisión que ha tomado.
    Les da los buenos días y se dirige hasta la ventana para poder ver claramente el exterior, comprobando que tampoco hoy podrán trabajar en el campo.
    -¡Maldito tiempo! Otro día que perdemos metidas en casa.
    Engracia no pronuncia palabra y retira el puchero del fuego para verter la leche humeante en un tazón que coloca en la mesa junto con un trozo de pan duro que trocea con las manos dejando que se empape hasta formar una masa uniforme.
    -Tómate la leche, Julia.
    La obedece sin rechistar y comienza a llevarse las cucharadas de sopas a la boca de manera mecánica. Tiene la certeza de que nuevamente le esperan las recriminaciones y consejos de los últimos días y su agotamiento mental se acentúa ante esa posibilidad.
    Su cabeza no ha parado de darle vueltas a lo mismo desde el mes anterior y sus fuerzas comienzan a flaquear.
    En los próximos dos días tendrá que dar una respuesta que se comprometió a dar y que sabe que alguien espera en un lugar no muy lejos de allí.
    Ha barajado todos los escenarios posibles y la conclusión a la que ha llegado no se presenta muy alagueña. Demasiadas mujeres en la casa, una situación crítica a la que tienen que hacer frente y que se agravará al perder una parte tan necesaria de la propiedad.
    ¿Qué futuro espera a sus hermanas si continúan confinadas en este lugar perdido de la mano de dios?
    Sopesó la posibilidad de vender la casa de la capital para contar con dinero que aliviara sus tribulaciones y apreturas pero se encontró con la oposición frontal de Engracia.
    “ Esa era la casa de tus padres, en ellas emprendieron su vida en común y deshacerte de ella equivaldría a una traición, no quiero volver a escuchar nada que tenga que ver con venderla”
    También para ella supondría un gran dolor pero entiende que la situación es muy extrema como para andarse con sentimentalismos, los estómagos vacíos no entienden de románticas razones.
    Piensa en el futuro de Engracia y de su tía Luz, en don Tasio y sobre todo en Maximiliano. A la vuelta de unos pocos años se convertirán prácticamente en ancianos y lo último que desea para ellos es un final de vida plagado de necesidades.
    Su decisión es firme y no tiene marcha atrás, Aceptará la proposición y dará ese paso con la esperanza de que eso signifique un futuro mejor para los suyos.
    Don Rafael no le resulta indiferente y bajo su comportamiento un tanto huraño y a veces brusco. Julia cree que se encuentra un hombre herido y necesitado del cariño que una mujer puede ofrecerle.
    Ensimismada en sus propios pensamientos, ni siquiera se percata de que Engracia retira el tazón vacío y apenas escucha la voz de su tía Luz que habla a su espalda.
    -Tengo ganas de que termine este maldito invierno, se me está haciendo eterno.
    Abandona Julia la mesa y toma asiento frente a su tía a la que encuentra esta mañana, especialmente luminosa pese a lo gris que se presenta el día.
    -Has madrugado hoy, tía.
    Engracia la mira divertida esperando la respuesta que dará a su sobrina y termina de fregar los tazones para después pasar a la despensa y sacar un saquito que contiene lentejas y que tiene que seleccionar para preparar la comida del día.
    Las extiende sobre la mesa de madera y las invita con un gesto a unirse a ella para separar las pequeñas piedras y algún que otro grano de cebada que siempre encuentran entre ellas.
    -Hoy enviaré a Maximiliano con la respuesta para don Rafael.
    Su voz sobrevuela la cocina y deja mudas a las dos mujeres que se miran expectantes e incapaces de pronunciar palabra alguna.

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  159. 159.
    Espera conteniendo la respiración a que alguna de ellas se pronuncie y se desate la tormenta que amenaza en el ambiente con estallar en algún momento.
    Y efectivamente, la voz de su tía Luz se deja oír con su tono perfectamente modulado y sorprendiéndola al adelantarse por primera vez a Engracia.
    -¿Qué respuesta será esa, Julia?
    Abandona el asiento frente a la mesa y se pone en pie enfrentándolas por primera vez en su vida. No está muy segura de conseguir suficiente firmeza en su voz pero las palabras suenan nítidas y claras ante sus caras expectantes.
    -Le mandaré recado de que acepto su ofrecimiento de matrimonio.
    Ambas parecen impelidas por un resorte y abandonan sus sillas frente al fuego pisándose una a la otra en un intento atropellado por hacerle cambiar de opinión.
    El resultado es un barullo de gritos y palabras inconexas que no consigue entender hasta que se abre la puerta trasera de la cocina y la figura imponente de Maximiliano se recorta contra el marco de forma amenazadora.
    -¿Qué demonios está pasando aquí....a qué viene este griterío?
    Su presencia consigue que cierren la boca de forma inmediata y sin saber muy bien qué contestación ofrecerle hasta que Engracia estalla al fin y lo enfrenta como en sus mejores tiempos. Tiempos en los que conseguía imponerse a él y terminaba siempre haciendo su santa voluntad.
    -Qué bueno que llegas....Julia pretende casarse con ese Barrabás, espero que al menos tú consigas hacerle ver lo equivocada que está.
    Mantiene el silencio mientras se adentra en la cocina y rechaza el gesto solícito de Engracia para prepararle su tazón de leche para el desayuno. Impide también que Julia abandone la cocina un tanto intimidada por la vehemente reacción de las dos mujeres y temiendo que al final flaquee su voluntad expresada de forma clara unos minutos antes.
    -No, quédate, Julia, quiero resolver esto de una vez por todas.
    El nerviosismo se apodera de Engracia al comprobar que impide a Julia dejarlos solos y teme que se vaya de la lengua si lo llevan al límite de su aguante. No le importa que la señorita Luz se entere de los lazos que la atan a don Rafael porque sabe que tampoco ella rebelará ese secreto.
    Sí tiene miedo por el contrario de que Julia llegue a saberlo, un miedo irracional que sella sus labios cuando Maximiliano comienza a hablar y la mantiene inmóvil en la silla.
    -¿Has decidido aceptar la propuesta, Julia?
    Duda por un instante la joven porque sabe que no hay marcha atrás aunque al final consigue articular las palabras y le responde con la determinación que momentos antes parecía haberse tambaleado.
    -Creo que tengo una edad en la que puedo decidir por mi misma, es hora de comenzar a construir los cimientos de mi propia vida, Maximiliano.
    Asiente el hombre con la cabeza comprendiendo que alguien por fin en la casa pueda expresar sus deseos sin supeditarlos a los intereses de los demás. No está dispuesto a permitir que interfieran en su decisión y el golpe de autoridad resuena en medio del silencio con un estallido seco.
    -Si ese es tu deseo, se cumplirá y no quiero escuchar ni una sola queja en ese sentido.
    Les interrumpe el tímido golpe en la puerta solicitando permiso para entrar y la figura de don Tasio aparece con el desconcierto reflejado en su rostro. Le han despertado los gritos de Engracia pero sólo se ha atrevido a entrar al escuchar el vozarrón de Maximiliano.
    Hombre educado y prudente, pocas veces se aventura a contradecir a la gobernanta y se amilana ante su arrolladora e impetuosa personalidad.
    Hoy sin embargo, sabe que tiene un excelente aliado en el hombre que se sienta frente a las mujeres con cara de tolerar pocas bromas y al que tiene la completa seguridad que no osarán llevarle la contraria.
    -Buenos días....perdonen la intromisión pero escuché voces y ….
    -No hacen falta tantas explicaciones, don Tasio, tome asiento por favor....

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  160. 160.
    Percibe el maestro la tensión que reina en la cocina y las caras contrariadas de las dos mujeres. Algunas veces se ha sentido intimidado por ellas pero nunca estando presente Maximiliano que sabe ponerlas en su lugar con tan sólo una mirada.
    Y ahora parece ser una de esas ocasiones puesto que ninguna de ellas ha vuelto a alzar la voz. Don Tasio acepta la silla que amablemente le cede Maximiliano y se sitúa frente a Engracia que lo mira de soslayo y con los ojos enrojecidos.
    -Siento si he sido inoportuno pero pensé que sucedía algo grave.
    La réplica de Maximiliano no se hace esperar y suena contundente como nunca antes se lo había parecido.
    -No hay nada por lo que deba disculparse, simplemente cambiábamos pareceres sobre el matrimonio de Julia y ya sabe usted cómo son estas cosas, todo el mundo quiere dar su opinión.
    Comprende el hombre que al fin aceptó la joven convertirse en la esposa de don Rafael y también que dicha decisión no ha sido del agrado de las dos mujeres mayores.
    Siempre tuvo el convencimiento de que preferían mantener a todas las muchachas bajo sus alas y no permitirles volar libres. Algo que posiblemente hubieran conseguido de no ser por la oposición de Maximiliano que consideraba que había demasiada gente soltera en aquel lugar.
    -Bien, esta mañana me acercaré al Tejar para llevar tu contestación, Julia ¿alguna recomendación especial?
    Niega con la cabeza la muchacha y sabe que su suerte está echada, no piensa retroceder en su decisión ni continuar en la misma situación que los asfixia.
    Lo acompaña cuando se despide de los presentes y recorre a su lado el camino de salida de la casa hasta llegar a las cuadras para enganchar uno de los carros.
    Lo ayuda en silencio a poner los aparejos a la nerviosa mula y salen de nuevo al exterior comprobando que la lluvia fina y helada parece ir remitiendo aunque sospechan que no podrán ver el sol en toda la jornada.
    -Mantente alejada de esas dos y no permitas que interfieran en tu decisión. Llevaré tu respuesta y no es cuestión de volverse luego atrás ¿me has entendido?
    Asiente con una leve sonrisa y lo ve subir con agilidad al pescante del carro y con un firme movimiento de sus brazos dar la orden de ponerse en marcha a la mula.
    Comienzan las ruedas a girar lentamente para después coger velocidad y emprender una marcha rápida bajo la atenta mirada de Julia que lo sigue atentamente hasta perderlo de vista al llegar a los primeros chopos que indican el límite de la propiedad.
    Es Francisca la que acude presurosa al escuchar el relinchar de la mula y se sorprende al comprobar quién es la temprana visita.
    -¡Dios mío! Qué alegría de verte de nuevo.
    Baja del carro y propina un cariñoso golpe en el hombro de la corpulenta mujer al tiempo que pregunta por Albino extrañado de no verlo aparecer.
    -Aquí estoy de nuevo, Francisca ¿dónde se ha metido tu marido?
    Está en los Estesos, hoy herraban a las mulas y han tomado la mañana para regresar antes del medio día ¿lo buscabas a él?
    -En realidad....venía a ver a don Rafael ¿se encuentra en la casa?
    -Sí, le llevé el desayuno hace apenas media hora.
    -Pues te agradecería que le anuncies mi presencia, necesito hablar con él.
    No le hace esperar mucho tiempo la mujer y al cabo de unos minutos regresa para indicarle que le espera en el salón de la casa.
    Golpea levemente la puerta y lo ve incorporarse del sillón al hacer su entrada al interior. La mano extendida en su dirección, el apretón firme y fuerte. El recién nacido de nuevo en el fondo de sus retinas, como si lo llevase de nuevo acunado en sus brazos.
    -Ya veo que está usted repuesto, Maximiliano ¿A qué debo el honor de su visita?
    -Vengo a traerle un recado, me envía Julia.

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  161. 161.
    Le indica con un gesto de su mano la silla situada frente al sillón que ocupaba él y le invita a sentarse sin perder de vista su cara un solo instante.
    Busca en su gesto alguna pista de lo que viene a decirle y su pulso se acelera pensando en una probable negativa.
    Se ha mantenido distante de la finca vecina durante todo el mes de febrero y ha esperado pacientemente por una respuesta que a todas luces se le antojaba un rotundo” no”
    -¿Y bien....?
    Carraspea Maximiliano en un intento baldío por mantener la compostura y observa divertido el nerviosismo que adivina en el hombre adulto que tiene frente a sí.
    -¿Bien....qué?
    -No juegue conmigo, Maximiliano ¿Qué respuesta me trae?
    Decide no mantener por más tiempo la intriga y esboza una tenue sonrisa al darle la respuesta que parece ser, le quita el sueño más de lo que está dispuesto a admitir.
    -Julia acepta su proposición de matrimonio y queda a la espera de recibir noticias suyas.
    -Perfecto, entonces no hay más que decir.
    -¿Perdón?
    No comprende bien a dónde quiere ir a parar el hombre sentado frente a él y que lo mira fijamente con sus ojos oscuros como el carbón. Tiene lo que quería y piensa que no debe dar explicaciones a nadie.
    -Me refiero a que ya está todo dicho, dígale a la señorita Julia que esta misma noche visitaré La Pedralta para formalizar el compromiso y poner fecha al matrimonio.
    -Antes deberá solicitar el permiso para iniciar el noviazgo y pedir su mano ¿no le parece?
    Observa su desconcierto y comprende que no está acostumbrado a recibir órdenes y mucho menos a que nadie le lleve la contraria.
    -No le comprendo, Maximiliano...usted me ha dicho que acepta convertirse en mi esposa ¿dónde está el problema?
    -Le he dicho que ella acepta casarse con usted, cierto.....la cuestión está en que reciba la autorización para hacerlo.
    -Pensé que no necesita el permiso de nadie, sus padres murieron y ella es dueña de su vida y sus decisiones.
    -Se equivoca, tiene un tutor que debe autorizar que ella de un paso tan importante, a él debe dirigirse para solicitar su mano.
    Nuevamente el desconcierto en su cara que va palideciendo por momentos y comprende que no se lo pondrán tan fácil como había imaginado.
    -¿Quién es esa persona...si puede saberse?
    -Soy yo.
    La carcajada de don Rafael no le pilla por sorpresa y mucho menos consigue inmutarlo. Permanece sentado en la silla mientras lo ve pasarse las manos por sus largos cabellos y recorrer con sus largas zancadas el salón como si se tratase de un león enjaulado.
    -¿De verdad piensa hacerme creer que tiene tanto ascendiente sobre ella?
    Abandona Maximiliano la silla y se pone a su lado. Sus ojos a la misma altura mirándolo directamente y la voz grave con una advertencia soterrada que no le pasa inadvertida.
    -Créame que si quiere casarse con ella...antes tendrá que obtener mi autorización, no dará un paso tan importante sin antes conseguir mi beneplácito.
    -¿Por qué hace ésto? Creí que usted era partidario de este matrimonio.
    -Y lo soy, el problema no es ese....le tengo voluntad y me gustaría verlos casados.
    -¿Entonces?
    -Julia es muy importante para mí, tanto que no dudaría en hacer pedazos a cualquiera que le haga daño, y eso va también por usted......buenos días, don Rafael.

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  162. 162.
    Recibe su último comentario como una bofetada por lo que tiene implícito de amenazante advertencia. Inimaginable que un trabajador se dirija en esos términos a un señor como él.
    Reacciona tarde pero lo hace antes de que el hombre traspase la puerta de salida y se vuelve al escuchar el imperioso tono de voz que don Rafael utiliza para detenerlo.
    -¡Maximiliano....espere!
    Detiene su paso antes de bajar el primer escalón de piedra y su figura se recorta al trasluz de la mañana entre las dos hojas de madera tachonada de dorados clavos.
    Su semblante es grave y no ve arrepentimiento en él a pesar de las palabras pronunciadas un momento antes con especial dureza.
    -¿Digame?
    -He creído percibir cierto tono de amenaza en sus palabras ¿me equivoco?
    -Llámelo como quiera...yo hablaría más bien de advertencia.
    -Pensé que me conocía mejor y no me cree capaz de hacer daño a una mujer.
    -Usted lo ha dicho, lo conocía.
    -Soy la misma persona...nada ha cambiado.
    -Nada me gustaría más, si le soy sincero....durante estos meses de enfermedad he podido reflexionar sobre muchas cosas. Una de ellas, es la preocupación que tengo por Julia y por su futuro y créame que no bromeo cuando le digo que no permitiré que nadie le haga daño.
    -No es daño lo que pretendo hacerle, Maximiliano. Necesito una esposa a mi lado y creo que Julia es la mujer indicada para estar a mi lado y darme los hijos que tanto ansío.
    Una alarma se enciende en su cabeza activada por la sinceridad con la que expresa sus más íntimos deseos. Siente decepción porque pensó que no buscaba una sustituta para su mujer y que Julia despertaba otro tipo de sentimientos en su persona.
    -¿Me está diciendo que pretende que Julia ocupe el lugar de su difunta esposa?
    Demasiado tarde se da cuenta de su error y en su intento por enmendarlo se da cuenta que sólo consigue confundir más al hombre que lo mira de una forma en la que aparece la desconfianza más absoluta.
    -No he querido decir eso....mi mujer murió y nadie podrá ocupar su lugar. Quiero una compañera que esté a mi lado y por supuesto que me gustaría tener hijos ¿Usted nunca deseó tenerlos?
    Intenta Maximiliano ponerse en el lugar del hombre que lo mira expectante y al mismo tiempo recuerda las palabras de Engracia “ Es hijo de quién es, Maximiliano, no lo hemos criado nosotros y él tuvo un buen maestro, no deberías tentar tanto a la suerte otorgándole unos sentimientos nobles de los que posiblemente carezca”
    Esas palabras lo golpean una y otra vez hasta martillear en su cabeza como el herrero golpea el yunque de manera continúa. Tal vez el equivocado sea él y Engracia esté en posesión de la verdad.
    Don Rafael capta su duda y comprende que esta vez ha ido demasiado lejos en su amargura y resentimiento.
    -¿De qué tiene miedo exactamente, Maximiliano? Conmigo puede hablar claramente.
    -Perdóneme si me mostré desconfiado pero pensé que tenía interés por Julia....un interés personal ¿me entiende?
    Asoma, ahora sí, la sonrisa a su boca y se extiende hasta sus ojos como ocurre con su madre. Una sonrisa que ocupa todo su rostro y tiene especial incidencia en su mirada.
    Engracia está equivocada, este hombre tiene mucho de ella y en modo alguno puede equivocarse con él.
    -¿Se refiere a sí Julia me resulta indiferente?
    -Bueno....algo así quise decir.
    -Pues despreocúpese, no estoy tan desesperado como para pedirle matrimonio a una mujer que no me guste.
    -Entonces no hay más que decir, le esperamos esta noche en La Pedralta.

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  163. 163.
    Le acompaña hasta el lugar en el que dejó el carro y comprueba que la mula se mantiene tranquila y a la espera de su dueño. Observa la agilidad con la que se encarama al vehículo demostrando que su enfermedad ha quedado definitivamente atrás.
    -Bien, se le espera a la hora de la cena, don Rafael.
    Asiente y golpea el flanco del animal que comienza a caminar lentamente hasta que el carro va cogiendo velocidad y desaparece en el primer repecho del camino de tierra.
    Se dirige a la casa y sus pasos van directos a la habitación de sus padres. Es una habitación que siempre permanece cerrada aunque Francisca la airea cada cierto tiempo.
    Recuerda los lejanos tiempos de su niñez y la fascinación que le causaba la enorme cama con dosel. Vienen a su memoria los días felices en los que abandonaba su habitación y se encaramaba a la cama de sus padres en busca de juegos que nunca le faltaban.
    Fue un niño querido hasta límites excesivos por su madre, una mujer extraordinaria que jamás le escatimó su atención a pesar de su delicado estado de salud.
    También sintió el amor de su padre aunque éste fuese distinto. Una mezcla de amor teñido de orgullo que nunca pudo disimular.
    Pero todo aquello pertenece al pasado y de nada sirve remover viejos recuerdos que ya nunca regresarán.
    Busca en la cómoda de madera hasta dar con el joyero de su madre que permanece escondido en el fondo de un cajón y sus ojos se topan con el cofre de plata bruñida que tantas veces vio examinar a su madre.
    Lo abre con cuidado y el brillo de la esmeralda parece deslumbrarlo por un instante hasta que sus dedos sujetan cuidadosamente la piedra engarzada en un delgado aro de oro.
    Siempre le fascinó los destellos de la piedra preciosa, sus distintas tonalidades que cambiaban según la posición en la que se encontrase y también viene a su memoria la delicada mano de su madre en las escasas ocasiones en las que lucía la joya familiar.
    Curiosamente, no fue este anillo el que entregó a su primera mujer cuando se prometieron y ahora se pregunta el porqué sin llegar a conclusión alguna.
    Lo guarda en un pequeño saquito de terciopelo rojo y repasa mentalmente las palabras que piensa dirigir al destinatario de su petición de mano.
    Un cierto nerviosismo parece asaltarle cuando piensa en la gobernanta de La Casa Pedralta, un hueso duro de roer y que parece estar dispuesta a todas horas para abalanzarse sobre él.
    Deshecha los malos presagios y recurre a los momentos futuros que con toda probabilidad llegarán a su vida para resarcirlo de tanta amargura.
    Tiene plena confianza en la dulzura de la joven Julia y en que ella sabrá restañar las heridas que todavía permanecen abiertas en su interior.
    La voz a su espalda consigue sobresaltarlo y la figura robusta de Francisca pasa al interior del dormitorio con la extrañeza reflejada en su cara.
    -Me extrañó ver la puerta abierta ¿necesita algo, don Rafael?
    -Gracias, Francisca, en realidad ya encontré lo que vine a buscar.
    Nuevamente la extrañeza en la criada al ver en sus manos el saquito de terciopelo y sus cejas se alzan en un signo de interrogación.
    -¿Le pasa algo al anillo de doña Rosalía?
    -No...no, Francisca a partir de hoy este anillo está destinado a una mano diferente a la de mi madre.
    -¿Se va a deshacer de él?
    Sonríe ante el susto de la mujer y presiona su brazo cariñosamente, cree llegado el momento de ponerla al corriente del cambio que se aproxima en su vida y que también la afectará a ella en cierta forma.
    -No se trata de deshacerme de nada, esta noche pediré la mano de la mujer que dentro de poco tiempo se convertirá en la señora de la casa y éste será su regalo de pedida.

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    Escudriña su rostro en busca de una reacción, reacción que no consigue ver puesto que la mujer se mantiene inmutable como si lo que acaba de decirle no fuese algo de su incumbencia.
    -¿No tiene nada que decir, Francisca?
    Lo mira con un punto de sorna y sonríe con suavidad ante su pregunta. Imaginaba que un hombre viudo y bien parecido como era él, no permanecería mucho tiempos solo.
    La elección le parece perfecta aunque no puede evitar echar la vista atrás y recordar a su padre. El resentimiento por los Hidalgo era algo que lo superaba y lo manifestaba de forma abierta, impensable, que de seguir vivo consintiera que se unieran en matrimonio las dos familias.
    -Eso es asunto suyo, don Rafael y es algo en lo que no debo meterme.
    -Pensé que se alegraría por mí......
    -Y me alegro.
    No quiere seguir poniéndola en un compromiso y le pide que prepare su ropa para la cena. Demasiado ha vivido ya como para ponerse nervioso ante una situación que espera se desarrolle de forma satisfactoria para todas las partes.
    Ala luz de las velas, Julia repasa su imagen por enésima vez ante el espejo de la habitación que perteneció a sus padres. Desde que Maximiliano regresara a media mañana con la noticia de la celebración de su pedida de mano para esa misma noche, una extraña sensación de instaló en la boca de su estómago y no la ha abandonado.
    Tanto Engracia, como su tía Luz intentaron infructuosamente que Maximiliano escuchara sus objeciones. Intento inútil porque su posición se mantuvo firme y les recomendó que se limitaran a preparar la reunión y mantenerse calladas.
    Por primera vez en muchos años, Julia pudo asistir al golpe de autoridad de Maximiliano y vio que ambas mujeres se replegaban a sus órdenes a pesar de que no habían parado de refunfuñar en todo el día.
    Sus hermanas revolotearon a su alrededor sin dejarla tranquila un instante y acosándola a preguntas para las que no tenía respuesta. Tan solo la presencia balsámica de don Tasio le dio la tranquilidad que en esos momentos necesitaba.
    Los ojos llenos de bondad del viejo maestro y sus palabras pausadas y reflexivas calmaron sus nervios y atemperaron su ánimo.
    El espejo le devuelve una imagen que se le antoja desconocida. El suave vestido de seda gris perla acentúa la palidez de su cara y recuerda el lamento de Engracia por la imposibilidad de que luzca alguna de las joyas que pertenecieron a su madre y que se vieron obligadas a vender durante la enfermedad de Maximiliano.
    Situación que remedió su tía cuando puso en su cuello un delicado collar que era la única joya familiar que conservaba de su difunta madre.
    El vestido perteneció a su madre y fue reformado por Engracia para ajustarlo a su cuerpo. Algo más alta que su madre y también, más delgada.
    Se pone en pie y coloca cuidadosamente los pliegues de la suave tela de la falda que rozan apenas el suelo. El escote es un tanto generoso según su opinión pero se ajusta a su pecho como un guante y las mangas de farol, largas hasta el codo van rematadas con unas lazadas de raso gris.
    Lleva el pelo recogido en la nuca aunque Engracia le ha dejado varios mechones sueltos que previamente ha rizado. La ha peinado en silencio y sin pronunciar una queja, tan solo las lagrimas silenciosas que caían inagotables de sus ojos, dejaban entrever su enorme congoja.
    Se dirige hacía el salón donde la espera toda la familia y abre la puerta lentamente. Todos los ojos de los presentes se posan en ella aunque hay unos que la perturban especialmente.
    La mirada de Rafael Caballero está revestida de sorprendida admiración al verla ataviada como una auténtica dama, poco que ver con la joven a la que siempre ha visto vestida con humildad y ropas que en la mayoría de los casos pertenecían más a un varón, que a una mujer joven como ella.
    La mesa está preparada para servir la cena y al término de la misma tendrá lugar la petición formal de mano y la elección de la fecha para la celebración del matrimonio.

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    El salón se encuentra iluminado con innumerables velas que Julia se pregunta de dónde habrán salido. Ese era uno de los caballos de batalla de Engracia desde unos años atrás, la vigilancia constante para que las utilizaran lo menos posible dada su escasez.
    Esta noche parece haber tirado la casa por la ventana a pesar de celebrarse algo a lo que es totalmente contraria.
    Comprueba que se han vestido todos con sus mejores galas y La Pedralta puede a lucir como en sus mejores tiempos, tiempos en los que se celebraban fiestas y reuniones que terminaron cuando su padre murió.
    Hasta Maximiliano viste un elegante traje que nunca hasta ese momento tenía constancia que le perteneciera y aún así luce como un auténtico caballero.
    Su mirada se dirige involuntariamente hacia su futuro marido y debe reconocer que es un hombre muy interesante. No parece tener intención alguna de cortarse el largo cabello aunque esta noche lo lleva recogido con una estrecha cinta negra que deja al descubierto su rostro anguloso y un tanto duro.
    Todos los hombres presentes se han puesto en pie al hacer ella su entrada y es precisamente él quien se adelanta y le ofrece su mano al tiempo que inclina la cabeza ceremoniosamente.
    Escucha las risas sofocadas de sus hermanas y el gesto petrificado de Engracia y su tía Luz. Más no piensa retroceder un paso en su intención de contraer matrimonio con el hombre cuya mano parece trasmitir fuego en la suya a pesar del levísimo contacto.
    La cena transcurre en medio de un embarazoso silencio que nadie parece estar dispuesto a romper y Julia corrobora su idea de que Engracia ha tirado la casa por la ventana al ver el enorme pavo que que preside la gran mesa del comedor.
    También ha dispuesto la vajilla que perteneciera a su madre y que sustituye a los desportillados platos de loza que utilizan habitualmente. Las delicadas copas de cristal tallado brillan a la luz de las velas rememorando tiempos pasados que ya quedan muy lejos en la memoria de todos los presentes.
    Han dispuesto que los futuros contrayentes ocupen asientos uno al lado del otro y apenas intercambian unas palabras de cortesía entre ellos hasta que dan por finalizada la cena. Momento en el que Maximiliano invita a los hombres a retirarse al fondo del salón en tanto las mujeres recogen y retiran la mesa para proceder a la ceremonia posterior.
    Admira don Rafael la diligencia de las mujeres que en cuestión de minutos consiguen despejar totalmente la mesa y se unen a ellos con una expectación y nerviosismo que no consiguen ocultar.
    Pero el momento por fin ha llegado y se forma un semicírculo en cuyo centro dejan a los novios sentados uno al lado del otro y esperando que sea el aspirante a marido quien pronuncie las primeras palabras.
    Admira Maximiliano el temple del que hace gala don Rafael que en ningún momento parece sentirse intimidado por la expectación creada y tiene la impresión de que es un hombre al que le gusta resolver los asuntos importantes sin dilatar en el tiempo su conclusión.
    -Bueno, como imagino que todos sabemos el motivo que nos ha reunido hoy aquí....me gustaría dirigirles unas palabras antes de entregar mi regalo a Julia y solicitar a Maximiliano el consentimiento para contraer matrimonio con su pupila.
    -Quisiera que entiendan mis buenas intenciones y el deseo de que a partir de hoy cambien las relaciones que hasta ahora han sido un tanto tensas.
    Invita con un gesto a que se pronuncie Maximiliano aunque esto suponga un esfuerzo para un hombre parco en palabras.
    Pero les sorprende a todos al ponerse en pie y construir un discurso compacto y lleno de sentimiento en el que pide a don Rafael que vele por la felicidad y bienestar de Julia al tiempo que da su beneplácito para que la boda pueda celebrarse.
    Regresa a su asiento y es entonces el momento en que Rafael entrega a Julia la joya familiar y lo desliza suavemente en su dedo sin desviar su mirada de la suya en ningún momento.

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    La piedra preciosa lanza destellos en su dedo pero no es el brillo de la joya lo que más impacto le produce. El suave roce de sus manos al ponerle el anillo y su intencionada demora al deslizarlo en su dedo le provoca un estremecimiento que intenta disimular por todos los medios.
    Pero parece apiadarse de ella y se retira de su lado para hablar de nuevo a los presentes, se dirige en especial a Maximiliano que en sus palabras parece adivinar el malestar que le provocó su conversación de esa misma mañana.
    -Desearía que este anillo que perteneció a mi madre signifique el principio de una larga vida en común entre Julia y yo. Tengan la seguridad de que me encargaré de que así sea y pondré todo mi empeño en que nada le falte a mi lado.
    En ningún momento se ha dirigido a ella personalmente, más bien parece que quiera contentar a los que le miran expectantes y disipar cualquier rastro de preocupación.
    Es don Tasio quien pone punto y final al acto poniéndose en pie y dedicando unas palabras a los futuros contrayentes.
    -Bien...creo que no nos queda más que desear que la vida les sea propicia y creo conveniente dejar solos a esta pareja para que puedan conversar tranquilamente sobre los detalles que su futuro matrimonio requiere.
    Las objeciones que están a punto de brotar de las bocas de Engracia y la señorita Luz son de inmediato reprimidas por la mirada dura de Maximiliano que secunda al maestro en su propuesta. Se pone en pie y estrecha la mano de Rafael con el vigor de siempre al tiempo que invita a los presentes a disolver la reunión.
    -Tiene razón , don Tasio. Es hora de que estos dos hablen con tranquilidad y aquí sobra gente.
    Abandonan uno a uno el espacioso salón hasta que Maximiliano lo hace en último lugar, no sin antes cerrar las puertas a su espalda para dar la intimidad necesaria a la pareja que siente como se hace el silencio entre ellos al quedar completamente solos.
    Es ese momento el que más teme Julia, enfrentarse a este hombre al que tan poco conoce y tener que afrontar una relación que a partir de esa misma noche será entre ellos dos.
    Rafael se da cuenta de su incomodidad y una divertida sonrisa se esboza en sus labios. Más ya no tiene él la preocupación que lo ha asaltado durante el mes anterior.
    La petición de mano se ha llevado a cabo y difícilmente tiene vuelta atrás. Ya sus deseos se han materializado y solo le queda esperar a sellar su unión y emprender una vida que le pueda resarcir de tantos sinsabores.
    -¿Te ha gustado el anillo?
    Respingo de Julia al escuchar su voz ronca y su mirada se posa sobre el elegante anillo al tiempo que asiente con la cabeza. No sabe qué decirle, es una sensación rara la que le asalta y comienza a dudar de si ha tomado la decisión correcta.
    ¿Qué pueden tener en común dos seres como ellos? ¿Será capaz de vivir alejada de todos sus seres queridos?
    -¿Qué piensas? Te has quedado muy callada.
    Se sonroja por lo intuitivo que este hombre puede llegar a ser, tiene la impresión de que mira más allá de su apariencia física y pretende conocerla en su más recóndito interior.
    -No era nada....quería darte las gracias por el anillo, es muy bonito.
    -Creo que tú y yo tenemos muchas cosas que tratar ¿Para cuándo fijamos la fecha del matrimonio?
    -Bueno...hay tiempo para eso, tenemos que conocernos y tratarno....
    -¿Me ves en edad de estar manteniendo un noviazgo largo?
    La carcajada con la que acompaña sus palabras consigue dejarla clavada en la silla. Pensaba que le daría tiempo para asimilar su cambio de estado civil y no parecen ser esas sus intenciones.
    -Hace falta preparar muchas cosas......
    -No te preocupes por eso, la semana próxima le pediré a Maximiliano que os acompañe a la capital y allí podréis adquirir todo lo necesario para tu ajuar. Yo me haré cargo de todos tus gastos respecto a la boda.

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    Su comentario respecto a los gastos de la boda consigue humillarla. En modo alguno se le ha pasado por la cabeza aceptar su dinero para comprar absolutamente nada y así se lo hace saber.
    Lo tutea por vez primera entendiendo que la relación entre los dos ha cambiado totalmente pero dejando bien claro que no aceptará nada que venga de él, no hasta que se convierta en su mujer.
    -Tú no tienes que correr con ningún gasto de mi ajuar, sabes perfectamente que nuestra situación no es buena pero Engracia se ha ocupado durante estos años de ir guardando algunas cosas para el momento en el que alguna de nosotras pudiéramos necesitarlas.
    Se percata inmediatamente de su metedura de pata y trata de enmendar el error lo mejor que puede.
    -Perdona...quizá me expresé mal.
    -No, te has expresado perfectamente y mi respuesta sigue siendo la misma. De mi ajuar me encargo yo.
    ¡Vaya! La señorita Hidalgo le ha enseñado las uñas a las primeras de cambio y le ha dejado más que claro que no se deja pisotear fácilmente. Tampoco le extraña tanto si ha sido criada por el basilisco de la gobernanta que parece una mujer de armas tomar.
    -¿Tampoco aceptarás entonces mi regalo de boda?
    El golpe bajo que acaba de propinarle le da idea de lo que puede suceder con el choque de dos personalidades tan fuertes.
    Mantiene la mirada retadora del hombre sentado frente a ella y una sonrisa amarga asoma a sus labios cuando le da la respuesta que él no espera en absoluto.
    -Creí que este matrimonio se celebraba precisamente por ese regalo ¿Acaso había pensado usted otra cosa, don Rafael?
    Le ha devuelto el golpe con maestría y no le queda más remedio que aceptarlo como tal. Debe reconocer que ha pecado de soberbio y le han recetado una ración de su propia medicina.
    -Bien...las cosas claras, espero que sea digno de la confianza que has depositado en mí y efectivamente, La Laguna Grande volverá a tus manos cuando estemos casados.
    -¿Cuando estemos casados? Creo que no has entendido nada de lo que he dicho, no firmaré ningún documento que me convierta en tu esposa sin antes haberlo hecho con los documentos que me acrediten como dueña de esas tierras.
    Su franqueza consigue desconcertarlo y admite que ha subestimado claramente a la muchacha ¿Acaso pensó que caería rendida a sus pies simplemente con un chasquido de sus dedos?
    El embarazoso momento planea en el ambiente que se vuelve tenso a la la luz de las velas. Velas que Engracia se ha encargado de reducir a la mitad en su obsesión por controlar los gastos y ahora Julia sospecha que ha llegado demasiado lejos al confesarle tan abiertamente sus motivaciones últimas para aceptar su propuesta de matrimonio.
    Siempre prudente, Julia comprende que posiblemente se busque un problema innecesario y rectifica sobre la marcha ante la atónita mirada del hombre que es desde esa misma noche su futuro marido e intenta imponer la cordura entre ellos.
    -Creo que no tiene mucho sentido la deriva que ha tomado nuestra conversación....
    -Sí que lo tiene, querida, has dejado muy claras las razones por las que has aceptado convertirte en mi esposa. Cosa que te agradezco para no llamarnos ninguno de los dos a equívoco.
    Se estremece al detectar en sus palabras una especie de arrepentimiento y también una cólera soterrada que él trata de reprimir pero que no consigue mantener oculta.
    -Tantos años al lado de Engracia me han soltado la lengua de una forma irresponsable, me gustaría que no tomes en cuenta lo que digo.
    Lo ve abandonar su asiento y ponerse en pie, su cara es una máscara indescifrable y Julia no sabe bien a qué atenerse respecto a él. La coge de improviso su repentino gesto y demasiado tarde comprende sus intenciones.
    Al secundarle y ponerse ella también en pie, Rafael se acerca hasta ella y la enlaza por la cintura hasta ponerla a su altura y entonces busca su sorprendida boca que recibe la suya sin darle tiempo a cerrarla

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  168. 168.
    Procura Julia mantener la calma que su repentino beso le provoca y se deja abrazar sin ofrecer resistencia al ver el punto de desesperación que late en el fondo del abrazo.
    La unión de dos seres en la que uno de ellos necesita el contacto del otro para mantener la cordura que le permita seguir encontrando sentido a su vida.
    Así lo ve ahora, un hombre perdido y necesitado de algo a lo que aferrarse para olvidar. No le desagrada su contacto en absoluto, es un hombre cálido y apasionado, de maneras exquisitas en la intimidad que ahora se da entre ellos.
    Lo separa de ella sin brusquedad pero termina alejándolo para retomar su lugar en la silla e intentar mantener una conversación en la que se debe tratar el futuro inmediato de los dos.
    No hace mención alguna al beso que le ha dado segundos antes y recupera la compostura alisando la falda de su vestido al tiempo que enfrenta su mirada como si nada hubiese sucedido entre ellos unos minutos antes en los que hablaron con total crudeza de sus motivaciones para unir sus vidas en matrimonio.
    Es él el primero en romper el silencio y lo hace para disculparse por no haber solicitado su permiso para besarla.
    -Lamento si te has sentido violentada, Julia....ha sido un impulso.
    Ella mantiene la calma alegrándose por el amparo que le supone la falta de luz para ocultar su acalorado rostro y no tener que mostrar los estragos que su cercanía le ha producido.
    -No es necesario que te disculpes, estamos prometidos ¿no?
    De nuevo la mujer racional y responsable que vio en ella la primera vez que se encontraron. Las duras palabras del principio parecen diluirse poco a poco y dar paso a planes de futuro inmediato entre dos adultos.
    -Agradezco lo que dices y pienso que es hora de ponernos de acuerdo para poner fecha a la boda ¿qué opinas?
    -Creo que no hay prisa a pesar de que tú dices que no tienes edad para esperar mucho....
    Sonríen los dos y por vez primera la complicidad sobrevuela el salón alejando viejos fantasmas.
    -No quiero resultar pesado pero sigo pensando que es mejor hacerlo cuanto antes. Tengo treinta y cuatro años y tú también tienes una edad adecuada ¿por qué esperar?
    De nuevo la urgencia en sus palabras, la sensación de querer emprender una nueva vida cuanto antes sin detenerse a pensar en cosas que no parecen importantes.
    -Cierto, tenemos una edad más que adecuada pero también muchos preparativos por delante que requieren tiempo.
    -Estamos a principios de marzo y creo que hay tiempo suficiente para prepararlo todo y celebrar el matrimonio el primero de junio ¿te parece bien?
    Dos meses, le da dos meses de plazo que a ella se le antojan insuficientes y acrecientan su nerviosismo. Más no quiere dilatar más la decisión y sobre todo, no desea en absoluto discutir más sobre el tema del tiempo que a él parece molestarle especialmente.
    -Me parece bien, si no estás dispuesto a esperar más.....
    -No es cuestión de esperar, Julia, es de sentido común no retrasar algo que nos conviene a los dos.
    Parece dar por finalizada la charla y se pone en pie ofreciéndole su mano para que ella haga lo propio. Sujeta con delicadeza su mano y la besa con suavidad al tiempo que busca sus ojos intentando encontrar en ellos el bálsamo que tanto necesita.
    -Me marcho, tendremos tiempo hasta la boda para entrar en detalles y por favor.....quisiera que aceptaras mi ayuda para cuestiones de dinero.
    -No, ya te dije que nos arreglaremos como podamos.
    -Insisto, quiero lo mejor para mi mujer y no admito más discusiones ¿de acuerdo?
    Asiente Julia lentamente y de nuevo la besa aunque esta vez lo hace con delicadeza y rozando apenas sus labios al tiempo que presiona sus manos y abandona el salón con su paso rápido y ágil.
    Ella se queda en el medio de la estancia con una especie de congoja en su interior. Confusa y a la vez expectante ante la nueva situación que se avecina.

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  169. 169.
    El mes de marzo dice adiós y comienza abril como preludio de una primavera templada y dejando atrás los rigores del invierno que tan duramente los ha castigado ese año.
    El largo ciclo de sequía parece haber terminado y la primavera se presenta lluviosa. Los campos reverdecen con la ayuda del agua abundante y la ausencia de las heladas que destrozaron las débiles cosechas y les abocaron a una situación de extrema necesidad.
    Tanto Engracia como su tía Luz con la ayuda de Ernestina, se ocupan en los días en los que luce el sol de sacar los colchones al exterior y varear la lana que extienden en las grandes zarzas que rodean la casa.
    La actividad es frenética por parte de las tres mujeres en tanto las jóvenes acompañan a Maximiliano a realizar los trabajos del campo ante la ausencia de jornaleros.
    Don Tasio encuentra una ocupación que no parece ser la más indicada en un hombre pero que le ha sido asignada por parte de Engracia ante su insistencia en ayudar.
    Armado de varios lienzos de suave tela blanca, el hombre dedica las horas a sacar brillo a la cristalería y la porcelana fina de la casa ante las risas sofocadas de sus pupilas que lo consideran una víctima de la estricta gobernanta.
    La celebración de la boda está a la vuelta de la esquina y el trabajo no falta para nadie ante la negativa de Engracia a la proposición de Rafael para que la ceremonia religiosa y el posterior banquete se celebrase en El Tejar.
    Se presentó una tarde al poco de celebrarse la petición de mano y se encontró sola a Engracia en la cocina inmersa en los preparativos de la cena.
    No le tenía miedo a la mujer pero sí guardaba las distancias al tener la sospecha de que era la única que podría impedir su matrimonio.
    Albergaba la íntima convicción de que si ponía a Julia entre la disyuntiva de elegir entre su prometido y ella. La joven se decantaría por el afecto de la mujer.
    Por lo tanto, se propuso medir bien sus pasos y pensar cada palabra que pronunciase para no despertar su cólera, daba por descontado que contaba con su total desconfianza.
    -Buenas tardes ¿no hay nadie más en la casa?
    Su voz la sobresalta y se apresura a dejar las verduras y limpiarse las manos en el delantal antes de encarar a su visitante con un cierto gesto de contrariedad.
    -No....se encuentran quitando verdugos a los olivos.
    -¡Vaya! Tenía necesidad de conversar con Julia.....
    -Pues tendrá que esperar, don Rafael.
    Le da la impresión de encontrarla más conciliadora que otras veces y prefiere batirse en retirada para no tentar a la suerte que hasta el momento le ha acompañado en la consecución de sus deseos.
    -Puedo volver en otro momento, no se preocupe.
    La mujer también parece encontrar más suavizada su actitud y le invita a tomar asiento al mismo tiempo que le ofrece una porción de bizcocho recién horneado y que desprende un delicioso olor.
    No le desprecia el dulce y lo devora ante la mirada divertida de la gobernanta. Un velo de tristeza parece teñir la mirada femenina pero es sólo un espejismo que inmediatamente da paso a la seriedad en su semblante.
    -Le daré cuenta a Julia de su visita, don Rafael.
    -Se lo agradecería ¿puedo tomar otro pedazo? Está delicioso.
    Nuevamente deposita en el plato otra porción del dulce y decide acompañarlo en la mesa de madera hasta que da por finalizada la merienda.
    Sabe perfectamente que lo está observando y preguntándose el motivo por el que está aquí, decide sondearla y conocer su opinión sobre los motivos de su visita.
    -Verá....quería proponer a Julia que la boda se celebre en El Tejar, contamos con la capilla y los jardines pueden ser un buen escenario para el convite posterior.
    -Perdóneme, la boda se celebrará en La Pedralta, es lo natural.
    -Pero no tienen capilla.
    -A la iglesia del pueblo...como todo el mundo.

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  170. 170.
    Guarda silencio ante la mujer y comprende que lo mejor es no llevarle la contraria en el mes escaso que queda para celebrar el matrimonio. Se pone en pie y aún a riesgo de ser despedido con cajas destempladas, introduce la mano en el bolsillo de su chaqueta y le alarga un sobre de grueso papel con dinero en su interior.
    -En ese caso, no se ofenda pero creo que tiene que aceptar mi aportación en los gastos que estos preparativos conllevan.
    Engracia mira el sobre y lo sorprende al cogerlo sin ningún tipo de aspaviento. Lo abre y separa una cantidad que devuelve a su propietario al tiempo que guarda el resto en el bolsillo de su delantal.
    -Le agradezco el detalle pero creo que con esto será suficiente porque ya sabe que andamos a la cuarta pregunta.
    Sonríe Rafael y respira aliviado por su reacción que no era ni mucho menos la que él esperaba. Intenta insistir para que acepte la totalidad con la excusa del vestido de novia.
    -Me gustaría que con lo que me ha devuelto encargase el vestido de la novia.......
    -No, Julia lucirá el traje de su difunta madre. Su tía Luz y yo misma nos estamos encargando de adaptarlo a sus necesidades......pierda cuidado que estará bellísima.
    No lo duda lo más mínimo y decide no insistir más. Comienza a despedirse de la mujer en el preciso momento en el que las risas y los gritos se cuelan por las ventanas de la cocina que ya permanecen abiertas por efecto del buen tiempo.
    -¡Vaya! Creo que tendrá suerte y podrá ver a Julia antes de marcharse, hoy han regresado pronto.
    La acompaña al exterior y puede ver a las jóvenes todavía en el carro que conduce Maximiliano y que se dirige hasta el viejo granero sin que ninguna de ellas se percate de su presencia.
    -No quisiera molestar, señora y perdone la curiosidad ¿No se encuentra en casa la señorita Luz?
    -No, se trasladó ayer a la casa de la capital para recoger algunas cosas para el ajuar de Julia.
    Su respuesta le obliga a insistir de nuevo en la necesidad que tendrán de contar con dinero para gastos imprevistos y aprovecha que las hermanas Hidalgo se dirigen hasta donde ellos se encuentran para deslizar con disimulo el sobre que momentos antes le ha devuelto.
    Engracia se da perfecta cuenta de sus movimientos y trata de impedirlo sujetando su mano pero no puede evitar que el sobre termine finamente en su bolsillo.
    No puede evitar que él le deje el dinero pero sus manos se juntan y una insiste en que se quede allí y la otra en devolverlo.
    Por primera vez en sus vidas están piel contra piel. Por primera vez desde hace muchos años porque nunca Engracia lo llegó a tener siquiera en sus brazos....ni aspiró su olor...ni besó su cara. Lo llevó nueve meses dentro de ella y lo dejó ir una madrugada que se pierde ya en los recovecos de su memoria.
    Desiste al fin Engracia y con un leve gesto le da a entender que no piensa discutir más. Esperan uno al lado del otro la llegada de las jóvenes que los saludan de manera efusiva, sobre todo a la gobernanta que recibe impasible sus achuchones.
    Julia viene más retrasada porque siempre ayuda a Maximiliano a quitar los aparejos a las mulas. Lo ve en cuanto sale del granero y de nuevo el vuelco en su estómago al reparar en su alta figura recostada en el quicio de la puerta.
    Besa a Engracia al llegar a su altura e inclina levemente la cabeza al mirarlo sin demorar mucho tiempo la mirada. Siempre la asalta la turbación ante este hombre seco y a veces cortante pero que guarda en su interior una apasionada forma de ser que ha veces ha podido vislumbrar aunque sin entrar en profundidades.
    -Buenas tardes, no avisaste de tu visita.
    -Lo sé.....fue un impulso y decidí salir a dar un paseo que me trajo hasta aquí.
    Engracia percibe una cierta tirantez y corta de raíz el tenso momento con maestría.
    -Don Rafael se quedará a cenar con nosotros ¿verdad?
    -Como ustedes quieran, estoy a su completa disposición.

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  171. 171.
    No es hasta después de terminada la cena cuando la invita Rafael a dar un paseo por el camino principal de acceso a la casa. Previo permiso pedido con mucho respeto a Maximiliano y que éste concede con un movimiento afirmativo.
    La primavera ha hecho su aparición de manera repentina y ha llenado los campos de una eclosión de vida vegetal que se deja notar de forma notoria en el ambiente.
    Ya no predomina el olor a humedad que durante meses lo impregnaba todo y los confinaba a permanecer alrededor del fuego al llegar la noche.
    Aún así, es necesario cubrirse todavía para permanecer en el exterior y Engracia echa sobre los hombros de Julia el grueso chal de lana en previsión de un enfriamiento. Los recibe el silencio de la noche y la calma que se respira al estar en contacto con la naturaleza casi virgen.
    -¿Estás cansada?
    Es él quien comienza la conversación en vista del mutismo de la joven. No parece muy habladora y apenas han tenido tiempo de estar a solas e intercambiar pareceres sobre la manera de enfrentar el paso que están a punto de dar los dos.
    -No, no estoy cansada.
    -Pues entonces estás muy callada ¿en qué piensas?
    Nunca hasta ahora había llegado tan lejos como para preocuparse por su estado de ánimo. Percibe el esfuerzo que hace para que ambos mantengan una relación más personal pero que a ella se le antoja un imposible por el poco conocimiento que tienen el uno del otro.
    Demasiado precipitada para su gusto la fecha de la boda. Hubiera preferido al menos un año de noviazgo para intentar conocerse mejor y derribar la barrera de desconocimiento que los separa.
    -Pienso en muchas cosas, sobre todo en que este año la cosecha sea buena y nos permita remontar la situación tan difícil que hemos vivido estos años anteriores.
    La ve tan responsable y preocupada por el bienestar de su familia que no duda que será una excelente esposa y una buena madre para sus hijos.
    -A partir de ahora no debes preocuparte por eso, a mi lado nunca te faltará nada.
    Detiene su paso al escucharlo y no puede por menos que dar réplica a sus palabras con un cierto tono amargo en su voz.
    -No pienso solamente en mí, Rafael......
    La entiende perfectamente aunque sabe que están en situaciones muy diferentes. Su familia siempre ha sido muy limitada y no ha tenido la oportunidad de desarrollar el instinto de protección que sí se puede apreciar en ella.
    -Tampoco a ellos les faltará lo más básico, intentaremos echarles una mano cuando sea menester.
    Continúan el paseo hasta llegar a los dos guindales que parecen formar una especie de arco y donde comienza el camino principal que conduce directamente a La Pedralta.
    El cielo está despejado y pueden observar las numerosas estrellas que lo pueblan gracias al reflejo de la luna llena.
    Nota su mano en el brazo obligándola a detener sus pasos y una nerviosa inquietud la domina porque estando a solas con él se siente más vulnerable y perdida. Una sensación de no saber enfrentar esos momentos de intimidad que tanto la perturban y que la impulsan a salir huyendo sin volver la vista atrás.
    Más, no puede hacer eso a estas alturas y se impone un cierto control sobre unos nervios que parecen querer traicionarla en el momento más inesperado.
    Rafael pone la mano sobre su barbilla y la obliga a enfrentarlo sin darle ninguna otra opción. Sus ademanes son suaves pero revestidos de una gran firmeza y ella se limita a permanecer expectante a la espera de un beso que sabe que llegará con total seguridad.
    Y el beso es profundo y sin ninguna duda por parte de él que inclina la cabeza buscando una boca que le parece esquiva.
    Julia permanece inmóvil sin atreverse ni a respirar cuando los brazos la acercan peligrosamente hasta su cuerpo y de nada valen sus intentos por mantener una prudente distancia entre los dos.

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  172. 172.
    Consigue al fin zafarse del abrazo que la aprisiona y buscar el aire que necesita para respirar. No insiste Rafael en repetir el beso y permite que se aleje unos pasos de su lado hasta que normalice su agitada respiración.
    No quiere atosigarla ni hacerle creer que ignora su nerviosismo. Es una chica joven que posiblemente nunca antes tuvo pretendiente alguno y la situación que está viviendo consigue superarla en muchos sentidos.
    Acorta la distancia que ella misma ha puesto entre los dos e intenta buscar una disculpa por si ella se ha sentido violentada en algún momento.
    -Perdóname...quizá me he excedido en el abrazo.
    No le contesta de inmediato tratando de serenarse y encontrar las palabras adecuadas a la tensa situación. Debe reconocer su desconocimiento en cuestión de hombres, de relaciones sociales y mucho más en hacer frente a un pretendiente tan efusivo como éste.
    Es cierto que don Tasio les ha insuflado un aire de modernidad, les ha permitido lecturas que para esa época se podían llamar atrevidas.
    Pero no es lo mismo leerlas en el papel que llevarlas a la práctica. Han estado todas ellas protegidas en exceso por Engracia y les cuesta un mundo abrirse a alguien que no sean ellas mismas y su entorno.
    -No hay nada que perdonar, sólo quiero que me des tiempo para asimilar lo que está ocurriendo. Ya te dije que el matrimonio era muy precipitado y hubiera sido conveniente esperar a conocernos mejor.
    ¡Era eso! No está preparada para asumir una situación que acarrea un cambio total en su vida. Debe dejar atrás todo lo que hasta este momento ha rodeado su discurrir diario y ese cambio le da vértigo.
    -¿Qué es lo que temes exactamente?
    Lo directo de su pregunta consigue darle un respiro al comprender que este hombre no se anda con paños calientes. Le gusta saber el porqué de las cosas y tratar los temas de frente.
    Mira por encima de su hombro, agradece la oscuridad de la noche que le permite ocultar su desazón y no mostrar su tremenda preocupación.
    Su olor le llega atenuado, una curiosa mezcla de maderas nobles con un toque de canela. Momentos antes lo ha percibido mucho mejor, sobre todo en la zona de su garganta que ha quedado a la altura de su nariz.
    Pero lo presiente a su lado, erguido y un tanto pensativo al verla sumida en un mar de dudas y muy insegura a pesar de ser ya una mujer adulta.
    Y tiene la obligación moral de contestar a su pregunta. No quiere emprender una vida junto a él que se base en la desconfianza y el recelo.
    -Temo muchas cosas....me parece normal si pensamos detenidamente la situación en la que nos encontramos.
    -¿En qué situación nos encontramos? No termino de entender a dónde quieres llegar.
    Nuevamente la duda en ella, titubea antes de contestar por si de sus palabras él pudiera sacar conclusiones equivocadas.
    -Tú vienes de un matrimonio interrumpido prematuramente, estás herido y tengo la impresión de tener que ocupar un lugar que no me corresponde.
    Acusa el golpe y lo puede observar a la luz de la luna, su mandíbula se tensa y la dureza vuelve a su rostro otorgándole una apariencia inescrutable.
    Ese es su miedo, que aflore un hombre desconocido y que ella tenga que luchar con el fantasma de otra mujer, una mujer que no pertenece a este mundo pero que sí vive en el recuerdo del hombre que la amó.
    Lo escucha expulsar el aire que mantenía retenido en su interior y relajar el semblante que unos instantes antes era de auténtica crispación, se adelanta un poco hasta que quedan uno frente al otro y sus manos buscan las suyas hasta conseguir enlazarlas con fuerza.

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  173. 173.
    Su voz adquiere un tono que hasta el momento no había usado al dirigirse a ella y puede encontrar en sus palabras ciertas pistas que logran desconcentarla.
    Desaparece el hombre duro para dar paso a alguien mucho más cercano que pocas veces sale al exterior.
    -No espero de ti que ocupes el lugar de nadie, Julia ¿de dónde sacas semejante conclusión?
    Consigue hacerla sentir incómoda pero al menos ha logrado que afronten un asunto que a ella le causa preocupación.
    -Disculpa si soy tan sincera pero a veces creo que no has podido olvidar, que buscas en mí lo que has perdido y yo no creo estar a la altura de esas expectativas.
    Lo puede ver tragar saliva con dificultad y se arrepiente de inmediato por su insistencia que sabe sobradamente que le hace daño.
    La presión de sus manos se intensifica y ella no retira las suyas. Un ligero escalofrío recorre su cuerpo y entonces parece hacerlo reaccionar.
    -¿Tienes frío? Te acompaño hasta la casa y me marcho, seguro que estás muy cansada.
    Lo está, pero es un cansancio que va más allá de lo físico, una especie de nebulosa que envuelve su mente y le impide pensar con claridad.
    Hay algo en él que se le escapa y no logra saber bien qué puede ser. Claro que necesariamente tiene que arrastrar unos recuerdos que amargan su existencia y es precisamente ese aspecto el que más miedo le produce.
    Decide enfrentarlo antes de iniciar la vuelta a casa y sabe que en su pregunta se está jugado el futuro de los dos.
    -¿Sabes cuál es el motivo de mi preocupación?
    Se detiene y busca en la oscuridad para poder escrutar su cara, poder analizar en su gesto algo que no solo sean palabras y más palabras.
    -No lo sé, creo entender que no te fías de mí, parece que la gobernanta te ha predispuesto en mi contra y ve en mi persona un peligro para tu integridad.
    Al fin la ve sonreír ante un comentario suyo y consigue relajarse ante el cariz que tomaba la conversación.
    -No debes temer nada de Engracia, a veces pienso que nadie le parecería lo suficiente bueno para ninguna de nosotras.
    -Ya...pero a mí parece tenerme especial inquina.
    -No lo creo, el asunto de La Laguna Grande fue el principal detonante para mostrarte esa inquina y de ahí su airada reacción.
    -Algo que no consigo entender, aquí y en este asunto, el único agraviado he sido yo.
    -Olvidemos eso, ella al igual que me ocurre a mí, piensa que todavía es muy pronto para que busques tener a otra mujer a tu lado, sospecha que no es conveniente....ni sano.
    El golpe es certero pero busca dar en el blanco exacto. Julia también duda de sus intenciones reales al querer tenerla a su lado. No quiere llamarse a engaño y después, cuando el matrimonio sea un hecho, lleguen los reproches y le muestre su verdadera cara.
    Posiblemente esté influenciada por la machacona insistencia de Engracia y su tía Luz. A ninguna de las dos les agrada el matrimonio que se celebrará en apenas un mes y así se lo hacen saber a la menor oportunidad.
    -¿Piensas que no soy lo que parezco....es eso?
    -No diría tanto....creo que deberíamos conocernos mejor y....
    -¿Quieres que anulemos el compromiso? Si es eso lo que realmente piensas, ahora es el mejor momento para decírmelo.
    -No, yo no he dicho eso.
    -Bien, el día primero de junio se celebra la boda y aquí estaré, si cambias de opinión en este mes que falta...ya sabes dónde puedes encontrarme.
    Su cambio brusco de humor la deja paralizada y tiene que esforzarse para conseguir alcanzarlo.

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  174. 174
    Y lo alcanza a duras penas puesto que sus zancadas son largas y rápidas. Reconoce que tanta pregunta ha conseguido rebosar el límite de su paciencia y siente una especie de culpa por ser tan incisiva.
    Llega a su altura poco antes de llegar a la puerta y gracias a que él ha detenido su paso y la espera. La espera, con la seriedad reflejada en su cara y no muy dispuesto a contestar a más cuestiones por esa noche.
    -Disculpa si te han molestado mis preguntas, Rafael...a veces no mido bien mis palabras.
    Lo toma como una tregua y relaja un tanto su semblante adusto. A la luz de la luna le parece más bella que nunca y tiene la certeza de encontrar la felicidad perdida a su lado.
    -Está bien, creo que es hora de retirarme, no creo que haya necesidad de dar más vueltas a lo ocurrido....asunto zanjado por mi parte.
    Inclina ligeramente la cabeza ante ella en señal de despedida y se dirige hasta el cabriolé que permanece amarrado a uno de los gruesos alcornoques que flanquean la entrada a la casa.
    El relincho del caballo al reconocer a su dueño es lo último que escucha antes de perderlo de vista en la oscuridad de la noche.
    Tan solo permanece despierta Engracia, se encuentra en la cocina terminando de ordenar unos cacharros y vuelve la cabeza al hacer ella su entrada.
    Enseguida puede observar que su cara muestra preocupación pero no quiere atosigarla y prefiere hacer caso de las recomendaciones de Maximiliano.
    “No te metas donde no te llaman, Engracia. Deja en paz a los muchachos y que se engañen por su propio ojo”
    -¿Ya se marchó don Rafael?
    -Sí, es muy tarde y yo también me retiro, buenas noches.
    La deja ir sin pronunciar ni una palabra y toma asiento frente a la sólida mesa de la cocina. El tiempo ha pasado tan deprisa que a veces tiene la sensación de no haberlo vivido.
    Mira sus manos castigadas por el duro trabajo y el trascurrir de los años y el leve roce de otras manos parece quemarle de nuevo.
    Las lleva a sus labios, justo en el mismo lugar en el que él las tocó y las mantiene junto a su boca al tiempo que cierra los ojos y se deja llevar por los recuerdos.
    Recuerdos difusos por el paso del tiempo pero que aún tienen la capacidad de desgarrar su corazón y remover la amargura que la ha acompañado casi toda su vida.
    El mes de mayo es de una frenética actividad en la finca. Todo tiene que estar preparado para el día primero de junio y al día siguiente de la boda comenzar con las labores de la siega del cereal.
    Este año faltarán las manos de Julia para ayudar en la recolección que por primera vez desde hace ya bastante tiempo, se presenta abundante y sano.
    Han blanqueado la casa en su interior y limpiado todos los muebles uno por uno. Las ventanas permanecen abiertas casi todo el día y se respira una renovación total en la rutina diaría.
    Los graneros y las cuadras también han sido blanqueadas con la cal que Maximiliano les ha podido conseguir sin preguntar la procedencia del dinero que Engracia le entregó junto con una nota en la que escribió una serie de útiles que serían necesarios.
    Sospechó el hombre que fuese don Rafael el encargado de entregarle el dinero pero no se ha atrevido a planteárselo en previsión de algún enfrentamiento no deseado.
    Le extraña mucho que ella aceptase dinero al conocer su orgullosa forma de ser aunque reconoce que las apreturas económicas tampoco permiten sacar el orgullo muy a menudo.
    Se limita a viajar a la capital acompañado por primera vez de doña Luz. Engracia se empeñó en que lo acompañase al no fiarse mucho de que fuese él el encargado de adquirir ciertas cosas que necesitan del parecer de una mujer.
    -Debería acompañar mañana a Maximiliano a Ciudad Real.
    Se lo comunicó la noche anterior cuando la señorita Luz trataba de descansar en un sillón de la agotadora jornada de limpieza.

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  175. 175.
    Doña Luz enarcó una de su bien perfiladas cejas y la miró de manera divertida a pesar de encontrarse tan cansada que era incapaz de moverse del cómodo sillón.
    La relación entre ambas ya hacía mucho tiempo que había dejado de ser un eterno tiro y afloja para derivar en una especie de acuerdo de no agresión.
    Engracia dejó de ser tan incisiva en todo lo concerniente a la hermana de su difunta señora y doña Luz comprendió al fin que la mujer no dejaba de moverse incesantemente por la espaciosa cocina era mucho más que una simple gobernanta.
    Era el alma de la casa y nunca podría ocupar su lugar. Le había costado muchos años llegar a ese convencimiento y ahora la relación era de igual a igual.
    Mueve con cuidado su dolorido cuerpo y le lanza la puya que llevaba todo el día callándose.
    -¿De dónde ha sacado el dinero que tan alegremente está gastando, Engracia?
    La mujer detiene su frenética actividad y toma asiento frente a ella al tiempo que blande amenazadoramente el trapo que lleva en las manos ante la cara de una somnolienta Luz.
    -¿Usted qué cree?
    -¡Vaya! Parece ser que al final don Rafael se ha salido con la suya y ha conseguido comprarla...curioso.
    El jocoso comentario no consigue alterar el rictus de su cara, al contrario. Engracia acerca una banqueta de madera para descansar sus pies y recuesta su cuerpo contra el respaldo del sillón al tiempo que mantiene sus ojos fijos en un lugar indeterminado del techo.
    Parece meditar las palabras escuchadas segundos antes y no contestarlas. Pero la señorita Luz sabe que esa es una quimera suya si piensa que en algún momento conseguirá quedar por encima de ella.
    -¡Ah! Piensa el ladrón que todos son de su condición....siento desilusionarla, estimada señorita pero don Rafael me obligó a aceptar su dinero metiéndolo en el bolsillo de mi delantal de manera traicionera delante de las muchachas.
    -Como puede comprender, no era cuestión de armar un espectáculo con ellas presentes y comprendí que no debíamos privar a Julia de la fiesta del día de su boda. Al fin y al cabo era su futuro esposo el que se sentía obligado a correr con los gastos.
    No tiene doña Luz ningunas ganas de continuar con la discusión y asiente con la cabeza al tiempo que se abanica el acalorado rostro. Nunca antes había desarrollado tal actividad física y nota el paso del tiempo en todos y cada uno de los huesos de su cuerpo.
    -¿Qué es exactamente lo que necesitaremos comprar en la capital?
    Se incorpora Engracia en el sillón e introduce una de sus manos en el bolsillo del delantal para extraer un papel grande y cuidadosamente doblado que le alarga para que pueda leer.
    Doña Luz también se incorpora y lo despliega reprimiendo una sonrisa ante la letra grande que ocupa las dos caras aunque en realidad no son muchas las cosas que deben adquirir.
    A diferencia de la suya que es menuda y prieta, la letra de Engracia es exageradamente grande y redonda a pesar del esfuerzo constante de don Tasio que muchas veces sujeta la mano de la mujer con la suya para enseñarle a no realizar tan grandes los trazos.
    Inútil esfuerzo el suyo, comienza moderando las palabras para terminar con las letras grandes y rotundas que logran exasperar al viejo maestro.
    La lista no es larga y se compone principalmente de ingredientes para realizar la repostería de la boda. Le sorprende uno de los encargos y mira interrogadoramente a Engracia que permanece impasible en el sillón.
    -¿Un frasco de perfume.....? Me sorprende esa deferencia suya para con nosotras, Engracia.
    -Déjese de pamplinas, el perfume no es para nosotras como puede comprender.
    -¿Ah, no ….no me diga que quiere regalársela al novio?
    -Me está cansando con sus ironías, el perfume es para Julia, en pocos días será una mujer casada y quiero que huela bien.
    Lo intenta doña Luz pero le resulta imposible reprimir la carcajada que resuena en su garganta como un repique de campanas a pesar de sus intentos desesperados por sofocarla.

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  176. 176.
    Consigue que cesen las carcajadas y se recompone la ropa al tiempo que se incorpora en el sillón. Parece dejar de lado el dolor de huesos que hasta un momento antes la mantenía postrada y su mirada divertida se dirige a una ofuscada Engracia.
    -Pero mujer....¿para qué necesita Julia perfumes?
    -No sé....pensé que sería bueno que lo tuviera.
    Le enternece la debilidad que muestra en los días previos a la boda porque sabe perfectamente que la marcha de su sobrina será un golpe duro para ella.
    A pesar de sus exabruptos y de su aparente dureza, en el fondo es una sentimental que se resiste ante la idea de que uno de sus polluelos abandone el nido.
    -Creo que debemos hacer caso a Maximiliano....dejar que emprenda su vida sin inmiscuirnos.
    -¿Me está hablando en serio...cuándo ha cambiado de opinión?
    Podría decirle muchas cosas en ese momento para hacerle ver que las equivocadas han sido ellas desde siempre. Que sus errores eras suyos, de nadie más pero no quiere herirla más y se limita a suavizar sus palabras.
    -Don Rafael es un hombre con posibles, educado, aunque nos pueda parecer un tanto seco para el carácter alegre de nuestra Julia. Le procurará una vida cómoda que si sigue encerrada en esta maldita casa nunca conseguirá llevar.
    Siempre la parte calculadora en la antaño altiva señorita de buena familia, siempre poniendo por encima la parte material sobre la sentimental. Engracia deja de lado la diplomacia y carga con dureza contra ella.
    -¡Ah, era eso! Olvidaba que la señora proviene de un extracto social en el que prevalecen las apariencias sobre todo lo demás.
    Se dispone a darle réplica en el preciso momento en el que hace su entrada Maximiliano cortando de raíz cualquier discusión. Se deja caer pesadamente en una de las sillas y las dos mujeres comprueban que está al borde del agotamiento.
    Se ha recuperado muy bien de su enfermedad pero el ritmo de trabajo le está pasando factura como nunca antes lo había hecho.
    Los preparativos de la inminente boda han incrementado las tareas para todos los miembros de la familia y en especial, lo mantienen ocupado a él.
    Engracia le sirve un jarro de zumo de limón que a estas alturas del año son muy abundantes gracias a los cuatro limoneros que se libraron de la sequía.
    Pone el jarro frente a él y corta una generosa ración de bizcocho que ha mantenido a salvo del apetito voraz de las chicas para poder ofrecérselo al regreso del trabajo.
    -Te veo cansado ¿no te estarás excediendo, Maximiliano?
    Una cansada sonrisa se dibuja en su boca al percatarse del tono estridente y preocupado de la mujer. Está cansado, sí pero también está deseando que llegue el día de la boda y dejar atrás tanto preparativo y tantas órdenes de las mujeres que lo tiene al borde del colapso.
    -No te preocupes, hoy he estado retirando los árboles secos y limpiando El Carrascal ¿Sigues pensando que es el mejor lugar para la celebración del convite?
    Se sienta frente a él sin perder detalle del apetito con el que devora el bizcocho y le vienen a la mente las palabras de doña Juana cuando lo veía comer
    “Este muchacho necesita alimentarse bien, Engracia. Alguien que trabaja de esta manera tiene que estar bien alimentado”
    -¿Por qué lo dices, piensas que nos puede sorprender alguna tormenta de ve verano?
    Mueve la cabeza negando a la pregunta que le hace y prefiere que si algo sale mal no sea porque no lo advirtió.
    -No creo, falta una semana y no parece que vaya a cambiar el tiempo.
    Respira más tranquila porque la idea ha sido suya y el lugar elegido es uno de sus preferidos de La Pedralta. Una especie de plazoleta natural rodeada de grandes encinas y alcornoques con grandes mesas de piedra, ideal para una merienda de verano.

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  177. ¿el capítulo 176 es el último o me he perdido algo?. gracias.

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  178. 177.
    La señorita Luz se mantiene en un discreto segundo plano en tanto Engracia intercambia opiniones con él y le muestra su preocupación por todo lo concerniente a la inminente celebración.
    Ellos ya aprovecharon días atrás su viaje a la capital para disfrutar de una intensa jornada que les resultó inolvidable.
    Inolvidable por lo poco habitual, recorrieron las estrechas callejuelas cogidos del brazo como si fuesen un matrimonio y realizaron todos y cada uno de los encargos que Engracia les puso por escrito.
    En algunos establecimientos entró en su compañía, en otros lo hubo de hacer sola ante la negativa de Maximiliano a deambular entre perfumes y ropa íntima de mujer.
    Permanecía en el exterior hasta que la mujer salía con una gran sonrisa en su cara y los envoltorios destinados a la futura casada.
    No malgastó el dinero que Engracia le entregó. Los últimos años de estrecheces y abiertas penalidades consiguieron al fin que se abriese en su mente una nueva forma de pensar.
    Más acorde con la realidad que padecían y bastante alejada de la realidad paralela que casi durante toda su vida la había abocado a la amargura y la infelicidad.
    Pero aquel día supo que la felicidad se limitaba a pasear al lado del hombre del que siempre había estado enamorada. A perderse con él entre la multitud y a dar gracias a dios por su asombrosa recuperación.
    Fue posiblemente su enfermedad lo que consiguió que algo en su cabeza cambiara definitivamente y no tuviese ya marcha atrás.
    Esta tarde lo ve agotado y también desea que la boda se realice sin sobresaltos y regresen a su rutina habitual a pesar de la inminencia de la siega que trae consigo un trabajo ingente.
    Termina su merienda Maximiliano y hace ademán de levantarse y abandonar la cocina para continuar con sus quehaceres, cuando la mano de Engracia sobre su hombro se lo impide con suavidad.
    -Quédate un rato más con nosotras ¿qué prisa tienes?
    La sonrisa ocupa toda su cara casi siempre circunspecta y su recia mano acaricia la de la mujer con una ternura que pocas veces se permite.
    No olvida el tremendo desvelo que siempre ha desplegado por su persona. La dedicación que la ha mantenido a su lado durante su prolongada enfermedad y lo poco que le tembló el pulso a la hora de deshacerse de las joyas familiares para comprar los medicamentos que necesitaba.
    Pero la gratitud es mutua, una mirada les basta para entenderse y en este preciso momento comprende que algo perturba la tranquilidad de la gobernanta.
    -Queda mucho por hacer, Engracia ¿Quieres hablar de algo en especial?
    El ligero titubeo la delata y la señorita Luz carraspea con nerviosismo temiendo alguna explosión de las suyas.
    No tiene ni idea de lo que la tiene preocupada. Ya está clara la procedencia del dinero que Engracia les entregó y nadie puso objeciones a que ella lo aceptase aunque fuese a regañadientes.
    -¿Has hablado con don Rafael estos días?
    -¿Hablar....de qué, exactamente?
    -De los planes que tiene para Julia, no nos ha dicho lo que piensa hacer una vez casados......
    Nueva sonrisa, comprende su preocupación dado su carácter controlador y la poca información que Rafael le ha ofrecido respecto a la vida que piensa llevar junto a Julia.
    -Engracia....¿crees conveniente que yo le requiera sobre sus planes futuro?
    -No sabemos nada, Maxi.....no ha dicho dónde piensan vivir una vez casados ¿te lo ha dicho a ti?
    -Mujer, me imagino que vivan en El Tejar como ha hecho este último año.
    No lo tiene ella tan claro, sospecha que intente alejarla de allí para instalarse en la casa que tienen en Ciudad Real. Las hilaturas y las fábricas de tejidos han sido siempre su principal fuente de ingresos y requieren de una vigilancia que no ha mantenido desde ala muerte de su mujer y su hijo.

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  179. I78.
    Maximiliano aprovecha ese momento para levantarse de la silla e intentar tranquilizar a una agitada Engracia. Claro que le preguntó a Rafael por los planes que tenía respecto a su vida en común con Julia.
    Tratando de no pecar de curioso y con una gran habilidad, se interesó por el lugar en el que tenía pensado establecer el domicilio conyugal y su respuesta le pareció de lo más razonable.
    Le confesó su dejadez durante el año anterior respecto a los negocios y la necesidad que tenía de ponerse al frente de los mismos.
    Su responsabilidad para con los trabajadores y la esperanza en que el nuevo tiempo fuese más propicio para su espíritu herido.
    Por lo tanto, creía necesario pasar gran parte del año en la capital y espaciar sus estancias en la finca a periodos meramente vacacionales y de descanso.
    -Tiene pensado establecerse en la ciudad, Engracia.
    La mujer acusa el golpe como si esperase algo parecido pero tuviese la esperanza de que no fuese así. No tuvo valor para preguntarle ella misma y ahora sus sospechas se hacen realidad.
    -¡Lo sabía! Intentará por todos los medios alejarla de nosotros.
    La cabeza de Maximiliano se mueve pesarosamente lamentando la tendencia al drama de la que siempre ha hecho gala la mujer.
    Reconoce que casi siempre acierta pero en este caso no cree que la asista la razón.
    -No es una cuestión que nos atañe, lo normal es que sean ellos los que decidan sobre su vida.
    Se mantiene en silencio y no insiste más al verlo avanzar hasta la salida de la cocina. Lo deja marchar y recobra su lugar en la silla vacía fijando su mirada en la jarra de limonada que ha dejado a medio tomar.
    Es la señorita Luz la que intenta romper el pesado silencio. Sonríe amargamente al observar el cambio operado en su vida y en su forma de pensar.
    Se hubiera dejado arrancar varias piezas dentales en otro tiempo por tener la misma oportunidad que ahora tiene su sobrina y se sorprende al constatar que también ella experimenta un sentimiento muy parecido al que asalta en estos momentos a la fiel Engracia.
    Una especie de inquietud que hace unos años ni se le hubiese pasado por la cabeza.
    No es que desconfíe de Rafael, le parece un hombre serio pero de una exquisita educación. Es el recuerdo de su padre el que consigue ponerla nerviosa y despertar sus recelos.
    Toma asiento al lado de Engracia y busca su mano que permanece inmóvil sobre la vieja madera.
    -¿Qué es exactamente lo que teme, Engracia?
    La sorprende al buscar su contacto físico y por primera vez desde que se conocen no rehuye ese contacto. Al contrario, presiona levemente esa mano y al fin levanta sus ojos enfrentando su mirada.
    -Tenemos muestras sobradas de lo que los Caballero han sido capaces de hacer ¿cómo puede hacerme esa pregunta precisamente ...usted?
    -Yo no creo que Rafael tenga nada que ver con su padre, lo digo con total sinceridad.
    -Es su hijo.....
    -Sí....¿Pero algo tendrá de su madre, no?
    El temblor de la mano que mantiene entre las suyas se torna incontrolado y trata desesperadamente de retirarla encontrándose con la firme oposición de la señorita Luz.
    -Ya basta, Engracia....no se haga más daño.
    Su labio inferior comienza a temblar al tiempo que sus ojos se llenan de un llanto que amenazaba con desbordarlos y que ha conseguido mantener a raya a duras penas.
    Ve el reconocimiento en los ojos oscuros que mantienen su mirada y comprende que lo sabe, lo sabe desde hace mucho tiempo.
    -¡Maldito, Maximiliano! Se ha ido de la lengua ¿verdad?
    La ve negar con la cabeza, de forma continuada y haciendo especial énfasis en esa negación.
    -No....entre sus prioridades hay más lealtad hacía usted que hacia mí.
    -¿Entonces?
    -Lo vi a él en usted........o a usted...en él, como prefiera.

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  180. Capi 80
    Derrota, derrota en su rostro curtido por innumerables inviernos y amargura, amargura que se refleja en todas y cada una de las finas arrugas de su cara.
    No consideraba tan sagaz a la señorita Luz. Posiblemente la haya subestimado a lo largo de todos estos años en los que han convivido una al lado de la otra sin haberse conocido en absoluto.
    La sigue con la mirada cuando abandona su asiento y la observa mirar por la ventana hacía el exterior.
    Parece escrutar el infinito en busca de una respuesta que ya no llegará y al volverse hacía ella, su cara muestra un gesto nuevo, no ha desaparecido la amargura pero la encuentra más dura.
    Dura....esa es la definición más apropiada porque siempre en los momentos difíciles ha sido así.
    Se envuelve en una dureza que no permita a nadie indagar en sus sentimientos, ni su interior.
    -Espero que me guarde el secreto....
    La señorita Luz no puede impedir que la ternura la inunde y una sonrisa se acomode en su boca.Por vez primera ha podido atisbar a la niña que aún permanece en el interior de la mujer adulta y siente melancolía, melancolía y pena por las vidas perdidas en los vericuetos inescrutables del destino de los seres humanos.
    -¿Bromea, Engracia?
    Pero sabe que no lo hace, sus hombros arqueados le demuestran claramente su hundimiento y deja de lado cualquier asomo de sarcasmo por su parte.
    -Perdóneme........no es momento de afrontar este asunto pero si me gustaría que algún día me contase cómo ocurrieron las cosas.
    Toma asiento de nuevo frente a ella y ahora sus ojos están completamente secos. La mujer fuerte que puede con todo ha mostrado cual es su debilidad y se siente terriblemente incómoda.
    -No tengo nada que perdonarle, sería más bien al contrario, Luz.
    -¿Yo...perdonarle algo a usted?
    -Sí....por hacerle creer que yo era mejor que usted, no lo soy, nunca lo fui.
    Le extraña que sea ahora la que esboce una triste sonrisa pero comprende el motivo cuando comienza a hablar con una humildad desconocida en ella.
    -Seré muchas cosas, qué lo soy......pero no soy hipócrita y le diré que nunca le eché en cara lo de Beatriz porque yo hice lo mismo un día ¿con qué derecho puedo afearla una conducta que yo misma llevé a cabo?
    Sabe que no quiere ahondar en la herida, no ahora, que tanto queda por hacer y respeta el mutismo en el que cae tras ese instante de debilidad.
    -Vamos a ver cómo ha quedado el Carrascal, Engracia, tiempo habrá de hacer balance de nuestros errores.
    Le agradece el capote que le ofrece y abandonan juntas la cocina enfréntandose al radiante sol de finales de mayo.
    Las risas les llegan sofocadas en la placidez de la tarde y se dirigen hasta ellas con la complicidad propia de quienes han recorrido juntas un largo camino que no siempre ha trascurrido en paralelo.
    La explanada se muestra ante sus ojos como un oasis de paz en el que las muchachas se balancean con energía en los columpios que Maximiliano construyó para ellas.
    Gruesas sogas de cáñamo que permanecen fuertemente amarradas a las ramas de los viejos alcornoques. Extienden sus piernas para coger impulso al tiempo que mantienen agarradas sus largas faldas pudorosamente.

    1 de Junio de 1889.
    La pareja aparece en el dintel de la puerta de la iglesia en medio de exclamaciones de júbilo de los asistentes que lanzan numerosos pétalos de rosas sobre sus cabezas.
    El vestido de organza de la novia ha perdido su blancura original a pesar de los esfuerzos de Engracia para recobrarlo, desistió de intentarlo ante el miedo a destrozarlo y finalmente se dio por vencida y optó por aceptar la realidad.

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    Maximiliano permanece en un segundo plano pero sin perder detalle de lo que sucede a su alrededor. Declinó amablemente la petición de Julia para que fuese su padrino y no cedió a las súplicas de la muchacha que se empleó a fondo para convencerlo.
    Le hizo ver la conveniencia de dar ese privilegio a don Tasio al que por edad veía más adecuado y comprobó que habían hecho lo correcto al observar su indisimulado orgullo.
    El puesto de madrina lo ocupó una elegante señorita Luz que también quería ceder el puesto a Engracia. La negativa de la mujer fue rotunda y al igual que pasó con Maximiliano, alegó el parentesco como requisito indispensable para que fuese ella la que ocupase dicho lugar.
    Y ya salen convertidos en marido y mujer. La novia luce esplendorosa con el delicado vestido de tafetán y su hermoso cabello recogido en la parte superior de su cabeza.
    Tuvieron que buscar con rapidez otro velo que supliera al original, las polillas habían hecho su trabajo y al exponerlo a la luz, terminó por caerse a trozos.
    Fue Francisca la que se ofreció a buscar en El Tejar entre los grandes baúles del desván hasta encontrar el vestido de novia de doña Rosalía.
    Les acompañó la suerte y el velo se conservaba en perfecto estado junto con una pequeña tiara de plata para sujetarlo al cabello.
    Rafael vestía un traje negro junto a una camisa blanca impoluta, un ancho pañuelo granate con diminutos topos marrones adornaba su cuello y aceptó recortar su largo cabello a petición de Francisca que pensaba que para el día de su boda era obligado lucir más recatado, más formal.
    Apenas habían tenido contacto en los días previos a la ceremonia y esta tarde de principios de verano han unido sus vidas en lo que se supone debe ser un camino que emprendan juntos.
    Julia tiene la sensación de enfrentarse a un abismo desconocido y apenas guarda en su mente los detalles de la ceremonia.
    Ha tenido la sensación de permanecer muy lejos de allí, como si fuese otra persona la que hablase por ella y se limitara a asistir como un convidado más.
    Pero no....es ella la protagonista, es su brazo el que permanece enlazado al del hombre que permanece a su lado correspondiendo a las palabras de felicitación de los escasos invitados al enlace.
    La familia directa del novio se limita a unos tíos ancianos que no han podido trasladarse y dos primos solteros que asisten por puro compromiso. Algunos amigos provenientes de la capital y los administradores de las manufacturas.
    Por parte de la novia, los invitados eran más numerosos y variopintos. Todas las personas que a lo largo de los años habían pasado por La Pedralta para prestar sus servicios.
    Muchos conocidos del pueblo y las escasas amigas que las muchachas tenían la fortuna de tratar. Se acercaba el grupo a la centena y todos juntos emprendieron el camino a pie para dirigirse a La Pedralta y dar buena cuenta de la suculenta merienda que se serviría para festejar el matrimonio.
    Una merienda que ya las encargadas de servirla han dispuesto en las grandes losas de piedra que desde tiempos inmemoriales permanecen en el claro del Carrascal.
    Un lugar fascinante por su belleza natural y que hoy se encuentra adornado por la mano del hombre y ofrece un contraste curioso con las grandes losas cubiertas por grandes sábanas blancas que hacen las veces de manteles.
    También han pedido auxilio a Francisca en la intendencia. Numerosos capachos de paja conteniendo copas y vasos de delicado cristal han viajado entre las dos fincas con extremado cuidado.
    Platos y fuentes de barro para depositar los deliciosos dulces que se servirán como postre y grandes calderos de cinc con los sabrosos conejos al ajillo que servirán para alimentar a los asistentes a la merienda-cena.
    Lebrillas de barro con el vino dulce aderezado con pedazos de manzana y melocotón que nadan sobre el rojo líquido a la espera de los sedientos invitados.

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    Apenas recuerda Julia los detalles del casamiento y tampoco guarda recuerdos de la fiesta posterior. Tan solo percibe fogonazos aislados que se disipan en su mente mezclándose en un torbellino de sensaciones.
    La luz del día se deja sentir amortiguada por las gruesas cortinas y su mano recorre con cuidado las sabanas arrugadas hasta comprobar que el otro lado de la cama se encuentra vacío. Un suspiro de alivio recorre su garganta y desemboca en sus labios que expulsan el aire lentamente.
    Sus ojos se habitúan a la escasa luz que le llega del exterior y puede observar la estancia que la noche anterior estaba casi en penumbra a pesar de las velas encendidas de un candelabro.
    La habitación es amplia y amueblada con un gusto exquisito en la que se deja sentir la mano experta de una mujer.
    Le llega levemente el aroma de un ramo de rosas que pusieron el día anterior sobre la reluciente cómoda de madera oscura que se encuentra frente a la cama y su mirada se topa con el vestido de novia que descansa sobre uno de los sillones de terciopelo granate.
    También a su lado puede ver el camisón de batista blanca que con tanto esmero bordó Engracia para ella. Más no tuvo oportunidad de lucirlo y quedó colocado con pulcritud sobre el respaldo del sillón.
    Cierra con fuerza los ojos en un intento baldío por tratar de componer el rompecabezas en el que se ha convertido su vida y anhela de inmediato poder regresar a su vida anterior.
    Extraña la habitación en la que se encuentra, desconoce el mullido colchón y las sábanas de lino que rozan su delicada piel ocasionándole rojeces.
    Piensa en Engracia y sus enigmáticas palabras de despedida ¿Por qué extraño motivo no termina de fiarse del que ahora es su marido?
    Palabras atropelladas y deslizadas a su oído en uno de los escasos momentos en que se encontraron a solas.
    “Si algo te ocurriese......ponlo de inmediato en nuestro conocimiento”
    Palabras que continuaron resonando en su cabeza y a las que no pudo replicarle por la llegada de su marido pero que siguieron martilleando en su mente mientras recibían las felicitaciones de todos los asistentes al enlace.
    Palabras a las que encontró significado en el mismo momento que sintió la presión de la mano en su codo y su boca susurró a su oído de manera apremiante la necesidad de abandonar la celebración.
    De nada sirvió su protesta para continuar disfrutando de la apacible noche, de la alegre música que animaba a los invitados a danzar alrededor del viejo alcornoque formando un círculo perfecto.
    Y la certeza de que algo no iba bien cuando prácticamente la obligó a retirarse sin darle la oportunidad de despedirse de sus hermanas ni de su querido Maximiliano.
    Abandonaron La Pedralta en el elegante cabriolé engalanado para la ocasión y recorrieron los nueve kilómetros que separaban ambas fincas inmersos en un incómodo silencio acentuado por los chirriantes sonidos que emitían las cigarras que despertaban con el calor del verano formando en algunos momentos un coro infernal.
    Poco alumbrado les esperaba al llegar al Tejar y ella se dejó ayudar para descender del cabriolé apoyada en la mano que él le ofreció de manera galante para evitarle un mal paso en la irregularidad del terreno empedrado que daba acceso a la casa solariega.
    Se dejó guiar en la penumbra y se mantuvo impertérrita en tanto Rafael procedía a abrir la enorme puerta de madera cuyos grandes clavos dorados brillaban a la luz de la luna.
    Lo siguió a través del interminable pasillo y contuvo la respiración cuando le cedió amablemente el paso para acceder a una de las habitaciones del fondo de la casa y la luz de las velas despejó las tinieblas dando paso a una tenue claridad.
    Lo observó cuando depositó con cuidado el candelabro en uno de los muebles y la visión de la enorme cama con dosel le provocó un imperceptible sobresalto que la obligó a abrazarse a sí misma en un desesperado intento por frenar el temblor que recorría su cuerpo.
    Permaneció en el mismo lugar en tanto le veía desprenderse de la chaqueta y deshacer el nudo del pañuelo que ceñía su garganta.

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    Permanece inmóvil hasta que él se da la vuelta depositando las dos prendas sobre el sillón y acorta el escaso metro de distancia que los separa.
    Vislumbra su rostro moreno muy cerca del suyo y contiene la respiración cuando la mano masculina sujeta su barbilla obligándola a alzar su cara y a enfrentar la mirada que se dirige directamente a sus ojos.
    Sus largos dedos recorren despacio su mejilla y terminan en su garganta aumentando la zozobra de una asustada Julia que no sabe bien cómo enfrentar una situación que la sobrepasa claramente.
    Espera que sea él quien rompa el prolongado silencio y su voz un tanto ronca la devuelve a la realidad.
    -Estás muy callada.....¿qué piensas?
    No sabe dar respuesta a la pregunta que le formula, la situación totalmente nueva para ella le impide articular palabra y se avergüenza en su interior por si se hace una idea equivocada sobre ella.
    Es una joven instruida y aunque no es muy locuaz con gente que no sea de su confianza, si lo es con los suyos y nunca le falta tema de conversación.
    -No sé......ha sido un día extraño.....
    -¿Extraño?
    -Sí......estoy confundida por tanto bullicio.....
    Al fin lo ve esbozar una sonrisa y la mano que permanece en su garganta dibuja el contorno de su cuello aumentando su desazón.
    -¿Te ayudo con el vestido?
    -¿Qué.....?
    -Te decía si te ayudo a desabrochar el vestido.
    Lo había escuchado pero el nerviosismo iba en aumento y trataba de ganar un tiempo con el que no contaba. Le da la espalda y entonces percibe sus dedos largos y ágiles manipular los diminutos y numerosos botones que van desde el cuello hasta más abajo de la cintura.
    Con el último botón se retira de su lado y ella procede a retirar el vestido de su cuerpo con la sensación de flotar en una nube de la que no sabe cómo bajar. Saca sus esbeltas piernas y busca un lugar para depositar el vestido con cuidado.
    Tan solo va vestida con la enagua y su mirada se topa con el camisón de batista alargando su mano para ponérselo cuando algo se interpone en su camino.
    -Déjalo....no lo necesitarás.
    Se queda quieta esperando su próximo movimiento e intenta ocultar sus manos que tiemblan de forma ostensible al tiempo que sus ojos se llenan de lágrimas al recordar las noches que Engracia dedicó a terminar su flamante camisón de novia.
    No le pasa desapercibida su congoja pero continua desnudándose en silencio observando divertido que ella desvía su mirada.
    Le habla dándole la espalda, tiene el torso desnudo y toma asiento para desatar los cordones de sus pesadas botas que se quita con facilidad.
    -¿Por qué tanto empeño en ponerte el camisón?
    -Lo...lo hizo Engracia para mí......
    -¡Ah, vaya! La gobernanta siempre presente pero ahora ya no está en nuestras vidas, querida.
    Su comentario la hiere por lo que tiene de despectivo y considera una obligación defenderla de su mordacidad.
    -Ella ha sido una madre para mí, siempre estará en mi vida.....
    -Tu vida está a mi lado, no lo olvides.
    Abandona el sillón y se pone a su altura, serio e inescrutable el rostro, con sombras oscuras que le dan más dureza y acentúan sus afilados rasgos.
    -Tu querida gobernanta te vendió a buen precio ¿acaso piensas que hubiese consentido este matrimonio si yo no transijo en ceder La Laguna Grande?
    -No te engañes....me has salido cara, esa mujer me odia y no hubiese permitido que te rozase siquiera de no mediar ese trato.

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  185. 184.
    La humillación no consigue poner freno a sus palabras. Consigue a duras penas armarse de valor y lo enfrenta haciendo acopio del poco orgullo que todavía le queda.
    Su boca queda torcida en una mueca que pretende trasmitir desprecio y escupe las palabras vocalizando perfectamente en un intento desesperado porque no suenen atropelladas.
    -¿De dónde sacas que fue Engracia la que autorizó esta unión?
    Consigue sorprenderlo por la vehemencia con la habla y la indignación que la hace parecer a sus ojos, especialmente bonita.
    -Fue ella precisamente la que más se opuso, con tanta fuerza lo hizo.... que temimos por su salud.
    La mira desconcertado pero la deja hablar a la espera de que sea ella misma la que despeje sus dudas.
    -Efectivamente, te odia de una forma irracional bajo mi punto de vista y por eso no pienso permitir que la cargues con culpas que no le corresponden.
    Al fin la interrumpe alzando ambas manos frente a ella como pidiendo una tregua en la absurda discusión que el mismo ha provocado.
    -Está bien, supongamos que tengas razón y no sea tan interesada como aparenta.
    -No lo es, nunca lo ha sido y no pienso permitirte que hables mal de ella en mi presencia.
    Reconoce que es una mujer con coraje y defiende lo que cree justo con pasión. No se amilana ante las adversidades y posiblemente sea esa condición lo que atrajo su atención desde el mismo día que se topo con ella tras una larga jornada en los áridos campos.
    Sabe que no la doblegará por la fuerza y espera hacerlo con los dardos envenenados que hace mucho tiempo que rondan en su cabeza.
    -¿Y dime una cosa.....si no es la gobernanta la que accedió a nuestro matrimonio, tal vez lo hizo Maximiliano en un intento desesperado por no perder esas tierras?
    La indignación se convierte en una cólera sorda que le nubla los sentidos y se siente engañada por el hombre que tiene frente a sí.
    -A la única a la que debes pedir explicaciones...es a mí, Maximiliano me previno para que pensara bien el paso que estaba decidida a dar, estás muy equivocado respecto a él...es un hombre sin dobleces.
    -Y no se las atribuyo... pero dime ¿qué motivo fue el que te convenció para aceptar mi propuesta?
    No quiere mentirse más, ha llegado la hora de afrontar las dudas que parece albergar su flamante esposo y piensa darse el gusto de complacerlo llegados a ese punto.
    -¿Quieres saber la verdad?
    -Me gustará mucho saberlo, no te quepa la menor duda.
    Vacila unos instantes pero al fin parece encontrar las fuerzas necesarias para sincerarse con él y con ella misma.
    -Hubo muchos problemas durante estos años en los que hemos padecido todas las calamidades imaginables...la enfermedad de Maximiliano me hizo enfrentarme a una dura realidad.
    -Se hizo necesario vender las joyas familiares para afrontar su tratamiento y la despensa estaba vacía ¿qué crees que sentimos cuando te presentaste reclamando esas tierras que son casi las únicas que nos procuran sustento?
    Enmudece ante su cruda confesión y la réplica muere ahogada en su garganta antes de pronunciarla. La indignación de la que ya es su mujer ha teñido su acalorado rostro de un rojo intenso y siente una inmensa ternura por ella.
    Ternura que hacía ya demasiado tiempo que no experimentaba y que consigue avergonzarlo.
    -No te equivoques, Rafael....no llames interesados a ninguno de ellos porque fui yo la que me vendí....no fueron ellos.
    No quiere escuchar nada más. Posiblemente sea el único culpable al querer saber el motivo por el cual se ha casado con él y simplemente se limita a hacerla callar con un apasionado beso que la coge desprevenida y al que no corresponde pero tampoco rechaza.

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  187. 185
    Y no lo rechazó porque tenía muy claras las obligaciones inherentes al paso que había dado ese mismo día al contraer matrimonio.
    La luz que pasa a través de las gruesas cortinas se va haciendo más nítida y le permite recrearse en los detalles del espacioso cuarto que ocupa. El techo abovedado presenta un fresco de colores desvaídos en el centro exacto y recrea un coro de ángeles niños que revolotean alrededor de una virgen de extraña belleza.
    No quiere que los recuerdos de la noche anterior vuelvan a su mente pero comprende que no podrá prescindir de ellos por mucho que se esfuerce.
    Y regresan, consiguiendo ruborizarla por completo al rememorar una noche que quedará grabada en su memoria por la pasión con la que fue amada.
    Fue delicado el comienzo permitiéndole adaptarse lentamente a una situación desconocida para dar paso más tarde a una pasión desbocada que en algunos momentos le llegó a parecer indecente.
    Se dejó llevar, al igual que lo hacían las hojas que ella observaba flotar en la corriente del riachuelo y que desaparecían de su vista en cuestión de segundos.
    Abandona la cama muy a su pesar y se dirige hasta el ventanal para retirar las cortinas que impiden pasar la luz del día en su totalidad.
    La luz entra directamente y la ciega momentáneamente obligándola a proteger los ojos con su mano hasta acostumbrarse al brillante sol.
    No tiene noción del tiempo e ignora la hora aunque por la altura del sol sospecha que sean pasadas las diez de la mañana.
    Viste el camisón de batista que consiguió ponerse cuando ya Rafael dormía profundamente a su lado y que tapó una desnudez que le parecía indecorosa.
    Piensa en Engracia y suspira profundamente al recordar el único consejo que se permitió darle
    cuando se lo probó ante ella y se quejó de que era demasiado largo, con cuello cerrado y mangas hasta las muñecas.
    “Eres demasiado joven, no enseñes más piel de la que debes y manténte en tu sitio frente a tu marido”
    Ahora esa frase casi le provoca la risa y por supuesto que no piensa decirle que ni siquiera tuvo oportunidad de lucirlo en su noche de bodas.
    Ya sus ojos toleran la brillante luz y puede observar el cielo rabiosamente azul y totalmente despejado. Una ligera fragancia a jazmines llega hasta su nariz y abre las puertas del ventanal para salir al exterior.
    Ante ella se extiende el enorme jardín pulcramente cuidado y se estremece por la brisa que a primera hora de la mañana y a principios de junio todavía puede ser algo fría.
    Aspira los olores y disfruta de la tranquilidad que le ofrece el precioso paisaje. Es un lugar hermoso para vivir y confía en poder adaptarse a su nueva vida sin renunciar a su vida anterior.
    Trata de sujetar su largo cabello retorciéndolo a un lado de su cuello y lo ata con uno de los numerosos lazos que cuelgan del camisón.
    No escucha los pasos a su espalda, enfrascada en admirar el entorno que la rodea ni puede ver sus movimientos sigilosos hasta acercarse hasta donde ella se encuentra.
    Los brazos ciñen su cintura por detrás y el beso es suave.....apenas un ligero roce en su nuca.
    -¿Qué haces?
    El respingo de la muchacha le arranca una sonrisa y por vez primera en mucho tiempo vuelve a tener la sensación de pertenecer a un lugar determinado, de ver a alguien esperando por él y sentir que la herida abierta comienza a cicatrizar lentamente.
    Julia se da la vuelta y lo mira no sin cierto reparo. Demasiada naturalidad cuando ella está totalmente cohibida.
    Repara que ha estado cabalgando por el campo, su cabello está húmedo y posiblemente se haya aseado antes de encontrarse con ella.

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  189. 186
    Efectivamente, ahora puede percibir un ligero olor a jabón que le llega cuando él pasa a su lado y se dirige con su andar resuelto hasta el interior del jardín.
    Regresa con una hermosa rosa blanca que todavía es prácticamente un capullo y la pone en su mano al tiempo que le dedica una luminosa sonrisa que nunca hasta ahora había visto en su cara.
    Pareciera que la discusión de la noche anterior no se hubiese producido, que los reproches de uno y otro habían desaparecido con la llegada de un nuevo día.
    -¿Tienes apetito?
    La pregunta le provoca extrañeza pero le ofrece la oportunidad de actuar con algo de naturalidad en una situación verdaderamente incómoda, sobre todo para ella.
    -La verdad....es que sí....
    -Bien, tendremos que arreglarnos nosotros. Francisca no ha amanecido todavía.
    -¿Está enferma?
    Mueve negativamente la cabeza al tiempo que cierra el ventanal a su espalda y la observa colocar sobre su camisón una especie de bata en tono rosa pálido. El conjunto, con el cabello recogido a un lado de su cuello le ofrece a una mujer joven, tímida y algo desorientada.
    -No....encontré a mi regreso a Albino un tanto perjudicado y deshaciéndose en excusas por la tardanza en levantarse....regresaron de madrugada y al parecer se pasaron con el vino.
    Logra contagiarle su pícara sonrisa e imagina el espectáculo de los invitados abandonándose a un divertimento que muy pocas veces tenían ocasión de poner en práctica.
    -Pobre Francisca.....
    -Le ordené a Albino que regresara a la cama y que el día de hoy lo dediquen a descansar y recuperarse. Tengo planes para nosotros dos, vístete que nos vamos de paseo.
    -¿De paseo.....dónde?
    -Tú haz lo que te digo y después comprenderás el motivo.
    No se hace de rogar y lo ve salir de la habitación dejándola sola y otorgándole la intimidad necesaria para asearse y buscar la ropa adecuada para el día posterior a su boda.
    En el espacioso armario han colocado toda su ropa y enseres que hasta ahora le han pertenecido. Del ajuar se ocupó su tía Luz con el dinero que ahora sabe que le procuró su marido y se dedicó a recorrer la ciudad buscando todo lo necesario.
    Tiene un gusto exquisito su tía y se nota en los dos vestidos que compró para ella en una de las tiendas más elegantes de Ciudad Real.
    Elige uno de ellos que le gustó especialmente por lo que tiene de transgresor pese a las reticencias de Engracia al carecer de ahuecador.
    Es la moda que viene de París, le comentó una exultante Luz que no se adredó ante los inconvenientes que expuso la gobernanta.
    Es una prenda de delicada seda en un color gris aperlado según su tía. El escote termina en pico y el cuerpo no es ceñido como los que han llevado hasta ahora.
    Las mandas llegan hasta el codo y se ciñe en la cintura y caderas para terminar resbalando hasta el suelo formando una especie de capa que perece bailar con vida propia al caminar.
    Escoge un par de zapatos negros que no son los típicos botines que ha calzado hasta la fecha y que terminan en la garganta del pie.
    Recoge su pelo rebelde en la parte posterior de su nuca con un bonito pasador que perteneció en su día a su madre y que lleva insertadas en su interior numerosas piedras de cristal que lanzan brillantes destellos a su contacto con los rayos del sol.
    Aplica algo de colorete en sus mejillas y una especie de polvos que matizan su piel quemada por las jornadas de trabajo en el campo.
    Respira profundamente antes de abandonar la habitación y sujeta entre sus manos un suave chal que completa el conjunto ante la previsión de pasar el día fuera de la casa.
    Rafael ya se encuentra frente a la fachada del Tejar al lado del elegante cabriolé y enganchado a uno de sus caballos favoritos. Un animal pura sangre, negro como la noche y cuyo pelaje brilla extraordinariamente a la luz de la mañana.

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  190. 187.
    Le ofrece su mano galantemente para ayudarla a subir y se acomoda en el asiento de cuero hasta que él hace lo propio y se sienta a su lado sujetando las riendas que guían al animal.
    El caballo lanza un fuerte relincho y comienza a trotar suavemente tirando del cabriolé por el camino empedrado hasta que los muros del Tejar van quedando atrás.
    La mañana es apacible y el silencio solo es interrumpido por los cantos de los pájaros que con la llegada del buen tiempo parecen trinar con energías renovadas.
    Siempre le gustó a Julia la primavera. La sensación de libertad se acrecienta al poder disfrutar de temperaturas suaves y olvidar los rigores del invierno que muchas veces les impiden salir al campo a trabajar.
    Pero hoy no es un día cualquiera y le parece ver las cosas desde un prisma diferente. No tiene las obligaciones que hasta hace pocos días la han acompañado y no se arrepiente de su decisión.
    Las cosas comienzan a mejorar para todos ellos y tiene la esperanza de dejar atrás los últimos años que les hicieron atravesar tantas penalidades.
    Maximiliano está plenamente recuperado y con fuerzas para continuar levantando La Pedralta sin la amenaza de perder la parte más rica y productiva.
    Después de estampar su firma en las actas de matrimonio. Rafael le entregó el documento que la acreditaba como dueña absoluta de las tierras que formaban parte de La Laguna Grande.
    Trescientas catorce hectáreas de tierra roja como la sangre, sin una sola piedra en sus extensas llanuras y ricas en pozos de agua que hacían de estas tierras un vergel en tanto convertían sin esos pozos a La Pedralta en un secarral.
    Entregó los documentos a Engracia y supo que había cumplido con su deber de velar por el bienestar de la familia.
    Recorren los campos sembrados en su mayoría por cebada y trigo, ya están perdiendo el verde y presentan un incipiente amarillo previo a su cosecha.
    Este año ha sido lluvioso y la sequía parece una pesadilla que va quedando atrás lentamente.
    La sorprende al sujetar la mano que ella mantiene sobre sus piernas y observa sus ojos que parecen reír al mirarla. Sabe que es un hombre apasionado y consigue ponerla nerviosa tan solo con una mirada.
    -No estás muy habladora ¿te arrepientes de algo?
    Es un hombre de mundo, vivido y con una experiencia de la que ella carece y que le hace superior a ella en muchos aspectos.
    No ha tenido la joven una vida con dobleces, ha vivido casi toda su vida adulta en medio de grandes apreturas y estrecheces y sabe perfectamente lo que significa la lucha por la supervivencia utilizando su propio esfuerzo.
    Hoy le parece mentira no tener obligaciones y disfruta del paseo a pesar de que éste se alarga. Ya llevan casi una hora de camino y contesta a la pregunta que le ha formulado contestando con otra.
    -¿Dónde vamos?
    -No me has contestado.....
    Respira profundamente antes de pensar en su respuesta ¿Arrepentirse de haberse convertido en su esposa?
    -¿De qué tendría que arrepentirme exactamente?
    -No sé......anoche no estabas muy contenta.
    Vuelve la cara para el otro lado del camino evitando que pueda ver el sonrojo que nuevamente cubre su rostro.
    El calor se extiende hasta su cuello al recordar las palabras que pronunció la noche anterior y tiene la seguridad de necesitar algún tiempo todavía hasta poder actuar con naturalidad.
    Deja que se le pase el sofoco y contesta a su pregunta porque tienen todo el día para hablar con tranquilidad, para dejar claros ciertos aspectos que quedaron pendientes en su conversación nocturna.
    -Vamos a comer a la capital, necesitamos hablar sin testigos que nos interrumpan.

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  191. 188.
    Alrededor de las doce del mediodía arriban a la ciudad. Las callejuelas de Ciudad Real se encuentran atestadas de gente que merodean alrededor del mercado central en busca de provisiones los más afortunados y de las sobras o la caridad de alguien los que no tienen la suerte de contar con las monedas necesarias para adquirir lo más básico.
    Niños famélicos deambulan medio desnudos en busca de un trozo de pan y el corazón de la joven experimenta un pellizco difícil de explicar.
    En las solitarias tierras que hasta el momento ha habitado, no puede ver la necesidad imperiosa de otros que tienen todavía menos suerte que ella y siente una punzada de vergüenza no exenta de culpabilidad.
    Bordean el núcleo central de la ciudad y se adentran en las calles adyacentes hasta que el cabriolé se detiene ante los altos muros por los que asoman las verdes hojas de una enredadera y que alcanzan los cuatro metros de altura.
    Rafael abandona el vehículo con agilidad y golpea por dos veces el aldabón de sólido hierro que cuelga en el centro de las enormes puertas de madera oscura. No trascurre ni un minuto cuando la cara de una mujer de mediana edad asoma por una puerta más pequeña que se encuentra en un lateral de las portadas grandes.
    -¡Don Rafael!
    -Buenos días, Viviana.
    -No les esperaba hasta mañana.
    -Lo sé, no se preocupe, iremos a comer a La Cigarra.
    -¡De ninguna manera! Puedo preparar la comida para una hora decente.
    Rafael sonríe al ver su azoramiento y pone su mano en el hombro delgado de la mujer ejerciendo una presión cariñosa.
    -Prefiero que mi mujer se vaya familiarizando con la ciudad, ya le dije que no se preocupe y ahora quiero que conozca a la señora Julia.
    Regresa al cabriolé en el que permanece Julia en silencio y la invita a bajar a tierra. Lo hace de forma cuidadosa tratando de no enganchar su delicado vestido y lo recoge con una de sus manos.
    Lo acompaña hasta donde se encuentra la mujer que la mira con curiosidad y la saluda inclinando levemente la cabeza.
    -Bienvenida a su casa, doña Julia, espero que se encuentre cómoda en su nueva casa.
    El desconcierto la invade por momentos ¿su nueva casa? Pensó que su nueva casa sería El Tejar y ahora se encuentra a muchos kilómetros de allí y frente a otro lugar al que su marido califica de hogar.
    Prefiere esperar y devuelve el saludo a la mujer al tiempo que Rafael la invita a pasar al interior y las sigue a ambas.
    Dentro les espera un muchacho de unos veinte años que los saluda respetuosamente y sale diligentemente al exterior para hacerse cargo del caballo y el cabriolé.
    El chico es delgado y fibroso y lleva viviendo en la casa La Luna desde que era apenas un rapaz y Rafael lo encontró una mañana de invierno aterido de frío y acurrucado en una esquina del portón.
    Le preguntó por su familia y se encontró con los ojos aterrados de un niño abandonado y perdido.
    No tenía familia, le dijo. Sus padres habían muerto y mendigaba por las calles para sobrevivir hasta que el invierno se echó encima y corría serio riesgo de perecer de frío.
    Se lo encomendó a Viviana previo permiso de su madre que lo aceptó encantada y pasó con los años a ser el chico para todo. Ayudaba en la casa como si de una doncella se tratara, acompañaba a Viviana al mercado y mantenía el jardín interior como un auténtico paraíso.
    Tenía por nombre Eduardo y Viviana lo acogió como a un hijo. Sus esfuerzos por hacerlo engordar resultaron baldíos y las costillas que cuando era niño se podían contar una por una, ahora que ya era casi un hombre seguían adornando sus costados para desesperación de la mujer.
    Eduardo abandona la calle principal con las riendas del caballo negro en sus manos y da la vuelta a los altos muros hasta buscar la puerta trasera y desaparecer en su interior.

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  192. 189.
    La casa es un edificio antiguo compuesto por una nave central y a la que se accede por un ancho corredor de piedra con grandes arcos en el lado izquierdo que permiten admirar un frondoso jardín perfectamente cuidado.
    Al fondo se situá la edificación principal con el tejado a dos aguas y los aleros perfectamente visibles y rematados con unas extrañas gárgolas con sus enormes bocas de piedra abiertas y por donde previsiblemente expulsen el agua de lluvia asemejando pequeños torrentes.
    Toda la fachada principal es de piedra y la hiedra la cubre casi en su totalidad.
    El interior es fresco y de grandes espacios, con altos techos abovedados y un suelo de mármol que le da una luminosidad especial.
    Nada que ver con la casa cerrada que ellos mantienen en el otro extremo de la ciudad y en la que apenas vivieron debido a la prematura muerte de sus padres y al alto coste que suponía mantenerla abierta.
    Muchas veces estuvo a punto de ser vendida pero se salvó por la negativa de Engracia a perder algo que perteneció a su querido Bosco. Solo en el caso de una necesidad vital se desprenderían de ella y ahora piensa que ya esté a salvo con las mejores perspectivas de vida que se atisban en el horizonte.
    Piensa en su familia y sospecha que no tienen ni la menor idea de su viaje a la ciudad y mucho menos de las claras intenciones de su marido.
    La casa está en perfecto funcionamiento y por las palabras de la encargada de mantenerla. Rafael ya la tenía al corriente de su visita inmediatamente posterior a su boda.
    Los sigue a los dos en completo silencio hasta llegar a lo que parece ser el salón principal. Un espacio grande, un tanto recargado según su opinión y que permanece en una suave penumbra a la que Viviana pone remedio de inmediato.
    La mujer retira las cortinas y la luz entra a raudales por los grandes ventanales inundando el lugar de una luz especial que proviene del exterior del jardín.
    También abre de par en par los grandes ventanales centrales y a la luz se une la sinfonía de fragancias que inundan sus sentidos en una mezcla embriagadora.
    La invita a salir por los ventanales abiertos y la muchacha experimenta una sensación irreal al ver la amplia galería con columnas de piedra en las que se enroscan las enredaderas formando caprichosas formas.
    La voz de Viviana logra sacarla de su sorpresa inicial y observa la suavidad en los ademanes de la mujer, su voz dulce y su educado comportamiento.
    -Sígame, señora.....puede refrescarse del viaje en su dormitorio.
    ¿Su dormitorio? En su cabeza se va abriendo lentamente la idea del engaño del que ha sido víctima por parte del que ahora es su marido.
    Ahora entiende algunas de las cosas que le dijo la noche anterior aunque en un momento determinado decidió dar marcha atrás y se dedicó a amarla..... simplemente.
    No lo mira al pasar a su lado y mantiene un obstinado silencio hasta que la mujer abre unas puertas dobles al final de otro amplio pasillo y ante sus ojos aparece el que al parecer será su dormitorio de ahora en adelante.
    La invita a pasar antes de hacerlo ella y se dirige hasta otro gran ventanal retirando las gruesas cortinas que apenas dejan pasar la luz del día.
    La claridad es inmediata y puede comprobar a través de las gruesas rejas de hierro que esta habitación no es interior. Un ligero rumor le llega de la calle y el sonido de un carruaje le indica que es así.
    Escucha el sonido del agua proveniente de una gran jarra de loza blanca que la mujer derrama cuidadosamente sobre una palangana también de loza blanca y situada en un precioso peinador de madera oscura.
    -Aquí tiene jabón y una toalla, señora.
    -Gracias, Viviana.

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  193. 190.
    La puerta de la habitación se cierra despacio y es en ese momento cuando Julia recobra algo de intimidad. Se acerca hasta la ventana y abre una de sus hojas para tener acceso a la calle y respirar aire fresco.
    Las rejas tienen una curiosa forma que permite sacar casi todo el cuerpo, más parece una gran jaula, que otra cosa.
    El bullicio reinante le recuerda que se encuentra en una ciudad y las voces y risas de los niños que corretean despreocupados la llenan de melancolía.
    Añora a sus hermanas hasta el punto de resultarle insoportable la distancia que las separa y echa en falta sobre todo la seguridad. La seguridad que Maximiliano siempre le ha ofrecido y que posiblemente, ella no ha sabido valorar hasta no estar lejos de él.
    Se retira de la ventana y la cierra en un intento por acallar los ruidos que tantos recuerdos han despertado en ella y procede a refrescarse la cara y el escote para después secarse con la suave toalla de lino que desprende un ligero olor a lavanda.
    Dos golpes en la puerta la sacan de sus reflexiones y se coloca el cabello antes de autorizar la entrada esperando encontrarse nuevamente con la mujer que les recibió a su llegada.
    Pero no, es su marido el que se encuentra al otro lado y accede al interior cuando ella pronuncia un lacónico “pase”
    También él se ha aseado y cambiado la chaqueta del viaje por otra más ligera. Su gesto no refleja ningún tipo de incomodidad, al contrario, aparece más relajado y dando la impresión de encontrarse en un ambiente que le es mucho más familiar que el campo al que ella tanto ama.
    -¿Ya estás lista?
    Como si nada ocurriese, como si fuese lo más natural del mundo y no sintiese la necesidad de darle ninguna explicación.
    La ira le impide razonar con claridad y comprende lo ilusa que ha sido al tomarse tan a la ligera las advertencias de Engracia “ te mostrará su verdadera cara y entonces yo no estaré a tu lado para protegerte, le dijo”
    Y ya lo está haciendo, ha decidido por ella y sin ponerla en antecedentes de sus planes. Respira profundamente y reúne el valor necesario para hacerle la pregunta que le quema en los labios.
    -¿Qué planes tienes para mí?
    Él la mira extrañado, una extrañeza no exenta de sarcasmo y que pone de manifiesto en su contestación.
    -¿Planes? No sé si entiendo lo que quieres decirme.
    -Sabes perfectamente lo que quiero decir y me gustaría que fueses franco conmigo pasa saber a qué atenerme.
    Cruza la habitación con dos grandes zancadas y toma asiento en uno de los sillones de terciopelo que se encuentran situados al lado de la ventana. Extiende sus largas piernas y la mira detenidamente durante unos segundos, unos segundos que se le hacen interminables.
    -No tienes en cuenta un pequeño detalle, querida mía.
    El sarcasmo es más evidente y la careta parece haber caído al suelo por fin. No hay ya necesidad de fingir, se encuentran los dos solos, sin testigos ni nadie que pueda inmiscuirse de una forma u otra.
    -¿Qué detalle?
    -Pues que estamos casados, somos una familia y lo normal es comenzar nuestra vida en común sin nadie que nos moleste.
    Lo piensa mejor y decide imitarlo tomando asiento en el otro sillón, todavía no consigue mantener su penetrante mirada y reconoce que la intimida con su arrolladora personalidad. Pero decide hacerle frente dentro de sus posibilidades y se traga el miedo que comienza a atenazarla por momentos.
    -¿Cuándo regresaremos Al Tejar?
    Rafael levanta una ceja de forma interrogadora y esboza una de sus habituales sonrisas cuando algo no termina en encajarle.

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  194. 191.
    Espera su respuesta sin pasar por alto su gesto divertido que la hace sentirse un tanto ridícula. Sabe perfectamente que El Tejar siempre ha sido un lugar de vacaciones y al que no han dedicado mucho tiempo permaneciendo en la ciudad gran parte del año.
    Pero el último año ha sido su hogar y pensó que así seguirían las cosas una vez casados.
    -Hace apenas una hora que hemos llegado ¿ya quieres regresar?
    Su respuesta la descoloca y piensa que puede haberse precipitado al atribuirle forma equivocada unas intenciones a su marido que no se corresponden con la realidad.
    -Discúlpame....me dio la impresión de que la señora que se ocupa de la casa nos esperaba para instalarnos aquí de forma continuada.
    Lo ve ponerse en pie y darle la espalda por unos segundos interminables. Por un instante tiene la impresión de atisbar un ligero nerviosismo que desaparece al darse la vuelta y ponerse frente a ella.
    -Julia.....posiblemente esta conversación la hubiésemos tenido que mantener antes de contraer matrimonio.....
    La alarma se enciende de inmediato en la cabeza embotada de la joven. Tiene la certeza de no volver a ver a los suyos tan pronto como pensaba y la indignación suelta su lengua peligrosamente.
    -¿Qué estás tratando de decirme?
    Titubea el hombre seguro de sí mismo pero de inmediato regresa la firmeza que imprime a sus decisiones y que han tenido un doloroso paréntesis durante el año anterior.
    Ahora ya ha superado esa etapa oscura de su vida y acomete con una nueva resolución el presente al que no piensa dejar escapar.
    -El año anterior no ha sido la regla de mi vida...ha sido la excepción debido a las circunstancias que tú ya conoces. Siempre he vivido en la ciudad y aquí se encuentran los negocios de la familia y a ellos tengo que dedicarme.
    El Tejar será de ahora en adelante un lugar de recreo y de descanso.
    Ya lo ha dicho, tenía esos planes para ellos dos y no ha contado con su opinión, no le ha dado opción a opinar sobre algo que concierne a dos personas, no a una sola.
    -¿Por qué no me dijiste esto antes de casarnos?
    Nuevamente la duda en su semblante, puede notar algo de inseguridad cuando le requiere explicaciones que debió darle antes de que accediese a convertirse en su esposa.
    -Pensé que no tenía importancia, la verdad.
    -¡Mientes! Me lo ocultaste deliberadamente.
    Regresa al sillón al lado del suyo, se sienta pero esta vez no extiende sus piernas despreocupadamente y permanece con la espalda completamente recta a la espera de una explosión en su esposa que a pesar de esperar, teme por su virulencia.
    -Está bien....pensé que no accederías a casarte conmigo si te alejaba de La Pedralta.
    ¡Estúpida, estúpida! Mil veces le advirtió Engracia de lo que podía suceder y mil veces le rebatió sus argumentos alegando la buena fe de las personas.
    Ahora ya está descubriendo el alcance de su error y tiene que hacer frente a las consecuencias aunque no piensa quedarse callada ante lo que considera un engaño manifiesto.
    -¿Por qué no fuiste de frente...tan inseguro estabas de ti mismo?
    Consigue dejarlo sin palabras, si pensó que sus actos no tendrían consecuencias y ella aceptaría sin rechistar el destino que le tenía preparado, comprueba que se ha equivocado plenamente.
    Pero reacciona inmediatamente y ataca por donde sabe que puede hacerle daño a la mujer que ahora le recrimina de manera altiva.
    -¡Vaya! Pensé que había sido suficientemente generoso al desprenderme de unas tierras que me pertenecían legitimamente y que durante años fueron robadas a mi familia.
    El golpe bajo hace su efecto y Julia mantiene cerrada su boca ante la imposibilidad de rebatir sus argumentos, no tiene nada con lo que excusar un comportamiento que no había sido suyo pero del que se sentía responsable en cierta medida.

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  195. 192
    Al final consigue articular las palabras que quiere pronunciar y realiza un esfuerzo que va más allá de su ánimo para enfrentar una situación que se escapa de sus manos a cada momento que pasa.
    No logra asimilar la inquina existente entre Engracia y él. En los últimos tiempos parecía haberse suavizado pero late de igual manera en ambos.
    -¿Entonces no regresaremos hoy?
    Lo observa meditar antes de ofrecerle una respuesta que la deja clavada en el sillón y corta de raíz cualquier esperanza de reconducir la situación.
    -No, por el momento nos instalaremos aquí hasta que yo deje resueltos unos asuntos que requieren de mi presencia en las fábricas.
    -Pero....no he traído equipaje, todas mis cosas han quedado allí.
    -Despreocupate de eso, iremos a comer y después podrás adquirir todo lo que te haga falta.
    Comprende que no piensa darle más explicaciones y acepta su derrota momentánea como algo a lo que puede darle solución en un futuro.
    Acepta la mano que le tiende para incorporarse del sillón y le sigue fuera del comedor hasta salir al exterior y desembocar en la galería de las columnas de piedra.
    Encuentran a Viviana regando las plantas interiores y retirando las hojas secas provista de un gran delantal que le hace recordar a Julia a su querida Engracia.
    Se apresura a terminar su labor al verlos aparecer y se dirige hasta ellos al tiempo que deposita el cubo de hierro en el brocal del pozo.
    -¿Ya se van?
    Si nota algún signo de disgusto en el rostro de la nueva señora, se guarda muy bien de demostrarlo y se limita a su papel de sirvienta.
    -Sí, vamos a comer y posiblemente regresemos a la hora de la cena ¿se ha sabido algo de la señorita de La Hoz?
    Asiente con la cabeza y requiere al joven Eduardo alzando la voz para ser escuchada. El muchacho no tarda en hacer su aparición, lleva todavía unas grandes tijeras de hierro en sus manos con las que se dedica a podar las plantas y árboles del jardín.
    El chico es extraordinariamente tímido y apenas levanta del suelo su mirada cuando pregunta para qué se le necesita.
    En ningún momento ha mirado a la hermosa mujer que don Rafael ha traído consigo pero si le ha dedicado miradas furtivas desde el interior del jardín y de inmediato ha sentido una corriente de simpatía hacía ella.
    Nada que ver con la primera mujer del señor. La altivez era su característica más resaltable al contrario que en su sucesora en la cual pudo captar una gran sencillez.
    También es mucho más guapa que la difunta doña Isabel y más joven.
    -Eduardo, don Rafael pregunta por la señorita de La Hoz.
    Carraspea antes el muchacho, como si hablar fuese algo a lo que no está muy acostumbrado y que requiere de un gran esfuerzo por su parte.
    -Estuve esta mañana en su casa y me dejó recado para usted, les espera en la plaza alrededor de las dos del medio día.
    Agradece Rafael su diligencia y le conmina a seguir con su trabajo sabedor del esfuerzo que le supone mantener una conversación. Se despide también de Viviana y ofrece su brazo a Julia para emprender el paseo hasta el lugar en el que irán a comer.
    Las calles son estrechas y con adoquines que suponen un problema para el calzado de la recién casada que agradece el apoyo de su marido para caminar con dignidad.
    Mantiene el silencio durante el breve trayecto hasta que desembocan en una plaza antigua que curiosamente no es redonda y provoca su sorpresa.
    Numerosas columnas forman una especie de tejados y en su interior acogen mesones en los que se sirven comidas al aire libre aprovechando la llegada del buen tiempo.

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  196. 193
    Numerosos comercios en su mayoría dedicados a las telas y la orfebrería se disputan el espacio con los mesones de comidas y exponen sus mercancías en los soportales de piedra ante la curiosidad de la gente.
    Puede ver en el centro exacto de la plaza el cartel con el nombre del mesón que mencionó su marido “La Cigarra” Con varias mesas situadas en el exterior y en las que ya se encuentran dos grupos de comensales entre los que no hay una sola mujer.
    Están ya a finales de siglo y se puede observar una tímida apertura a la modernidad. Una modernidad que don Tasio les ha dibujado de manera tenue a lo largo de estos años pero que ellas pensaban que jamás disfrutarían.
    Rafael hace una señal con la mano a dos mujeres que están al otro lado de la peculiar plaza y se encamina de su brazo sorteando a los chiquillos que juegan entusiasmados y a dos perros que esperan su oportunidad para robar algo de comida con la temeridad que provoca el hambre.
    Llegan a su altura y Julia comprueba que una de ellas es bastante mayor que la otra. La más joven abraza sin ningún tipo de recato a su marido y la más mayorse mantiene en un discreto segundo plano.
    -¡Rafael! No esperaba que cumplieses tu palabra de comer hoy conmigo, deseando estoy que me presentes a tu flamante esposa.
    Él se excusa por la tardanza y la presenta como Julia Hidalgo Covaleda.
    La mujer más joven no se anda con ceremonias y le estampa un sonoro beso en la mejilla acompañado de un estrecho abrazo que le trasmite una sensación especial.
    -Mucho gusto, querida, espero que lleguemos a ser buenas amigas.
    Las conmina Rafael a darse prisa y dirigirse hasta el mesón en el que ya les están esperando. La mujer más joven despide a la otra dejándole libre el resto del día.
    -Puedes regresar a casa, Fermina., hoy ya no te necesitaré.
    Los demás toman asiento en una mesa situada a la sombra de uno de los soportales, los gritos y risas de los niños les llegan más amortiguados y ahora solo se escucha las conversaciones en voz alta de los comensales que les rodean y que parecen ser hombres de negocios y comerciantes que se encuentran de paso por la ciudad.
    Julia tiene la sensación de encontrarse fuera de lugar ante la complicidad reinante entre su marido y la mujer a la que acaba de conocer. Le da la impresión de estar ante dos grandes amigos cuya relación se remonta a su más tierna infancia.
    Se disculpa Rafael para acceder al interior y solicitar que les sirvan la comida dejándolas solas a las dos que por un momento cruzan sus miradas, un tanto confundida la de Julia.
    María Eugenia de La hoz Jimenez es una mujer que ya pasado la barrera de los treinta años. No ha sido adornada con el don de la belleza y su rostro es un conjunto realmente curioso en el que destacan unos vivaces ojos azules que dan la impresión de estar más juntos de lo normal.
    Su cabello es negro como ala de cuervo, endiabladamente rizado y que logra mantener a raya con la ayuda de su fiel Fermina que todas las mañanas se afana en acomodarlo a su cabeza.
    Es un tanto cejijunta, sensación acentuada por la proximidad de sus ojos rabiosamente azules. Su nariz es un tanto ganchuda y la boca es grande y tiende a estar siempre sonriendo.
    Se puede decir que es una mujer poco agraciada fisicamente y no es faltar a la verdad pero Julia recibe unas vibraciones que le indican que está ante una mujer extraordinaria.
    La falta de belleza en su rostro contrasta vivamente con la armonía en las curvas de un cuerpo perfecto.
    Una estatura más elevada de lo normal y que alcanza el metro setenta la convierte en una mujer alta en comparación con la estatura media femenina.
    El busto es generoso y la cintura estrecha, las caderas redondas y las piernas largas y esbeltas. El vestido de brocado ayuda y mucho a realzar el conjunto y los valiosos pendientes de esmeraldas que brillan en sus orejas lanzan destellos cuando los rayos del sol los alcanzan.

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  197. 194.
    Vuelve Rafael a ocupar su lugar junto a ellas sin darles tiempo a intercambiar más de una frase de cortesía y Julia adivina por la manera en que ambos se miran, el cariño fraternal que se profesan.
    -¿Cómo está todo por aquí, Eugenia?
    -Igual de monótono que siempre, querido, estaba deseando tu regreso definitivo y desesperada por conocer a tu esposa.
    María Eugenia posee una perfecta dicción y su voz es dulce y muy bien modulada anulando la sensación inicial que provoca cuando la ven por vez primera.
    Siempre causa el mismo efecto, esperan de ella una voz fuerte y recia dada su elevada estatura.
    Pero no, pura miel que diría su hermana Beatriz aunque sospecha que es dueña de un fuerte carácter por la forma en la que se desenvuelve.
    -Pues ya nos tienes aquí, si te soy sincero.....en el campo se está mucho más tranquilo pero las obligaciones me llaman y las he tenido demasiado tiempo desatendidas.
    -Te comprendo perfectamente, Rafael.
    Los interrumpe la llegada de un mozo joven que deposita tres cazuelas de barro frente a ellos. El olor que desprenden es delicioso y están recién retirados del fuego por su aspecto humeante.
    Acompañan el excelente asado con una jarra de vino tinto que el mismo mozo escancia en tres jarras más pequeñas e igualmente de barro.
    Julia apenas prueba el vino pero sí da buena cuenta del asado de costillas de cerdo acompañadas de patatas partidas en gruesos tajos y que se deshacen al contacto con el cuchillo.
    Apenas mantienen una cortés conversación y los tres se afanan por saciar el hambre que ninguno de los tres había confesado pero ya les rondaba el estómago.
    Al término de la comida, Rafael les comunica que se ve obligado a dejarlas solas el resto de la tarde para mantener una reunión inaplazable con su administrador.
    Mira de soslayo a una sorprendida Julia y se disculpa nuevamente.
    -Me tengo que marchar, señoras. Obligaciones ineludibles me llaman y me mantendrán ocupado hasta la noche.
    María Eugenia parece divertida ante lo que considera una situación un tanto tensa entre los nuevos esposos. Ya le advirtió Rafael que necesitaría su ayuda para limar asperezas con su mujer porque esperaba ciertas reticencias por su parte.
    -No te preocupes por nosotras, querido. Sabes que tu esposa queda en las mejores manos posible.
    Lo sabe Rafael sin necesidad de que ella se lo recuerde, sobradas muestras de su lealtad inquebrantable le ha dado a lo largo de sus vidas.
    -Gracias, Eugenia y siento no poder demorarme más ¿Acompañarás tú de regreso a Julia?
    -Tú dedicate a tus asuntos que nosotras sabremos invertir perfectamente nuestro tiempo.
    Parece tranquilizarse con sus resueltas palabras y su mano se dirige a un bolsillo interior de su chaqueta. Extrae un voluminoso fajo de billetes y se los entrega a María Eugenia advirtiéndole de andarse con cautela debido a la importante cantidad.
    -Aconseja a mi mujer respecto a las mejores tiendas, necesita adquirir ropa y todo lo que considere necesario.
    -Tranquilo.....no te devolveremos un céntimo.
    Consigue arrancarle una sonrisa y ambas mujeres le siguen con la mirada hasta verlo abandonar la plaza por uno de sus laterales. Es entonces cuando la voz de María Eugenia consigue sacarla de su estado de estupor.
    -Nos ponemos en marcha, niña ¡vamos!
    Su espontanea exclamación la hace abandonar la silla y la sigue un paso más atrás hasta que su acompañante enlaza su brazo al de ella y acompasa sus pasos al de la desconcertada muchacha.
    -No pongas esa cara ¿pensabas que tu marido te dedicaría todo el día?
    Julia balbucea una respuesta que le suena ridícula hasta a ella, imprime más velocidad a su paso para no quedarse atrás y pugna por evitar el llanto que amenaza con hacer su aparición.

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  198. 195.
    Recorren la calle mayor en busca de una merecería en la que adquirir algo de ropa interior que es lo más urgente por el momento. Después se encargan de adquirir tres vestidos de verano, ligeros, de cara al caluroso verano que ya está en las puertas.
    Es María Eugenia de la Hoz una mujer nerviosa y resolutiva con unos criterios muy claros a la hora de tomar decisiones. Nada que ver con las dudas que acompañan a su recién conocida amiga que tarda mucho más tiempo en decidirse para decantarse por una cosa u otra.
    La tarde casi toca a su fin y el dinero que Rafael les entregó ya se encuentra muy menguado cuando toman la decisión de dar por terminada la jornada de compras.
    La mayoría de lo adquirido será retirado al día siguiente y tan solo llevan ellas lo más necesario y de menos peso.
    Ya va la luz en declive y la puesta de sol es inminente cuando María Eugenia la hace detenerse ante una confitería en la que entra con mucha familiaridad en tanto ella queda en el exterior.
    Apenas dos minutos más tarde la ve salir con dos envoltorios de papel y le ofrece uno de ellos.
    Se trata de dos pasteles de merengue, blancos como la nieve y muy apetitosos. Sonríe su acompañante ante sus dudas y desenvuelve el suyo para saborearlo con un apetito voraz.
    -¡Vamos! Hace ya varias horas que comimos y yo ya siento desmayo.
    Consigue contagiarle su alegría y la imita aunque cuidándose de no mancharse la boca como ella que luce un bigote blanco sin ningún pudor.
    Le gusta la mujer, su alegría de vivir es contagiosa y durante toda la tarde ha conseguido la imposible misión de hacerla olvidar su desdichada situación.
    -Creo que ya es muy tarde ¿regresamos a la casa?
    María Eugenia saca un pañuelo delicadamente bordado y lo pasa por su boca para retirar los restos del pastel. Experimenta una gran ternura por su pupila y envidia su candidez.
    Ella ya hace mucho tiempo que dejó atrás la inocencia propia de la juventud y la vida la ha endurecido a fuerza de decepciones.
    Nadie lo diría al ver su desenvuelta actitud, su fuerza vital y su permanente alegría. Pero ha sido así y ella no se engaña en ningún momento.
    -¿Ya quieres perderme de vista, querida?
    Logra que Julia se ponga colorada y balbucee una respuesta inconexa solicitando disculpas.
    -No....te agradezco que me hayas acompañado, no sé qué hubiera sido de mí sin tu apoyo en el día de hoy.
    ¡Bien! La chica sabe articular una frase coherente a pesar de todo. También empieza a confiar en ella y le muestra tímidamente su incómoda situación.
    -No tienes nada que agradecer, espero contar con tu amistad y aquí tienes mi hombro para poder llorar con tranquilidad.
    Sabe que lo necesitará, le esperan tiempos difíciles y duros. La soledad será su más fiel compañera y no encuentra explicación a la concesión de su marido respecto a presentarle a esta mujer que a todas luces se puede convertir en una fiel aliada.
    -Espero no tener que hacerlo, María Eugenia.
    -Bien, celebraré que así sea pero en caso contrario...aquí estaré.
    Llegan ya casi anochecido ante los altos muros de la casa familiar y María Eugenia propina dos enérgicos golpes con el aldabón de hierro al tiempo que le hace un guiño con uno de sus chocantes ojos azules.
    -Ya estás en casa, procura descansar esta noche porque mañana a primera hora me tendrás aquí de nuevo.
    No le da tiempo a contestarle porque la puera lateral se abre de inmediato y la figura del joven Eduardo se dibuja en el umbral tan silencioso como siempre.
    -Buenas noches, señoras....pasen....
    -Buenas noches, Eduardo, doña Julia pasa pero yo me marcho a casa. Me temo que tú tendrás que acompañarme, ya sabes que no es correcto que una dama ande sola por las calles a estas horas.

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  199. 196.
    Antes de desaparecer por la oscura calle le da un suave beso en la mejilla y le hace un guiño cómplice al tiempo que presiona levemente su mano.
    Después comienza a caminar seguida muy de cerca por el joven Eduardo hasta que Julia pierde de vista su figura erguida y armoniosa.
    Empuja la hoja de madera accediendo al interior que se encuentra iluminado por varios farolillos a lo largo de la amplia galería. Viviana sale a su encuentro y retira de sus manos uno de los paquetes que ha traído con ella al tiempo que le da las buenas noches.
    -Don Rafael la está esperando, señora.
    Se lo imaginaba la joven, se les ha echado la noche encima pero no era algo que preocupase especialmente a su acompañante cuando ella le expresó su preocupación por la tardanza.
    “Haz esperar a los hombres, querida. Nunca les des la sensación de que tienen ellos la potestad de decidir sobre tus actos”
    A pesar de la seguridad que destilaban sus palabras, Julia no las tenía todas consigo al hacer su entrada en el salón y encontrar a su marido sentado frente a un candelabro con toda su atención puesta en unos papeles que acerca peligrosamente a la llama.
    Levanta sus ojos al escuchar sus pasos y deja los papeles en la mesa para ponerse en pie al recibirla.
    No hay reproche en su voz, ni enfado, nada que le indique disgusto por su llegada a horas tan intempestivas.
    Viviana se retira discretamente y desaparece en dirección al dormitorio para dejar los paquetes sobre la cama. Mujer discreta y perfectamente conocedora de su oficio, también conoce muy bien el carácter educado del hombre al que sirve prácticamente desde que apenas contaba un año de edad.
    Tiene la seguridad de que se entenderá a la perfección con su nueva esposa, tan distinta a la primera y que ésta pronto conocerá en profundidad la generosidad de la que siempre hace gala su marido y que queda empañada muchas veces por su aspecto serio y algo hosco.
    Los zapatos están torturando a Julia hasta el límite de desear deshacerse de ellos pero puede más el decoro y aguanta estoicamente los pinchazos en sus pies y el escozor en sus dedos.
    Nunca estuvo tantas horas con unos zapatos de tacón y recorriendo las calles adoquinadas y ahora le pasa factura el esfuerzo.
    Nunca llegó tan cansada a su casa después de una larga jornada trabajando la tierra y sin embargo, ahora se encuentra agotada.
    Toma asiento intentando disimular el dolor y espera a que sea su marido el primero en tomar la palabra.
    Lo hace después de tomar asiento también frente a ella y su mirada recorre divertida el rostro agotado y algo sofocado.
    -¿Qué tal has pasado la tarde?
    -Bien, espero que disculpes la tardanza....
    La carcajada surge espontánea y se prolonga durante unos segundos interminables dejándola desconcertada.
    -Nunca esperes regresar temprano a casa si cuentas con la compañía de María Eugenia. Es una mujer incansable ¿te has encontrado cómoda con ella?
    Asiente de inmediato, debe reconocer las buenas sensaciones que sintió desde el primer momento que la tuvo frente a ella.
    -Sí....es una mujer interesante.
    ¡Interesante! Justo es así como él la calificaría además de otras cualidades que pronto su mujer descubrirá por sí misma.
    -Me alegro mucho....pienso que será una muy buena amiga para ti.
    Duda Julia un momento antes de preguntarle algo que le quema en los labios hasta que se decide.
    -¿También era amiga de tu ...de tu anterior mujer?
    -¿De Isabel? No....ignoro el motivo pero no llegaron a entenderse jamás.

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  200. 197.
    Se arrepiente de la pregunta nada más formularla pero no le ha parecido que le haya molestado a Rafael por el tono cordial de su contestación.
    Aún así, prefiere no incidir en el tema y la llegada nuevamente de Viviana la llena de alivio cuando les anuncia que la cena ya está servida en el comedor.
    No le ha dado tiempo a conocer la casa y sigue a su marido hasta el comedor contiguo al salón y que se encuentra más iluminado que el resto.
    La enorme mesa está presidida por un gran candelabro en el centro y los platos situados cada uno en un extremo de la misma. Es el propio Rafael quien solicita al ama de llaves que los disponga uno al lado del otro y retira la silla para que tome asiento junto a él.
    Así lo hace la mujer que sirve en silencio la cena y se retira discretamente a la cocina hasta que sea requerida de nuevo su presencia.
    Extraña Julia las animadas cenas de La Pedralta, mucho más modestas en cuanto a las viandas pero llenas de complicidad y en las que se hablaba de todo lo sucedido durante el día.
    Casi siempre era Engracia la encargada de poner orden en el caótico comedor aunque con tantas chicas con edades similares, el empeño que ponía resultaba insuficiente.
    Era más decisiva la palabra de Maximiliano cuando creía conveniente intervenir y cortar de raíz el desbarajuste que se montaba. Su voz recia pidiendo orden no necesitaba repetir dos veces la advertencia y se le obedecía sin rechistar.
    Ahora le pesa el silencio, la etiqueta desconocida para ella y la falta de las risas de sus hermanas que pesa en su ánimo como una pesada losa.
    Lo percibe su marido y trata de ponerle remedio a la melancolía que se refleja en su cara, a la falta de naturalidad en sus movimientos y a la parquedad a la hora de mantener una conversación.
    -Mañana puedo disponer de la tarde libre ¿te gustaría acompañarme a dar un paseo por la ciudad?
    Levanta la vista del apetitoso plato y fija su mirada en el hombre que espera expectante su respuesta al tiempo que limpia la comisura de su boca con la elegante servilleta de hilo.
    La luz de las velas le da un aspecto todavía más duro y Julia tiene la impresión de que busca congraciarse con ella para compensarla por la abrupta salida del Tejar.
    -No cambies tus planes por mí, María Eugenia prometió venir a visitarme mañana.
    No insiste en su propuesta y considera la posibilidad de darle más tiempo para que ponga orden en su nueva vida. Sabe que puede contar con la impagable ayuda de su amiga en la que tiene depositada toda su confianza.
    -Bien...la verdad es que tengo muchos asuntos por resolver y María Eugenia será una compañía mucho más amena para ti.
    Coincide en eso con él, la relación que mantienen es un tanto tensa y todavía no ha logrado reunir el valor suficiente para enfrentarlo y pedirle unas explicaciones que considera necesarias.
    -Con tu permiso.....me gustaría retirarme a descansar, el día ha sido muy largo y estoy agotada.
    Se pone en pie y llama a Viviana con su voz bronca y fuerte. La mujer aparece de inmediato y se dispone a retirar la mesa cuando recibe la orden de acompañar a la señora a su cuarto.
    -Deje eso para después, Viviana. La señora desea retirarse a descansar, acompáñela, por favor.
    Así lo hace y sujeta entre sus manos un candelabro para iluminar el oscuro pasillo. Abre paso seguida de Julia hasta llegar al dormitorio en el que se aseó a su llegada.
    El ama de llaves deposita el candelabro en una cómoda y se pone a su disposición para ayudarla a desvestirse.
    Declina su ofrecimiento y agradece su ayuda pero respira aliviada cuando la mujer abandona el cuarto cerrando la puerta tras de sí.
    Comprueba que han desaparecido los envoltorios con sus compras y puede ver la ropa cuidadosamente doblada en la parte superior de un baúl.
    También tiene dispuesta la palangana con agua limpia y el jabón y la toalla para asearse antes de meterse en la cama.
    Lucha con los botones de su vestido hasta conseguir retirarlo de su cuerpo y se sienta en la cama con sus pensamientos muy lejos de allí.

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